
Las frases célebres nunca pasan de moda. Se repiten en fotocopias pegadas en farmacias, papelerías y cuadernos de bachiller o en ensayos eruditos o epidérmicos. En los primeros lugares del ranking de citados aparecen siempre los mismos: Oscar Wilde, Borges, Lao Tsé, Tagore, George Bernard Shaw (“Cuando tenga dudas, adjudique todas las citas a George Bernard Shaw”, alcanzó a decir Nigel Rees, él mismo un coleccionista de frases).
Es inevitable. Los lectores vamos acopiando, al ritmo de nuestras lecturas, nuestro propio devocionario, con escandalosas subrayas de resaltador verde limón o con recatadas marcas de lápiz en el margen más escondido para el ojo. Luis H. Aristizábal, lector incombustible, ha marcado libros desde antes de sus once años. Todas esas marcas, que ha ido pasando pacientemente al computador con el ánimo de recuperarlas con facilidad, comenzaron en la década del ochenta a conformar unas Lecturas para los amigos, y se han ido especializando en autores colombianos hasta componer el sabroso Diccionario Aristizábal de citas y frases colombianas.
Allí están, ay, las señas de identidad de nuestra nación: “En este país el que ataca lleva la razón (Luis Aguilera)”, “Colombia tiene una tradición jurídica muy arraigada y poca justicia (Malcolm Deas)”. Ay, la manera en que pasan nuestros días: “A los treinta y cinco, todo colombiano empieza a perder las aristas de la inconformidad. A los cincuenta las ha perdido todas. De ahí en adelante será un entusiasta de la música nacional y de la cocina criolla (Hernando Téllez)”, “Y todo en Colombia está para la firma (Germán Arciniegas)”, “El 9 de abril es el caso de un pueblo que se lanzó a la calle a tomar el poder y se quedó en las tiendas tomando trago (anónimo, citado por Gonzalo Canal Ramírez)”. Y también lo que se dice en las regiones de otras regiones: “Las letras en Antioquia son letras de cambio (Miguel Antonio Caro)”, “Bogotá es el encuentro de un paraguas con un ojo (Elmo Valencia)”, “Cali, más que una ciudad, es una herida de amor que nunca termina de matarnos (Gonzalo Arango)”.
Un recorrido por el diccionario nos dibuja como nación, con nuestras vergüenzas más notorias –“ Al contribuyente hay que sacarle los hígados con el menor dolor posible (Luis López de Mesa)”– y las más destartaladas salidas – “Yo coloco aquí, a la derecha, aquellas cartas que tratan de asuntos que se resuelven solos, y por esto no hay que contestarlas. Las de la pila de la izquierda corresponden a lo que nunca va a resolverse, y que por lo tanto no hay que contestar (Miguel Abadía Méndez, presidente de Colombia 1926-1930)”.
Como se ve en los ejemplos, no son apenas citas célebres en el sentido más heráldico del término, de esas que se esculpen en las estatuas de los héroes y adornan los discursos veintijulieros: son también epigramas, repentismos, picardías, simplezas, filosofismos – “El tango me va entrenando pa la muerte (Manuel Mejía Vallejo)” – y poesía: “Un túnel no es otra cosa que un bostezo de piedra (Juan Manuel Roca)”.
No apuntan todas a definir la colombianidad, muchas son sólo bonitas, sonoras, paradójicas o humorísticas – “Por lo que se me alcanza, el clima frío y destemplado de Bogotá es una invitación a la demografía (Lucas Caballero Calderón)” –. Lo dice el propio Aristizábal en la introducción al diccionario: “No se trata, pues, de frases célebres solamente. Las ‘frases célebres’ son apenas una especie dentro del género ‘citas’. Aquí están las frases célebres, desde luego, pero también frases no conocidas, aunque dignas de ser citadas”.
Dignas de ser citadas, sí, como el Diccionario Aristizábal de citas y frases colombianas. Lástima que a pesar de ser una obra única en su género y la pueda alcanzar cualquier bolsillo, porque es gratis, encontrarla no es fácil: está en la página web de la Biblioteca Luis Ángel Arango, y para llegar a ella hay que pasar por varios vínculos y motores de búsqueda. Aristizábal espera aún colaboraciones de interesados en ampliar el diccionario y rectificaciones de descendientes que sientan mal citada a su parentela. Ante el silencio de unos y otros quizá convenga poner aquí la dirección exacta, pues quién quita que hayan estado buscando al autor y se hayan perdido en recovecos cibernéticos. Como se dijo al principio, este diccionario, más de colombianadas que de colombianismos, es una auténtica sabrosura.
(Adenda: La nota fue escrita en 2009. Hay que decir que el Diccionario Aristizábal estrenó hace poco una muy cómoda página web: http://diccionarioaristizabal.com/ Ya no hay que buscar tanto pues para encontrarla.)
Diccionario Aristizábal de citas y frases colombianas (fragmento)
Colombia es un lote de terreno al que le pusieron unas fronteras arbitrarias, un himno feo y un bonito nombre (Héctor Abad Faciolince).
Estoy convencido de que el trascendentalismo es apenas una y la más soporífera forma del aburrimiento (Marco Tulio Aguilera Garramuño).
El pueblo colombiano al elegir a sus mandatarios no ha comprometido jamás la dignidad de su obediencia (Ricardo Becerra).
Antioqueños: el general Mosquera ha levantado el estandarte de su personalidad más allá de la cual no se alcanza a divisar un solo principio (Pedro Justo Berrío).
Si no fuera por las olas, caramba, Santa Marta moriría (Francisco Bolaño).
Hay quienes creen que en Colombia actúan dos partidos liberales si se miran con un criterio optimista. Pero al emplear una óptica pesimista, lo que se observa son dos partidos conservadores (Héctor Charry Samper).
Este pueblo colombiano / es prudente hasta el exceso: / hace un Congreso Mariano / y un Mariano sin Congreso (Carlos Arturo Díaz).
El ají es la mostaza de los pobres (Eugenio Díaz).
El poder, ¿para qué? (Darío Echandía).
Ser colombiano es un privilegio cuando se tiene la explícita aspiración de ser un monstruo (Héctor Escobar Gutiérrez).
Colombia es, especialmente en su último siglo de vida, el caliginoso reino de la amnesia y del no saber a dónde vamos por ignorar de dónde venimos (Alfredo Iriarte).
La sirvienta es la base de la felicidad en el matrimonio (Agustín Jaramillo Londoño).
La única falta de mi tía era un monstruoso desequilibrio entre sus virtudes y sus rentas (Lucas Caballero Calderón, Klim).
Bogotá carecía entonces de distracciones. Era como vivir hoy en Facatativá, pero sin luz eléctrica (Lucas Caballero Calderón, Klim).
Ah, cómo quedaba uno de bien pecado en París... daba gusto confesarse después (Lucas Caballero Calderón, Klim).
Un país mal informado no tiene opinión. Tiene prejuicios (Alberto Lleras Camargo).
¡Mamá, estoy triunfando! (Noel Petro).
Ustedes saben que yo soy de una sola pieza, como la banda de Guatavita (Álvaro Salom Becerra).
Comentarios
Camilo: Alguna vez llegué al Diccionario Aristizábal por los vínculos de este blog. Eso fue hace meses y todavía no termino de darle vueltas. Es un trabajo muy juicioso, muy sabroso, y bien extenso. Siempre que he podido, he spameado a amigos, conocidos y asociados con la dirección. Al final se me ocurre: ¿será muy difícil que algún día se haga una edición impresa?
Un saludo, hombre.
Creo que "La sirvienta es la base de la felicidad en el matrimonio" lo podría haber escrito yo.
Es un devaneo, sin duda, pero es un devaneo muy pertinente.
Abrazos, Camilo.
Mas bien lo que deberian de hacer es poner el diccionario en una dirección con mayor visibilidad e irlo alimentando directamente en linea.
Saludos
LuisH, ya tienes un par de ideas. Abre un blog, hombre. O una página con el diccionario en línea. Te aseguro cientos de visitantes mensuales.
Igual, lo de una página o un buen blog está al alcance. Luis H., anímese que por aquí ya tendrá su visitante fijo. Hasta dan ganas de colaborar.
Y, ojo, no hay que mandar para el patio a la idea de píldoras vía Facebook o Twitter. Se me antoja creer que eso daría a conocer el trabajo y, pues, sería mucho más sano que tanta galletita de la suerte.