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Tom Clifford, 2002. |
Jane Austen murió hace doscientos años. Poco salió de su comarca, sus piezas de ficción nacían de las ganas de entretener a la familia y tratan todas el mismo tema con tibias variaciones: la búsqueda de un buen partido por parte de mujeres casaderas. Es al menos inquietante, pues, que esos divertimientos alrededor de un único tema se sigan editando y traduciendo. Esas novelas se siguen leyendo con deleite en todas las lenguas, y cada tanto se hacen adaptaciones para el cine o versiones sobre la vida simple de su autora. Todavía inspiran tesis y estudios. Las novelas de la señorita Austen son, pues, clásicos, si llamamos así a obras que han superado la prueba del tiempo.
Séptima de los ocho hijos del párroco George Austen y Cassandra Leigh, nombre de soltera, Jane nació el 16 de diciembre de 1775 en Steventon, Inglaterra. Apenas recibió educación formal un par de años en un internado en el condado de Oxford, el resto de su formación lo completaron las recomendaciones de su madre y vecinas y la biblioteca de su padre, a la cual tuvo acceso abierto. Su única hermana mujer, Cassandra, fue desde siempre su confidente, y las cartas que se cruzaron toda la vida son la fuente principal para la biografía de la señorita Austen. Sus hermanos tomaron los únicos caminos que se podían permitir los jóvenes pertenecientes a las clases modestas de la Inglaterra rural gregoriana: la milicia y la clerecía.
Jane tuvo algunos pocos pretendientes –no más de tres, parece–, incluso llegó a prometerse con un joven, pero en sus 41 años nunca se casó. Tampoco su hermana Cassandra. Vivieron las dos como unas típicas señoritas provincianas y no muy acaudaladas, entre la casa, visitas de compromiso, bailes, paseos y cenas. Quizá lo único por fuera del orden era la insistencia de Jane en componer historias por escrito.
Desde joven escribió en el comedor de la casa piezas teatrales breves, cuadros, aventuras y retratos de personajes para entretener a la parentela. Hay una anécdota bonita: según recuerdos de la familia, dejaron la puerta sin aceitar, así ella podía saber si alguien se acercaba y escondía sus implementos de escritura para retomar las labores de costura. Permitía que sólo su familia supiera que escribía.
Pero las lecturas de sus piezas pronto convocaron también a vecinos y amigos. Parece que con bastante éxito. Incluso una amiga de su hermana Cassandra, Martha Loyd, insistía con particular interés en que leyeran y releyeran una pieza que Jane había titulado Primeras impresiones. Algún tiempo después descubrieron que estaba interesada no tanto en la historia como en publicarla con su nombre. Esas Primeras impresiones cambiarían de título hacia 1800, cuando la escritora Margaret Holford publicó en Minerva Press una novela con ese título. Jane entonces lo cambió por Orgullo y prejuicio.
Fue su hermano Henry quien animó y costeó en 1811 la publicación de la primera novela de Jane, que se tituló Sentido y sensibilidad. Por ese tiempo había cuatro maneras de publicar. Por suscripción: unas personas pagaban una suma para que una novela de alguien famoso o importante se publicara, y esos suscriptores tenían derecho a recibir un ejemplar. Por reparto de ganancias: el editor y el autor compartían los costos –y las ganancias– de la publicación; no era muy frecuente este arreglo, a menos que el editor estuviera seguro del éxito de la obra o fuera amigo del escritor. Por venta de derechos: que es la que más se acostumbra todavía, cuando un autor le vende los derechos a un editor y éste le da un adelanto por la obra; apenas autores de éxito garantizado, digamos Walter Scott, publicaban bajo esta modalidad y obtenían buen dinero por sus obras. Por comisión: el autor pagaba por la impresión de su obra y corría con todo el riesgo. Bajo la autoría de “A Lady”, Sentido y sensibilidad se publicó por comisión y gustó bastante entre los lectores. Parece que Henry recuperó su inversión y hasta ganó algún dinero.
Gracias a ese éxito pudo vender los derechos de Orgullo y prejuicio en 1813. La señorita Austen se lo cuenta a Martha Loyd en una carta: “O. & P. está vendida. Egerton me da 110 libras por ella. Preferiría haber obtenido 150 libras, pero ambos no podíamos estar satisfechos, y estoy sorprendida de que haya querido arriesgar tanto. El que se haya vendido será, espero, un gran ahorro de problemas para Henry, y por lo tanto debe ser bueno para mí. El dinero lo pagarán en un plazo de un año”. En la carátula apareció una leyenda que se volvería común método de promoción más adelante: “Por la misma autora de Sentido y sensibilidad”. Pero el nombre de esa autora seguiría oculto todavía varios años.
La novela al fin salió publicada en 1813, y desde la primera frase obtuvo el favor casi unánime de lectores y lectoras en toda Inglaterra. Es toda una declaración de principios y resume con brillo todos los motivos de la señorita Austen en esta obra y las posteriores: “Es una verdad universalmente reconocida que un hombre soltero en posesión de una buena fortuna debe estar en busca de esposa”. Sobre esta frase girarán los argumentos de sus demás novelas: Emma, Persuasión, Mansfield Park, La abadía de Northanger.
Digo “casi unánime” porque no han faltado detractores. Alguna vez Mark Twain escribió: “No tengo derecho a criticar libros, y no lo hago excepto cuando los odio. Frecuentemente deseo criticar a Jane Austen, pero sus libros me enojan tanto que no puedo esconder mi frenesí al lector; y por lo tanto tengo que detenerme cada vez que comienzo. Cada vez que leo Orgullo y Prejuicio, quisiera desenterrarla y golpear su cráneo con su propio maxilar inferior”. Si la odiaba tanto, ¿por qué la leía y releía? Nada raro que se trate de un guiño –otro– del pícaro señor Clemens.
¿Por qué esos melodramas ligeros siguen encantando al mundo? Todos están protagonizados por mujeres envueltas en complicaciones alrededor del dinero –herencias, dotes, rentas, tierras– y en busca de un buen marido. Y alrededor de esas protagonistas gravitan, en permanente contraste, unos personajes emotivos y otros agudos, unos dóciles y otros rebeldes. Siempre hay por allí revoloteando caracteres que son finas caricaturas de la abyección o la torpeza, como la inolvidable señora Bennet, la madre de las protagonistas de Orgullo y prejuicio, que siempre está al borde de un ataque de nervios y siempre tiene las patas metidas en un enredo. O el hipocondríaco señor Woodhouse, el padre de Emma, desvelado por su salud y su fortuna. Protagonistas y secundarios siempre ven aplazados sus propósitos –que se resumen en dos: dinero y amor– con peripecias, aventuras, chismes, viajes y razones mal dadas, pero al final, como en los culebrones televisivos, todo termina bien, no pocas veces en boda. La propia autora lo puso en unas notas: “Mis personajes tendrán, después de algunas tribulaciones, todo lo que desean”.
En su aparente sencillez, con sus conversaciones de alcoba y los correveidiles casamenteros, con sus fiestas y compromisos, con las miradas permanentes a las finanzas de los implicados en la historia, con sus finales de pompa y circunstancia, las novelas de Jane Austen son inmortales porque apelan al humor y al drama en dosis justas, y sobre todo porque tratan con maestría e inteligencia dos temas que nos interesan a todos: el amor y la platica. Y también, claro, porque están muy bien escritas, con frases tan brillantes como estas dos entre miles que escojo para rematar: “No quiero que la gente sea agradable, así me ahorra el problema de cogerles cariño”; “La imaginación de una mujer es excesivamente rápida. En un momento salta de la admiración al amor y del amor al matrimonio”.
Comentarios
Ahí quedó la cosa, pero ahora que Camilo menciona a Austen y su obra, me vuelve a sonar el asunto: ¿será la novela de amor una veta desperdiciada en la literatura contemporánea? ¿Qué grandes historias de amor se han publicado recientemente?
Y hablando de grandes historias de amor, para mí el mejor libro de nuestro premio Nobel es la historia de amor entre Florentino Ariza y Fermina Daza: "El amor en los tiempos del cólera". Claro que hay otras.
Dos recomendaciones críticas: lo de Maugham sobre “Orgullo y prejuicio” y la deconstrucción que hace Nabokov de “Mansfield Park”. Y otra: para mi amigo Alberto De Brigard, que se las sabe todas en este tema, el equivalente contemporáneo de Jane Austen es la escritora norteamericana Anne Tyler. Habrá que leerla, supongo.
A mí también me enferman esas señoras romanticonas, Luis. Hay una connacional que se llama Ángela Becerra que siempre sale descalza en las fotos y que es absolutamente nauseabunda. Bueno no la he leído toda, apenas fragmentos de una novela que ella calificaba dentro del "idealismo mágico". Hágame el favor. Ni me acuerdo del nombre.
Pero mirá vos: por allá a finales de los ochenta, en una época en que andaba desencantado con la lectura, me leí de un tirón como tres novelas de Sidney Sheldon, de lo más cursi del mundo. Pero me volvieron a pegar la costumbre de leer. Nadie sabe para quién se baña, como dice un amigo mío.
Otra cosa de Ángela Becerra, esta vez sí centrándonos en su obra: de lejos y en fotos uno creería que está buenísima. Pero va uno a ver y...
Burgos.
http://www.mandyhubbard.com/index.php/books/
De Angela Becerra.. leí una parte del Penúltimo Sueño y es demasiado nosé... como empalagoso, no lo he podido terminar y de hecho creo que todos los libros de ella son por el estilo, tratando de manipular las ilusiones de las personas
Att
Strudel
Gracias