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Fernando Pessoa |
No siempre la poesía se muestra en todo
su esplendor al primer acercamiento a un poeta, a una obra. El lector deberá
encontrar el momento propicio para cada poeta y para cada poema. Cada poeta
tiene una clave de lectura, digamos un leitmotiv. En la medida en que el lector
encuentre esa clave, y su momento, el poeta y la poesía abren ante el lector la
puerta de sus tesoros, y la vida no vuelve a ser la misma nunca.
A la pregunta sobre cómo leer poesía,
Gabriel Zaid responde: “No hay receta posible. Cada lector es un mundo, cada
lectura diferente. Nuevas aguas corren tras las aguas, dijo Heráclito; nadie se
embarca dos veces en el mismo río. Pero leer es otra forma de embarcarse: lo
que pasa y corre es nuestra vida, sobre un texto inmóvil. El pasajero que
desembarca es otro: ya no vuelve a leer con los mismos ojos” (en Leer poesía, Debolsillo).
Para ilustrar lo que quiero decir, confieso
que no he encontrado aún el momento, la clave de lectura de César Vallejo. No
quiere decir que no lo lea, que no me conmueva con algunos poemas cuando lo leo,
que no lo entienda. Pero sé que hay un universo escondido en su palabra al que todavía
no llego.
Lo he dicho atrás: hay varias maneras de
llegar a un poeta, y cada lector deberá encontrar las suyas. Una manera que
tengo de leer poesía es esta: tomo de mi biblioteca el libro del autor que
quiero conocer y lo pongo en mi mesa de noche, o en mi escritorio, al alcance
de mi mano. Antes de empezar el trabajo diario, o mientras estoy trabajando, hago
una pausa, estiro mi brazo hasta donde está el libro y lo abro. Leo en orden,
un poema a la vez. Leo cada poema un par de veces, tres en ocasiones, o cuatro.
Pero siempre lo leo al menos una vez en silencio y una en voz alta. Lo leo
despacio. Lo paladeo. Después dejo el libro donde estaba y sigo con lo mío. En
algunos casos leo primero el prólogo y luego el primer poema, a veces empiezo
por los poemas y en alguna de las pausas de mi trabajo, cualquier día, leo el
prólogo. Como me nazca hacerlo en el momento. Eso sí, siempre me aseguro de tener
el tiempo suficiente para leer el prólogo de una sola sentada. Los prólogos no deberán
ser tan largos como para que ameriten dos o tres sesiones de lectura. Pero el arte
de los prólogos es otro tema, aquí estamos hablando de leer poesía.
Con este método, que no tiene nada de
científico y que no ha probado su efectividad en nadie más, he podido entrar en
la poesía de Edgar Allan Poe, de Luis Carlos López, de Jorge Luis Borges, de
Juan Manuel Roca, de Federico García Lorca, de León de Greiff, de Thomas
Tranströmer, de Darío Jaramillo Agudelo, de Georg Trakl, de José Manuel Arango.
Etcétera. Un poemita a la vez, dos a lo más. Al menos una lectura silenciosa,
al menos una en voz alta. Todos los días, a cualquier hora. Sin prisas. Leer
para nada, leer para oír la voz de la poesía.
Casi siempre la mejor manera de entrar es
a través de una buena antología. ¿Cómo es una buena antología? Amplia,
traducida con amor cuando se trata de poetas de otras lenguas, que incluya las
versiones originales. Que estén presentados en las notas del antologista el
poeta y su obra con dedicación, con la dosis justa de erudición y calidez en el
tono. Con admiración crítica, podría decirse. Con notas a pie de página suficientes,
ni muchas ni pocas. (“Hay por lo menos dos formas de mostrar una erudición
irritante: una, acumulando citas, y otra, no haciendo ninguna”. Ernesto Sábato,
Uno y el Universo, Barcelona, Seix
Barral, 1981, p. 32.) Casi todas las buenas antologías vienen en un tamaño
portable, con una encuadernación sólida y leve a la vez. Como la propia poesía.
Lo mismo que me sucede hoy con Vallejo me
pasó en un tiempo con León de Greiff, con Sor Juana, con Gonzalo Rojas, con
muchos poetas y poemas que fueron apareciendo en mi vida y la han condimentado.
A pesar de que quería conocerlos, llegar a su puerto, no podía, no llegaba. Pasa:
uno toma el libro de ese poeta al que quiere llegar, lo abre, lo ojea, lo
acaricia, lo huele, lo cierra. Lee el prólogo, el epílogo, la cronología,
ensaya con dos o tres poemas, los lee un par de veces, los lee en voz alta. Y a
veces ese poeta se abre y otras no, y pasarán pocos o muchos ensayos, tanteos
alrededor de su poesía. Hasta que de pronto, ocurre. No sé qué sea, pero una
puerta se abre de sopetón y entra uno en esa poesía.
Particularmente demorado y complicado
estuvo el proceso con Fernando Pessoa. El prestigio del poeta portugués me
apabullaba, así como la inmensidad de su obra y de su pena, los elogios que
leía de los más grandes escritores, todo ese cuento de los heterónimos. Compré
hace años en la bella librería de Otraparte, en Envigado, los Noventa poemas últimos, en una impecable
edición de Hiperión con traducción de uno de los más esclarecidos pessoístas
del ámbito hispano, Ángel Crespo. Apliqué el método que he descrito arriba, y
nada. No lograba entrar a la esencia de su poesía, digamos al ecosistema de
Fernando Pessoa. Leía algunos de esos poemas y no sentía esa epifanía que se
siente cuando se llega plenamente a un poeta.
También desde hace años visito cada tanto
la página Pessoas de Pessoa, que
administra otro dedicado lector del poeta portugués, Carlos Ciro. Y lo mismo sucedía
siempre: leía, sentía una que otra luz, pero no alcanzaba a tocar la inmensidad
de Pessoa. Lo mismo cuando a finales de 2013 compré la gran antología publicada
por Galaxia Gutenberg titulada Un corazón de nadie. Leí el detallado prologo de Ángel Campos Pámpano, las cartas de
Pessoa al final, poemas y poemas del pequeño gran hombre portugués, y sentía
que apenas rozaba la superficie de su mundo.
Hace unos meses coincidieron dos eventos
de diversa intensidad y textura. El primero es un evento feliz: Carlos Ciro
tuvo la gentileza de enviarme un ejemplar de su antología de Fernando Pessoa
publicada por la Editorial Universidad de Antioquia, titulada Yo soy una antología. El otro evento no
fue tan feliz en su momento, pero ahora lo agradezco: una neumonía me obligó a
permanecer en casa tres semanas. Así que estuve casi un mes dedicado a ver
partidos del Mundial de fútbol y a leer a Pessoa. Unas vacaciones obligatorias,
pero memorables.
Porque gracias a la antología de Ciro
pude llegar a Pessoa. Gracias a su prólogo breve, cálido y riguroso a un mismo
tiempo, pude conocer más de cerca el juego de los heterónimos. Gracias a la
bien temperada selección de poemas pude apreciar las diferencias de tono, de
estilo, de mirada, de idiosincrasia entre Ricardo Reis, Álvaro de Campos y
Alberto Caeiro. Gracias a esa antología familiar, portátil, limpia, pude entrar
pisando con más seguridad en la amplia y algo más exigente hecha por Galaxia Gutenberg, y ahora
estoy entrando a las prosas de Fernando Pessoa que está publicando la editorial
Tragaluz de la mano de otro lector juicioso del poeta portugués, Jerónimo
Pizarro.
Esto quería ser un ensayo sobre Pessoa y
sobre las formas de leer poesía, pero resultó siendo apenas una noticia de
interés nada más que personal, que saco de mi diario para compartir con los
lectores de esta página. Disculparán, pues.
Comentarios
Me parece admirable (pero durísima) la idea de que un lector juicioso se obligue a cambiarse a sí mismo, se someta a una transfromación más o menos consciente para "estar a la altura" de un poeta escogido. En el fondo es la búsqueda de un placer cada vez más refinado. Un placer riguroso...
Me gusta mucho su blog, saludos.
Muy respetuosamente quiero dejar una opinión de lector: los libros de poesía no deberían tener prólogo. Y si lo tienen, lo mejor es saltarlo.
Saludos.