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Foto de Steve Jurvetson. |
Llevamos cerca de diez años viendo cómo los periódicos:
pierden lectores y anunciantes, despiden a periodistas y personal
administrativo, venden desde colecciones de discos hasta peroles en un intento
por conservar a los suscriptores, ven reducida su influencia política y social,
se pasan a internet, cambian de dueños, cierran. Nadie puede asegurar nada
sobre el futuro de la prensa, y el presente se ve muy negro.
En 1993 el New York
Times compró el Boston Globe por
mil cien millones de dólares; veinte años después, en agosto de 2013, lo vendió
al multimillonario John W. Henry por setenta millones. La diferencia era
demasiado grande para que pasara desapercibida, y para muchos la reducción del
precio ilustró con números rojos la caída definitiva de los grandes diarios en
papel. Pero casi de inmediato otro multimillonario compró otro gran periódico,
y las esperanzas parecieron reverdecer. A comienzos de agosto de 2013 se
anunció que Jeff Bezos, el dueño de Amazon, había comprado el Washington Post por 250 millones de
dólares. Las noticias y columnas hablaron de un nuevo aire para los periódicos;
leímos palabras como innovación, esperanza, filantropía, alternativas…
No son los mismos términos que leímos ante otras operaciones similares. Para
poner el más sonado caso local: ¿Leyó usted alguna de esas palabras o sus
sinónimos cuando Luis Carlos Sarmiento Angulo compró El Tiempo?
Luego del anuncio del Post,
la periodista inglesa Emily Bell escribió en su columna de The Guardian: “Es la primera
adquisición de un periódico en más de una década que ha despertado al
periodismo estadounidense de su caminar dormido hacia el olvido”, y en
esa frase resumió el ánimo general de los comentaristas. ¿Por qué? ¿Qué tuvo
esta compra que no tuvieron las anteriores?
El largo plazo
Amazon vendió su primer libro el 16 de
julio de 1995. Dos años después, cuando la compañía empezó a cotizar en la
bolsa, su creador Jeff Bezos escribió una nota a los accionistas titulada “El
largo plazo es de lo que se trata”. Desde ahí quedó claro que el hombre no es
de balances cada tres meses y dividendos al cierre del año fiscal. Año tras año
Amazon reinvierte las ganancias para bajar los costos. Y el crecimiento ha sido
exponencial desde su fundación: sus ventas en 2012 fueron de 61 mil millones de
dólares. Para que nos hagamos una medio idea, esa cifra equivale a las dos
terceras partes de todo el presupuesto nacional de Colombia para el año 2013. Con
su fortuna de 25 mil millones de dólares, Bezos podría comprar un periódico
como el Washington Post cada tres días,
y aún le sobraría plata.
Pero la desproporcionada fortuna de Bezos no fue lo que
trajo esperanza a los periódicos (está bien: a los comentaristas): ya gente con más dinero que él había comprado
diarios, y las perspectivas de futuro seguían siendo igual de oscuras. Lo que llama
la atención de los expertos es la manera de pensar —y de trabajar— del nuevo
dueño del diario que destapó el escándalo del Watergate en 1972: esa apuesta
por el largo plazo; la permanente innovación de su compañía estrella, que se
reinventa cada que debe para hacerse más útil y fácil de usar, para ofrecer
productos más baratos —y que destroza el comercio local: esa es otra historia—;
su enfoque en el cliente y no en los dividendos. Y su esencia: Bezos inventó
una compañía digital para distribuir productos físicos; más específicamente, impresos.
Después cambió la forma de acceder a la información —no hay que olvidar que el
Kindle, el lector de Amazon, apareció antes que el iPad y las demás
tabletas—. A través del tiempo Bezos ha podido integrar como nadie más la
tecnología con el mundo que ocurre por fuera de las pantallas. Por eso quizá
sea el señalado para crear el nuevo paradigma para la prensa —su Netflix, su
iTunes—, hacerla rentable, y así rescatar a los diarios de la desaparición
definitiva.
Generación nada
espontánea
Amazon no fue un chispazo ni un golpe de suerte, aunque tuvo
de ambos. Jeff Bezos siempre fue un genio, el niño diferente. A los tres años desbarató
su cuna porque quería dormir en una cama, como los grandes. Hasta que cumplió
16 pasó todos sus veranos en el rancho de su abuelo materno, Preston Gise, un
científico aeroespacial jubilado. Preston (“Pops” para su nieto) fue el primer
mentor y modelo de Jeff Bezos. En 1964, el año en que nació, su abuelo Pops era
el director de la Comisión de Energía Atómica de la región oeste, cargo desde
el que coordinaba el trabajo de 26 mil empleados involucrados en el diseño y
construcción de cohetes y misiles. El padre adoptivo de Jeff, con quien vivió
desde que tenía un año, era ingeniero de petróleos de la ExxonMobil…
Jeff se graduó de Princeton como ingeniero, y alcanzó a
trabajar unos años en empresas de tecnología y de inversiones. En el 94, en Seattle,
fundó una empresa para vender libros por internet a la que bautizó Cadabra. Un
año después la reorganizó y rebautizó. Hoy Amazon es la tienda online más
grande del mundo.
¿Podrá el creador de la tienda número uno de internet encontrar
una fórmula para hacer rentables los diarios, para salvarlos? En un breve comunicado
dirigido a la redacción del Washington
Post, su nuevo dueño dijo que no tenía una receta o un plan definitivo, que
debían experimentar. Hay esperanza, eso sí, porque Jeff Bezos no compró un
diario, sino que compró el compromiso de salvar a los diarios del olvido. Emily
Bell lo dijo en su leída columna del Guardian:
“este no es un acuerdo comercial, es una declaración cultural”.
Una versión ligeramente similar de esta nota apareció en la
revista Credencial, en septiembre de 2013.
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