
Desde el primer párrafo el narrador de esta novela pone sobre la mesa las dos cartas que siempre va a tener en frente y que lo atormentarán durante las siguientes casi 300 páginas de éste, su diario: “Resueltos temporalmente mis problemas económicos con los cien francos nuevos –diez mil antiguos es más estimulante– que me prestaron en el Consulado, tengo por lo menos diez días tranquilos para comenzar mi novela. Estoy resuelto a escribirla. He leído tantas novelas malas en los últimos meses…”. Los cien francos nuevos no le duran diez días, apenas un par. Ya desde que sale del consulado y se mete a un café empieza a menguar la cifra, a punta de repetir un estribillo que leeremos también de aquí en adelante con frecuencia: “¡Un Ricard, por favor!” (Puede reemplazarse este aperitivo por whisky o cerveza, pero el Ricard es el preferido del narrador). Y en cuanto a la novela... esboza situaciones, imagina diálogos, perfila personajes, calibra los momentos dramáticos y serenos de la trama... pero nunca llega a escribirla, como sucede con las 13 o 14 que imagina a lo largo del diario, casi que una por capítulo, que en este caso se llaman Cuadernos.
Y a partir de ese primer párrafo, de ese primer cuaderno-capítulo, conocemos en profundidad a nuestro personaje: una suerte de Ignatius J. Reilly –o de Tartarín, o de Guzmán– a la colombiana, simpático y algo patético, convencido por momentos de su genio literario, que va convirtiendo en fracasos una tras otra las empresas que adelanta. Aunque no se le puede negar su talento narrativo para ver situaciones, para imaginar novelas, para describir ambientes o personajes: “Las islas de París son los jardines. El Sena es un pretexto para que pasen los puentes de París” (p. 125); para la madre de Marsha, una americana comunista con la que se enreda unos días, vivir en París es “contar entre las amistades un príncipe destronado de los que viven en Portugal, un Premio Nobel de física, un actor de cine, un novelista norteamericano, un homosexual, un cardenal, un italiano” (p. 140); “Si Rose-Marie no fuera virgen, como seguramente lo es, ¿la amaría como hoy la amo o la desearía rabiosamente como a esas niñas que viajan colgadas de los labios de un muchacho que no soy yo a lo largo de siete estaciones de metro?” (p. 201)... Sobre ese inglés de pañuelo de seda y monóculo que entra siempre al mismo bistró: “Todo el mundo lo conoce aquí, desde hace veinte años, pero él no conoce a nadie. Es un personaje sin novela” (p. 202).
Pero en lo que este personaje inolvidable despliega todo su ingenio es en su ideario, que abarca el arte, la política, la literatura, los tipos humanos… Encontramos casi en cada página una frase memorable por su forma, por su humor, por su patetismo. Y me voy a permitir aquí citar algunas en extenso. “Cuando digo que no quiero pensar, lo que en realidad sucede es que no quiero sentir” (p. 98). “El clochard es un charco de soledad en medio de la calle” (p. 56). “Detrás de esas novelas no hay nada. No hay una historia, ni una memoria, ni una realidad personal, ni una humanidad interesante, ni una sociedad atractiva, ni una tierra ni un país por detrás. Esa literatura huele a alcoba sin ventilar, a ropa agria y mal lavada, a falta de agua y jabón, a escaleras crujientes manchadas con orines de gato” (p. 10). “Los impresionistas habían dejado súbitamente de impresionarme” (p. 32). “En todo niño hay un policía de costumbres y un puritano cínico e hipócrita” (p. 17). “El escritor de autobiografías piensa arbitrariamente que su personalidad es ejemplar [...] Los escritores de este género literario no anotan en sus diarios lo que han hecho en el día, sino que hacen durante el día algo que desean anotar en sus diarios” (p. 65). “Los países felices no tienen historia” (p. 109). “Hay tres tipos de insolencia que no puedo soportar: la de los negros que se sienten blancos, la de los jóvenes que se creen inmortales y la de los comunistas que se consideran depositarios de una verdad revelada por Marx. Y este tipo es negro, joven y comunista” (p. 113).
Uno se ríe a veces con esas ocurrencias, se sorprende a veces con ideas brillantes o aforismos desgajados como sin querer, se compadece a veces con todas las oportunidades desperdiciadas por este hombrecito que paso tras paso está intentando una novela posible e improbable y buscando cómo sobrevivir en París (con engaños al Cónsul, a sus escasos amigos, a su familia, a un par de novias que consigue; engaños que se tornan tan enredados y complejos, tan divertidos, como los de las mejores novelas picarescas). A ratos lo asalta al lector en una página cualquiera el argumento de una canción que Joaquín Sabina no ha escrito pero seguro ha pensado: “Hay ventanas que entornan los párpados de las persianas y me hacen guiños desde lejos. Hay callecitas desiertas con un pequeño bistrot donde no entra nadie, o una tienda de antigüedades que no tiene clientela; pero al pasar por allí me siento acompañado por el farol de la esquina” (p. 145), o algún aforismo que pudo haber compuesto Nicolás Gómez Dávila: “Para escribir una novela hispanoamericana hay que estar en París” (p. 181).
Lo que lo diferencia de un personaje de la picaresca o del propio Ignatius Reilly es que por momentos, sólo por momentos, este narrador sabe en qué situación está, advierte sus límites: “Cuando uno no es un personaje histórico como Napoleón Bonaparte, sino una persona del montón dentro de la historia, la cronología es una explosión de vanidad pueril” (p. 251). “Pertenezco a una borrosa capa social [...] mi padre fue un oscuro empleado abrumado de humillaciones y deudas [...] mi talento creador no es sino una imaginación desorbitada [...] no soy sino un vagabundo que vegeta en París agarrado al leño de sus expedientes y de sus mentiras” (201). “Soy inconsciente, irresponsable, perezoso” (p. 25).
Mientras leí este diario lleno de aventuras, de trabajos de amor perdidos, de engaños, de iluminaciones me sentí leyendo una obra maestra –sí, con todas las letras: una obra maestra– injustamente olvidada. Por la complejidad del personaje, por sus ideas geniales y mezquinas, porque es un guía del París de los tránsfugas incluso más competente que el Oliveira de Cortázar, porque me hizo estremecer y reír, porque me hizo pensar y enarcar las cejas cada tanto. Porque me hizo clamar por una reimpresión urgente. Porque me hizo sentir curiosidad por volver a leer las obras de Caballero Calderón, a quien tanto desprecié –despreció mi generación– durante el bachillerato. Porque me hizo volver a empezar de inmediato una novela de argumento similar –un escritor pícaro e inteligente en busca de su obra– escrita nada menos que por el hijo de este gran escritor que es Eduardo Caballero Calderón. Increíble: padre e hijo escriben casi la misma novela, con veinte años de diferencia, y en ambas descubren filosamente dos ciudades con sus tipos humanos: el padre París y el hijo Bogotá. No me jodan. Hay que leer El buen salvaje de Eduardo Caballero Calderón. Vamos a ver cómo sale librada después de la relectura Sin remedio de Antonio Caballero.
Eduardo Caballero Calderón, El buen salvaje, Barcelona, Ediciones Destino, 1967, 289 páginas.
Comentarios
Solo me acuerdo que al leerla a los 13 años yo quería saber que putas era un ricard y me imaginaba que era lo mejor del mundo, me jure probar eso, una promesa que no cumplí.
En mi opinión Camilo se brinco uno de los aforismos mas importantes que se encuentra en esta novela, lo voy a citar de memoria así que le ruego al autor que me perdone por citarlo mal. "solo un borracho puede percibir dos hechos fundamentales: que la tierra gira a una velocidad vertiginosa y que hay una poderosa fuerza de atraccion que nos clava al piso".
JuanDavid: en un artículo precioso de Beatriz Caballero, titulado "A mí también me pusieron de tarea a Eduardo Caballero Calderón", ella cuenta que todos los días por las tardes llamaban a su casa a preguntar por la trama de alguno de los libros de su papá, por la biografía del autor, etcétera. Que ella se sentía bien, pero que después de treinta llamadas en una tarde llegaba a ser cargante. Una vez contestó el propio Eduardo y como que el niño le preguntó: "¿En qué año naciste? ... Y ¿en qué año moriste?". Otra vez que contestó él una niña, después de las preguntas de rigor, le dijo: "Ni crea que voy a leer esa jartera de libro suyo". Todo siguió así hasta que la esposa de ECC hizo una biografía con los datos básicos de su marido, la pasó a máquina, la llevó a la papelería del barrio y sacó no sé cuántas fotocopias, que se vendían a veinte centavos.
Otra anécdota de Beatriz: una vez le preguntaron en el colegio "¿Entonces tu papá es escritor?" Y ella, niñita, contestó: "No, mi papá es dictador, la que escribe es mi mamá".
Acá esta el articulo de la hija.
Me pusieron de tarea a Caballero Calderón
Esa novela es increíble, es de las pocas novelas extensas que Alfaguara publica sin dañar la regla de tres o la proyección de los porcentajes de ganancia.
Ignacio Escobar (Protagonista) y Lo Auténticos (Para nada auténticos pues son tan ondeantes en sus pasos como en los géneros de música que tocan), son a penas dos muestras de la mejor novela escrita hasta ahora sobre Bogotá. Amén El Carnero. Y lleva usted toda la razón cuando alaba en Twitter todo lo escrito por los de esa familia. Tienen perrenque y talento, y de eso no venden en supermercados.
Aquí está completa la novela en la biblioteca virtual del Banco de la República de Colombia. http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/sinrem/indice.htm
Y en este link, Ricardo Abdhallah nos avisa este mes en revista Arcadia, de la reedición/traducción y buena acogida de la novela en Francia.
http://www.revistaarcadia.com/ediciones/48/literatura3.html
Hace un tiempo vi a Antonio Caballero en la Cra 7a con 118 tomando apuntes del tráfico de bogota o de direcciones o fachadas. No sé bien qué hacía. Raro?
Antonio Caballero tiene unos cuentos inéditos. A ver si reeditan al papá y editan esos cuentos.
Camilo. Buena reseña, necesaria reivindicación.
Adiospués: la primera vez que la leí me fascinó. Vamos a ver cómo le va en la relectura. Y sí, es una de las grandes novelas colombianas, y ninguna ciudad tiene una novela que la describa tan bien como Bogotá y su "Sin remedio". Saludo.
La de Antonio Caballero la leí en un par de sentadas y me gustó, aunque sentí que sobraban muchas escenas de sexo. Sin embargo, es un libro va creciendo en uno meses y años después de leerlo. Ahora pienso que es una de las mejores novelas colombianas que han pasado por mis manos. Y como novela urbana se lleva por delante a caiceditos, mendozitas y otras yerbas.
Por cierto, el poema largo que por fin logra escribir Escobar es muy bueno. Alguna vez a Caballero le preguntaron que qué era lo mejor de la novela, y dijo que ese poema.
Gracias, Camilo, quedo con las ganas de leer la reseña de Sin remedio. Y voy a ver si consigo algo de Caballero Calderón.
Muy bueno que vos te leyeras esa novela, estoy casi seguro que en mi ignorancia yo la sobrevaloro excesivamente. Ademas la leí hace mucho.
El mio es el entusiasmo del clasemedia resentido que le emputan los exitos de los Caballeros, hermano, estas novelas de padre e hijo son buenas, es verdad, pero la de Heli tambien, es solo eso, resentimiento clase media.
B
Ah, y Juandavid no es clase media. Los retoños del barrio Prado en Medellín solo pueden ser clase gótica fantasmal.
Es la vida de ese señor y con ella se cuenta la "segunda fundacion de Medellin", ese es el nombre muy apropiado que le da Alonso Salazar al surgimiento de los barrios que ahora los de la clase media (incluyendo la gotico fantasmal) llamamos con el generico urbanistico de comunas.
El señor tiene su moza en un bar del centro, se decepciona de su moza y por ahí derecho se le cae el cacho ya de la tristeza. Ese detalle de la moza es lo que hizo el libro absolutamente verosímil para mi. Tremenda novela.
(¿lo de que el señor va a putiaderos emparenta la novela con ulises?, va a putiaderos al estilo de la mejor tradición literaria anglosajona, pero las putas de los putiaderos de Helí no son prepagos, ni siquiera son putas, son coperas, son putas de verdad. En ese tiempo no habian morrongas aguardienteras ni siquiera. Entre otras cosas, que vivan las morrongas aguardienteras)
Que pena Camilo, me puse a hablar de esa novela porque en mi opinion no solo Bogota tiene su novela, todos los antioqueños nos sentimos agraviados con eso de que solo Bogota, voy a mandar esto al colombiano para que se eleve una protesta formal.
Finalmente, precisamente Burgos, por eso me pase cerquita de donde vos vivías, a mi hija le cuento que uno de los mejores escritores "jovenes" de Colombia vivió por acá, es un listón alto para mi hija, pero espero que de la talla. Burgos, voy a ir a la acción comunal para que te hagan una placa y un merecido homenaje como uno de los hijos ilustres de este barrio.
El otro día pensaba en mi impresicindible de ECC y concluí que es imposible optar por un libro dentro de una obra completa que no se conoce toda. Hecha esta aclaración paso a confesar que de este autor he leído Tipacoque: estampas de provincia (1941), Diario de Tipacoque (1951), Siervo sin tierra (1955) y El buen salvaje (1966); las leí una detrás de otra y pese a reconocer el valor de la novela que nos ocupa, me quedo con el Caballero Calderón de temática rural, con las historias de Siervo Joya y de la comadre Santos, con lo contradictorio que resulta la visión feudal de don Eduardo y su profundo amor por el campo y sus gentes, con Tipacoque, esa comarca liberal enclavada en Soata, un municipio conservador; con las descripciones, el lenguaje y las palabras de los campesinos boyacenses que hablan por la pluma de ECC en dos épocas muy diferentes, primero durante la república liberal y luego tras su fin.
Le agradezco Camilo una vez más las entradas de esta sección y admiro su sinceridad; nunca es tarde para descubrir y reconocer el valor de una obra viva que la soberbia ignorancia de la juventud antaño despreció.
Novela imprescindible, definitivamente.
Aunque es mi favorita de ECC también valoro y difrute mucho de Siervo sin tierra y de El cristo de espaldas.
completamente mágico...