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Tomado de El Mundo del Superdotado. |
Parece un apartamento modelo.
Aproximadamente cien metros cuadrados, balcón, sala comedor, tres cuartos, dos
baños. Sofá y sillas cómodos todos del mismo color; sobre la mesa de centro un
par de candelabros genéricos con velas decorativas. En la cocina, una pared
naranja frente a la puerta; en la de al lado, blanca, cuelgan en perfecta
sintonía de naranja los instrumentos de plástico para cocinar: espumadera,
espátula, cucharón; dos limpiones del mismo color están acomodados sobre la
manija del horno. En los cuartos lo esperado: una cama doble con cojines en la
misma paleta de color del sobrecama, y una cómoda; un televisor inmenso en la
pared. En otro cuarto un portátil HP y su impresora, misma marca, sobre una
mesita de las que se compran en los supermercados y se arman en casa; un
sofacama y una silla ejecutiva alcanzan a estorbar un poco en el espacio
reducido del estudio. El otro cuarto está vacío, a la espera del hijo que va a
llegar.
No hay nada mal puesto, una mota
de polvo, un cuaderno abierto, un recibo de Carulla arrugado sobre una mesa,
una media guardada de afán en un cajón que no cerró del todo. En la foto de una
revista este lugar pasaría sin dudarlo como el apartamento modelo de un
edificio que apenas se construye. Hasta que detrás de la mesita donde está el
laptop, medio tapado por el espaldar de la silla ejecutiva, se alcanza a ver algo.
Es un telescopio Tasco mediano, de un modelo no muy vistoso. Ahora sí puede que
el fotógrafo que me acompaña crea que aquí vive Iván Zozulak, un hombre de treinta
y dos años con cara de veintiséis, que a los diez fue identificado como niño
genio.
–Es un término con el que no
estoy muy de acuerdo –dice.
* * *
Stanford-Binet: es el test para
medir la inteligencia que se aplicó en el mundo entero durante casi todo el
siglo pasado. Arroja un número que, se supone, indica el grado de inteligencia
de la persona. Es el que todos conocemos como CI, o coeficiente intelectual.
Lewis Terman, el psicólogo de la Universidad de Stanford que lo diseñó,
consideraba que la inteligencia era hereditaria y podía medirse mediante
pruebas de razonamiento lógico.
Según esa medida, el 98% de la
población se encuentra en un rango entre 90 y 110. Una persona con síndrome de
Down puede estar por los 70 o 75, y uno de los que llamaban antes superdotados
está por encima de 130. Para ilustrar: Albert Einstein y Bill Gates comparten
el mismo CI, 160. El de Bobby Fischer era de 187, y el de Madonna es de 140. El
de Andy Warhol era de 86.
A partir de la década del
setenta se empezó a discutir la teoría de una inteligencia única, hereditaria e
inmóvil, y en 1983 Howard Gardner publicó su famosa teoría de las inteligencias
múltiples. Son siete: lingüística, lógico-matemática, visual y espacial,
corporal y cinética, musical, intrapersonal e interpersonal. Se empezaron a
considerar otros factores además de la herencia: el ambiente, la ocupación y el
nivel educativo de los padres, la manera en que manejaban las emociones y en
que sus padres se relacionaban con ellos… En su genial libro Fueras de serie Malcolm Gladwell pone el
asunto en términos ecológicos: “El roble más alto del bosque es el más alto no
sólo por haber nacido de la bellota más resistente, sino también porque ningún
otro árbol le bloqueó la luz del sol, porque el subsuelo que rodeaba sus raíces
era profundo y rico, porque ningún conejo le mordisqueó la corteza cuando era
un tallo joven ni ningún leñador lo taló antes de que madurara”.
Las pruebas Stanford-Binet
comenzaron a desaparecer del sistema educativo en casi todo el mundo, o a
complementarse con otras que midieran más allá de la inteligencia lógica. Sin
embargo, se seguían aplicando en muchos países, Colombia entre ellos, hasta
bien entradas las décadas del ochenta y el noventa. Al fin y al cabo, se trata
de una referencia.
* * *
–No te lo voy a decir –contesta
Iván con una sonrisa–. Nadie de mi generación te va a decir su CI, es como
preguntarle a alguien cuánto gana.
La generación a la que se
refiere son sus compañeros de colegio, graduados a edad temprana del Instituto
Alberto Merani, de Bogotá. Desde su fundación en 1988 y hasta el 2000, cuando
cambió radicalmente su modelo pedagógico, el instituto estuvo enfocado hacia la
educación de niños con capacidades excepcionales.
–Éramos cinco personas de todo
el país con coeficientes intelectuales asombrosos, de más de 150.
A los diez años, en Bucaramanga,
Iván era el primero de su clase, aprendía todo sin mayor esfuerzo, memorizaba
completos, con una sola lectura, los libros que le regalaban. Un pariente que
trabajaba en Ecopetrol lo inscribió en un experimento que realizarían unos “niños
genios” de Bogotá, quienes iban a trabajar con los ingenieros del Instituto
Colombiano de Petróleos durante unas semanas. Los niños iban enviados por el
Instituto Alberto Merani.
Al terminar, los resultados de
Iván sorprendieron a los ingenieros y a los representantes del colegio, y el
rector lo trajo a Bogotá para hacerle pruebas.
–Una semana después ya estaba
matriculado en el Merani, con una gran ayuda de Julián de Zubiría, el rector. Mi
mamá no podía costear mis estudios y la estadía aquí, pero también hizo un gran
esfuerzo y se trasladó a Bogotá.
En Bucaramanga Iván cursaba
sexto grado, pero según las pruebas su edad mental estaba más cerca del octavo.
Le pasaron libros y le hicieron pruebas para promoverlo dos grados: los hizo en
una semana. En otra completó noveno. En dos semanas avanzó de matemáticas de
sexto grado a álgebra, trigonometría, cálculo infinitesimal… Pusieron a su
disposición todo tipo de materiales para sus áreas de interés.
–Cada uno de nosotros tenía una
especialidad: a un compañero le gustaba la química, a otro la filosofía, a otro
la biología. Lo mío era la astrofísica.
Todos los días después del
colegio, con doce años, Iván asistía a la Universidad Nacional a clases de
física pura, y después vio materias de ingeniería industrial en la Escuela Colombiana
de Ingeniería. Los domingos daba conferencias sobre astronomía en el Planetario
Distrital.
–Éramos un poco un circo en esa
época –dice Iván mientras miramos artículos de Cambio 16, de El Tiempo y
de La Prensa dedicados a él y a sus
compañeros.
* * *
Leta Hollingworth fue otra
psicóloga dedicada al estudio de niños excepcionalmente dotados en las primeras
décadas del siglo pasado. Según sus investigaciones, los niños con un CI muy
superior –160 y más– desarrollan un interés marcado por los orígenes, el
destino, la divinidad, el universo. Las grandes preguntas. También advirtió que
los niños que tenían un CI superior a 160 “jugaban menos con otros niños”.
* * *
El mito del genio solitario,
excéntrico o incomprendido está bien marcado en el inconciente colectivo. Su
estandarte es la foto de Einstein con su saco raído y su peinado estrepitoso, o
el retrato que le sacó Arthur Sasse en 1951 donde el físico saca la lengua. Más
recientes y recordadas por muchos son las salidas de cuadro de Bobby Fischer,
el genial ajedrecista nacido en Chicago: no se presentaba o cancelaba
encuentros a última hora, hacía pataletas, insultaba, aparecía con barba de
náufrago y descalzo en un aeropuerto. Un genio mal educado. (Durante el
“combate del siglo” contra Spassky en Islandia, en 1972, un comentarista del International Herald Tribune escribió: “Mientras Spassky
se sume en una meditación profunda sobre el siguiente movimiento, Fischer se
come las uñas, se saca los mocos y se limpia los oídos entre jugada y jugada”.)
El mito se refrescó hace pocos años con la película Una mente brillante, basada en la vida del matemático John Nash.
Existen relaciones entre el comportamiento
solitario o excéntrico y la excepcionalidad intelectual; no obstante, los
porcentajes al parecer no son significativos como para afirmar que todos o la
gran mayoría de las personas excepcionales tienen algún desorden de
comportamiento notorio. Estudios de diferentes países coinciden en que
alrededor del 60% de esta población fracasa en la escuela. Pero más adelante,
en la adultez, en algunos se incrementan los problemas de adaptación o
socialización y en otros disminuyen. Mejor dicho, como la población con
inteligencia promedio.
Por estos días la comunidad
científica está revisando una investigación amplia adelantada por tres académicas
españolas en Islas Canarias. En un artículo publicado en 2011, titulado
“Evidencias contra el mito de la inadaptación en las personas con altas capacidades intelectuales”, las autoras afirman que los resultados de su estudio “no
permiten concluir que el alumnado de altas capacidades sea más adaptado”, pero
sí que “parece existir independencia entre la adaptación y la inteligencia”. En
Estados Unidos, el país que más ha estudiado a las personas con alta capacidad
intelectual, también se vienen publicando investigaciones que desvinculan las
variables “excepcionalidad” e “inadaptación”. Dentro de la comunidad científica
este es prácticamente un hecho aceptado, pero para quienes vivimos por fuera de
esa comunidad el mito pervive.
Como en el desarrollo de la
inteligencia, influyen en el comportamiento adulto de los niños excepcionales
el ambiente, el manejo de las presiones cuando llega un diagnóstico de
excepcionalidad, las elecciones que tomen el muchacho y su familia alrededor de
su educación. Que ningún conejo mordisquee el tallo, que otro árbol no le tape
el sol.
Para confirmarlo, ahí está Iván
Zozulak sentado en el sofá de su apartamento modelo, como cualquier hijo de
vecino.
* * *
–Siempre tuve una característica
única dentro de mis compañeros. Tenía capacidad social, o inteligencia
emocional si se quiere. Para mí era importante hacer amigos, tener noviecita,
salir, jugar fútbol.
Para Iván, las dificultades de
adaptación que enfrenta una persona de altas capacidades pueden ser comparables
con las que enfrenta una persona con limitaciones intelectuales.
–El mundo está diseñado para ese
98%. Piensa en eso. La sociedad, la publicidad, los medios de comunicación, las
leyes, los discursos académicos y el sistema financiero están pensados para la
mayoría. Uno a veces no le encuentra la lógica a costumbres o a procedimientos
establecidos, entonces toca ajustar los parámetros. Algunos podemos hacerlo,
otros no.
Las personas excepcionalmente
dotadas son más sensibles a las situaciones y a los cambios ambientales. Son
algo obsesivos, perfeccionistas. Necesitan exactitud, precisión. Que el naranja
de la pared de la cocina sea idéntico al del cucharón para servir la sopa, por
ejemplo, es la medida de Iván. Pero otros pueden seguir de ahí en adelante organizando milimétricamente su vida hasta el delirio.
* * *
Con catorce años, graduado del
colegio, Iván partió con una beca para la República Checa. Quería conocer la
tierra de su padre, un inmigrante que había muerto en Medellín cuando Iván
apenas tenía cuatro años. Estudiaría astrofísica, y la beca contemplaba un año
para aprender el idioma.
Al finalizar ese primer año había
aprendido checo, pero también ruso y eslovaco; había trabajado de camarero y
barman, pero ya tenía un local de música latina en Praga. Con quince años no
podía pedir un trago en un bar, pero era dueño de uno, en asocio con un amigo
cubano que hizo los papeles.
–En ese año lejos de mi casa,
solo, empeñado en no pedirle ayuda a mi mamá porque sabía los sacrificios que
había hecho, me di cuenta de que la vida era otra cosa. Que la felicidad no
estaba en el cielo sino aquí, con la gente. Toda mi vida iba dirigida a
trabajar en la NASA, pero me gusta más la vida sencilla, sentarme acá a conversar
contigo.
Terminó economía en tres años
–dura cinco–, y en uno más completó dos maestrías, una en negocios
internacionales y otra en macroeconomía. A los diecinueve era el director
administrativo de Motorola; luego vendrían trabajos de primer nivel de
responsabilidad en Telefónica, en Tiscali International Network y en otras
multinacionales. Luego fundó su empresa, desarrolló un software sofisticado que
necesitaba la industria de las comunicaciones y lo vendió a una empresa.
–A los veintiséis años podía
pensionarme. Entonces me vine a Colombia, después de quince años sin venir ni
de vacaciones. Quiero estar aquí, tranquilo, con amigos nuevos y viejos, con mi
novia, con quien llevo dos años de felicidad.
Laura, su novia, también fue
identificada cuando niña como excepcional. Se entienden, Iván dice que hablan
de todo y en profundidad. Al fin ha encontrado su alma gemela.
–Tuve muchas, muchas relaciones,
pero con nadie me acomodaba, o nadie se acomodaba a mí –se ríe–. Todo ha pasado
muy rápido en mi vida. ¿Te conté que tengo una hija? Ya tiene once años… Cuando
tenía diecinueve estuve casado dos años con una checa…
Y comienza otra historia increíble.
La ropa de Iván es como su
apartamento: sobria, cómoda, de tonos que se hermanan. Modesta. Nada llama la
atención. Es evidente que quiere vivir una vida normal, mediana.
–Entendí que para uno estar
tranquilo y bien tiene que tener la mente abierta, aprender de todo el mundo,
adaptarse. Es puro Darwin: el que sobrevive es el que se adapta.
Antes de despedirnos Iván abre
el armario de su estudio y nos muestra su santuario: camisetas, entradas,
gorras, bufandas rojas: es un hincha juicioso del Santa Fe. Está bien: nadie es
perfecto.
Comentarios
ecos
de
la
tarde
callada
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
COMPARTIENDO ILUSION
CAMILO JIMENEZ
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...
ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE LABERINTO ROJO LEYENDAS DE PASIÓN, BAILANDO CON LOBOS, THE ARTIST, TITANIC SIÉNTEME DE CRIADAS Y SEÑORAS, FLOR DE PASCUA …
José Ramón...