
Debe ser tremendo para un escritor que su padre biológico sea también su padre literario. El resultado puede ser desmesurado: el suicidio, la negación del propio talento o del ímpetu de la escritura, el silencio, la psicosis. También puede dar como resultado un libro como éste, unas memorias catedralicias de 500 páginas. Kingsley Amis, el padre de Martin, está en todas ellas, así que pueden leerse como un ajuste de cuentas en el más exacto sentido de la expresión. Su padre siempre es un punto de referencia, un rasero para medir la escritura de Martin, su ejercicio de la paternidad, sus respuestas a la prensa, su correspondencia, su relación con los amigos... El libro se abre y se cierra con Kingsley, y las páginas dedicadas a los últimos días del viejo son también una agonía: “Somos una familia que sabe expresarse bien pero que se está quedando sin habla” (p. 375).
Este libro trabaja como la memoria: de maneras caprichosas, nunca pegadas al antes o al después, a la causalidad, a la cronología. Un encuentro, una carta, una imagen, un rostro, un sonido llevan a Martin Amis a otra carta, a otro amigo, a un encuentro, a una tarde con Kingsley, al largo y tortuoso comercio con sus dientes. Sus dientes, otro tema recurrente en estas memorias: “Oh, Dios, que otras plumas se detengan en los síntomas del miedo” (p. 107), escribe durante un fin de semana en Nueva York a la espera de que le saquen, el lunes a prima hora, todos sus dientes superiores –los de abajo correrían igual suerte–. “Lo reconozco: lo sé todo sobre la maestría musical de los dolores de muelas. Sus metales, sus vientos y percusiones, y, sobre todo, sus cuerdas, sus cuerdas [...] Los dolores de muelas pueden tocarse staccato, glissando, accelerando, prestissimo y, sobre todo, fortissimo. Pueden ser rock, blues y soul; pueden convertirse en doowoop, en bebop; en heavy metal, en rap, en punk y en funk. Y, tras todo este fragor anárquico siempre hay una sola, suave, insistente voz, siempre audible a mi imaginación servil: el trágico lamento del castrato” (p. 197).
Esta prosa carnosa, estas imágenes poderosas, estas analogías precisas, estos ojos puestos sobre el detalle que pesa de veras están en prácticamente todas las páginas de Experiencia. Como en tantas novelas de Yourcenar, de Nabokov, de Henry James, en todas las páginas de este libro hay una frase memorable, una imagen que marca como el hierro candente. Su madre se va a vivir a España y él la visita en varias ocasiones. Le sorprende la cantidad de lisiados que han quedado por las calles después de la Guerra Civil, y se detiene en uno: “Rafael era algo realmente especial. De inverosímiles andares, absolutamente inofensivo pese a su cara firmemente contraída, era un espástico espectacular. Parecía Marcel Marceau poniendo toda su alma en la interpretación de un borracho escénico. ¿Cómo un paso tan poco económico (se preguntaba uno) podía llevarle a alguna parte?” (p. 67). Durante sus años de juventud, sin saber para dónde coger, vive en una pensión donde “había un viejo médico, a punto de jubilarse, que a veces se dejaba ver por la noche desplomado sobre una botella de jerez en la cocina de linóleo, o tambaleándose y dando bandazos por la casa en su albornoz sin cinturón, con unos increíbles calzoncillos (informes y movedizos, de un color gris verdoso)” (p. 57).
Otra figura familiar recorre el relato: su prima hermana Lucy Padington, desaparecida en 1973. Más de 20 años después se supo que se había topado con un asesino en serie, y fin de su historia. “Lucy Padington desapareció el 27 de diciembre. Aquel invierno hubo crisis energética y no había iluminación en las calles. El año era 1973, pero la oscuridad era del siglo XVII” (p. 141). Uno podría decir que por naturaleza, por instinto, el ser humano intenta deshacerse del dolor, tiende a eliminarlo. Ante una tragedia grande emprendemos variadas estratagemas para hacer a un lado el sufrimiento y así permitir que la vida continúe. Martin Amis no lo hace: la tragedia de Lucy, de toda la familia, viene y se va pero siempre regresa para hacer también de rasero, de punto de comparación con otros eventos.
No se puede hablar de este libro sin comentar sus notas al pie. Los lectores disciplinados conocen desde muy temprano en las obras que leen la textura de las notas al pie. Después de revisar las primeras tres, cuatro notas, saben para qué las utiliza el autor, y si le interesarán o le aportarán a la lectura. Aquí desde la primera uno sabe que esas notas le van a ampliar la historia, le van a aportar datos, anécdotas, más recuerdos, más conexiones. La primera nota al pie de este libro trata sobre Kafka y dice: “Me deberían haber aconsejado primero los relatos, que son, por supuesto, inmortales. Sus novelas –moldeadas como en sueños– son brillantes, pero son pesadillas. Ni siquiera él pudo terminarlas” (p. 24).
No soy un fan de Martin Amis, no conozco intríngulis de su vida (apenas que es un tipo difícil, polémico y... dejémoslo en difícil). Ni siquiera he leído una sola de sus novelas, apenas me deleité con esa colección de críticas literarias de 600 páginas cuyo título es en sí una acertada definición de lo que es la literatura: La guerra contra el cliché. Así que no sé si con estas memorias haya amañado su historia o la de un fragmento de la literatura inglesa del siglo XX, de la cual Kingsley –y él mismo– fue participante. No sé si como documento este libro valga la pena. Vale por su prosa trabajada, por la estructura aparentemente caprichosa (como la memoria), por la inteligencia que emana de él. Cuando se avanza en su lectura uno siente que está leyendo un british clásico, uno de esos escritores ingleses que nos dejan con la boca abierta porque no se puede ser tan brillante en todas las páginas, en todas las frases.
Martin Amis, Experiencia, Barcelona, Anagrama, 2001, 496 páginas. Traducción de Jesús Zulaika.
Este libro trabaja como la memoria: de maneras caprichosas, nunca pegadas al antes o al después, a la causalidad, a la cronología. Un encuentro, una carta, una imagen, un rostro, un sonido llevan a Martin Amis a otra carta, a otro amigo, a un encuentro, a una tarde con Kingsley, al largo y tortuoso comercio con sus dientes. Sus dientes, otro tema recurrente en estas memorias: “Oh, Dios, que otras plumas se detengan en los síntomas del miedo” (p. 107), escribe durante un fin de semana en Nueva York a la espera de que le saquen, el lunes a prima hora, todos sus dientes superiores –los de abajo correrían igual suerte–. “Lo reconozco: lo sé todo sobre la maestría musical de los dolores de muelas. Sus metales, sus vientos y percusiones, y, sobre todo, sus cuerdas, sus cuerdas [...] Los dolores de muelas pueden tocarse staccato, glissando, accelerando, prestissimo y, sobre todo, fortissimo. Pueden ser rock, blues y soul; pueden convertirse en doowoop, en bebop; en heavy metal, en rap, en punk y en funk. Y, tras todo este fragor anárquico siempre hay una sola, suave, insistente voz, siempre audible a mi imaginación servil: el trágico lamento del castrato” (p. 197).
Esta prosa carnosa, estas imágenes poderosas, estas analogías precisas, estos ojos puestos sobre el detalle que pesa de veras están en prácticamente todas las páginas de Experiencia. Como en tantas novelas de Yourcenar, de Nabokov, de Henry James, en todas las páginas de este libro hay una frase memorable, una imagen que marca como el hierro candente. Su madre se va a vivir a España y él la visita en varias ocasiones. Le sorprende la cantidad de lisiados que han quedado por las calles después de la Guerra Civil, y se detiene en uno: “Rafael era algo realmente especial. De inverosímiles andares, absolutamente inofensivo pese a su cara firmemente contraída, era un espástico espectacular. Parecía Marcel Marceau poniendo toda su alma en la interpretación de un borracho escénico. ¿Cómo un paso tan poco económico (se preguntaba uno) podía llevarle a alguna parte?” (p. 67). Durante sus años de juventud, sin saber para dónde coger, vive en una pensión donde “había un viejo médico, a punto de jubilarse, que a veces se dejaba ver por la noche desplomado sobre una botella de jerez en la cocina de linóleo, o tambaleándose y dando bandazos por la casa en su albornoz sin cinturón, con unos increíbles calzoncillos (informes y movedizos, de un color gris verdoso)” (p. 57).
Otra figura familiar recorre el relato: su prima hermana Lucy Padington, desaparecida en 1973. Más de 20 años después se supo que se había topado con un asesino en serie, y fin de su historia. “Lucy Padington desapareció el 27 de diciembre. Aquel invierno hubo crisis energética y no había iluminación en las calles. El año era 1973, pero la oscuridad era del siglo XVII” (p. 141). Uno podría decir que por naturaleza, por instinto, el ser humano intenta deshacerse del dolor, tiende a eliminarlo. Ante una tragedia grande emprendemos variadas estratagemas para hacer a un lado el sufrimiento y así permitir que la vida continúe. Martin Amis no lo hace: la tragedia de Lucy, de toda la familia, viene y se va pero siempre regresa para hacer también de rasero, de punto de comparación con otros eventos.
No se puede hablar de este libro sin comentar sus notas al pie. Los lectores disciplinados conocen desde muy temprano en las obras que leen la textura de las notas al pie. Después de revisar las primeras tres, cuatro notas, saben para qué las utiliza el autor, y si le interesarán o le aportarán a la lectura. Aquí desde la primera uno sabe que esas notas le van a ampliar la historia, le van a aportar datos, anécdotas, más recuerdos, más conexiones. La primera nota al pie de este libro trata sobre Kafka y dice: “Me deberían haber aconsejado primero los relatos, que son, por supuesto, inmortales. Sus novelas –moldeadas como en sueños– son brillantes, pero son pesadillas. Ni siquiera él pudo terminarlas” (p. 24).
No soy un fan de Martin Amis, no conozco intríngulis de su vida (apenas que es un tipo difícil, polémico y... dejémoslo en difícil). Ni siquiera he leído una sola de sus novelas, apenas me deleité con esa colección de críticas literarias de 600 páginas cuyo título es en sí una acertada definición de lo que es la literatura: La guerra contra el cliché. Así que no sé si con estas memorias haya amañado su historia o la de un fragmento de la literatura inglesa del siglo XX, de la cual Kingsley –y él mismo– fue participante. No sé si como documento este libro valga la pena. Vale por su prosa trabajada, por la estructura aparentemente caprichosa (como la memoria), por la inteligencia que emana de él. Cuando se avanza en su lectura uno siente que está leyendo un british clásico, uno de esos escritores ingleses que nos dejan con la boca abierta porque no se puede ser tan brillante en todas las páginas, en todas las frases.
Martin Amis, Experiencia, Barcelona, Anagrama, 2001, 496 páginas. Traducción de Jesús Zulaika.
Comentarios
muy buena.
Por otro lado, creo que todas las autobiografías tienen mucho de ficción, ya lo dijo el buen Gabo, algo así, según recuerdo, "la vida no es la que uno vivió, sino lo que uno recuerda".
Saludos
Hablando de clichés, Camilo, ¿tú que lo has leído todo, sí has leído algo de Le Clézio, el nuevo Nobel?
Y, Esteban, con la literatura francesa llegué hasta la década del 50 (Camus, Sartre...), con una ligera incursión en la del 70 con "La vida instrucciones de uso" de Georges Perec. Y la verdad, pocas ganas me dan de meterme en los enredajos de Robbe-Grillet, Butor, Sarraute et caterva. Me afana leerme Houellebeq, eso sí.
El primer cuento que publiqué en mi blog fue a propósito del Nobel del año pasado, sucede que hay muchos que en cuanto saben el nombre del premiado, empiezan a contar anécdotas, que si lo conocieron, que si fue su inspiración. Quizá no viene al caso en este post, pero los invito a que lean este cuentito. Garantizo la diversión.
Disculpa, Camilo, por el spam
Salú pue, y aquí está el link.
http://cuentospajeros.blogspot.com/2007/10/premio-nobel-2007.html
Luis H.
YACASI: los fragmentos dedicados a sus dientes son muchos y potentes. Me costó algo escoger una cita representativa. Le regalo, me regalo, otras cuantas aquí: Cuando está totalmente mueco, no le han puesto la prótesis, escribe: "... solía pasarme antes por el cuarto de baño para peinarme, y me encontraba con una cara muy parecida a una caótica patata" (p. 110). "Durante varios años no fui al dentista. Ahora la dentadura postiza hace que me sienta como si estuviera en el dentista todo el santo día" (198). Sale del consultorio del dentista en NY "De nuevo dando tumbos por la Segunda Avenida, con un labio hinchado y un montón de kleenex, como un camorrista que jamás aprende" (260). Y siguen decenas de frases tremendas referidas a sus dientes.
LUISH: honrado de que te hayas animado a comentar. Deberías hacerlo con más frecuencia, estimado amigo. En la nueva página web de El Malpensante (los invito a pasar por allí) pronto tendremos el artículo de Pivot, impecablemente traducido por Luis H., en el que se menciona a LeClézio.
Pilar Quintana
¿Cómo hace uno para que el nombre salga arriba y no me toque poner "anónimo"?
Pilar Quintana
Del franceés (qué pereza deletrearlo) mí me gustó más Las partículas elementales que Ampliación el campo de batalla. Plataforma también tiene lo suyo. A mí no me parece tibio, lo que pasa es que Pilar (¡qué bueno tener noticias tuyas, muchacha!) es muy heavy metal.
Burgos
saludos desde caracas.
PELÁEZ: también me gusta que en las reseñas aparezca el precio de los libros, no para estudiar la relación "costo-beneficio", sí para ver si las posibilidades de compra están cerca o lejos. En esta página no siempre tengo el precio, bien porque compré el libro por internet y ese precio no corresponde con el local, bien porque me lo enviaron de la editorial o me lo vendieron allá directamente con descuento, bien porque no me acuerdo cuánto pagué por él porque lo compré hace mucho, bien porque lo compré de segunda o en una venta de saldos. Este último es el caso de "Experiencia": en la feria del libro de Bogotá este año estaban saldando parte del fondo de Anagrama a 12 mil pesos. Pero bueno, cuando lo tenga lo voy a poner, buena recomendación.
"Ante una tragedia grande emprendemos variadas estratagemas para hacer a un lado el sufrimiento y así permitir que la vida continúe. Martin Amis no lo hace: la tragedia de Lucy, de toda la familia, viene y se va pero siempre regresa para hacer también de rasero, de punto de comparación con otros eventos"
Pues si, quiza Amis no lo supero, pero creo que el mismo lo dice como que hay cosas insuperables, un evento como esos quiza tome una vida entera o mas digerirlo. Y aunque no lo supère, o no lo deje en paz, con respecto a este evento y en realidad a todos los eventos de la vida de Amis me impresiona y lo admiro profundamente por su capacidad de confrontarlos directamente. Amis es como un tipo que no le tiene miedo a nada, a ningun dolor, a lo que venga le pone la cara por mas doloroso y terrible que sea, y eso es lo que me encanta de este autor, lo que me hace quererlo tanto, que confronta lo que sea, el no se esconde, no se evade nada, es admitable este tipo.