Todo empieza un día cualquiera. Tina Balser está comprando
útiles escolares para sus dos hijas, y se le ocurre comprar cuatro
libretas. Una de las niñas le pregunta qué va a hacer con ellas, y Tina
contesta que informes. “Hay que reconocer que informe es una palabra muy buena. Informe en el sentido narrativo, no
administrativo. Informe, informar… Un informe de lo que está sucediendo. Mucho
mejor que diario o memorias. Diario
me hace pensar en esas chicas de las colonias, regordetas y tristonas, que
tenían diarios de tafilete falso de color verde con candados y llaves que
llevaban colgadas en cadenas de sus mugrientos cuellos. Memorias me recuerda los cursos de literatura de la universidad, a
Gide, Woolf, Gorki o Baudelaire. Aunque debo reconocer que algo en la línea de
‘he sentido pasar sobre mí el viento del ala de la locura’ de Baudelaire se
acerca bastante a lo que tengo en mente” (pp. 8-9).
Así pues, al dejar la primera entrada de estos “informes”
—septiembre 22— sabemos que tiene dos hijas, que su esposo se llama Jonathan y
que es abogado, que son ricos recientes, que ella está un poco desubicada con
el ascenso social. Que la muerte de su padre, dos años antes, la devastó. Que
ha estado en terapia por su permanente insatisfacción. Que pasó por la universidad, Artes y Literatura: sabe leer y sabe escribir. Que tiene treinta y seis y
una perrita que se llama Folly. Por
el tono, por la mirada, vemos desde muy temprano que es cruda, atenta a los
detalles, hiperconsciente, casi paranoica: “También reconozco que soy
consciente de que parte de mi locura de ahora consiste en ver señales y
símbolos en todo y por todas partes”, leemos en la página 19.
Lo que tenemos aquí, en este diario, es un conjunto de
instantáneas que muestran a una pareja de jóvenes profesionales justo en el
momento en que, para decirlo con una expresión local, le pegan al perro. Jonathan
se convierte en socio de la firma de abogados para la que trabaja, hace
inversiones en la Bolsa que resultan exitosas, asiste a subastas de arte, revisa
las páginas sociales, invierte en obras de Broadway. Tina mira cómo su marido
se va convirtiendo en un esnob y lo reporta con una minuciosidad proustiana.
Jonathan debe viajar tres días, le pide a su esposa que le haga la maleta, ella
lo cita en su diario: “Quiero llevarme la bolsa de viaje de cuero marrón, no la
de Mark Cross, la nueva de T. Anthony. Está en mi estante del armario. También
necesitaré dos trajes: el Príncipe de Gales gris de Dacrón y lana peinada de
Brooks, y el gris Oxford con espiga de poliéster de Press. Necesitaré seis
pares de calcetines grises de canalé de hilo de Escocia, y seis camisas: pon
tres Oxford blancas de batista y tres Sea Island a rayas de algodón, dos
grises, una marrón. También seis corbatas…” (p. 24: la lista de prendas y texturas
y cortes y marcas continúa por media página más).
Pero también pone la mirada sobre ella misma, y es igual de
dura. No adopta el tono de falsa víctima tan común en peliculitas y novelas
ligeras dirigidas específicamente a mujeres (vaya vueltas las que debe dar uno
para evitar la expresión chick flick).
Con tal crudeza el lector no puede evitar reírse y adorar a esta señora que pasa
todos sus días a punto de reventar. Y que nos cuenta sus angustias con un
discurso tan poderoso, tan poco condescendiente, tan ácido como una pieza de stand up comedy de Jerry Seinfeld o de
Louis C. K. Eso es: nada parecido al Diario
de Bridget Jones, sino un discurso unipersonal lleno de mordacidad y humor
voluntario e involuntario. Aunque ella quiera ocultarlo: “Yo no escribo obras
de teatro —dije subiéndome la cremallera de la falda—. Sólo soy un ama de casa
loca y tonta con el agua al cuello”, dice en la página 290.
El diario va desde septiembre hasta comienzos de febrero, y
hacia el final parece no haber una salida para Tina Balser distinta a la
terapia, a la clínica de reposo, al divorcio. “Hoy es el tercer día del año
nuevo y no me encuentro llena de buenos propósitos, sino profundamente
deprimida. Por una vez, para variar, no se trata de mis queridos nervios, ni
siquiera es un bajón postvacacional: simplemente, la insoportable sensación de
despilfarro de las últimas dos semanas” (p. 271). Pero cuando se plantea el
divorcio, se espanta: “Si la vida con Jonathan ha sido un infierno, ¿por qué me
aterra tanto la idea de perderlo a él o a esta vida?”. Pareciera una pregunta
profundamente femenina y burguesa. Pero si la vemos en toda su
dimensión, es una pregunta humana, universal. ¿Por qué nos aferramos a ciertas
cosas que sabemos que no marchan bien, que no nos gustan? ¿O sí nos gustan y no
queremos aceptarlo?
El diario de Tina Balser no se detiene en un día cualquiera que ella deja de escribir. Tiene un final, un cierre que nunca imagina el
lector cinco páginas antes del punto final. Y es maravilloso. Como ha sido esta novela desde el comienzo.
Sue Kaufman, Diario de un ama de casa desquiciada,
Barcelona, Libros del Asteroide, 2010. Traducción de Milena Busquets.
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