Fusilado: J.-B. P. Descuret



Parece que el término bibliomanía fue acuñado en el siglo XVII por el bibliófilo y médico Gui Patin cuando escribió: “En su biblioteca, M.E. tiene lomos de libros [...] puestos expresamente para llenar un vacío, o para engañar a quienes los sacan pensando que se trata de verdaderos libros. En la actualidad hay muchos impostores semejantes, que [...] satisfacen el estúpido orgullo de parecer aficionados a los libros, gente docta, eruditos. Llamo a esta enfermedad bibliomanía, y por mi parte quisiera que no se permitiera poseer libros más que a los que están en condiciones de leerlos y beneficiarse de ellos. El mundo está de cabeza”.

El mexicano Jaime Moreno Villarreal ha compuesto un completo catálogo de artículos, poemas, ensayos, cuentos y crónicas sobre la afición, benéfica y patológica, por los libros en la antología De bibliomanía. Un expediente (México, Universidad Veracruzana, 2006). La introducción es al tiempo una historia de los libros y de la afición por ellos, y el conjunto de autores seleccionados es amplio en épocas, nacionalidades, estilos: Luciano de Samosata, Sebastián Brant, Cervantes, Flaubert, Séneca, Petrarca, La Bruyére, D’Alembert, Diderot, Tomás de Iriarte, Niceto de Zamacois, Remmy de Gourmont, Charles Nodier, Alexandre Dumas, William Shepared Walsh, De Nerval y una docena más. De allí fusilamos el texto que sigue, mientras podemos conseguir en Colombia el bello libro. Del autor de este fusilado no pude encontrar mayor noticia, así que se recibe información.


El bibliómano Boulard

Guardémonos de confundir con los bibliómanos a esos hombres de gusto y talento que tienen libros sólo para distraerse, y que han sido decorados con el nombre de bibliófilos. “De lo sublime a lo ridículo”, dice un agudo aficionado a los libros, “no hay más que un paso; del bibliófilo al bibliómano no hay más que una crisis”. El bibliófilo se vuelve frecuentemente bibliómano cuando su espíritu decrece o cuando su fortuna aumenta, dos graves inconvenientes a los cuales están expuestas las personas honradas; pero el primero es mucho más común que el segundo. “El bibliófilo”, añade M. Carlos Nodier, “sabe escoger los libros; el bibliómano los amontona. El bibliófilo reúne los libros con los libros, luego de haberlos sometido a todas las investigaciones de sus sentidos e inteligencia; el bibliómano los hacina sin mirarlos. El bibliófilo valora el libro, el bibliómano lo pesa o mide. [...] La inocente y deliciosa fiebre del bibliófilo es, en el bibliómano, una enfermedad aguda llevada hasta el delirio. Llegado a tal grado fatal de paroxismo, este mal no tiene nada de inteligente y se confunde con las demás manías”. Si me fuese permitido añadir un última pincelada para resumir este juicio paralelo, diría que el bibliófilo posee libros, y el bibliómano es poseído por ellos.

Entre todas las manías coleccionistas, la de los libros me ha parecido siempre, a la vez, la más extendida, la más seductora y la más lentamente ruinosa. Me limitaré a citar un ejemplo. Trátese de un coleccionista de bien; hombre raro en su especie, incapaz de robar un elzevirio de dieciocho líneas de margen, que extremaba la delicadeza hasta el punto de devolver fielmente el libro más insignificante que se le prestase, y que nunca dio cabida en su mente a la idea de descabalar una obra buena, con la esperanza de adquirirla luego a bajo precio.

M. Boulard, hombre de gusto y literato instruido, había adquirido una gran fortuna en el notariado, que ejerció en París por muchos años de una manera, la más honrada. Muy diferente de los notarios del día, M. Boulard no era un hombre de mundo; era el hombre de su despacho, el guía, el amigo de sus clientes; y no se decidió a dejar su notaría sino hasta que pudo transmitirla a un hijo heredero de su inteligencia, de su celo y de sus virtudes.

Hasta entonces, M. Boulard creyó su deber reprimir una afición muy marcada que tenía a los libros; pero desde que se vio dueño de su persona y de su tiempo, no pensó más que en formarse una colección de obras raras y curiosas.

Helo aquí, pues, manos a la obra, pasando una parte del día en casa de los grandes libreros, y otra parte en casa de los libreros de ocasión hojeando, oliendo, midiendo y comprando siempre las ediciones raras, las buenas ediciones, las únicas en que se halla la falta, la bendita falta, estrella polar de los verdaderos aficionados. Los antiguos aficionados a la librería aseguran no tener memoria de haberle visto entrar en casa sin llevar debajo del brazo varios volúmenes. Por lo demás, sus numerosas compras eran siempre pagadas al contado, y al cabo de algunos años era mirado en todo París como la segunda providencia de los libreros de viejo. A tal paso, pronto quedaron llenos los estantes que cubrían todas las paredes de su domicilio, y hubo necesidad urgente de preparar sitio para las adquisiciones futuras.

A fuer de señora prudente y económica, Mme. Boulard había aconsejado repetidas veces a su marido se pusiera a leer antes de seguir comprando; pero tal consejo, bueno cuando más para un bibliófilo, no era de manera alguna del agrado de nuestro bibliómano. Los nuevos volúmenes, que de algún tiempo llegaban por masas, por toesas cuadradas, fueron colocados por montones, delante de la biblioteca, inaccesible ya, y hasta en el cuarto de dormir, convertido ya un día en cuatro grandes calles todas guarnecidas de estantes.

A todo esto, M. Boulard se iba volviendo menos amable y más misterioso. De mañana empezaba sus excursiones mucho más temprano que de costumbre, a hora en que los libreros no habían abierto sus tiendas ni los vendedores de viejo puesto sus paradas; con frecuencia no iba a almorzar a su casa, iba a cenar muy tarde, y un día sucedió que no fue a cenar ni a dormir. En vano Mme. Boulard, alarmada, pregunta a su marido acerca de tan escandalosa conducta; el bibliómano se obstina en guardar silencio, o da respuestas evasivas. Desde aquel entonces se le siguen todos los pasos, se le espían todas las acciones a aquel relajado y no se tarda en averiguar que hace algún tiempo pasa días enteros en una de sus casas, de la cual había despedido sucesivamente a todos los inquilinos, que acababa de transformar en una vasta biblioteca. La noche que su esposo había olvidado pasar bajo el techo conyugal, era precisamente aquella durante la cual arregló tres carretadas de libros, cuya compra accidental no se había atrevido a confesar. Entran entonces las explicaciones, hay lloros por una y otra parte, y por último se firman las paces, pero ¿bajo qué condiciones? Nuestro bibliómano ha dado palabra de honor, ha empeñado su fe de antiguo notario, de que empezará inmediatamente un catálogo, y no comprará en lo sucesivo ni un volumen sin expresa autorización de Madame.

Fiel a sus promesas, el honrado, el venerable M. Boulard da principio a su obra; todavía sale a menudo, es verdad; pero sólo para visitar sus antiguas galerías, mas nunca para comprar. Algunos meses después de tan animosa resolución, empezó a declinar su salud; particularmente perdió el apetito y las fuerzas, empezó a enflaquecer; su carácter, antes amable y placentero, se volvió de repente sombrío y melancólico: sordamente minado, en fin, por una calentura nerviosa, llegó a no poderse mover de la cama. Sólo entonces fue cuando el médico que le visitaba sospechó que aquella fiebre consuntiva podía muy bien proceder de una especie de nostalgia, de melancolía que sufría el enfermo de no poder comprar más libros; y, de concierto con Mme. Boulard, puso en práctica la siguiente estratagema: un cambalachero va a extender en la calle algunos centenares de volúmenes frente a las ventanas del bibliómano, y luego, a una señal convenida, se pone a vender sus libros al pregón, atrayendo a los transeúntes con gritos fuertes y sonoros.

—¿Qué es eso? —pregunta M. Boulard a su esposa.

—Nada, cariño mío, es un vendedor que quiere deshacerse de algunos libros viejos.

Al oír estas palabras un profundo suspiro se escapa del pecho del enfermo:

—Si al menos pudiese ir a verlos, me parece que el aire libre me haría bien.

—Si quieres vestirte y tomar mi brazo, probaremos a bajar, y vamos, por hoy te permito comprar los volúmenes que quieras.

Apenas pronunciadas estas palabras, el enfermo ha saltado de la cama; vístese en un santiamén y, no obstante su endeblez, baja con bastante facilidad la escalera.

Acercándose al vendedor, deja M. Boulard el brazo de su mujer y la obliga a volverse a la casa. Entonces, con ojos llenos de alegría y con una rodilla en el suelo, recorre rápidamente las obras, las abre, las cierra y las vuelve a abrir para poderlas palpar más tiempo. Las más son buenas, hay algunas que hasta son raras: ¿cuáles comprará? En el embarazo de la elección las compra todas. Al día siguiente por la mañana nuestro bibliómano se halla sensiblemente mejor, había pasado una noche excelente; en cada una de sus facciones brillaba cierto aire de serenidad y muy luego entró en convalecencia.

Merced a semejantes permisos, que fue menester renovar con bastante frecuencia, M. Boulard vivió largos años. A los setenta y cinco, veíasele por los muelles envuelto en un inmenso redingote azul con sus anchurosos bolsillos de atrás cargados de dos volúmenes en 4°. Y los de delante de unos diez en 16° o en 12°. Entonces era M. Boulard una verdadera torre ambulante; pero hallaba su carga agradable, y ni por todo el oro del mundo habría consentido que lo aligerasen de ella.

Mas ¡ay! Todo tiene un término en este mundo: el 6 de mayo de 1825, M. Boulard tuvo el sentimiento de dejar esta vida sin poderse llevar sus seiscientos mil volúmenes*. Dos meses después eran vendidos a bajo precio. Si hubiese durado algunos años más, a pesar de su inmensa fortuna, probablemente habría muerto casi miserable.


* Después de la venta de la biblioteca de M. Boulard, los libreros de viejo de París estuvieron tan abastecidos, que por espacio de muchos años los libros de lance no se vendían más que por la mitad de su valor corriente.

El texto apareció originalmente sin nombre de autor y con el título “La bibliomanía” en Biblos. Boletín Semanal de Información Bibliógrafica, n° 50, México, Biblioteca Nacional, 27 de diciembre de 1919.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
En Bogotá abundan tanto bibliófagos como bibliómanos. En el sector público hay -sobre todo- de los segundos; recuerdo uno que cuando lo pillaron se hizo grabar para los noticieros "examinando" nerviosamente alguno de sus volúmenes mientras miraba de reojo a las cámaras antes de que la policía se lo llevara.
Carlos Augusto Jaramillo ha dicho que…
Para disfrutar la deliciosa leyenda de alguien que mataba literalmente por los libros, échenle una mirada a "El librero asesino de Barcelona", de Ramón Miquel I Planas, publicada por Montesinos. Gracias Camilo por la referencia. Si te das cuenta de que el libro llega a Colombia, por favor, avisá. A propósito, si no tenés el libro, ¿de dónde lo fusilaste?
Camilo Jiménez ha dicho que…
Creo que en "Gatopardo" RH Moreno-Durán publicó un reportaje extenso sobre el librero asesino de Barcelona. El dato vale porque el libro de la editorial Montesinos también es difícil de encontrar en librerías. Bueno, ahí están las biblitoecas, para quienes son capaces de leer un libro prestado: yo quiero tener todo lo que leo... ¿seré por eso bibliófilo o bibliómano? En fin.

Y gracias, Pablo y Carlos: me hicieron caer en cuenta de que olvidé dar un crédito: Andrés Hoyos trajo un ejemplar que compró en Guadalajara, y él me prestó el librito. A él, pues, las gracias. Y ya paro acá porque estoy sonando más agradecido que un marica contento.
Camilo Jiménez ha dicho que…
Se me olvidaba: encargué un ejemplar a México (por aquello de que quiero tener lo que leo). Voy a escribirle a la persona a ver si todavía puede comprarme otro ejemplar y te lo hago llegar, Pablo. Saludos.
Anónimo ha dicho que…
Camilo, ni bibliófago ni bibliómano....te gusta bibliótico? sinò te lo cambiamos....
Andrés ha dicho que…
Ni bibliófago ni bibliómano: glotón.
Anónimo ha dicho que…
ay ke romper con la caduca dictadura de gutenber, que tanto os gusta, caterva de fementidos, y ceder ante el paso arrollador del paradigma del sicoanálisis digital

El desubicado
A ha dicho que…
Bibliópata?
Anónimo ha dicho que…
Biblióptero. Respete.
A ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo ha dicho que…
Curioso, algunos conocen una palabra y no ven la hora de dispararla por ahí como sea; y los textos les quedan como una reproducción de Dali al lado de un Jesus Heart, como sala de mafioso barato y ochentudo.
Anónimo ha dicho que…
¡qué comentario tan emético!

El corazón de Dalí.
A ha dicho que…
Ay Apotegma te entendemos las ganas. No te tenes que justificar.
Anónimo ha dicho que…
Corazón de Dalí: "podeis vomitar todo aquello que veis por que Freud de un soplo la vuelve a cagar...como si nada".

a: No entendí, por ventura no será su señoría discípulo de don Edgar Morín?
Sinar Alvarado ha dicho que…
mientras no sea bíblico.
A ha dicho que…
No hombre Litote, yo soy más bien tercermundista. Basarab Nicolescu sería más mi tipo... Los "..escus" me enloquecen!
Anónimo ha dicho que…
¡que esta lábil trulla continúe hasta que nos quedemos raucos!
A ha dicho que…
-- a hace mutis por el foro.
Camilo Jiménez ha dicho que…
Esto ya parece la seccion "enriquezca su vocabulario" de la revista Selecciones. Desde hace cinco comentarios no entiendo nada, pero valga: estoy pasando bueno.
RADIO NEBLINA ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Martín Franco Vélez ha dicho que…
¿Desde hace cinco comentarios? Después de los tres primeros yo quedé como si estuviera leyendo a Juanpis (P)Lata: en las mismas.
Anónimo ha dicho que…
Camilo, a propósito de Charles Nodier mencionado en tu comentario, la edición -bellísima- de sus Cuentos Visionarios en El Ojo Sin Párpado es una de las pérdidas irreparables de mi rolling biblioteca, ¿en tus pesquisas has visto algo de esa estupenda colección?
Camilo Jiménez ha dicho que…
Ay, Lucaz, nunca volví a ver un libro de esa impecable colección de Siruela. También perdí los dos volúmenes (¡los dos, caraxo!) de los "Cuentos fantásticos del siglo XIX"... y así y todo sigue uno prestando libros...
Anónimo ha dicho que…
Camilo y demás comensales, que pena acudir a este medio para pedirles si conocen alguna página de internet (fuera de Ciudad Seva y Librodot.com que tiene un excelente catálogo de traducciones pero no sirve para nada) de la que se puedan bajar libros completos en word o acrobat, para que me den la dirección.
Raul Padrón ha dicho que…
Yo me hallo dividido entre ser un bibliomano y ser un bibliofilo, por un lado, cada uno de los libros que se halla en la biblioteca de mi apartamento ha sido seleccionado, y ha superado diversas pruebas, o vale la pena tenerlo cerca para no cometer algunos errores.

Por otro lado, en el hogar en que creci he acumulado miles de libros( más de mil en todo caso), muchos regalados, o comprados por cantidades infimas.Tengo dos estantes llenos de libros en dos filas de los cuales no he leido ni el diez por ciento,y además un antiguo closet que está lleno por completo de libros tecnicos, novelas de misterio ,enciclopedias y colecciones de literatura del siglo XX; la mayor parte de ellos no pienso leerlos, sólo me gusta tenerlos allí.
A ha dicho que…
Raul: Tengo dos sitios que podrían ayudarte. Sin embargo, prefiero el primero. No puedo garantizar que es de la calidad que buscas, pues eso deberás determinarlo vos mismo.

1) Libros Tauro:
http://www.librotauro.com.ar/librostauro.php

2) Agujero Negro:

http://www.agujero.com/
Juli González ha dicho que…
Camilo, De izquierda a Derecha, estoy de vuelta.
Gracias por las visitas a pesar de mi ausencia.
Un saludo,

Juliana
nicolasvallejo ha dicho que…
Mi frase favorita de toda la entrada:


"Helo aquí, pues, manos a la obra..."


Abrazo para Camilo!
Gustavo Adolfo Garcés ha dicho que…
Cami, sólo quería dejarte una notica: "estuve por acá" y le recomendé tu blog y el libro de los bibliómanos a Andrea López, argentina y librera de la librería de Fondo. Si ella no lo tiene, es posible que lo traiga. En librería quieren tener todos los libros mexicanos posibles.
Ey, y todos los demás, vengan al Centro Gabriel García Márquez del Fondo de Cultura Económica. Calle 11 No. 5-60. Está padre.
Camilo Jiménez ha dicho que…
Pos por allá nos pasaremos, cuatacha. Hay mucho libro mexicano que valdría la pena traer, del propio Fondo, de la UNAM, de Joaquín Mortiz, de Siglo XXI... La intención de la librera López me llena de esperanza. La semana entrante las visito, chavas.

"Y no te doy otra nomás porque...".
maggie mae ha dicho que…
Bibliomanía

A fuerza de ejemplar perseverancia
logré acopiar, no obstante mi indigencia,
selectos frutos de la humana ciencia
que colman y engalanan mi existencia.

Hícelo no por necia petulancia;
que sólo de los libros la asistencia
da pronto alivio a la fatal dolencia
que siempre me ha aquejado: la ignorancia.

Si yo a mi biblioteca rindo culto,
es porque en cada tomo hallo un amigo
a quien todo confieso y nada oculto.

y tal confianza en su prudencia abrigo,
que si al dudar sus páginas consuleto,
ciego y seguro su dictamen sigo.

de Jorge Pombo. tomado de: Fabio Peñarete, Así fue la Gruta Simbólica, Bogotá, tipografía Hispana, 1972, p. 81

me pareció bonito! y ya.
Marçal Font ha dicho que…
La primera traducción de este texto al español es de Pedro Felipe Monlau. Publicó "La medicina de las pasiones" de Descuret en Barcelona en 1842.

Gran blog!!!