Publicado originalmente en el número 84 de la revista Arcadia, septiembre de 2012.
En las fotos que pueden verse
por ahí, en intenet y en publicaciones impresas, Andrés Felipe Solano siempre
tiene la misma cara impávida, los ojos muy abiertos detrás de las gafas de
marco grueso, los labios apretados, los codos pegados a las costillas en las que
lo muestran de pie y de cuerpo entero. Se le ve en Londres, en Salamanca, en Seúl,
en Nueva York... No es que sea un escritor cosmopolita a quien
asedian sus lectores, de esos que viajan por el mundo dictando conferencias y
firmando libros. Todo lo contrario: Solano es un escritor tranquilo y aplicado,
que escribe y reescribe con juicio sus historias hasta que encuentra la manera
de presentarlas al lector.
Él mismo afirma que sus viajes han sido más o menos
accidentales, aunque acepta que pueden venir de una especie de manía: “A los 19
años me fui a vivir con mi abuela. Al poco tiempo de estar en la universidad me
fui a vivir a Nueva Jersey por un tiempo. Cuando era periodista de sala de
redacción dejé mi trabajo y me fui a Medellín por seis meses. Al regresar pasé
un tiempo en Bogotá y a la primera oportunidad me fui. Viví en Seúl otros seis
meses. Luego tuve un par de años de calma pero cuando mi esposa me propuso que
fuéramos a España porque quería estudiar dije que sí sin medir las
consecuencias (Salamanca, donde estuve, no es el sitio más divertido del
mundo). Ahora estoy de vuelta en Corea. Quiero quedarme aquí un buen tiempo,
tener algo parecido a una casa (en los últimos cinco años he vivido en nueve
casas diferentes). Pero mi mujer, que por momentos tiene la misma manía, a
veces me dice: ¿y si vivimos en Japón? ¿Cuánto más lejos se puede ir? No sé.
Supongo que huyo de algo, no sé muy bien de qué. No me interesa el viaje como
tal, ni recorrer nuevos sitios, ni tener amigos de múltiples nacionalidades, ni
poder recomendar con suficiencia bares y restaurantes a lo largo y ancho del
mundo, para nada. Quizás huyo de Bogotá. Huyo de su estado de ánimo, de la
muerte lenta que significa para mí. Huyo de su clasismo. Pero supongo que esa
Bogotá me atormentará hasta el final de mis días, y en un año de pronto esté de
vuelta allí”.
Por ahora, viene este mes a presentar su segunda
novela, Los hermanos Cuervo,
publicada por Alfaguara.
* * *
En la Casa de Moneda del Banco
de la República hay una sala donde se exponen diez cuadros sobrecogedores
atribuidos a Victorino García Romero, hijo del primer dibujante de la
Expedición Botánica. La inquietud que generan las piezas en el espectador viene
dada por su motivo: son retratos de monjas muertas, todas pintadas desde el
mismo ángulo y acompañadas con coronas de flores, medallas y leyendas, todas
con el rictus de la muerte en sus caras.
En ellas se inspira el mayor de los hermanos Cuervo
para bautizar su banda de rock, Las Monjas Muertas. Es el tipo de referencia y
de detalle que aprecian él y su hermano, dos personajes excéntricos e impredecibles:
leen casi exclusivamente enciclopedias y mapas, todos los diciembres montan
para el barrio una exhibición de juegos pirotécnicos, están escribiendo una Pequeña Enciclopedia de Construcciones y
Monumentos Inesperados de Colombia, el menor es conocido como la
calculadora humana en los colegios de Bogotá donde presenta su show, intentan
montar una cervecería para financiar una de sus empresas imposibles…
Solano dice que los guiños a Rufino José Cuervo y su
hermano Ángel los agregó después de tener el apellido de sus personajes: “Parece
mentira pero el apellido de los hermanos lo tomé de alguien de mi colegio, un
compañero cualquiera. Era un apellido sonoro pero también un animal que a
muchos supersticiosos les causa repulsión por ser portador de malas noticias… incluí
algunos pequeños guiños pero traté de no exagerar, porque en
ningún momento esta es una historia sobre los Cuervo reales ni una
transposición de sus vidas”.
La novela está dividida en tres partes. La primera le
da el título y cuenta la vida de los hermanos desde la perspectiva de un
compañero del colegio jesuita donde estudian, Nelson Reina alias La Mancha,
quien se obsesiona con estos personajes estrambóticos, con su vida recluida en
un caserón de La Merced al lado de su abuela; con su emisora pirata Radio
Odessa que arman con aparatos viejos; con los tres mil volúmenes de la
biblioteca que dejó su abuelo, un comentarista ciclístico muerto en un
accidente; con su orfandad; con sus visitas una vez al mes a un burdel de lujo
para repasar las delicias de dos negras traídas especialmente para ellos desde Curazao…
La segunda parte es una crónica extensa sobre un
ciclista también excéntrico, Vicente Aguirre, una tromba que ganó tres veces
seguidas la Vuelta a Colombia sin un patrocinio vistoso ni mayor entrenamiento
profesional. Otro personaje desarraigado que da tumbos alrededor del país
buscando a su esposa desaparecida. Fue gran amigo de la abuela de los Cuervo,
Rosa, y de su esposo, León Sierra. Desde la revista de ciclismo que la pareja
fundó en los sesenta siempre apoyaron a Aguirre, y aun después de la muerte del
periodista Rosa siguió pendiente de la vida del ciclista.
La tercera parte cuenta el viaje por Colombia que
hacen Vicente Aguirre y la mamá de los Cuervo, Betty, antes de que ella tuviera
a los dos hermanos y los abandonara en el caserón de La Merced para convertirse
en azafata. Cosida a estos personajes que se mueven por el país viene una
suerte de guía turística e historia alternativa de Colombia: una bodega de
pescado perdida en el desierto de La Guajira, las oficinas públicas de un
puerto sobre el Magdalena, un cementerio laico en el Eje Cafetero, un palacete
egipcio imposible en las goteras del centro de Medellín, el busto de un arabista
bogotano en un pueblo de las montañas de Antioquia, un balneario a la orilla de
una carretera secundaria al lado del río Cauca… Lugares que fueron prósperos,
visitados, aclamados y hoy se caen de a poquitos, como los dientes de un viejo abandonado
en una institución de caridad.
Dice Solano: “Creo que la semilla de la novela
puede ser un balneario que vi hace unos seis años sobre la carretera que va de
Puerto López a Puerto Gaitán. La entrada era una gran calavera de cemento.
Atrás se veía una especie de barco pirata y una piscina desocupada. Todo estaba
en ruinas. Un tiempo después pasé una tarde en un balneario en Santa Fe de
Antioquia, a las orillas del río Cauca. Había muy poca gente pero el lugar
tenía pinta de haber sido importante en los años setenta. Con esos dos
referentes, con el ambiente de estos dos balnearios, empecé a imaginarme a un
par de personas que huyen y en su fuga terminan en un lugar así. No sabía quiénes
eran pero quería contar la historia de ese viaje”.
* * *
En la primera novela de Solano, Sálvame, Joe Louis (Alfaguara, 2007), el protagonista siempre está
queriendo irse, vivir en San Petersburgo o en últimas en cualquier otro lugar, y
así escapar de esa “mezcla de cansancio y desdicha” que siempre lo acompaña. Con
22 años, Boris Manrique trabaja como fotógrafo de sociales en una revista de quinta.
Otro personaje excéntrico, precoz, desarraigado. Que se va perdiendo en sus
proyectos y sus ideas, que cae en la tentación y en la molicie a pesar de sí
mismo. Cuando perfiló a Manrique, Solano tuvo en mente al personaje de Opiniones de un payaso, de Heinrich Böll,
y el aire de familia de ambos es inocultable. Dentro de la tradición literaria
nacional es evidente su correspondencia con el protagonista de El buen salvaje, de Eduardo Caballero
Calderón, o con el Escobar de Sin remedio,
de Antonio Caballero.
Le pregunto a Solano cómo compone a sus personajes,
cómo arma sus novelas; particularmente, cómo se fue cocinando el caldo de donde
nació Los hermanos Cuervo, y me
contesta: “Al empezar a escribir me mueve algo muy sencillo: una determinada
atmósfera y unos personajes en un punto de quiebre de su vida sobre los que
quiero saber por qué se han visto arrastrados a determinada orilla, los motivos
que han tenido para llegar hasta ese punto”.
Y concluye: “A medida que ahondo en los personajes
ellos mismos me van mostrando el camino. Suena un poco etéreo pero temo que es
así. Ahora bien, ese camino se mezcla con libros, películas y canciones que me
gustan. De hecho escribí la última parte pensando en una canción medio reciente
de Bob Dylan (Ain’t Talkin’) y en una
cumbia rebajada de Andrés Landero que se llama Cuando lo negro sea bello. Sé que es una mezcla absurda pero en mi
cabeza sonaban las dos. Y bueno, también se mezclan con cosas de mi propia vida”.
* * *
Granta es
una revista literaria británica fundada en 1889 por estudiantes de Cambridge. En
todos sus años ha sido por momentos protagonista y por momentos nada más que extra
con parlamento en la escena literaria anglosajona. En 1983 publicó una lista de
jóvenes escritores británicos a los que había que pararles bolas, y no se sabe
si por efecto de la misma lista o por los talentos de esos escritores acertó en
buena parte de sus apuestas: estaban Salman Rushdie, Martin Amis y Julian
Barnes, para mencionar apenas tres. Repitió el ejercicio en el 93 y en el 2003
con resultados similares. La “lista Granta”
cobró notoriedad a pesar de muchas voces críticas que la consideran mera
estrategia de ventas.
Luego de ejercicios similares con autores americanos,
en 2010 la revista presentó su lista de jóvenes escritores en lengua española,
y Andrés Felipe Solano fue el único colombiano incluido. Evidencia de la
calidad literaria o estrategia de mercadeo, la inclusión genera notoriedad y,
con ella, expectativas. Ambas, notoriedad y expectativas, ya le venían encima a
Solano con la designación como finalista en el Premio de la Fundación Nuevo
Periodismo Iberoamericano, que obtuvo con su crónica “Seis meses con el salario
mínimo”.
Las expectativas frente a su nueva novela añaden
presión a un escritor que prefiere quedarse en casa, sea en Corea o en Bogotá,
armando sus historias, perfilando personajes intensos, excéntricos,
tridimensionales. Que se mueve entre el periodismo y la literatura: “El
periodismo me obligó a buscar historias, a interesarme por cierto tipo de
gente. Con la mirada que me proporciona la literatura trato de inocular la
ambigüedad, el misterio en esas cosas. Digo el misterio en una forma profunda,
esa cualidad esencial que para mí debe tener una obra de arte, que la define”. Los
hermanos Cuervo, su última novela, está en librerías, y son los lectores
quienes dirán si logró inocularle arte a la historia de esos personajes
extravagantes, de ese país que no aparece en las guías turísticas.
Comentarios
Empece a leer Los hermanos Cuervo. Acabe el primer capitulo....fabulosa la atmosfera que crea el autor, me recordo por momentos a Estrella distante de Bolaño, con su descripcion de la vida de las hermanas Garmendia. Gracias por la recomendacion. (excusen los acentos, ando en PC gringo y trabajando)
saludos.
Carlos O.
Lastimosamente no pude con la novela. La primera parte, como dije, me pareció genial. La segunda parte, me aburrió a más no poder. Y la terecera la empecé con desgano, así que no sé siquiera si la voy a terminar. El caso es que esa segunda parte tiene algo farragoso, pesado, creo que tiene que ver con la elección del narrador y su forma de contar. Hay "ciertaS" que no le creo: "Preferí a esa señora diestra en las artes de la cama que a una de las prostitutas jóvenes con cara aburrida", el lenguaje se empieza a descuidar "sandwich tan delgados como una cortina".
La historia de El Ciclista y Los Hermanos Cuervo tiene una conexión muy forzada, mínima. Si hubiera dejado solo esa primera historia, como una nouvelle, hubiera funcionado mejor. Tal vez exagero, me encataría Camilo que me dieras tu punto de vista acerca de esta novela.
(Es que la segunda parte, contando por medio de la entrevista a doña Rosa se me hizo desacertado...hay muchos cambios temporales y espaciales; no es fácil de seguir. Además hay un tono plañidero de la página 100 en adelante, oraciones cortas, separadas por puntos, un ritmo monótono. En fin, Camilo, me encantaría que compartieras tu opinión)
Carlos O