
Supe de esta novela hace unos quince años, cuando leí por primera vez uno de los cuentos que más me gustan de uno de los autores que más me gustan: en “Sólo para fumadores” Julio Ramón Ribeyro dice que aquí se habla como nunca se había hecho antes sobre la pasión por los cigarrillos. En otro gran libro, Cuando fumar era un placer, Cristina Peri Rossi alaba también la profundidad con que Svevo trata el asunto de los cigarrillos y de fumar. Un lector tan juicioso como Luis H. Aristizábal lo considera uno de los grandes, también otros lectores y fumadores trasatlánticos como Vicente Verdú. Lo estuve buscando desde entonces, pero siempre me topaba con esas ediciones feas del Club Bruguera, que sin embargo tanto hicieron en los ochenta por los lectores vaciados como yo. Hace un mes largo encontré esta linda edición de Seix Barral en sus buenos tiempos, y justo en frente de mi casa, en una librería de viejo que recomiendo: Trilce. Y me di a leerla.
Me encontré con una obra sostenida sobre la confesión, con fines psicoanalíticos, de un personaje cínico, un burgués al tiempo moralista y moderno. Es moralista porque identifica sus fallos al honor, a su familia, a sus amigos, a sus principios, y a la vez es moderno, desvergonzado, porque cede a la tentación cada que le llega –y aparece bastante–: Zeno hace lo que le viene en gana, no importa lo que pase o piense antes o después: “Lloré tanto mi traición antes de cometerla que pudo parecerme fácilmente evitable. Pero el buen juicio de después, e incluso el de antes, no sirven para nada” (p. 216). La reflexión y el lenguaje delicado van guiando el relato. Y dentro de esas reflexiones sobre todos los temas de un hombre del siglo XX y hasta del XXI, aforismos casi en cada página que destilan gracia y crueldad: “Uno se puede parecer a Napoleón quedándose mucho más abajo” (p. 58); “La señora, como todas las personas bien educadas, resultaba bastante fastidiosa en un primer encuentro” (p. 77); “era ella quien debía llevarme a la salud moral y física por la santa monogamia” (p. 78); “es señal de escasa virilidad el no entender a las mujeres” (p. 87); “El matrimonio es una cosa bastante más simple que el noviazgo. Una vez casados ya no se discute de amor” (p. 162).
Zeno divide su relato por temas: “El humo”, “La muerte de mi padre” (un pasaje aterrador y magistral, donde no detalla la agonía: con solo detenerse en la respiración del moribundo pone al lector en la antesala de la muerte), “La historia de mi matrimonio”, “La mujer y la amante” (con reflexiones que cortan de lo precisas: “Las mujeres realmente peligrosas no aceptan poco dinero”), “Historia de una asociación comercial”. El asunto con estas novelas que descansan por completo en un personaje es que si el lector no entra en sintonía absoluta con ese personaje la novela muere. Bien sea por el encanto de su prosa, por las peripecias de su vida, por sus reflexiones, por lo que sea, pero si la empatía no es absoluta el lector cerrará la novela en cualquier momento. Yo peleo por no hacerlo, pero tampoco he podido avanzar demasiado. Me da mucha lástima cerrarla definitivamente, pero mi voluntad se niega a cogerla y leer durante ratos extensos. El personaje me gusta, sus aforismos son casi inmensos, pero creo que no tenemos esa empatía absoluta que acabo de mencionar. Por ahora, vamos en tablas. Nada qué hacer.
Me encontré con una obra sostenida sobre la confesión, con fines psicoanalíticos, de un personaje cínico, un burgués al tiempo moralista y moderno. Es moralista porque identifica sus fallos al honor, a su familia, a sus amigos, a sus principios, y a la vez es moderno, desvergonzado, porque cede a la tentación cada que le llega –y aparece bastante–: Zeno hace lo que le viene en gana, no importa lo que pase o piense antes o después: “Lloré tanto mi traición antes de cometerla que pudo parecerme fácilmente evitable. Pero el buen juicio de después, e incluso el de antes, no sirven para nada” (p. 216). La reflexión y el lenguaje delicado van guiando el relato. Y dentro de esas reflexiones sobre todos los temas de un hombre del siglo XX y hasta del XXI, aforismos casi en cada página que destilan gracia y crueldad: “Uno se puede parecer a Napoleón quedándose mucho más abajo” (p. 58); “La señora, como todas las personas bien educadas, resultaba bastante fastidiosa en un primer encuentro” (p. 77); “era ella quien debía llevarme a la salud moral y física por la santa monogamia” (p. 78); “es señal de escasa virilidad el no entender a las mujeres” (p. 87); “El matrimonio es una cosa bastante más simple que el noviazgo. Una vez casados ya no se discute de amor” (p. 162).
Zeno divide su relato por temas: “El humo”, “La muerte de mi padre” (un pasaje aterrador y magistral, donde no detalla la agonía: con solo detenerse en la respiración del moribundo pone al lector en la antesala de la muerte), “La historia de mi matrimonio”, “La mujer y la amante” (con reflexiones que cortan de lo precisas: “Las mujeres realmente peligrosas no aceptan poco dinero”), “Historia de una asociación comercial”. El asunto con estas novelas que descansan por completo en un personaje es que si el lector no entra en sintonía absoluta con ese personaje la novela muere. Bien sea por el encanto de su prosa, por las peripecias de su vida, por sus reflexiones, por lo que sea, pero si la empatía no es absoluta el lector cerrará la novela en cualquier momento. Yo peleo por no hacerlo, pero tampoco he podido avanzar demasiado. Me da mucha lástima cerrarla definitivamente, pero mi voluntad se niega a cogerla y leer durante ratos extensos. El personaje me gusta, sus aforismos son casi inmensos, pero creo que no tenemos esa empatía absoluta que acabo de mencionar. Por ahora, vamos en tablas. Nada qué hacer.
Italo Svevo, La conciencia de Zeno, Barcelona, Seix Barral, 1956, 452 páginas. Traducción de J. M. Velloso
Comentarios
Parece ser un muy buen libro, cuesta creer que lo hayas abandonado por que no había “empatía” con el personaje… pero bueno, supongo que algún día me pasará.
Mauricio: “Irreversible” de Gaspar Noe es una peliculaza, un poco fuerte pero excelente… Acá si cuesta creer que la gente se haya salido de la sala, a no ser que dicha sala haya sido la de Atlantis…
MARTÍN: ¿Cuál lees de Tabucchi? A mí sus novelas me han encantado, los cuentos no tanto, y otro de los que dejé empezados fue, creo que se llama, Nocturno hindú.
LUCAZ: con Herzog me pasó, sí, aunque no abandono el proyecto de leerlo. Con Cervantes no que recuerde. Y con Nabokov menos.
ALEJANDRO: tiene usted toda la razón, cuando uno necesita hilar tan delgadito es que está buscando una justificación. El libro me rozó así por encima. Pero no lo voy a abandonar del todo, creo. Lo iré ojeando a otro ritmo, despacio. Creo que vale la pena. Ya veremos.
YACASI: Guillermo Martínez es de los libreros que están en vías de extinción: sensibles, buenos consejeros, mejores conversadores. Hay que visitar su librería cada tanto.
Camilo: Estoy de acuerdo, es un buen consejero, el tipo ve los libros que mas o menos le gustan a uno y le hace unas recomendaciones más que pertinentes. Por él, justamente, le clave el diente a “Sin Remedio”. Concejo que aun hoy le agradezco.
De pronto un librero similar sea el de Prologo Libros, que entre otras cosas es un conversador tremendo, y también hace unas recomendaciones excelentes.