
“Nel mezzo del cammin di nostra vita/ mi ritrovai per una selva oscura/ ché la diritta via era amarrita”. Aquí y allá cita, recuerda el autor este primer terceto de la Comedia de Dante. Y con razón: en el medio del camino de su vida perdió la recta vía, y de editor de ficción del New Yorker pasa a convertirse en cocinero. La aventura de sumergirse en una cocina y en la vida de Mario Batalli, el estruendoso chef y presentador de TV neoyorquino, se torna en un cambio de vida radical de Buford. Y todo sucede ahí, mientras uno está leyendo el perfil de Mario y las aventuras en el trasfondo de una cocina de tres estrellas en Manhattan. Hacia el final el autor da cuenta de su transformación: “Y entonces di el salto. Ya no era alguien que observaba desde el exterior. Dejé de ser un escritor que relataba sus experiencias en la cocina. Era un miembro de ésta” (p. 382).
Pero este libro es muchísimo más que una razonada combinación de reportaje y perfil. Es el relato de una epifanía, la bitácora de alguien que deja un trabajo en la cima del prestigio intelectual para irse a pelar zanahorias y a quemarse los pelos de los brazos en la parrilla. Es un repaso por libros de cocina italianos desde el siglo XIII, un recetario comentado, un estudio sobre las diversas maneras de tasajear un cerdo. Buford compra uno recién sacrificado en pleno Manhattan, entero, y se lo envuelven en una bolsa plástica. Resulta que no tiene carro sino una moto, y su esposa lo ha acompañado a hacer la vuelta. La imagen del tipo con su mujer de parrillera y el cerdo ahí desgonzado en el tanque de la moto es muy divertida, pero no es la más graciosa del libro.
Veámoslo en plena actividad en la cocina de Babbo, el restaurante de Mario Batalli: “Los cocineros se movían tan deprisa que era incapaz de entender lo que hacían. Los platos se recibían a través de una impresora de pedidos, que escupía largas tiras de papel, una detrás de otra; Andy los cantaba y, sin que yo supiera cuándo ni cómo, reparé en que todos habían aumentado al mismo tiempo la velocidad de sus preparativos. Sus movimientos tenían otro ritmo, otra urgencia. Al final de la noche, no sabía explicar lo que había visto: algo muy confuso, comida lanzada al aire, y unas formas de actuar completamente diferentes: una enorme agresividad cuando los cocineros manejaban el calor y el fuego, mientras sus cazuelas despedían llamaradas; y una delicadeza casi artística cuando montaban los platos con sus manos, moviendo hojas de hierbas y verduras con sus dedos y rematándolos con unas líneas de colores que vertían de una botella de plástico, como si estuvieran firmando un cuadro. ¿Qué era aquello? Algo que no podía entender” (p. 77).
Mientras cocina y recorre el mismo camino que Mario Batalli recorrió hasta convertirse en chef, Buford va siguiendo la aparentemente caprichosa línea de sus intereses. Y con tiempo y buena letra detalla esos intereses. ¿Cuál es la diferencia entre raviolli y tortelini? ¿Cuándo entró el huevo en la receta de la pasta? ¿Cuándo y cómo Francia desbancó a Italia en la cabeza de la gastronomía europea? ¿Cuáles son las diferencias ente pasta fresca y pasta seca? Y hay más.
El estilo, por ejemplo. Tan lleno de información pero tan conversadito. No recuerdo un autor que utilice de manera tan inteligente los paréntesis como Bill Buford, que describa mejor a las personas con un par de frases: “Juntos ocupaban gran parte de la mesa –un semicírculo en realidad–; con aquel tamaño, podrían haber sido los figurantes de una obra de teatro medieval sobre los pecados capitales (los siete)” (p. 199); “El maestro era un hombre pausado (de una forma anticuada y masculina) y comedido (de una forma anticuada y masculina) y hablaba con lo que a veces parecía una gravedad exagerada, juntando sus largos dedos como un signo de puntuación” (p. 323).
Pero este libro es muchísimo más que una razonada combinación de reportaje y perfil. Es el relato de una epifanía, la bitácora de alguien que deja un trabajo en la cima del prestigio intelectual para irse a pelar zanahorias y a quemarse los pelos de los brazos en la parrilla. Es un repaso por libros de cocina italianos desde el siglo XIII, un recetario comentado, un estudio sobre las diversas maneras de tasajear un cerdo. Buford compra uno recién sacrificado en pleno Manhattan, entero, y se lo envuelven en una bolsa plástica. Resulta que no tiene carro sino una moto, y su esposa lo ha acompañado a hacer la vuelta. La imagen del tipo con su mujer de parrillera y el cerdo ahí desgonzado en el tanque de la moto es muy divertida, pero no es la más graciosa del libro.
Veámoslo en plena actividad en la cocina de Babbo, el restaurante de Mario Batalli: “Los cocineros se movían tan deprisa que era incapaz de entender lo que hacían. Los platos se recibían a través de una impresora de pedidos, que escupía largas tiras de papel, una detrás de otra; Andy los cantaba y, sin que yo supiera cuándo ni cómo, reparé en que todos habían aumentado al mismo tiempo la velocidad de sus preparativos. Sus movimientos tenían otro ritmo, otra urgencia. Al final de la noche, no sabía explicar lo que había visto: algo muy confuso, comida lanzada al aire, y unas formas de actuar completamente diferentes: una enorme agresividad cuando los cocineros manejaban el calor y el fuego, mientras sus cazuelas despedían llamaradas; y una delicadeza casi artística cuando montaban los platos con sus manos, moviendo hojas de hierbas y verduras con sus dedos y rematándolos con unas líneas de colores que vertían de una botella de plástico, como si estuvieran firmando un cuadro. ¿Qué era aquello? Algo que no podía entender” (p. 77).
Mientras cocina y recorre el mismo camino que Mario Batalli recorrió hasta convertirse en chef, Buford va siguiendo la aparentemente caprichosa línea de sus intereses. Y con tiempo y buena letra detalla esos intereses. ¿Cuál es la diferencia entre raviolli y tortelini? ¿Cuándo entró el huevo en la receta de la pasta? ¿Cuándo y cómo Francia desbancó a Italia en la cabeza de la gastronomía europea? ¿Cuáles son las diferencias ente pasta fresca y pasta seca? Y hay más.
El estilo, por ejemplo. Tan lleno de información pero tan conversadito. No recuerdo un autor que utilice de manera tan inteligente los paréntesis como Bill Buford, que describa mejor a las personas con un par de frases: “Juntos ocupaban gran parte de la mesa –un semicírculo en realidad–; con aquel tamaño, podrían haber sido los figurantes de una obra de teatro medieval sobre los pecados capitales (los siete)” (p. 199); “El maestro era un hombre pausado (de una forma anticuada y masculina) y comedido (de una forma anticuada y masculina) y hablaba con lo que a veces parecía una gravedad exagerada, juntando sus largos dedos como un signo de puntuación” (p. 323).
No es sólo reportaje combinado con perfil, repito. Otra vez: es más que eso. Luego de un año largo de estar en esa cocina de Manhattan, de renunciar a su trabajo e irse a vivir a Italia –estuvo allí casi otro año– para aprender a hacer pasta y para conocer los secretos de la carnicería, Mario le pregunta que cuándo va a abrir su propio restaurante. Buford se contesta: “Yo no quería esos conocimientos para ser un profesional; sólo para ser más humano” (p. 454). Y el cambio de piel sucede frente al lector. Pareciera que todo va sucediendo a medida que lo cuenta Buford: “Esta receta no es la que uno encuentra en el libro de cocina de Babbo y hasta este mismo instante, era uno de sus secretos” (p. 268).
Para quienes se estaban quejando hace poco de dolor en el bolsillo les tengo, pues, dos muy malas noticias: este libro es imperdible y es costoso. Si están parados en la librería dudando si meterle o no los casi 90 mil pesos que vale, vayan al capítulo 11. O al 12. Y luego hablamos.

Bill Bufford, Calor, Barcelona, Anagrama, 2007, 457 páginas.
Comentarios
Camilo, si te morís sin montar tu restaurante vas a quedar frustrado, me imagino la cantidad de ideas que te sugirió el Sr. Buford para el tuyo.
Lucaz
buford ha sido, entre los autores de no ficción, el más grato de mis descubrimientos recientes. por muchas razones: porque es un investigador serio y riguroso; porque escribe con desenfado, con arte y humor; porque es un narrador inteligente; porque reflexiona con tino alrededor de los asuntos que describe. y, sobre todo, porque se zambulle de cabeza, porque lleva eso que llamamos inmersión hasta el jodido límite.
p.s: capitán, si decide abrir un restaurante, cuente conmigo para lo que sea, menos poner capital.
Durante la lectura de "La voz interior" me preguntaba si la fascinación que sentí por los personajes estaba dada por ellos mismos, por el diseño del autor, o porque se parecían tanto a mí: estudié con jesuitas en Medellín y conocí mucho por buenos amigos bastantes historias de jóvenes durante los setenta, aunque en esa década yo apenas fuera un niño; comparto con los persojanes también las mismas inquietudes intelectuales, casi las mismas lecturas, la clase media... en fin).
Me parece claro el concepto de voluptuosidad que quiere mostrar Sebastián. En esta novela quizá no se sienta en el estilo, sino en las múltiples texturas de la novela: relatos, diarios, hagiografías, poemas, cartas. En últimas, todas las formas de lucha para dibujar la historia de estos personajes. Y bueno, en últimas es cuestión de gustos: unos autores nos arrebatan y puede que a nuestro mejor amigo le dejen indiferente. Eso pasa.
Gracias por comentar. Y sí, busque a Buford, Sebastián. Vale la pena. Algo que olvidé anotar en el comentario es que el libro es de no ficción, pero aparece en la colección amarilla de Anagrama, dedicada casi toda (o toda, no conozco el catálogo completo) a narrativa de ficción. Creo que esa decisión editorial funciona como una nota al pie, un guiño para los lectores.
Burgos.
de antemano agradezco por escribir en mi humilde blog, usando una identidad "visible".
"Ala, ¿estos piscos son modelitos o cantantes? Mucho fashion y poco chacachaca. Bobo como el dueño de este blof."
ahora, con todo el respeto que usted se merece por la trayectoria y educación que tiene, le debo decir esto:
¿Cómo es posible que una persona cuya profesión sea "editor", critique algo ó a alguien usando tan pueril vocabulario?
¿Acaso es esto una especie de chiste ó broma?
¿Are you for real???
Amigo Serdna, por el amor del cielo lea el artículo de Hector Abad en el No. 13 del Malpensante (el de la pata de elefante) y la seguidilla que se vino contra la morralla post, post. Y si todos somos modelos y algunos cantan...como Camilo, pregunte y verá.
Burgos, you´re my local hero!!
Lucaz
Lo que realmente me intriga de este libro es la disparatadísima decisión de Bill Buford, esa tan parecida a la de Rimbaud (ambos hombres que abandonan las letras por oficios totalmente opuestos, que poco o nada tienen que ver con la literatura) suena interesante el rollo. Eso si esta costosísimo.
Yo como buena estudiante, si monto mucho mucho más en bus, lo compro.
Un saludo Camilo.
Carla.
Lucaz
Crónicas); es una lástima que la imaginación no quepa en los rígidos esquemas de Mr Botero, en ese modelo cerebral tan tieso.
Att; Siervo Sin Tierra
Lucaz
atte:
Javier Bardem
Berta.
Lucaz
"Los amigos son unos hijos de puta"
Att
Wash n`Clear
La sociedad civil.
Ducky Lucatz
Mientras tanto, sólo una precisión respecto al caballero Zapata hombre ágil en lanzar dardos que no llegan a cosquillas: él quiere ser Ray Loriga, él quiere ser Alberto Fuguet pero el presupuesto no le alcanzó ni para llegar a Efraím Medina (héroes suyos todos los anteriores, que William cree que es el único que los ha leído)
Y eso que a Medina tambien le faltó presupuesto para llegar a Bukowski creyendo igualmente que él era el único que lo había leído.
Me siento, entonces, a esperar paciente la primera cinta de este angelito empantando. Te invitaría a tomar un café en Chelsea pero de pronto te lo sirve el buen Joaquín y no podrías admitir que tiene buen sabor tu bebida mientras te das cuenta que tu no fuiste el hombre que inventó Manhattan.
Att
Joel & Ethan Cohen
Lucaz