Este libro es un perfil extenso de Lionel Andrés Messi, una
crónica de su vida, pero también un ensayo sobre la fama, sobre el universo del
fútbol, sobre cómo se va haciendo un ídolo joven, sobre la estrategia del
Barcelona para convertirse en el mejor equipo del mundo. Mira detrás de la
cortina de noticias que produce dos veces por semana el jugador argentino: su
casa, su familia, los amigos que dejó en Rosario, los abuelos, los hermanos… Podemos
ver a Messi un poco en la intimidad, sin ser una clásica “biografía no
autorizada”, sembrada de verbos en condicional y chismes de alcoba. No: aquí no
hay habladurías ni datos no confirmados por varias fuentes.
Como las buenas crónicas cuenta a fondo la historia, pero
también la manera en que el autor compuso esa historia. El libro está dividido
en tres partes, cada una enfocada en un momento de la vida del astro: 2009,
2010 y 2011, cada una dispuesta a partir de un encuentro cercano del periodista con el futbolista. Antes no era astro, después no sabemos. En 2009 Lio Messi está
llegando a la cima, y Faccio insiste durante nueve meses para tener una
entrevista con él. Le dan quince minutos. Vemos llegar a Messi desganado al
encuentro. Ha suspendido unas vacaciones en Disney para
volver a Barcelona a entrenar, y a partir de este punto comienza a perfilarse
el jugador, que parece existir solamente cuando juega: “Lejos del balón, Leo
Messi parece un clon sin baterías del jugador electrizante que todos conocemos”.
Entre la crónica y el ensayo discurre esa primera parte —y
las siguientes—, que va desenvolviendo el pasado del ídolo mientras el
periodista cruza unas preguntas con él: “De niño padecía una especie de
enanismo, un trastorno en la hormona del crecimiento […] Visto de cerca, Messi
tiene ese aspecto contradictorio de los niños gimnastas: unas piernas con
músculo a punto de explotar debajo de unos ojos tímidos que no renuncian al
fisgoneo”. Se le dibuja como un hombre, más que tranquilo, aburrido, sin
mayores ostentaciones, que no encuentra mejor manera de pasar el tiempo sin
balón que durmiendo, jugando Play Station o enviando mensajes por su
BlackBerry: “hace la siesta para recuperar fuerzas, pero sobre todo porque no
le apetece hacer otra cosa después de apartarse de un balón”. Dormir es un
antídoto para las horas en que no juega: “Nadie se aburre cuando duerme”.
El segundo momento del periodista cerca del jugador, en
2010, es durante la grabación de un comercial de Adidas. Messi llega cojeando y
repitiendo una ligera mueca de dolor cada que apoya el pie derecho, y leemos a
continuación una bien hilada historia de sus lesiones, desde la primera cuando
tenía menos de un año y lo atropelló una bicicleta —fractura en el brazo— hasta
la última seria, que lo alejó del primer equipo del Barça durante un mes
entero. También leemos las obligaciones que tiene el mejor jugador de fútbol
del mundo: “En su mejor época, Maradona jugaba un promedio de cuarenta y cinco
partidos al año; en la temporada 2010, Messi estaba al filo de los sesenta
encuentros anuales”. La letra menuda de la sobreexposición, así son las cosas
ahora. Pero no fueron siempre así, ni en el deporte en general ni en el fútbol
o el Barça en particular: el autor disecciona la formación de Messi y los
jugadores de su generación en La Masía, y repasa todo el método que ha venido
practicando el club español desde hace cuarenta años. (Qué provechoso sería que dirigentes y periodistas deportivos colombianos leyeran con juicio al menos esta parte de la crónica.) Faccio conversa con la cocinera, con el profesor de sistemas, con otra profesora de la época en que Messi tenía 13, 14 años y llegaba siempre tarde a todo. Un informe de fin de año de uno de los tutores completa la imagen que vimos del jugador y que vamos construyendo al lado del cronista desde las primeras páginas: "Ha sido el jugador que menos participación ha tenido en este trabajo. Cuando ha podido trabajar, lo ha hecho siempre a la sombra de sus compañeros, sin ningún tipo de iniciativa, pero de una forma correcta".
En 2011 el jugador está en la cumbre de su fama, y el
periodista está cerca de él, su familia y compañeros del club en un hotel cinco
estrellas de Suiza, a punto de salir a los cuarteles generales de la FIFA para la entrega del Balón de Oro. Todavía no
se sabe a quién se lo darán, y Messi está un poco nervioso. O, mejor, incómodo:
se ha puesto un esmoquin y se le ve inquieto. Claro, es un chico de barrio. Y
hasta allá, hasta Las Heras en el sur de Rosario, se va el autor a conversar
con sus vecinos, con los abuelos del jugador, que manejan una panadería destartalada,
con el entrenador del equipo infantil donde empezó, el Grandoli. “Es uno de
esos barrios donde las monedas son importantes y las casas son de una sola
planta”: hermoso. Como en los anteriores capítulos, el autor ha venido abriendo ventanas a partir de ese encuentro cercano que tuvo con el jugador, ventanas que antes de irse a dormir con el punto final del capítulo va cerrando con delicadeza.
Mientras leía Messi pensé con frecuencia en otro gran perfil de un ídolo en el límite de su fama:
“Frank Sinatra está resfriado”, de Gay Talese, una de las piezas canónicas del
periodismo literario y catalogado por muchos como el mejor artículo publicado
en los casi 80 años de la estupenda revista Esquire.
Pues bien, sin exagerar un milímetro puse este perfil de Messi exactamente a la
misma altura.
Leonardo Faccio, Messi.
El chico que siempre llegaba tarde [y hoy es el primero], Barcelona,
Debate, 2012, 192 páginas.
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