Fusilado: Voltaire




Regreso luego de un receso debido a motivos familiares. Y lo hago con el fragmento de un libro infaltable en la educación de alguien que se precie de ilustrado y liberal, el Diccionario filosófico del gran François Marie Arouet, desde los 24 años llamado Voltaire. La idea de este diccionario surgió durante una cena en el palacio de Postdam el 28 de septiembre de 1752. Se la propuso a Voltaire su gran amigo el emperador Federico, y en su confección participarían ambos y algunos invitados, pero terminó escribiéndolo sólo Voltaire. Años después de terminado, y vetada su edición y lectura en las principales capitales europeas, el propio autor renegaría de su obra. En carta a d’Argental escribió: “No tengo más que el tiempo de decirle que el Portátil, de ningún modo es mío, y que este asunto envenena un poco mi pobre vejez, que transcurre bastante placenteramente”. Por ese tiempo la obra era denominada Diccionario filosófico portátil, y en otra época fue conocido con el bello nombre de La razón por alfabeto. Antes de emprender la lectura de esta pequeña muestra quedémonos con el título completo que tuvo la primera edición, fechada en Londres en 1764, que recoge de manera certera su espíritu y alcances: Diccionario filosófico dictado por el amor a la razón, por el culto al buen sentido y a la verdad, por el odio a la superstición, a la intolerancia y a los abusos.


Amor

Hay tantas clases de amor, que no sabemos a cuál de ellas hacer referencia para definirlo. Se llama falsamente amor al capricho de algunos días, a una relación ligera, a un sentimiento al que no acompaña el aprecio, a una costumbre fría, a una fantasía novelesca, a un gusto al que sigue un rápido disgusto; en una palabra, se da ese nombre a una multitud de quimeras.

Si algunos filósofos tratan de examinar a fondo esta materia poco filosófica, que estudien el Banquete de Platón, en el que Sócrates, amante honesto de Alcibíades y de Agatón, conversa con ellos sobre la metafísica del amor, Lucrecio habla del amor físico, y Virgilio sigue las huellas de Lucrecio.

El amor es una tela que borda la imaginación. ¿Quieres formarte una idea de lo que es el amor? Contempla los gorriones y los palomos que hay en tu jardín; observa el toro que se aproxima donde está la vaca, y al soberbio caballo que dos criados llevan hasta la yegua que apaciblemente le está esperando y al recibirle menea la cola; observa cómo chispean sus ojos, y oye sus relinchos, contempla sus saltos, orejas tiesas, su boca que se abre nerviosamente, la hinchazón de sus narices y el aire inflamado que de ellas sale, sus crines que se erizan y flotan y el movimiento impetuoso que les lanza sobre el objeto que la Naturaleza les destinó; pero no les envidies, porque debes comprender las ventajas de la naturaleza humana, que compensan en el amor todas las que la Naturaleza concedió a los animales: fuerza, belleza, ligereza y rapidez.

Hay algunos animales que ni siquiera conocen el goce; los peces que tienen concha no lo conocen: la hembra deja sobre el legamo millones de huevos; el macho que los encuentra, pasa sobre ellos y los fecunda con su simiente, sin conocer y sin buscar a la hembra que los puso.

La mayor parte de los animales que se emparejan no disfrutan más que por un solo sentido, y cuando satisfacen su apetito termina su amor. Ningún animal, excepto el hombre, siente inflamarse su corazón al mismo tiempo que se excita la sensibilidad de todo el cuerpo; sobre todo, los labios gozan de una voluptuosidad que no fatiga, y de ese placer sólo goza la especie humana. Además, ésta, en cualquier época del año, puede entregarse al amor, y los animales tienen su tiempo prefijado. Si reflexionas y te haces cargo de estas preeminencias, exclamarías con el conde de Rochester: “El amor, en un país de ateos, es capaz de conseguir que adoren a la Divinidad”.

Como los hombres recibieron el don de perfeccionar todo lo que la Naturaleza les concedió, llegaron a perfeccionar el amor. La limpieza y el aseo, haciendo la piel más delicada, aumentan el placer que causa el tacto; el cuidado que se tiene para conservar la salud hace más sensibles los órganos de la voluptuosidad. Los demás sentimientos se entremezclan con el del amor, como los metales se amalgaman con el oro: la amistad y el aprecio le favorecen, y la belleza del cuerpo y la del espíritu le añaden nuevos atractivos. Sobre rodo, el amor propio estrecha esos lazos, porque el amor propio se aplaude a sí mismo por la elección que hizo, y la multitud de ilusiones que hace nacer embellecen la obra cuyos cimientos abrió la Naturaleza.

He aquí las ventajas que los hombres tienen sobre los animales. Si aquéllos disfrutan de placeres que éstos desconocen, en cambio sufren pesares de los que las bestias no tienen la menor idea. Es lo más terrible para el hombre que la Naturaleza haya emponzoñado en las tres cuartas partes del mundo los placeres del amor y los manantiales de la vida con esa enfermedad espantosa que a él sólo ataca y que en él sólo infecta los órganos de la generación.

De esta peste no puede decirse que, como otras enfermedades, es la consecuencia de nuestros excesos. No es la relajación la que la introdujo en el mundo. Friné, Lais y Mesalina no sufrieron esa enfermedad, que nació en las islas de América, donde los hombres vivían en estado de inocencia, y desde ellas se extendió por el mundo antiguo.

Si por algo pudo acusarse a la Naturaleza de contradecirse en su plan de obrar contra sus propias miras, es por haber difundido esa detestable calamidad que sembró en la tierra la vergüenza y el horror. Si César, Antonio y Octavio no conocieron esa enfermedad, en cambio causó la muerte de Francisco I.

Los filósofos eróticos promovieron la cuestión de si Eloísa pudo seguir amando verdaderamente a Abelardo cuando fue fraile y castrado. Yo creo que Abelardo siguió siendo amado; la raíz del árbol cortado conserva siempre un resto de savia, y la imaginación ayuda al corazón. Nos complacemos en continuar sentados a la mesa cuando no comemos ya. ¿Es esto amor?, ¿es un simple recuerdo?, ¿es amistad? Es un no sé qué compuesto de todo eso; es un sentimiento confuso semejante a las pasiones fantásticas que los muertos conservaban en los Campos Elíseos. Los héroes que durante su vida habían brillado en las carreras de los carros, después de muertos guiaban carros imaginarios. Allí Orfeo creía cantar aún, Eloísa vivía con Abelardo de ilusiones, le acariciaba ella con la imaginación algunas veces, con el placer superior que debía producirle haber hecho en Paracleto voto de no amarle, y sus caricias debieron ser más preciosas porque eran más culpables. No puede la mujer concebir una pasión por un eunuco, pero puede conservar el cariño de su amante si por amarle le castran.

No sucede lo mismo al amante que envejeció en el servicio. Su exterior no subsiste, sus arrugas asustan, su pelo blanco repele, los dientes que le faltan disgustan, y todo lo que puede hacer la mujer amada, siendo virtuosa, se reduce a ser su enfermera y a soportar que la ame, dedicándose a enterrar a un muerto.


Literatos

La palabra española literatos corresponde a la palabra francesa gens de lettres, como ésta corresponde a la palabra gramáticos, que usaban los griegos y los romanos. Los griegos y los romanos incluían en esta denominación, no sólo a los que estaban versados en la gramática, que es la base de todos los conocimientos, sino a los que conocían la geometría, la filosofía, la historia, la poesía y la elocuencia. No merece este calificativo el que teniendo escasos conocimientos se dedica a un sólo género: el que no habiendo leído más que novelas, sólo novelas escribe; el que sin conocer bien la literatura, por casualidad haya escrito una novela o un drama; el que, desprovisto de ciencia, haya pronunciado algunos sermones, no debe ser incluido entre los literatos. Este título es más extenso en nuestros días que lo era la palabra gramático para los griegos y los latinos. Los griegos se contentaban con saber su lengua; los romanos no aprendían más que el griego; pero el literato en la actualidad necesita saber tres o cuatro idiomas. El estudio de la historia es mucho más extenso que lo era para los antiguos, y el de la historia natural ha crecido a medida que han ido aumentando los pueblos. No se exige al literato que profundice todas estas materias, porque la ciencia universal no está al alcance del hombre; pero los verdaderos literatos poseen diferentes terrenos, aunque no pueden cultivarlos todos.

En el siglo XVI, y casi hasta la mitad del XVII, los literatos consumían mucho tiempo ocupándose en la crítica gramatical de los autores griegos y latinos, y debemos a sus trabajos los diccionarios, las ediciones correctas, los comentarios de las obras magistrales de la antigüedad. Ahora esta crítica es menos necesaria y ha sucedido a ella el espíritu filosófico, que es el que parece que constituya el carácter de los literatos.

La ventaja que lleva el siglo XVIII a los tiempos pasados consiste en que hay bastante número de hombres instruidos que pueden pasar desde las espinas de las matemáticas hasta las flores de la poesía, y son capaces de juzgar acertadamente lo mismo un libro de metafísica que una obra de teatro. El espíritu de dicho siglo hace que la mayor parte de ellos sobresalgan lo mismo en el trato social que escribiendo en su gabinete, y en esto son superiores a los literatos de los siglos precedentes.

Los literatos, ordinariamente son más independientes que los demás hombres, y los que nacieron pobres encuentran con facilidad, en las fundaciones que dejó Luis XIV, los medios para asegurar su independencia. No se escriben ya como antiguamente las epístolas dedicatorias que el interés y la bajeza ofrecían a la vanidad.

Hay muchos literatos que no son autores, y probablemente serán los más felices, porque están libres de los disgustos que la profesión ocasiona algunas veces, de las cuestiones y de las rencillas que la rivalidad promueve, de las animosidades de partido y de ser mal juzgados.


Plagio

Dícese que trae su etimología de la palabra latina plaga, que significa condenar a la pena de azotes a los que habían vendido hombres libres por esclavos. Esto no tiene nada que ver con el plagio de los autores, los que no venden hombres esclavos ni libres y sólo se venden algunas veces a sí mismos por exigua cantidad de dinero.

Cuando un autor vende los pensamientos de otros por suyos, se llama plagio ese hurto. Podrán, pues, llamarse plagiarios todos los compiladores, todos los que escriben diccionarios, si no hacen más que repetir las opiniones, los errores, las imposturas, las verdades que estaban ya impresas en diccionarios precedentes; pero al menos éstos son plagiarios de buena fe, que no se atribuyen el mérito de la invención. Ni siquiera pretenden haber desenterrado de monumentos antiguos los materiales que reúnen; no han hecho otra cosa que copiar a los laboriosos compiladores del siglo XVI. Nos venden en un volumen en cuarto lo que ya teníamos impreso en un volumen en folio. Pueden llamarse libreros mejor que autores, y mejor pueden colocarse en la clase de ropavejeros que en la de plagiarios.

El verdadero plagio consiste en publicar como nuestras las obras de otros; en coser en ellas trozos largos de un buen libro, cambiando algunas palabras; pero el lector ilustrado, al conocer un pedazo de paño de oro entre otros muchos de paño burdo, reconoce en seguida al ladrón torpe.

Testículos

Esta palabra, aunque es obscura, es científica: significa pequeño testigo. En la Enciclopedia hay un artículo que se ocupa de las condiciones de un buen testículo, de sus enfermedades y de su tratamiento.

Sixto V, fraile franciscano que llegó a ser Papa, declaró el año 1587, en la carta que escribió el 25 de junio al nuncio que tenía en España, que debían anularse todos los casamientos en los que los hombres carecían de testículos. Semejante orden, que ejecutó Felipe II, parece indicar que en España había muchos maridos privados de esos dos órganos. ¿Pero cómo un hombre que había sido franciscano podía ignorar que hay algunos hombres que los tienen escondidos en el abdomen y no por eso dejan de ser aptos para las funciones conyugales? Hubo en Francia tres hermanos de alta cuna, y de los tres, uno tenía tres testículos, el segundo tenía uno nada más, y el tercero parecía no tener ninguno, y sin embargo, era el más vigoroso de los hermanos.

El doctor Angélico, que no era más que jacobino, decide que dos testículos son de essentia matrimonii (de esencia en el matrimonio), cuya opinión siguieron Ricardo, Scoto, Durando y Silvio.

Si no podéis conseguir enteraros del informe que en 1600 hizo el abogado Sebastián Rouillart sobre los testículos que el litigante que defendía tenía hundidos en el epigastrio, leed por lo menos en el Diccionario de Bayle el artículo que intitula Quellenec, en el que veréis que la mujer perversa del cliente de Sebastián Rouillart pretendía que declararan nulo su matrimonio, porque a su marido no se le veían los testículos. La parte contraria decía que cumplía perfectamente su deber; que verificaba los actos de introducción y de eyaculación, ofreciendo comprobarlo ante las dos cámaras reunidas. La bribona de su mujer respondía que su pudor no podía consentir semejante prueba, además de que esa tentativa era superflua, porque carecía de testículos la parte contraria, y como saben muy bien los señores jueces, es necesario tener testículos para eyacular. Ignoro cuál fue el resultado del proceso, pero me atrevo a sospechar que el marido perdería el pleito, y lo que me inclina a creerlo así, es que el mismo Parlamento de París publicó el 8 de enero de 1665 un decreto declarando que había necesidad de que se vieran los dos testículos, y que sin ellos no se podía contraer matrimonio.

Sobre este y otros asuntos parecidos podéis consultar a Pontas, que era un vicepenitenciario que decidía en todos los casos.

Lo fusilamos de: Voltaire, Obras selectas. Diccionario filosófico. Novelas. Cartas filosóficas, Buenos Aires, El Ateneo, 1965. Traducciones de Abate Marchena, Amador de Castro y Tina Manzoni.

Comentarios

Borrasca ha dicho que…
Camilo confío en que tu ausencia por motivos familiares haya sido un paseo o algo agradable, si fue alguna calamidad que sea prueba superada. BIENVENIDO!!!

En cuanto a este fusilado estamos de acuerdo y me pareció excelente tu elección de palabras, me encanta el juego que si quisiéramos... le podríamos dar.

Besos borrascosos
Anónimo ha dicho que…
Fernando Savater, otro que ha pasado por este paredón, escribió una biografía de Voltaire en forma de novela epistolar titulada El Jardín de las Dudas, a mi me gustó mucho, fue una buena manera de conocer a este brillante y chispeante pensador, aquí en su fase de lexicógrafo. Excelente retorno del Ojo en la Paja. Saludos Camilo.
Carlos Augusto Jaramillo ha dicho que…
Cami, te estás pasando: yo no soy liberal ni mucho menos, pero el 'portátil' es uno de mis favoritos. Mi abuelo me prohibió ser liberal, y la junta con ellos. Ahí verás.
Anónimo ha dicho que…
Colega, qué bueno tenerlo de vuelta.

Hay otra novela sobre el filósofo francés que se llama El corazón de Voltaire. Es la primera novela epistolar por medio de correos electrónicos que he leído y es bastante amena. Su autor es Luis López Nieves, un puertoriqueño que tiene un portal literario muy interesante llamado ciudadseva.

Saludos,

Carlos Castillo.
Camilo Jiménez ha dicho que…
El portal de López Nieves es de los que uno debe conocer y visitar permanentemente. Sus novelas no las he leído. La colección no es que me guste mucho, la verdad: me decepcionaron las de Espinosa y Fonseca, que es mucho decir. (Eso de novela por encargo con tema prefijado muy seguramente no va a dar buenos resultados, por más oficio que tenga el escritor; y ahí están los casos que menciono como ejemplo.) Tocará pues mirar esta del puertoriqueño. ¿Se consigue acá?

También me gusta tenerlo de visita por acá, y agradezco las muestras de apoyo suyas, de Lucaz, Pablo Arango y de otros visitantes de estas tierras en el momento difícil que acabo de pasar. Aprovecho para agradecerles a todos.
Anónimo ha dicho que…
La colección Literatura o muerte se acabó el año antepasado en buena medida por lo que usted dice. Quedó en el tintero un libro de Pitol sobre Chéjov en Italia. El hombre estuvo muy enfermo y decidió que no iba a poder hacerla.

De las que salieron, El corazón de Voltaire es la más interesante. Por eso la pasamos el año pasado a La otra orilla y pues ahí va. Eso sí, no es una novela policiaca, con lo cual me toca seguirle dando la razón.

El portal de López Nieves tiene un serivcio de mandar cuentos clásicos todas las semanas. Para mí es clave porque me permite estar conectado con el mundo del cuento y no dedicarme solo a la novela, que es a lo que me jala el trabajo.

Un abrazo,

Carlos Castillo.
Anónimo ha dicho que…
Era Gógol y no Chéjov, perdón.

Carlos.
Martín Franco Vélez ha dicho que…
Carlos: gracias por el dato del cuento semanal. Acabo de inscribirme después de un proceso bastante engorroso. Aunque, según veo, vale la pena hacer la vuelta.
Anónimo ha dicho que…
Franco, siempre a la orden. ¿Cómo va la novela?

Carlos.