Este libro se abre con un niño de cinco
años montado sobre una yegua de nombre Panela. Es el autor, quien pocos años
antes ha dicho su primera palabra. No fue papá
ni mamá, sino a ayo, caballo. Al parecer, su
amor por esas “ciertas personas de cuatro patas” estaba escrito en sus
células desde antes nacer.
Este libro es el testimonio de ese amor.
En sus páginas están los caballos que más ha apreciado, el que le enseñó a
montar a sus hijas, una yegua que le salvó la vida y un caballo a quien el
autor salvó de una muerte dolorosa. Conocemos a Casandra, un ejemplar soberbio
a quien Baena le prometió que si algún día escribía una novela, los caballos
serían personajes principales. Hasta el momento ha publicado cinco, y en tres
de ellas los caballos están en la primera línea de la peripecia: Tanta sangre vista, ¡Vuelvan caras, carajo! y La
bala vendida. Si el lector de este comentario no las ha leído, hágase el
favor de leerlas. Le garantizo que no será la misma persona cuando las haya
terminado.
También conocemos a Centella, la yegua
más bonita de la finca donde vive el autor:
Hace
gala de un temperamento complicado, hasta el punto de ser virgen y no haber
conocido caballo […] Aunque no creo en la reencarnación, ver el comportamiento
de esa yegua ha hecho tambalear mi agnosticismo, pues cada vez más me convenzo
de que guarda dentro de su corpachón el alma de alguna pionera sufragista o,
por qué no, el espíritu de la mismísima Betty Friedmann [sic], dada la
vehemencia con la que defiende sus convicciones, que van todas en contravía del
mito del corral apacible y feliz: cocea, muerde, es agresiva con sus compañeros
de manada y lazarla es toda una proeza. (p. 23)
Muy pronto la historia personal da paso a
una historia más amplia de la relación del hombre con los caballos. Particularmente
se concentra en la caballería, el uso de los caballos en la guerra, porque su
uso “en tiempos de paz no ha sido más que una derivación de las labores
cumplidas sobre el campo de batalla” (p. 118). Así, vemos cómo van llegando el
freno, la herradura, el estribo, mientras se nos cuentan algunas formaciones y
batallas de Alejandro Magno, Aníbal, Gengis Khan, Atila...
Lo más notable de este libro es que el
autor no abandona nunca el tono de amena conversación que emprendió al comienzo,
cuando nos estaba contando apartes de su historia personal con los caballos. Por
eso, mientras avanzaba sentía que estaba leyendo un ensayo en el más inglés
sentido del término: delicioso, honesto, útil, entretenido. Compuesto en una
prosa diáfana y rítmica. Personal. Lleno de respeto por su tema y por el
lector. Pero, a diferencia de esos escritores ingleses de ensayos deliciosos que
tanto me gustan (Charles Lamb, William Hazlitt, Oscar Wilde, Robert Louis Stevenson,
Chesterton), Baena mira más allá de Occidente:
Mientras
los europeos atravesaban siglos de oscura incertidumbre y enclaustraban el
saber en los monasterios, los árabes, organizados políticamente en califatos,
alcanzaban refinamientos y logros que iban desde el jabón aromatizado hasta las
diferentes ramas de la ingeniería, hacían poesía, ampliaban los horizontes de
las matemáticas y de la filosofía, creaban recetas culinarias para complacer a
Dios… y criaban los caballos más hermosos y resistentes que jamás hubo sobre la
Tierra. (p. 100).
Conocer palabras
nuevas debería ser motivo de celebración. Desde que leí este libro estoy feliz
por haber encontrado palabras tan hermosas como sisar, almohaza, guadamecí, ramonear… No sé para qué las voy a usar, o cuándo, pero no importa.
Los lectores sabemos bien que no todo conocimiento es útil. Pero me estoy yendo
por las ramas.
En los dos capítulos finales, luego de
ese montón de aventuras alrededor de los hombres y sus caballos, el autor
regresa al ámbito íntimo, familiar. Vemos una imagen similar a la del comienzo:
una criatura de pocos años sentada sobre un caballo. Es su nieta Guadalupe. Y así,
sabemos que esta historia de amor y devoción a los caballos continúa escrita en
las células de su descendencia.
Rafael Baena, Ciertas personas de cuatro patas, Bogotá, Luna Libros, 2014.
Comentarios
Muchas gracias por las invitaciones bonitas que hacés, y un abrazo,
Javier
Recuerdo la reseña que escribiste hace algún tiempo sobre el libro de Eduardo Peláez...
Personalmente, ¿prejuicios?, me parece que la repugnancia por Uribe me ha llevado a una autocensura en relación con los caballos... como si todo se tratara de un círculo vicioso y necesario: caballos, paisas, narcotráfico, paramilitares...
Afortunadamente, para los caballos, a los que no les importa, y para nosotros, los tontos, están tus páginas.
Agún día alguien, como Cobo Borda con los huevos, tendrá que hacer una antología de caballos. Donde estén Claudio Eliano, Davillier, Tournier, Zeaman, Swift, Montaigne, Moro...
Para la muestra, este pasaje de Claudio Eliano: "Soclés era un ateniense (me parece que muchos no le conocen) que no sólo parecía gentil, sino que también lo era. Este compró un caballo, hermoso como él, pero de fogosa condición erótica y mucho más inteligente que los demás caballos. Así pues, concibió un amor ardiente por su amo y, cuando este se le acercaba, todo eran resoplidos; a las palmaditas respondía con relinchos; al montarlo, mostraba su docilidad y, cuando se detenía delante de él, el caballo lo envolvía en una mirada lánguida. Y todo esto, de por sí amorosa efusión, era sin duda también sensación placentera. Sin embargo, cuando el caballo, en su demasiada imprudencia, infundió sospechas de que meditaba algún exceso contra el muchacho y corrían rumores extravagantes sobre la pareja, Soclés, no pudiendo sufrir la difamación, en su odio hacia el lujurioso amante, lo vendió. Y el caballo, no pudiendo sufrir la privación del hermoso mancebo, se quitó la vida sometiéndose a severísimo ayuno".
¡Saludos!
Santiago G.
ANÓNIMO: Dudé mucho si incluir una referencia a ese también hermoso libro de Peláez Vallejo. Al final me decidí por mostrar las virtudes de este solitas, así como hice con "Este caballero a caballo". Los dos son libros hermosos de un tema raro. Hay que celebrar que la cultura equina colombiana nos dio algo más que los mafiosos y ese expresidente que no quiero nombrar.
Muy bello el fragmento que comparte. Muchas gracias.
A propósito de Casanare, escribí esto para un libro de Villegas Editores: http://elojoenlapaja.blogspot.com/2012/02/postales-de-casanare-y-el-llano.html Ahí, por supuesto, trato en algunos puntos la relación de los llaneros con el caballo. Por si le quieres dar una mirada. Saludos y de nuevo: gracias por pasar y comentar.