"Entrepaño. Mil palabras alrededor del libro". Publicado originalmente en la revista Número,
nº 70, noviembre de 2011.
Adelantar lo que va a
pasar con libros, editoriales y librerías es hacer futurología. Es decir,
especular. Es decir, hablar paja. Lo que sí puede hacerse con mayor seguridad y
sin temor a quedar en ridículo es contemplar lo que está pasando ahora. Mirar alrededor
desde un punto de este oscuro bosque y decir allá hay un río, esta es una
torcaza. Teniendo en cuenta, por supuesto, que no se otea desde la cima o desde
un claro, sino que se mira desde la espesura. Empecemos hacia el lado de las
librerías.
Cierra Borders en todo Estados
Unidos. En Londres, The Travel Bookshop empata en tiempo de reposición y
continúa en la lucha. Tiemblan los libreros españoles porque entra Amazon al
mercado en castellano. En Brooklyn, Greenlight presenta un balance más que
prometedor después de su primer año. La Central sigue firme en Madrid y
Barcelona. Aquí se abre La Madriguera del Conejo. Dos se van, tres llegan, como
al hotel de Pelotillehue.
El ensanche no se está
llevando a las grandes o a las chicas. Unas sobreviven y otras no, sin reparar
en el tamaño, y no hay fórmula de salvación porque ninguna librería es igual a
otra. Las hay inmensas que funcionan como independientes –entre éstas la
maravillosa librería del Fondo de Cultura Económica—. Las hay nutridísimas y al
tiempo remolonas, como la Lerner. En la prestante Librería Continental de
Medellín, paz en su tumba –de la librería--, que formó a generaciones de
lectores y era una marca urbana imponente, pregunté hace muchos años por Mímesis, de Eric Auerbach, y un
zascandil me dijo que no «manejaban» libros de biología. Las hay que son meros depósitos
de novedades, administrados por muchachos que no saben nada de nada, como
cualquier sucursal de Panamericana.
Comprar libros es una
experiencia única. Lo sabemos bien: entramos a la librería por un título específico
y terminamos llevándonos tres que no se parecen al que buscábamos. Paseamos
entre volúmenes «de sabiduría ya olvidada» y nada más. A veces queremos
conversar y a veces no. La experiencia de visitar una librería la pintó como
nadie lo había hecho Antonio Ramírez, de La Central de Barcelona, durante el
Segundo Congreso Iberoamericano de Libreros, celebrado en Bogotá en 2009: «Mientras
recorre las mesas y estanterías de la librería, el lector compara nombres y
títulos, contrasta opiniones propias con otras escuchadas aquí y allí, hace
apuestas y formula hipótesis, evoca lecturas previas, palpa texturas y
formatos, asocia marcas, símbolos y colores; sobretodo [sic], descarta,
rechaza, olvida hasta que, al fin, elige. Ejercicio complejo, nada banal, en el
que los lectores ponen en juego su memoria, evocando y reconstruyendo cada vez
el mapa de lecturas pasadas».
En un país donde la crítica alcanza la amplitud y trascendencia
de un espárrago el librero va asumiendo algunas de las funciones del crítico. Orienta,
recomienda, señala. Conecta títulos, autores, tradiciones. En el mismo congreso
mencionado arriba, Adriana Laganis, de ArteLetra en Bogotá, lo señaló con
precisión: «El librero es quien tiene la tarea de seleccionar y recolectar un
número limitado de éstos para ofrecer a sus clientes lo mejor. En otras
palabras, quien reduce el universo del libro para hacerlo asequible,
aprehensible para los lectores». Así, en este ecosistema en permanente
reorganización, los buenos libreros van creciendo en tamaño e importancia: la
propia Laganis; Ana María Aragón, de Casa Tomada; David Roa, de La Madriguera
del Conejo; Mauricio Lleras, de Prólogo. Felipe Ossa, de la Librería Nacional,
es un librero, pero su imperio es tan grande que todas las luces del guía apenas
alcanzan a llegar hasta sus locales. Veremos cómo le va a la librería del Fondo
de Cultura Económica sin la orientación de esa gran librera que es Andrea López,
quien se retiró hace poco.
La librería que se instala en su entorno geográfico inmediato
crece igualmente en importancia, y es posible que sobreviva. Hablo de esa
librería que se convierte en parte de la oferta cultural de la ciudad, la que
es más que un sitio donde se compran libros y se toma café. José Antonio
Vásquez lo dice en un ensayo publicado en la revista Trama & Texturas (número 14, monográfico sobre librerías e
imprescindible para quien quiera saber qué está pasando): «Cuando más de un
tercio de las ventas de libros sean en formato digital, apenas van a existir
las librerías de siempre, salvo las que subsistan como lugar de encuentro o
espacio de caprichos impresos». Algunas están asumiendo ese papel. La del Fondo
de Cultura Económica tiene una oferta de eventos cada vez más variada y
trascendente (quizá la más dinámica de la ciudad). Durante meses Biblos organizó cada semana el plan «librero por una tarde», con
lectores de todo tipo, de todas las especialidades y niveles de agudeza –hasta
Vladdo ha sido librero por una tarde--, y se prepara para abrir una sede
suntuosa, con restaurante y auditorio. Contrató a un librero de lujo, Rafael
Nieto. Casa Tomada programa al menos dos eventos a la semana donde autores
–preferentemente colombianos— se encuentran con sus lectores. Tiene también un
club de lectura y desde hace poco está programando películas. En Prólogo se
organizan cada tanto conversaciones o firmas de libros. La Madriguera del
Conejo tiene también actividad permanente: conversaciones, firmas, invitados
especiales que pasan por la ciudad. Todas ofrecen libros selectos; todas ellas
ofrecen buen café, pero no sólo.
Bastantes librerías de viejo se mueven como muchachas. Trilce
tiene su propia editorial con títulos notables, y cada semana se reúnen en el
local unos cuantos entusiastas a conversar sobre libros, sobre lecturas, sobre
ediciones. San Librario también tiene su sello --volúmenes breves, alargados, hermosos--, que va por los 51 títulos publicados. ¡51! Sus libreros siempre están listos para esa tertulia
espontánea que se va armando al vaivén de los visitantes, que unas veces se
anima y otras languidece, como todas las conversaciones entre amigos. Palinuro
ha organizado concursos de fotografía y de cuento, y es un lugar siempre cómodo
para pasar las a veces calurosas tardes de Medellín alrededor de los libros y
la conversación cálida.
Los asistentes no necesariamente compran libros, incluso
ni el que se está promocionando en el evento particular, pero van marcando la
librería como lugar donde están pasando cosas. Es el regreso de la vieja
librería para quienes adquirimos libros permanentemente, que siempre vamos a
ser pocos. Para quienes compran libros de ocasión y best-sellers, siempre están las librerías de los centros
comerciales, los supermercados o los semáforos.
La fotografía es de Álvaro Castillo Granada. Una vista de su librería, San Librario.
Comentarios
Hace varias décadas, en plena guerra contra la guerrilla, existía una librería que tenía fama de izquierdista, de hecho era el único lugar en el que vendían libros clasificados como "comunistas"; el caso es que ahí se conseguían buenos libros.
Hace pocas décadas, todavía existía un buen circuito de librerías de viejo, pero sucedió que los libreros decidieron vender a precio de nuevo los libros usados, al tiempo que se quedaron sin buena oferta, y el negocio se arruinó.
Ahora no hay opciones, las que hay venden libros de consumo. Para mantenerse en contacto con la buena literatura hay que ser ingeniso. Un buen truco es hacer reseñas de libros, luego las editoriales le regalan a uno libros de muestra.
Me dieron ganas de escribir sobre librerías.
Saludos
Después de visitar regularmente, y por mucho tiempo, la librería que quedaba en Palacé, decidió no regresar cuando vio un libro que le interesaba y pidió al que atendía que lo esperara mientras iba al cajero, al regresar el libro había sido vendido. El joven al otro lado del mostrador sólo atinó a decir que tenía que aprovechar la compra de un cliente esporádico, mi papá era un cliente fijo y seguramente estaría interesado en otros libros.
Mi papá, como muchos otros, no volvió a la Continental.
Ahora tenemos un par de amigos libreros que se alternan para trabajar en algunas librerías.
Supongo que el librero puede ser un interlocutor que se parece mucho a un amigo de tertulias. Lo que no me gusta es que los libreros que conocemos cada vez se quejan más de no poder hacer amigos en los sitios en los que trabajan porque tienen que responder por índices mensuales de ventas.
Nosotros los seguimos a cualquiera que sea el sitio en el que trabajen, así son los amigos.
Un gusto.
JUAN: la decadencia de la Continental fue triste y poco elegante, para nada acorde con la historia que tuvo la librería. Y... no quiero hablar mal de ellos, pero... es mejor tener a los libreros de amigos, por múltiples razones.
LALU: la conocí este año, compré un libro hermoso en ella, "Noventa poemas últimos" de Fernando Pessoa, edición de HIperión. Me pareció selecta pero muy chiquita. Otrosí, el café, los jardines, la casa, son preciosos, y lo que están haciendo en allí es ejemplar.
UNA CE: el gusto es mío. Bienvenida por acá.
RICARDO: A Los Libros de Juan entré un par de veces de paso, y sí, es una buena librería. Prometo visita detallada en mi próximo viaje a Medellín. Gracias por pasar por aquí y comentar.
Gracias por tu bello texto, que me movió a la remembranza.
Me alegra mucho tenerlo de visitante otra vez por aquí, doctor Calle. Reciba un abrazo cargado de aprecio.
Ángel Castaño G.
Knowledge is power.
Muy interesante todos los temas.
En NY el amor por la lectura se conserva y veo que los jóvenes andan siempre con libros en sus morrales como parte de su equipaje diario.
Los orientales dicen que si no has leído un libro en los últimos tres días tu conversación no será interesante.
Felicitaciones.
@jigg2010