
Aitana muere una tarde de octubre del 2005 y su esposo, uno de los más encumbrados y respetados escritores de Colombia, comienza el relato de sus últimos días. Nos enteramos nada más empezar la lectura que la muerte de esta damita elegante, abnegada, modosa y sofisticada es parte de la cadena de desgracias que ha caído sobre el narrador por negarse a componer un prólogo para el libro de un poeta mediocre convertido en brujo y luego convertido en el mismísimo Patas. El matrimonio es víctima de “los tejemanejes nigrománticos de Armando García” (p. 312), que incluyen el cáncer de un gran amigo (J.M. Rubio-Salazar), la encarcelación y posterior muerte de una joven, el suicidio de un periodista cercano y otro montón de eventos luctuosos y aterradores que no sigo enumerando para no dañar la lectura de esta novela compleja y brillante.
La atmósfera permanente en el relato es lúgubre, espectral, fría, realzada por el incivil clima bogotano que el autor nos recuerda cada tanto: “el firmamento seguía aborrascándose sin caridad sobre Bogotá, saturándonos de lluvia y de tempestad como si deseara oprimirnos hasta el naufragio. Los paraguas y los abrigos ponían su toque luctuoso en las calles encharcadas y el gesto de los transeúntes se enfurruñaba y parecía esparcir por todos los ámbitos una hipocondría que fuese réplica puntual de aquel cielo neurótico” (p. 172). Un ambiente más que propicio para esta historia donde las apariciones, las consejas de médiums y chamanes, las repetidas calamidades, van cargando de oscuridad una anécdota triste al tiempo que aterradora, como en la más pura tradición de las novelas góticas.
Pero en este paisaje de pesadilla también encuentran lugar, sin aspavientos ni brincos de lógica —y es donde destaca la maestría de un escritor maduro, profesional—, el humor, la cotidianidad de una pareja de sesentones, las tertulias de café, la vasta erudición del narrador en temas tan disímiles como la antigüedad griega, los avances de la medicina y los recovecos del derecho penal en esta república bananera. Es memorable por lo gracioso el comienzo del capítulo VII, cuando el autor traza el mapa de algunas tribus que pueblan la “Universidad Filotécnica” (¿Los Andes? ¿La Javeriana?): los “logotetas”, los “góticos”, la “izquierda indómita”, todos con sus melindres ideológicos y estéticos. Y por aquí y por allí, datos raros: “Nunca he sido ni de derechas ni de izquierdas, terminología brotada del siglo XIX por la ubicación de ciertas bancadas en la Asamblea Francesa” (p. 271). O como cuando menciona algunos nombres del diablo y no pasa por ninguno de los más usados: “… Ahrimán o con Belial o con Iblis o con Asmodeo o con cualquiera de las hipóstasis más o menos conocidas del Adversario (p. 275).
Para quien conozca al menos de refilón la vida intelectual colombiana reciente no pasarán desapercibidas las claves autobiográficas de esta novela. Aitana es Josefina Torres, esposa recientemente fallecida del autor. J. M. Rubio-Salazar representa sin lugar a dudas a R.H. Moreno-Durán, y quizá John Aristizábal sea el joven escritor payanés Johann Rodríguez Bravo. Dejo a la perspicacia de los lectores la tarea de descifrar a quién encarnan los otros personajes que gravitan en la historia: Piero Casas, Eduardo Obeso, el propio Armando García...
Es esta una novela exigente, que reclama la atención del lector de manera permanente debido a su sintaxis recargada, a las referencias eruditas y al tono grandilocuente. Por mi parte, me encantan las novelas que rebujan los ambientillos intelectuales, académicos, y que usan palabras bonitas, sonoras y escasas como marisabidilla, telefonema, proverbial, vejatorio, pitanza, luengo, conmilitones, y que se animan a conjugar verbos como justipreciar. Exigente, sí, pero que paga esa exigencia con grandes dosis de terror, de humor y de lenguaje como cada vez menos se usa. Como lo hacen las grandes novelas de la historia. Gracias, don Germán.
Germán Espinosa, Aitana, Bogotá, Alfaguara, 2007, 404 páginas.
Comentarios
Para terminar, dos cosas: la primera, "La historia secreta de Costaguana" está en la lista para muy próxima lectura. Y la segunda: ¿cómo va el ahijao?
Por otra parte, debo decir que me chiflé con Armando García: pensé que era Héctor Escobar Gutiérrez, poeta menor pereirano conocido allí como "El Diablo" o "El Papa Negro". Según él mismo me lo dijo en una cafetería de esa ciudad, hizo un pacto con el diablo para convertirse en poeta. Pero según los resultados, parece que el Bajísimo lo estafó.
Y pensé que Obeso era una perversa mezcla entre el infumable Gómez y Harold Alvarado Tenorio.
Gracias de nuevo por las claves y el artículo recomendado.
Dos, A RH me lo gocé con Femina Suite.
Tres, qué te parece que nos peliamos con la Wendy. Se aguó la fiesta. Snif... pero como dice Toño Aguilar: me gusta salirle al toro.
saludos,