
Historias de conquistas y de polvos, de despedidas, de muertas y muertos –quizá más de las primeras que de los segundos, aunque no conté: en las novelas o colecciones de relatos no cuento nada salvo las páginas que me faltan para terminar cuando es muy bueno el libro, o cuando es muy malo–, matrimonios o parejas que se desbaratan, que se engañan, que buscan la manera de permanecer juntos: en estos pocos temas caben los 27 relatos de este libro. Como siempre, este autor toca las precisas cuerdas de nuestro morbo con humor amargo, buena prosa, con una moral deliciosamente torcida.
Fonseca nos pone a ver cosas de todos los días de otra manera: una cuarentona se tira a un peladito de trece, y mientras tanto le va quitando su tartamudez y lo aficiona a la lectura: ¿es una abusadora y debe ir a la cárcel?; la historia de un perturbado sexual obsesionado con su fimosis se convierte en el último párrafo en un cuento de hadas; el matón acaba de despachar a un paralítico y a su enfermera sin que se le caiga una pestaña, y se escandaliza cuando su novia, hermosa como ninguna, le pide que mate a su padre (el matón terminará despachándola a ella)…
Es que en este libro regresa un personaje muy querido por Fonseca desde los tiempos de El cobrador, el matón a sueldo. Quien le encarga los trabajos tiene un apodo a la vez anodino y aterrador: “el Despachante”. Y sólo un escritor con la solvencia del brasileño puede unir todas las historias del matón en un relato final, “Xania”, en el que el protagonista cierra las puertas que dejó abiertas en los otros relatos y despacha al Despachante. No mato el suspenso contando el desenlace: en estos relatos no importa tanto el final, la solución, como la exposición de un statu quo.
Y como en sus demás libros, todos ellos, las frases sabias, los aforismos regados por ahí en su prosa tan profundamente masculina: “¿A qué lugares van las mujeres feas? A la iglesia, por supuesto” (p. 86); “creo que cuando el dolor es muy grande el sufrimiento es silencioso” (p. 51); “Las definiciones simples son siempre las más correctas” (p. 38); “Todo marido canalla come huevos con tocino” (p. 53); “Los atavíos funcionan con las mujeres bonitas, las feas quedan aún más feas cuando se adornan” (p. 90)... Para destacar, la impecable traducción de Elkin Obregón, en un castellano que tiende hacia el colombiano. Qué bueno que se hicieran más traducciones en el país y nos evitáramos tanto “gilipollas” y “capullos” y demás chorradas españolas que nos toca leer.
Una de las cosas buenas de los libros de cuento es que uno puede espaciar la lectura, llevarlo en el bolso para que lo acompañe a uno en las esperas; puede leerse un cuento aquí ya y dejar en la mesa de noche el volumen hasta la próxima semana. Con este no pude: comencé y me lo despaché en la misma sentada. No me resisto a terminar con un relato cortito, justamente “Ella”, para quienes no estén del todo decididos con la reseña que cierro acá:
Ella
En la cama no se habla de filosofía.
Tomé su mano, la puse sobre mi corazón, dije, mi corazón es tuyo, después puse su mano sobre mi cabeza y dije, mis pensamientos son tuyos, las moléculas de mi cuerpo están impregnadas de las moléculas del tuyo.
Después puse su mano en mi verga, que estaba dura, dije, es tuya esta verga.
Ella no dijo nada, me chupó, después chupé su vagina, ella se montó sobre mí, tiramos, ella se puso de rodillas, el rostro en la almohada, la penetré por detrás, tiramos.
Me tendí en el lecho y ella dándome la espalda se sentó sobre mi pubis, introdujo mi verga en su vagina. Yo veía mi verga entrando y saliendo, veía su culo rosado, que después lamí. Tiramos, tiramos, tiramos. Gocé como un animal agonizando.
Ella dijo, te amo, vivamos juntos.
Pregunté, ¿no está bien así? Cada uno en su rincón, nos encontramos para ir al cine, pasear por el Jardín Botánico, comer ensalada con salmón, leernos poesías el uno al otro, ver películas, tirar. Despertar todos los días, todos los días, todos los días juntos en la misma cama es mortal.
Ella respondió que Nietzsche dijo que la misma palabra, amor, significa dos cosas diferentes para el hombre y para la mujer.
Para la mujer, amor expresa renuncia, dádiva. El hombre a su vez quiere poseer a la mujer, tomarla, a fin de enriquecerse y reforzar su poder de existir.
Respondí que Nietzsche era un chiflado.
Pero aquella conversación fue el comienzo del fin.
En la cama no se habla de filosofía.
No me pregunten cómo, pero diría que este relato es más bien un poema. Ahí queda.
Rubem Fonseca, Ella y otras mujeres, Bogotá, Norma, 2008, 198 páginas.
Comentarios
Fonseca tiene todo para decir las cosas tal y como son, producir impacto y que sigan sonando condenadamente bonitas.
Y estoy de acuerdo contigo Camilo. Este libro me tocó tasarlo para no acabarlo tan rápido.
C.
pero….. ¿un poema? ¿por donde carajos un poema?
qué cojonudo el señor fonseca.
para colmo anda con una carajita de veinticuatro.
s.
Reto: Quien se atreve a presentar y justificar un texto malo de Fonseca... ¿qué dicen?
Lanzo la primera piedra: El enfermo Molière. Es la única que no me convence del todo. Una novelita que parece hecha por encargo y que no tiene la garra de sus otras obras.
Orgullo hace parte de El agujero en la pared de 1994. También está en Los mejores Relatos de Alfaguara.
Yo la difiendo porque se editó apenitas empecé a trabajar en esto. Me gusta el recorrido que hace por las diferentes obras de Molière tratando de encontrar pistas del asesino, aunque creo recordar que la resolución me pareció un poco apresurada. Lo que si es cierto es que en esa época me entusiasmaba más fácil que ahora, así que no sé.
Carlos Castillo.
Otra cosa: en San Librario tienen unos poquísimos ejemplares de la edición que Casa de las Américas hizo de El gran arte. Les aseguro que la traducción de Julia Calzadilla es muy superior a la que publicó Seix Barral hace un montón de años. Puede que la edición sea fea y perratona, pero ¿qué son esas nimiedades ante una novela de esas dimensiones?
Y otra más: sé que cuando se habla de las novelas de Fonseca, siempre se mencionan El gran arte o Agosto. Les sugiero que lean Vastas emociones y pensamientos imperfectos. Como Camilo, yo también me autoimpuse no leer más de dos páginas por día: así me tenía de atrapado la novela. Es un libro maravilloso, tanto como su final que, se los juro, nadie es capaz de adivinar. Nadie.
Y si quieren meterse con algo raro, lean El salvaje en la ópera, con seguridad el libro más extraño de Fonseca. Allí hace un portentoso retrato de un gran compositor brasileño Carlos Gomes y cuenta toda la historia con una técnica calcada de los guiones cinematográficos sumamente hábil. Y aquí paro, porque si no voy a seguir escribiendo toda la tarde.
De la colección Literatura o Muerte no pude terminar ninguno, y convocaron allí a algunos de mis amores literarios más permanentes. No sé, pocos libros por encargo funcionan de verdad. Y Fonseca no se salvó.
Carlos Castillo.