
Cuando me dicen que un autor es prolífico, leído y premiado en literatura infantil y juvenil, y que ha publicado una novela o unos relatos “para adultos”, por decirlo de alguna manera, mi primer impulso es confiar en ese autor. Hay que ser un muy hábil narrador para encantar a quienes comienzan a leer y están rodeados de tal cantidad de estímulos para no hacerlo.
Y muy hábil narrador resultó ser Antonio Orlando Rodríguez. Chiquita es un artefacto literario muy inteligente que desde el comienzo nos pone en un sabroso terreno de indefinición, en el cual no sabemos dónde están los puntos cardinales correspondientes a la ficción y la realidad. Toma un personaje excéntrico –una liliputiense, 26 pulgadas de estatura en un cuerpo perfectamente proporcionado– y lo ubica en un espacio geográfico que no se parece a ningún otro –Matanzas, Cuba– en un momento histórico vibrante –su guerra de independencia–. De allí lleva a la protagonista a Estados Unidos no a pasear con las caravanas de freak shows, sino a triunfar en los escenarios más sofisticados del mayestático Nueva York del siglo XIX.
Pero lo más sorprendente de este libro, la verdadera lección de oficio literario que despliega, es la manera en que se cuenta esa historia. Por los años veinte del siglo pasado la liliputiense contrató a Cándido Olazábal, un escritor fantasma cubano, para que escribiera la historia de su fantástica vida (“La Gran Depresión le pusieron luego a esa época, pero cuando nosotros empezamos a vivirla ni nombre tenía”, dice el escritor fantasma en la página 15). Olazábal va recomponiendo esa vida se supone que para Antonio Orlando Rodríguez, pero de tanto en tanto encuentra un capítulo perdido, y lo reconstruye de memoria. Con esta estrategia cambia el discurso, la textura, y el relato fluye más ligero y movido aún. Rodríguez inserta de vez en cuando notas al pie de la página para aclarar un dato, una fecha, un nombre, y sigue el lector en ese terreno donde no están muy bien definidas la realidad y la ficción.
La historia tiene de todo para tocar los límites de la literatura fantástica o las historias para jóvenes (y para mantener al lector pegado a sus páginas): una bruja malvada, la abuela de Chiquita, quien se encarga de organizar las vidas de todos a su antojo y con ello destruye los futuros de todos. Ya con los nombres que les ha puesto a sus nietas tiene para arder en el infierno por toda la eternidad: Exaltación, Blandina y Expedita; la hija de su esclava recibe el nombre de Rústica, quien luego se convertirá en la dama de compañía de la protagonista, y ésta recibe el poco proporcionado nombre de Espiridona (sus apellidos son Cenda del Castillo). Con 26 pulgadas de tamaño y semejante nombre, alguien se preguntará: “¿A quién se le ocurre ponerle un nombre tan grande a una piltrafa de gente?” (p. 28). Pero también hay en esta historia un amuleto misterioso, el robo de ese amuleto y una serie de muertes violentas a su alrededor; manuscritos antiguos; una secta de liliputienses con su propio idioma y con ardides de conspiradores en la Europa medieval; historias de celebridades y del mundo del espectáculo en general; un pescado con personalidad; amores fáciles y amores tormentosos… en últimas, una novela con todas las de la ley: arquitectura inteligente, historia llamativa, personajes recios, anécdotas inolvidables, humor.
Con semejantes razones, todavía me estoy preguntando por qué llegué hasta la página 300 y pico y simplemente la dejé de lado sin remordimientos para emprender otro libro. Raro.
Antonio Orlando Rodríguez, Chiquita, Bogotá, Alfaguara, 2008, 550 páginas.
Comentarios
Aunque, viéndolo bien, TIENE que estar publicada en España, pues fue la ganadora de la última versión del Premio Alfaguara de Novela. Ahí desde Lyon la puede conseguir en el "vecino país", o en alguna librería especializada en libros españoles de ahí o de París. Vale la pena, una lectura como para el verano. Saludos.
buena reseña, cap.
s.
M, dale el chance a ésta y a Delirio de Laura Restrepo. Han sido lo mejorcito del Premio Alfaguara, ¿ya te lo había dicho en otro comentario, cierto?
Martin: ni idea, pero la novela no es de dejar. Me pasó a mí y ya.
Maggie, Samuel: Hay otra novela buenísima que fue premio Alfaguara: "Diablo guardián", de Xavier Velasco.
Buen blog. Llegué vía Dublín --no la ciudad sino Esteban.