
Aquí está el libro al que no le sobra una sola palabra. Este es el libro que no tiene frases de transición, área de descanso. Desde la primera —“Son las nueve de la noche, tengo cuarenta y cinco años, mido 1,72, peso 72 kilos y esta mañana dejé de fumar” (p. 11)— hasta la última —“Será entonces preciso esperar a que discurra el tiempo, a que pasen días y días sin fumar, para que la felicidad biológica retorne, permita ensimismarse otra vez y autorice por fin a contraer cualquier otra nueva enfermedad incurable tan obsesiva y entrañada como el tabaco” (p. 178)—, cada una de las frases de este libro es carnosa, imperdible.
El diario acoge tres meses exactos, del 8 de mayo al 8 de agosto, y ninguna entrada sobrepasa la página y media, las dos páginas. Escribe al día siguiente, así que el autor ha tenido oportunidad de pensar, de mirar y de pelear por no fumar, pero sobre todo ha tenido tiempo de cortar, de colar lo accesorio y entregarnos lo que vale la pena. Aquí no hay entresijos ni devaneos. Pero no por ello las frases son secas, notariales; a veces alcanzan y sobrepasan la poesía: “El olor del castaño, el tacto de la arena, un pecho compacto, el viento contra una lona, lo que calienta y muerde sin destrozo. También esto es la oferta del tabaco. Muy distinto a la tos salarial y a la humillación matutina ante el descalabro del espejo y el lavabo” (p. 129); “Sin tabaco el espacio es una realidad incorregible. El mundo se presenta más aritmético y severo, más primitivo y real si ya no se fuma” (p. 104).
Yo despacho diariamente una cajetilla de Lucky Strike, y me preguntaba mientras leía si este libro pudiera interesar a un no fumador. Al final tengo que decir que sí, porque este es el diario de batalla no sólo de un hombre contra el tabaco, sino contra sí mismo. Es la bitácora que registra la búsqueda de una identidad por fuera de la patria del tabaco: “¿Quiero definitivamente convertirme en un tipo que no fuma?” (p. 155), “¿quiero ser otro? ¿Estoy dispuesto a serlo?” (p. 78).
Aquí se discuten y se ilustran, se comentan, las mujeres que fuman (68-68), la adultez y el chicle (p. 66), las reuniones de trabajo (p. 80), una breve historia de la hostilidad hacia el tabaco (pp. 114-115), la gestualidad tanto de fumadores como de no fumadores. Y la tos. Creo que nadie ha escrito con tanta verdad y tanta belleza sobre la tos: “la tos inspira compasión o un inevitable deseo de que acabe cuanto antes. Sólo se puede toser sin cuidado cuando se hace cerca de la atención de una madre. [...] Los hombres de la generación anterior o de la otra tosían con la vitola de ser hombres. Hombres históricos. [...] quien actualmente tose con alguna asiduidad pone en peligro la paciencia de los demás y la propia estima” (p. 14).
Hasta el día cincuenta este diletante se mira, mira las cosas, las personas y las situaciones ahora sin tabaco. A partir de ahí comienza a pensar, a (suena tan feo) filosofar sobre el hombre, sobre el espacio, sobre la adicción, porque “La adicción y la abstinencia son una pedagogía del cuerpo” (p. 144), porque “fumar es una experiencia plástica, con el cigarrillo se hace una decoración del tiempo donde el sujeto se refugia para discurrir mejor” (p. 136).
Y apenas está acostumbrado a vivir sin fumar llega otro ataque, unas ganas irrefrenables de fumar. Al comienzo “Apreciaba la estampa del no fumador. Un tipo que llega, pide un café en una barra de una estación de un TAV en Milán, se lo bebe, paga y no fuma” (p. 19), pero luego de ese ataque todos esos días de fortaleza le parecen vanos. ¿Termina el diario sin darle una chupada a un pitillo? Ahí les queda, porque hasta suspenso tiene este librito sustancioso.
Vicente Verdú, Días sin fumar, Barcelona, Anagrama, segunda edición, 2004, 178 páginas.
El diario acoge tres meses exactos, del 8 de mayo al 8 de agosto, y ninguna entrada sobrepasa la página y media, las dos páginas. Escribe al día siguiente, así que el autor ha tenido oportunidad de pensar, de mirar y de pelear por no fumar, pero sobre todo ha tenido tiempo de cortar, de colar lo accesorio y entregarnos lo que vale la pena. Aquí no hay entresijos ni devaneos. Pero no por ello las frases son secas, notariales; a veces alcanzan y sobrepasan la poesía: “El olor del castaño, el tacto de la arena, un pecho compacto, el viento contra una lona, lo que calienta y muerde sin destrozo. También esto es la oferta del tabaco. Muy distinto a la tos salarial y a la humillación matutina ante el descalabro del espejo y el lavabo” (p. 129); “Sin tabaco el espacio es una realidad incorregible. El mundo se presenta más aritmético y severo, más primitivo y real si ya no se fuma” (p. 104).
Yo despacho diariamente una cajetilla de Lucky Strike, y me preguntaba mientras leía si este libro pudiera interesar a un no fumador. Al final tengo que decir que sí, porque este es el diario de batalla no sólo de un hombre contra el tabaco, sino contra sí mismo. Es la bitácora que registra la búsqueda de una identidad por fuera de la patria del tabaco: “¿Quiero definitivamente convertirme en un tipo que no fuma?” (p. 155), “¿quiero ser otro? ¿Estoy dispuesto a serlo?” (p. 78).
Aquí se discuten y se ilustran, se comentan, las mujeres que fuman (68-68), la adultez y el chicle (p. 66), las reuniones de trabajo (p. 80), una breve historia de la hostilidad hacia el tabaco (pp. 114-115), la gestualidad tanto de fumadores como de no fumadores. Y la tos. Creo que nadie ha escrito con tanta verdad y tanta belleza sobre la tos: “la tos inspira compasión o un inevitable deseo de que acabe cuanto antes. Sólo se puede toser sin cuidado cuando se hace cerca de la atención de una madre. [...] Los hombres de la generación anterior o de la otra tosían con la vitola de ser hombres. Hombres históricos. [...] quien actualmente tose con alguna asiduidad pone en peligro la paciencia de los demás y la propia estima” (p. 14).
Hasta el día cincuenta este diletante se mira, mira las cosas, las personas y las situaciones ahora sin tabaco. A partir de ahí comienza a pensar, a (suena tan feo) filosofar sobre el hombre, sobre el espacio, sobre la adicción, porque “La adicción y la abstinencia son una pedagogía del cuerpo” (p. 144), porque “fumar es una experiencia plástica, con el cigarrillo se hace una decoración del tiempo donde el sujeto se refugia para discurrir mejor” (p. 136).
Y apenas está acostumbrado a vivir sin fumar llega otro ataque, unas ganas irrefrenables de fumar. Al comienzo “Apreciaba la estampa del no fumador. Un tipo que llega, pide un café en una barra de una estación de un TAV en Milán, se lo bebe, paga y no fuma” (p. 19), pero luego de ese ataque todos esos días de fortaleza le parecen vanos. ¿Termina el diario sin darle una chupada a un pitillo? Ahí les queda, porque hasta suspenso tiene este librito sustancioso.
Vicente Verdú, Días sin fumar, Barcelona, Anagrama, segunda edición, 2004, 178 páginas.
Comentarios
sí, creo que sería un libro interesante para nosotros, los no fumadores. sobre todo por ese morbo, por la curiosidad que despiertan ustedes en quienes no ponemos los labios al otro lado de la candela.
por cierto, me encanta esa palabra: palique! de dónde salió?
placer el mío, capitán.
1. m. Artículo breve de tono crítico o humorístico.
2. m. coloq. Conversación de poca importancia.
Realmente todo este comento sobre el cigarrillo (una de las primeras entradas de este blog hace referencia al tema) me deja con la sensación (constante en una empedernida fumadora) de que tengo que dejar ese microgramo de nicotina que me tiene atrapada.
Pero Camilo tengo una pregunta... ¿Es esto puro placer literario o hay culpa pulmonar y una gran ilusión de oxigenar?
Comentario para el blog literario y beso para el paredón del coqueteo.
(porque que sería la literatura si uno se viera tan prejuicioso; se evitaría Misterios de Hamsum, todo porque este simpatizo con los nazis.)
saludos, compa
Camilo, miamor, todo lo que diga cigarrillos nos lo leemos, no?