No sé a ustedes, pero a mí no me gusta que me inflen los libros. Veo el librito de 140, 150 páginas y al abrirlo encuentro unos márgenes amplísimos, una fuente de tamaño familiar, y me decepciono un poco. Esto no es problema del autor: si una historia se cierra a las 80 páginas se cierra ahí y ya está –y siempre es más valorable, al menos en materias literarias y por supuesto en no todos los casos, la contención que el desborde–. Es estrategia de las editoriales, que quieren vendernos como novela algo que tiene la extensión de una nouvelle. Apreciaría uno que no les diera miedo sacar al mercado breviarios de 80, 90 páginas, que bien bellos son y además le permiten a uno saber a qué se enfrenta antes de arrancar la lectura. Esta novela tiene 214 páginas, pero el diseño interior es de una munificencia tal que bien podría tener 120, en todo caso no más de 140 páginas.
La novela reconstruye los últimos meses de vida de Rodrigo Lara Bonilla, desde su nombramiento como ministro de Justicia hasta su asesinato por sicarios contratados por Pablo Escobar y otro grupo de mafiosos. Tiene una prosa vertiginosa, y ésta es su más grande virtud y su más problemático defecto: por la extrema velocidad se sacrifican precisiones en la línea temporal, en la ubicación geográfica, y el lector se siente a veces perdido: ¿Dónde están estos personajes? ¿Quién es éste que acaba de aparecer? ¿Qué pasó al fin con el cheque del mafioso que comprometió la credibilidad de ministro? ¿Cómo fue el asesinato? ¿Quién está hablando?
Durante la lectura me pregunté si alguien poco familiarizado con los eventos entendería bien la línea temporal, los caracteres de los personajes implicados, los propios sucesos. Pensé en lectores menores de 30 años, en personas de fuera del país, en distraídos respecto a la historia nacional. Yo estuve muy cerca de esa historia (y cuando digo esto quiero decir, literalmente, muy cerca: el sicario que apodaban “Quesito” y que disparó contra el ministro ¡estudiaba en mi colegio!, el novio de mi hermana en esa época trabajaba en el Nuevo Liberalismo y en casa se hablaba mucho del tema, de los personajes de esta historia…), la conozco, y muchas veces durante la lectura tuve que volver sobre las páginas, hacer memoria, reconstruir los eventos para no perderme. Y no estoy hablando de traiciones a la historia: estoy hablando de traiciones a la construcción de una peripecia novelesca.
“Creo en el sagrado derecho del espectador a la elipsis”, dijo Antonio Gasset Dubois en una entrevista que leí mientras preparaba el post anterior. Adhiero al comentario de Gasset, pero esas elipsis tienen que estar muy bien sujetas para no embolatar al espectador, o al lector en el caso de una novela.
A partir de la cuarta parte, “Tranquilandia, bienvenidos”, Lara ya está más armada, tiene más detalles, como si el autor se hubiera dado cuenta, tarde, de los vacíos dejados en las páginas anteriores. Y uno recupera un poco la calma y está más ubicado en la historia. De ahí en adelante uno se mete en esa narración vertiginosa y termina la lectura de un tirón. Estimo que faltó algo de trabajo editorial, de decirle al autor “deténgase aquí”, “de dónde aparece este personaje”, “arme con más detalle este episodio”, “caracterice con más cuidado este personaje”.
Creo que esta no es la novela que contará desde la literatura la historia de Lara Bonilla, de esos años negros cuando empezó en Colombia la lucha contra el narcotráfico. Creo, sí, que como novela se deja leer. ¿Es eso suficiente para una novela histórica?
Nahum Montt, Lara, Bogotá, Alfaguara, 2008, 214 páginas.
Comentarios
Pero mi picó la inquietud y la voy a leer.
Lucaz
Ha pasado casi un cuarto de siglo y seguimos en las mismas casi con los mismos; sí, han cambiado los nombres de algunos personajes, pero en esencia estamos igual. Es aterradora la enfermiza tolerancia y complacencia que tenemos los colombianos con el mal. Aquí convivimos los malos, los más malos y los peores; al fin y al cabo, todos lo somos, ya sea de “palabra, pensamiento, obra u omisión”.
Más allá de la sensibilería patriotera, en el terreno de lo literario, confieso que disfruté la lectura de la novela, sobretodo la segunda parte, específicamente el último día de Lara. Eso no desmiente los “problemillas” que describe Camilo, pero en resumidas cuentas, es una buena novela... ¿o nouvelle?
¿Qué sea ésta la llamada a dejar el testimonio literario del momento histórico?… ¿?... Ni idea. Por ahora, es una buena ficción basada en un hecho real que se lee rapidito y se disfruta.
Entonces, si la historia permite entender los nexos del narcotráfico con el Estado (o los políticos, que en este país son lo mismo) y todos los problemas que ello nos ha traído pues es una novela histórica, ¿no? y la idea es que vaya más alla de Lara.
y si, a mi tambien me picó la inquietud como a Lucaz y me la voy a leer.
Y hablando de y con Lucaz, por fin me conseguí amor perdurable de Ian McEwan y me va gustando mucho, ya casi la termino. Gracias!
Y sí, Maggie, leéla, no vas a perder las dos horitas que inviertes en hacerlo. Y nos cuentas, claro.
Mis razones son, como siempre, románticas e ingenuas: la literatura, mi literatura, es un refugio de la realidad, es una soledad feliz, donde no tengo que preocuparme por el narcotráfico, los políticos; donde sólo la imaginación manda.
¿Falta de identidad, de conciencia histórica? Por supuesto. Pero, así, soy muy feliz.
¿Cuándo se publicó?
Por otra parte, es la primera vez que entro a su blog, y me ha gustado mucho. Sobre todo por la proximidad con mi propio blog... ya sabes... es un poco pedante admitirlo... pero así sucede.
Por último... la frase del editor... la que le da título a su blog... creo haberla leído en liquidación, de Kertesz... me pregunto quién la habrá usado primero...
en fin... un saludo.
Estimado Dámaso Dová, ¿cuando habla de romántico se refiere a la novela romántica? La novela de género ingenuo no la conozco, ¿me puede recomendar algo?
Colega Bogoteño, ahí entramos a la lucha.
Saludos,
Control de alcoholemia
Lucaz
Cuando en la literatura encontramos la figura de la ingenuidad, las carcajadas son deliciosas y, para recomendarle, siempre de manera respetuosa, Voltaire tiene un relato: "El ingenuo".
callate
Lucaz
Anónimo bien.
Twain
La esquizofrenia de William ya es otro caso. Uno casi siempre puede saber cuándo es él por más que se esconda en anónimos y en nombres de autores que no va a leer y que no ha leído.
Al comienzo del blog tuve un seudónimo, que sustituí por mi nombre cuando puse la primera reseña negativa de un libro colombiano, "Open the window para que la mosca fly". Alguien en estos comentarios me hizo caer en cuenta y le di la razón.
Bueno, yo entré por primera vez a este blog usando el pseudónimo Control de alcoholemia, y por la respuesta de Dámaso me doy cuenta de que el mote se puede prestar para muchos equívocos. No era mi intención controlar a nadie, simplemente usé un pseudónimo que esperaba que pudieran entender los que estuvieron involucrados en determinado hecho que no viene al caso contar.
De ahora en adelante prometo ser más preciso con los comentarios y no salirme tanto del tema.
Estimado Dámaso, El Candido de Voltaire está muy lejos de ser una novela ingenua, se lo puedo asegurar. Un brindis, eso sí, por las carcajadas deliciosas. Raro escribir eso.
Saludos a todos,
Carlos Guillermo Castillo Sánchez.
Le menciono estos detalles porque me sirven para meter la cuchara en lo que usted y Camilo han discutido sobre el anonimato en este blog. Yo, por supuesto, estoy con Camilo: no existe crítica seria si uno se abstiene de poner la cara. Y la prueba --vaya ironía-- me la da usted misma. Le apuesto a que hubiera sido incapaz de deslizar esa malicia sobre mí si firmara con su propio nombre. ¿O estoy equivocado?
Aprecio mucho que haya compartido sus comentarios a la lectura. Gracias de nuevo, y saludos.