
Durante la Feria del Libro de Bogotá que acaba de terminar estuve en varias charlas y presentaciones de escritores jóvenes colombianos, organizadas por sus editoriales. Lo que oí allí, lo que vi, unido a las novelas de ellos que he leído últimamente me llevan a pensar en la falta de ambición de los escritores colombianos menores de cuarenta (y voy a rescatar apenas, por ahora, tres únicas excepciones: Juan Esteban Constaín, Juan Carlos Rodríguez y Juan Gabriel Vásquez). Pareciera que escriben obras desechables, que se van a leer a lo más durante dos, tres meses: mientras dura la promoción complaciente que les hacen en los medios sus colegas y amigos, porque resulta que muchos de ellos o son periodistas o están o estuvieron vinculados de alguna manera a medios de comunicación. Unas novelitas ahí, para leer y botar y pasemos a la siguiente, porque sale una cada tres meses. Ninguna de esas novelas se va a leer siquiera el año entrante, y eso va a terminar por acabar con el interés de las editoriales en esos escritores. Porque estoy seguro de que ninguna de las novelas de esos autores vende más de seiscientos ejemplares. Más de ochocientos, pongamos para ser generosos. Y un negocio tan costoso y arriesgado como el de la edición de libros no se sostiene a largo plazo con esas cifras.
Lo que vi en esas presentaciones de la Feria del Libro y lo que oí también me hizo recordar este texto escrito por uno de mis ensayistas favoritos. Cambiando los nombres y exceptuando un par de ideas menores suscribo todo lo que plantea.
Los próximos diez años
Ésta es la época del año en que estallan las guerras y un vidrio roto entrega alevosamente el bosque al sol vengativo. Los incendios forestales ya han consumido miles de hectáreas del Var, y los combatimos encendiendo fuegos controlados que reducen una franja de terreno a cenizas antes de que el frente principal haya tenido tiempo de llegar. A su vez, es necesario aislar y extinguir estas llamas, prendiendo fuego a otras franjas más obedientes todavía, hasta que las últimas pavesas expiren en el jardín donde escribo.
Es la sobremesa de un día sofocante. El almuerzo ha consistido en una tortilla, vichy y melocotones. La mesa está a la sombra de un plátano, y un gramófono suena en la habitación contigua. Siempre procuro escribir por la tarde, pues corre suficiente sangre irlandesa por mis venas para que tema el temperamento irlandés. La forma literaria que éste adopta, conocida como el “crepúsculo celta”, consiste en una adicción a la melancolía y un uso exagerado de palabras, y los buenos escritores irlandeses exorcizan al demonio disciplinándose en una cultura extranjera y más rigurosa. Yeats traducía del griego, mientras que Joyce, Synge y George Moore huyeron a París. En cuanto a mí, el latín de Augusto y el inglés neoclásico me parecen los mejores correctivos, pero no siempre dan el resultado apetecido, y, si escribo cuando oscurece, las sombras del crepúsculo esparcen sus tonos purpúreos desde el principio hasta el fin de mi prosa. ¿Por qué no escribo entonces por la mañana? Lamentablemente, en mi caso, el tiempo productivo de la mañana suele ser insignificante, y resulta curioso que, si bien no menosprecio a quienes se acuestan antes que yo, casi todos se impacientan conmigo porque no me levanto cuando ellos lo hacen. Es posible que una mañana lluviosa esté trabajando en la cama y ellos no tengan nada que hacer, pero aun así no ocultarán sus sentimientos de superioridad e inquina.
Ahora bien, entre la mañana derrochada en la cama y la noche peligrosa median las horas de la tarde en las que canta la cigarra, tan preñadas de tedio, y de ellas dispongo ahora para examinar el problema que me obsesiona.
Los próximos diez años
1) ¿Qué le habrá ocurrido al mundo dentro de diez años?
2) ¿A mí? ¿A mis amigos?
3) ¿A los libros que escriben?
Sobre todo a los libros, pues, para decirlo de otra manera, tengo una sola ambición: escribir un libro que se mantenga vigente durante diez años. ¿Cuántos libros de hoy han durado tanto? Pongo diez años porque ése es el tiempo que llevo escribiendo sobre libros y porque puedo afirmar, y ésta es la advertencia más grave, que dentro de poco la escritura de libros, en especial obras de ficción que duren una década, será un arte extinto. Los libros contemporáneos no se mantienen. La calidad intrínseca que contribuye a su éxito es lo primero que desaparece; se alteran de la noche a la mañana. En consecuencia, es preciso buscar una calidad que mejore con el tiempo. La brevedad del éxito de un libro puede deberse a los lectores, pues periódicos, bibliotecas, sociedades literarias, radio y cine han viciado el arte de la lectura. Pero los libros en los que estoy pensando ya fueron leídos en otro tiempo y los lectores con discernimiento los consideraron buenos. No obstante, han tenido el mismo sino que los otros.
Describamos, por ejemplo, la literatura inglesa en 1928. Mencionaremos a Lawrence, Huxley, Moore, Joyce, Yeats, Virginia Woolf y Lytton Strachey. Si somos inteligentes, añadiremos a Eliot, Wyndham Lewis, Firbank y Norman Douglas, y si somos serios, a Maugham, Bennett, Shaw, Wells, Galsworthy y Kipling. De todos los autores, Strachey, Galsworthy, Heimett, Lawrence, Moore y Firbank han muerto y no están de moda. Es como si nunca hubieran existido. Supongamos que se descubrieran nuevos manuscritos, un Five Towns de Bennett, un Forsyte de Galsworthy, incluso otra novela de Lawrence: sería una pesadilla. Podemos achacar este prejuicio a una reacción natural que relega la obra de ayer en favor de la de hoy, pero en gran parte es anormal, porque a esos escritores se los alabó anormalmente cuando vivían. Desde la época de su auge, las reputaciones de Shaw, Joyce, Firbank, Huxley y muchos otros han declinado. De hecho, entre los escritores eminentes de hace diez años, sólo la fama de Eliot, Yeats, Maugham y Forster ha ido en aumento. Y de los jóvenes autores de hace diez años sólo unos pocos se mantienen en el candelero.
También yo estoy en un apuro, a saber, ¿cómo vivir otros diez años?
Vivir significa, sobre todo, mantenerse vivo. El apuro es económico. ¿Cómo ganar lo suficiente para comer? Sin embargo, supongo que la mayoría de mis lectores se habrán adaptado de algún modo a la situación actual, pues al fin y al cabo escribo para los burgueses como yo. No existe mayor placer para un escritor que el de llegar al público, y a nadie le desagrada el aislamiento más que a un artista, en especial a un artista difícil, pero debe llegar al público por medios rectos; si le halaga, si le grita, le ruega, le sermonea o le embauca aprovechándose de su confianza, tan sólo atraerá a los elementos indignos, y son éstos los que, al cabo, le abandonarán. Mientras tanto, mi manera de escribir, así como las cosas sobre las que me gusta hacerlo, no atraen a los miembros de la clase obrera, y tampoco puedo tenderles ningún puente hasta que estén preparados para cruzarlo. Así pues, os saludo, mis educados semejantes burgueses, cuyos intereses y dudas comparto.
Otra manera de mantenerte vivo es evitar que te maten, y aquí entramos en una cuestión política. Sólo existe una manera oficial de zafarte de tal posibilidad, la de no participar en la guerra, mas para ello es necesario evitar el papel del buen samaritano y pasar al otro lado dando un rodeo.
Para los idealistas, tener que prescindir de sus ideales y apoyar así una política cínica en la que no creen es una postura humillante. En consecuencia, no puede decirse que permanecen espiritualmente vivos, y esta necesidad de elegir entre los azares de la guerra, el exterminio físico y los peligros de una paz basada en la técnica del avestruz y el estancamiento espiritual, entre la muerte física y la moral, es otra situación difícil.
Puesto que en la actualidad nuestra expectativa de vida es tan insegura, la única manera de asegurarnos otros diez años es hacer una obra que sobreviva ese tiempo, pues la mejor obra estalla con un impacto retardado. Es el caso de E. M. Forster, quien sólo ha producido dos libros desde la última guerra, pero sigue vivo porque sus demás libros, publicados entre veinte y treinta años atrás, están ganando terreno entre los lectores inteligentes, y su polen fertiliza a una nueva generación. Esto ocurre por varias razones, la primera de las cuales tal vez sea que las novelas de Forster exponen el conflicto general localizado en el conflicto político de hoy. Sus temas son el derribo de barreras: entre blancos y negros, entre clases sociales, entre sexos, entre el arte y la vida. “Tan sólo unir...”, el lema de Howards End, podría ser la lección de toda su obra. Sus héroes y heroínas, con su autodisciplina, su afectividad, su horror a la simulación y a las falsas emociones, a la exclusividad intelectual en el plano moral, y a la propiedad, el dinero, la autoridad y los lazos sociales y familiares en el material, son los precursores de la juventud izquierdista de hoy, la cual puede utilizar a Forster como punto de partida en cualquier dirección que desee tomar. Así, la forma de parábola de las novelas forsterianas puede sobrevivir a la forma panfletaria de las obras teatrales de Shaw, a pesar de su vigoroso pensamiento, porque Forster es un artista y Shaw no lo es. Gran parte de su arte consiste en la llaneza de su escritura, pues está seguro de la verdad de sus convicciones y la fuerza de sus emociones. El escritor que no está tan seguro de lo que quiere decir o de lo que siente es el que tiende a escribir con un estilo recargado para ocultar su ignorancia o encontrarse inesperadamente con una respuesta. De manera similar, el novelista que tiene dificultades para crear personajes es el que se goza en una excelente escritura. Ese estilo nada enfático y llano de Forster hace que sus obras se relean con facilidad, pues no contienen nada de lo que uno pueda cansarse, excepto desenvoltura. Pero hay otra razón por la que la obra de Forster conserva su frescura, y es que su estilo no ha sido imitado.
Lo que mata una reputación literaria es la inflación. La propaganda, publicidad y entusiasmo que un libro genera –en una palabra, su éxito– implican una reacción en su contra. El elemento de inflación en el éxito de un escritor, el grado hasta el que ha sido forzado, es algo que debe descontarse por depreciación. Uno puede engañar al público acerca de un libro, pero el público guardará un resentimiento proporcional a la insensatez de la obra. Al público se le puede embaucar deliberadamente por medio de la propaganda y la publicidad, o puede engañarse por accidente, porque el escritor se ha engañado a sí mismo. Si echamos un vistazo a los suplementos literarios de la prensa dominical, vemos cómo se produce el embaucamiento del público, la inflación en activo. Una palabra como “genio” se usa tantas veces que finalmente la frase: “Jenkins tiene genio. ¡Cauliflower Ear es inmenso!” resulta cierta, pues el hombre es tan genial e inmenso como los demás escritores alabados en esas páginas. Las palabras se resienten, puesto que la inflación les ha hecho perder su significado. Al principio el público también se resiente, pero acaba por no hacer caso, y así es preciso extraer nuevas obras de su retiro y obligarlas a sugerir mérito. Con frecuencia el público se interesa por un libro porque, aunque malo, es tópico, su actualidad pasa por originalidad, sus ideas parecen importantes porque están “en el aire”. The Bridge of San Luis Rey, Dusty Answer, Decline and Fall, Brave New World, The Postman Always Rings Twice, The Fountain, Good-bye, Mr. Chips son ejemplos de libros que han tenido un éxito desproporcionado a su mérito indudable, y ahora se produce una reacción desfavorable contra sus autores, porque el público excitable en demasía que ha leído esos libros ha sido engañado. Ninguno de los autores esperaba que sus obras se convirtieran en best sellers, pero, sin que ellos lo supieran, dieron con la combinación química contemporánea de ilusión y desilusión que hace vender los libros.
Pero también puede darse el caso de que escriba un buen libro, que éste sea imitado y esas imitaciones tengan más éxito que el original, de manera que cuando pase la boga excesiva que han creado arrastren al buen libro con ellas. Esto es lo que le ha ocurrido a Hemingway, quien hizo ciertos descubrimientos de estilo puntillista que casi le han abocado al fracaso. Ese factor, sobre el que somos cada vez más suspicaces, depende tanto del estilo que, si bien la crítica tiende a explicar a un autor ya sea desde el ángulo de su experiencia sexual, ya desde el de su medio económico, sigo creyendo que esa técnica constituye el fundamento más firme para un diagnóstico; que es posible saber tanto sobre los ingresos de un autor y su vida sexual a partir de un párrafo suyo como de las matrices de su libro de cheques y sus cartas de amor, y que ese mismo párrafo también puede permitirnos saber lo bien que escribe y cuáles son sus influencias. Los críticos que ignoran el estilo están expuestos a englobar a buenos y malos escritores en apoyo de unas teorías preconcebidas.
Un experto debería ser capaz de decir cómo es una alfombra examinando una sola de las madejas usadas para tejerla, o una cosecha enjuagándose la boca con una copa de vino. Si lo aplicamos a la prosa, este método tiene una ventaja: un pasaje separado de su contexto queda aislado del resto del libro y no puede depender de la buena voluntad que el autor ha establecido diestramente con el lector. Este aspecto es importante, pues en todos los libros que han sido best sellers y luego han fracasado existe esa pericia comercial. El autor ha embaucado al lector conquistando su voluntad al comienzo y estableciendo así una atmósfera favorable para hacerle aceptar su producto inferior: falsos sentimientos, mala escritura o situaciones irreales. Escribir un best seller es plantearse un problema de seducción. Esa clase de libro es un timo. Dan al lector un cigarro, una copa de coñac y le piden que ponga los pies en alto y escuche. Entonces el autor le cuenta el relato. La atmósfera más favorable es una butaca en la platea de un teatro, y, en consecuencia, de todas las cosas que gozan del éxito contemporáneo, la que lo obtiene con menos mérito es la obra teatral ordinaria.
Un gran escritor crea un mundo propio y sus lectores se enorgullecen de vivir en él. Un escritor inferior podrá atraerlos durante un momento determinado, pero muy pronto los verá marcharse en fila.
Oscurece ya, las ranas croan, los vencejos se ladean y silban sobre el terraplén y la noche va cargando de amenaza las horas sesgadas durante las que se me puede confiar una pluma.
Lo fusilamos de: Cyril Connolly, “Enemigos de la promesa (1938)”, en Obra selecta, Barcelona, Lumen, 2005, pp. 39-46. Traducción de Jordi Fibla.
Comentarios
Y estoy acuerdo, pero creo que fue muy amarrado con las excepciones, en mi opinion hay mas excepciones. Que buen escritor es Constain (1975 creo), los martires es tremendo libro y las columnas que el escribe en el espectador tambien. El proximo que compro es el de Juan Carlos Rodriguez.
Muy curioso que el señor Connely se quejara de los lectores con la misma queja de hoy y culpara a las bibliotecas como hoy culpamos al interné.
Finalmente y creo que esta relacionado, ya estoy hasta cacorro del estilo "soho", hijueputa, no mas diatribas, ya fue suficiente.
JUANDAVID: sí, fui un poco avaro con las excepciones, pero fueron los nombres que se me vinieron a la cabeza. Tampoco es que haya leído TODO lo que han escrito TODOS los menores de 40. Bueno, ahora que lo pienso... no se me ocurre ningún otro nombre. Me reí con el calificativo que le da a ese tipo de literatura. El "estilo SoHo". Buena.
Sin embargo, me parece que el enfoque de la introducción cojea. Caerles a los nuevos como manada es ya tan cliché como alabarlos por publicar a edad temprana. Estoy de acuerdo con los argumentos de Connolly y entiendo a qué apuntaba Camilo, pero la interpretación generacional es simplista. La misma plantilla se les podría aplicar a los mayores de cuarenta. O a los que tuvieron menos o más de cuarenta hace veinte, cincuenta o cien años. No creo que las variables que llevan a que un título perdure por su calidad tengan un tinte especial en estos días, aparte del crecimiento de las proporciones en difusión, y menos que la falta de ambición hermane a los rezagados (a propósito, resulta arbitrario limitar calidad a ambición e ingenuo equiparar ambición y calidad a ventas). A quienes pasaron al olvido hace tres décadas ambición era lo que les sobraba. ¿De cuántos de los de la colección de color café de literatura colombiana de Oveja Negra nos acordamos hoy? No creo que los que se inician en la escritura en este momento tengan comportamientos más erráticos que los novatos de antes. Sucede que los años borraron a los precursores que no iban para ninguna parte. Estamos hablando de un proceso de selección natural complejo que se repite inexorablemente y que se niega a entregar la clave del éxito, por eso me parece que el tono de “aquí lo que hace falta es…” desdice de la perspicacia que caracteriza este blog.
Perdón por la parrafada.
Saludos,
Elcosmopolita según juandaví.
De esa colección de literatura colombiana yo la leía a los 16 años salteadita buscando las pichadas, los ojeaba y sacaba de la biblioteca los que encajaban en la categoría "la ví en una buseta". Muy desagradecido yo, no me acuerdo de los nombres de los autores de esos libros, en esa colección también estaban sin remedio y destinitos fatales.
Por si algun joven de 16 años lee esto le advierto que en sin remedio la mejor pichada esta al final.
Los escritores, los de verdad, no persiguen trascender, eso es artificial; los buenos, los que de verdad valen la pena, son los que escribieron por necesidad de expresión, sin pensar en cuántos libros iban a vender, sin pensar en cuántas veces los iban a entrevistar; por eso Rulfo sólo escribió dos libros, por ejemplo.
El tema es que la "industria editorial" es un negocio, entonces tienen que buscar la forma de vender, por eso crean escritores, forman redes en los medios y hacen que se alaben unos a otros, no importa que los libros vendan tres meses, igual no le han pagado mucho al escritor.
Los que pasan al olvido es porque su obra no valía.
Salú pue.
Oficio, autenticidad, muchísimas lecturas y un poco de talento.
Salú pue.
Respecto del foro tengo algunas observaciones. Una cosa es conocer en persona a los autores y otra conocerlos por escrito. Si son o no ambiciosos es irrelevante, lo importante es si tienen o no talento. Escritores y lectores trabajan en soledad. El vedetismo y la farrándula son ajenas a los oficios de escritor y lector. Las ventas son otra cosa. Muy de acuerdo con el comentario del escritor Andrés.
Sobre los autores que anotas entre paréntesis: Vásquez sin discusión, pese a que Alina suplicante es una mala novela e Hist. Sec. de Costaguana no la he leído; sobre Constaín Croce (para JuanDavid, es de 1979) no digo nada por no haberlo leído; a Rodríguez, lo comparto, haciendo la salvedad que solo lo estamos juzgando por un libro publicado. Creo que podría incluirse (y siguiéndote, solo menores de 40 años) a Ungar, por su primer libro de cuentos Trece circos comunes (pese a que en el segundo baja calidad, en el tercero baja aun más... del cuarto no puedo dacir nada; a Barros Pavajeau por Ciudad baabel; a Luis Noriega por Iménez y a Juan Alvarez por Falsas alarmas.
Estuve de acuerdo con Camilo, aunque despues de la pudorosa parrafada de Burgos estoy dudando un poco.
Pero, Mr Connolly por ambicion se refiere a querer que perdure, lo que yo entiendo por ambicion es querer que sea de "nivel mundial", para explicarme con un ejemplo es la falta de ambicion que hace que los deportistas colombianos van a un campeonato suramericano a perder con Brasil y que eso no les importa ni un poquito, ahi un paradigma de ambición es Víctor Gaviria, el hace su película para que la seleccionen en Canes.
Y pues yo creo que es falta de ambicion mas que falta de talento, pero no soy capaz de sustentarme, es asi como dijo el señor del radar ayer en la novela el capo "es una corazonada". Aunque aclaro que en general yo solo leo literatura colombiana, asi que no tengo puntos de comparación, menos en el rango de edad porque de los escritores extranjeros a ninguno me le se la edad, es decir, yo estoy hablando pura mierda de algo que no se.
Camilo, muy bueno el fusilado. Siempre me gustan.
Anónima.
Sospecho que todos los que escribimos, así sea mal, tenemos la ambición de ser buenos (y el terror de ser malos). Escribir un libro cuesta tanto tiempo y trabajo que no me parece posible que alguien se diga "voy a hacer una novelita ahí, para leer y botar". Creo más bien que los escritores invertimos todo lo que tenemos en nuestras novelas.
Lo que pasa es que no basta con eso, a veces el talento no alcanza. Nuestras novelas no son más que intentos y un escritor grande, de esos cuyas obras perduran, no se da en todas las generaciones. Hay que esperar mucho tiempo por él.
Yo pediría que en otra oportunidad se hable de un subconjunto de los sub-40, un subconjunto que creo que se podria llamar "esas catalinas son como chuscas", no me he leido ni un libro de esos, de pronto si me pueden recomendar un libro de ese genero.
De los escritores jóvenes no descarto a ninguno. Que ganen los que al final lancen la jabalina más lejos. Son escritores y no políticos: su suerte está en lo bien que escriban y no en la bulla que armen.
Mauricio entre a tu blog y ya entiendo tus comentarios y tu pregunta. En tu campo si que debe ser palpable que la ambición esta es en otros países.
Y Tom y Jerry en Australia cuando conocieron a Dani.
Pablo Escobar si era pura ambicion desde Envigado Antioquia para el mundo.
http://elespectador.com/columna149864-inspiracion-transpiracion
Un visitante asiduo de este blog (j.) comento en algun post de su blog algo similar al respecto hace ya mucho tiempo (antes de que vasquez escribiera esta nota claro esta)
mi impresion en lo que yo hago (fisica) coincide en muchos aspectos con la de Vazques, aca hay mucha mas transpiracion que inspiracion. Al menos es mi impresion, la cual por supuesto no es absoluta. Aca tambien se cocen habas ;)
Ese ensayo de verdad que esta interesante, mira pasa como con la gente unos seducen con su mundo ficticio y otros tienen su propio mundo real, la gente encantadora o adorable para mi , la que me podría tener ahí toda la vida es esa, la que no intenta seducir, la que tiene su mundo real (y no digo que tenga que ser maravilloso). Un escritor debería tener su propio mundo real para después crear el mundo donde entren sus lectores, pero de mundo propios reales, los colombianos en general saben poco y ahí meto a les escritores.
CARLOS, PILAR, ANDRÉS: para mí una cosa es talento y otra ambición. Cuando ambas se combinan producen un libro perdurable. ¿Será que sigo mencionando nombres? No, más bien intento definir qué creo que es la ambición. Difícil, pero creo que tiene que ver con la búsqueda de frescura en la arquitectura narrativa (digamos que encontrar la mejor estructura para esa historia), de profundidad en los personajes, es decir, que sean tridimensionales. Ambientación, ritmos, soltura, algo de humor o ver los asuntos de otra manera. Buscar una voz firme y propia, pero con matices según la historia, como hace la propia Pilar en Coleccionistas de polvos raros. O Andrés en Nunca en cines con la estructura. Está bien querer contar una historia simple, pero simplicidad no quiere decir lo mismo que superficialidad. Si el nivel más epidérmico de esa historia simple sostiene hilos que apuntan a exponer la complejidad del ser humano, esa narración es ambiciosa.
Me parece que más que escribir, muchos de los autores jóvenes quieren es ser escritores, y ahí hay una sutil diferencia. Justo la que hay entre una obra apresurada, impostada y por eso mismo débil y desechable, y una obra firme, que busque ir más allá de la a veces triste historia que cuenta.
Por otro lado, CARLOS y ANÓNIMO tocan otro punto clave: muchos escritores corren a publicar. Por presiones de la editorial, del medio o inventados por ellos mismos. Y eso siempre resulta en obras pobres y palagadas de impostura.
Ya muchos tragos han pasado por este club, así que trataré de evitar un baile de pasos repetidos. Igual digo:
Por ejemplo, ¿cómo calificar aquello de la "autenticidad" de la que habla Johan? Esa palabra siempre me ha resultado un tanto complicada, peluda, hasta pesada.
Por otra parte, siempre he sospechado de estilos rebuscados, de maniobras inútiles o piruetas mortales. Tanto circo me abruma. Connolly dice: "El escritor que no está tan seguro de lo que quiere decir o de lo que siente es el que tiende a escribir con un estilo recargado para ocultar su ignorancia o encontrarse inesperadamente con una respuesta."
En ese sentido le echo un ojo a los autores comentados en este blog. Creo, por los libros que les he leído, que Rodríguez, Constaín y Vásquez comparten una claridad y soltura de la que no gozan otros escritores colombianos. Basta con recordar cosas como "narices picassianas" o las moscas salidas de apretados y luminosos pantalones de cuero.
En fin.
¿O será que publican a la generación Soho por "responsabilidad social empresarial"?
Y de acuerdo con Pilar, uno se sienta con ganas de hacer lo mejor, o por lo menos en mi caso, sigo el consejo de García Márquez, cito de (muy mala) memoria: "hay que aspirar a ser el mejor del universo, para poder llegar a ser el mejor de la cuadra, el mejor del barrio". Lo triste es que yo apenas he logrado ser Antonio García. Saludos.
Camilo: Para ir (re)leyendo ¿Cúal será el próximo esencial colombiano?
Por último una pregunta al mar: Salvo en realitys y talkshows ¿será la vocación por la fama patrimonio exclusivo de la juventud?