Fusilado: Cyril Connolly



Durante la Feria del Libro de Bogotá que acaba de terminar estuve en varias charlas y presentaciones de escritores jóvenes colombianos, organizadas por sus editoriales. Lo que oí allí, lo que vi, unido a las novelas de ellos que he leído últimamente me llevan a pensar en la falta de ambición de los escritores colombianos menores de cuarenta (y voy a rescatar apenas, por ahora, tres únicas excepciones: Juan Esteban Constaín, Juan Carlos Rodríguez y Juan Gabriel Vásquez). Pareciera que escriben obras desechables, que se van a leer a lo más durante dos, tres meses: mientras dura la promoción complaciente que les hacen en los medios sus colegas y amigos, porque resulta que muchos de ellos o son periodistas o están o estuvieron vinculados de alguna manera a medios de comunicación. Unas novelitas ahí, para leer y botar y pasemos a la siguiente, porque sale una cada tres meses. Ninguna de esas novelas se va a leer siquiera el año entrante, y eso va a terminar por acabar con el interés de las editoriales en esos escritores. Porque estoy seguro de que ninguna de las novelas de esos autores vende más de seiscientos ejemplares. Más de ochocientos, pongamos para ser generosos. Y un negocio tan costoso y arriesgado como el de la edición de libros no se sostiene a largo plazo con esas cifras.

Lo que vi en esas presentaciones de la Feria del Libro y lo que oí también me hizo recordar este texto escrito por uno de mis ensayistas favoritos. Cambiando los nombres y exceptuando un par de ideas menores suscribo todo lo que plantea.

Los próximos diez años

Ésta es la época del año en que estallan las guerras y un vidrio roto entrega alevosamente el bosque al sol vengativo. Los incendios forestales ya han consumido miles de hectáreas del Var, y los combatimos encendiendo fuegos controlados que reducen una franja de terreno a cenizas antes de que el frente principal haya tenido tiempo de llegar. A su vez, es necesario aislar y extinguir estas llamas, prendiendo fuego a otras franjas más obedientes todavía, hasta que las últimas pavesas expiren en el jardín donde escribo.

Es la sobremesa de un día sofocante. El almuerzo ha consistido en una tortilla, vichy y melocotones. La mesa está a la sombra de un plátano, y un gramófono suena en la habitación contigua. Siempre procuro escribir por la tarde, pues corre suficiente sangre irlandesa por mis venas para que tema el temperamento irlandés. La forma literaria que éste adopta, conocida como el “crepúsculo celta”, consiste en una adicción a la melancolía y un uso exagerado de palabras, y los buenos escritores irlandeses exorcizan al demonio disciplinándose en una cultura extranjera y más rigurosa. Yeats traducía del grie­go, mientras que Joyce, Synge y George Moore huyeron a París. En cuanto a mí, el latín de Augusto y el inglés neoclásico me parecen los mejores correctivos, pero no siempre dan el resultado apetecido, y, si escribo cuando oscurece, las sombras del crepúsculo esparcen sus tonos purpúreos desde el principio hasta el fin de mi prosa. ¿Por qué no escribo enton­ces por la mañana? Lamentablemente, en mi caso, el tiempo productivo de la mañana suele ser insignificante, y resulta cu­rioso que, si bien no menosprecio a quienes se acuestan antes que yo, casi todos se impacientan conmigo porque no me le­vanto cuando ellos lo hacen. Es posible que una mañana llu­viosa esté trabajando en la cama y ellos no tengan nada que hacer, pero aun así no ocultarán sus sentimientos de superioridad e inquina.

Ahora bien, entre la mañana derrochada en la cama y la noche peligrosa median las horas de la tarde en las que canta la cigarra, tan preñadas de tedio, y de ellas dispongo ahora para examinar el problema que me obsesiona.

Los próximos diez años

1) ¿Qué le habrá ocurrido al mundo dentro de diez años?
2) ¿A mí? ¿A mis amigos?
3) ¿A los libros que escriben?

Sobre todo a los libros, pues, para decirlo de otra manera, tengo una sola ambición: escribir un libro que se mantenga vigente durante diez años. ¿Cuántos libros de hoy han dura­do tanto? Pongo diez años porque ése es el tiempo que llevo escribiendo sobre libros y porque puedo afirmar, y ésta es la advertencia más grave, que dentro de poco la escritura de li­bros, en especial obras de ficción que duren una década, será un arte extinto. Los libros contemporáneos no se mantienen. La calidad intrínseca que contribuye a su éxito es lo primero que desaparece; se alteran de la noche a la mañana. En consecuencia, es preciso buscar una calidad que mejore con el tiempo. La brevedad del éxito de un libro puede deberse a los lectores, pues periódicos, bibliotecas, sociedades literarias, radio y cine han viciado el arte de la lectura. Pero los libros en los que estoy pensando ya fueron leídos en otro tiempo y los lectores con discernimiento los consideraron buenos. No obstante, han tenido el mismo sino que los otros.

Describamos, por ejemplo, la literatura inglesa en 1928. Mencionaremos a Lawrence, Huxley, Moore, Joyce, Yeats, Virginia Woolf y Lytton Strachey. Si somos inteligentes, añadiremos a Eliot, Wyndham Lewis, Firbank y Norman Douglas, y si somos serios, a Maugham, Bennett, Shaw, Wells, Galsworthy y Kipling. De todos los autores, Strachey, Galsworthy, Heimett, Lawrence, Moore y Firbank han muerto y no están de moda. Es como si nunca hubieran existido. Supongamos que se descubrieran nuevos manuscritos, un Five Towns de Bennett, un Forsyte de Galsworthy, incluso otra novela de Lawrence: sería una pesadilla. Podemos achacar este prejuicio a una reacción natural que relega la obra de ayer en favor de la de hoy, pero en gran parte es anormal, porque a esos escritores se los alabó anormalmente cuando vivían. Desde la época de su auge, las reputaciones de Shaw, Joyce, Firbank, Huxley y muchos otros han declinado. De hecho, entre los escritores eminentes de hace diez años, sólo la fama de Eliot, Yeats, Maugham y Forster ha ido en aumento. Y de los jóvenes autores de hace diez años sólo unos pocos se mantienen en el candelero.

También yo estoy en un apuro, a saber, ¿cómo vivir otros diez años?

Vivir significa, sobre todo, mantenerse vivo. El apuro es económico. ¿Cómo ganar lo suficiente para comer? Sin embar­go, supongo que la mayoría de mis lectores se habrán adapta­do de algún modo a la situación actual, pues al fin y al cabo escribo para los burgueses como yo. No existe mayor placer para un escritor que el de llegar al público, y a nadie le de­sagrada el aislamiento más que a un artista, en especial a un artista difícil, pero debe llegar al público por medios rectos; si le halaga, si le grita, le ruega, le sermonea o le embauca aprovechándose de su confianza, tan sólo atraerá a los elemen­tos indignos, y son éstos los que, al cabo, le abandonarán. Mientras tanto, mi manera de escribir, así como las cosas so­bre las que me gusta hacerlo, no atraen a los miembros de la clase obrera, y tampoco puedo tenderles ningún puente has­ta que estén preparados para cruzarlo. Así pues, os saludo, mis educados semejantes burgueses, cuyos intereses y dudas com­parto.

Otra manera de mantenerte vivo es evitar que te maten, y aquí entramos en una cuestión política. Sólo existe una manera oficial de zafarte de tal posibilidad, la de no participar en la guerra, mas para ello es necesario evitar el papel del buen samaritano y pasar al otro lado dando un rodeo.

Para los idealistas, tener que prescindir de sus ideales y apoyar así una política cínica en la que no creen es una pos­tura humillante. En consecuencia, no puede decirse que per­manecen espiritualmente vivos, y esta necesidad de elegir en­tre los azares de la guerra, el exterminio físico y los peligros de una paz basada en la técnica del avestruz y el estancamiento espiritual, entre la muerte física y la moral, es otra situación difícil.

Puesto que en la actualidad nuestra expectativa de vida es tan insegura, la única manera de asegurarnos otros diez años es hacer una obra que sobreviva ese tiempo, pues la mejor obra estalla con un impacto retardado. Es el caso de E. M. Forster, quien sólo ha producido dos libros desde la última guerra, pero sigue vivo porque sus demás libros, publicados entre veinte y treinta años atrás, están ganando terreno entre los lectores inteligentes, y su polen fertiliza a una nueva genera­ción. Esto ocurre por varias razones, la primera de las cuales tal vez sea que las novelas de Forster exponen el conflicto general localizado en el conflicto político de hoy. Sus temas son el derribo de barreras: entre blancos y negros, entre cla­ses sociales, entre sexos, entre el arte y la vida. “Tan sólo unir...”, el lema de Howards End, podría ser la lección de toda su obra. Sus héroes y heroínas, con su autodisciplina, su afectividad, su horror a la simulación y a las falsas emociones, a la exclusividad intelectual en el plano moral, y a la propiedad, el dinero, la autoridad y los lazos sociales y familiares en el material, son los precursores de la juventud izquierdista de hoy, la cual puede utilizar a Forster como punto de partida en cualquier dirección que desee tomar. Así, la forma de parábola de las novelas forsterianas puede sobrevivir a la forma panfletaria de las obras teatrales de Shaw, a pesar de su vigoroso pensamiento, porque Forster es un artista y Shaw no lo es. Gran parte de su arte consiste en la llaneza de su escritura, pues está seguro de la verdad de sus convicciones y la fuerza de sus emociones. El escritor que no está tan seguro de lo que quiere decir o de lo que siente es el que tiende a escribir con un estilo recargado para ocultar su ignorancia o encontrarse inesperadamente con una respuesta. De manera similar, el novelista que tiene dificultades para crear personajes es el que se goza en una excelente escritura. Ese estilo nada enfático y llano de Forster hace que sus obras se relean con facilidad, pues no contienen nada de lo que uno pueda cansarse, excep­to desenvoltura. Pero hay otra razón por la que la obra de Forster conserva su frescura, y es que su estilo no ha sido imitado.

Lo que mata una reputación literaria es la inflación. La pro­paganda, publicidad y entusiasmo que un libro genera –en una palabra, su éxito– implican una reacción en su contra. El ele­mento de inflación en el éxito de un escritor, el grado hasta el que ha sido forzado, es algo que debe descontarse por depre­ciación. Uno puede engañar al público acerca de un libro, pero el público guardará un resentimiento proporcional a la insensatez de la obra. Al público se le puede embaucar deli­beradamente por medio de la propaganda y la publicidad, o puede engañarse por accidente, porque el escritor se ha engañado a sí mismo. Si echamos un vistazo a los suplementos literarios de la prensa dominical, vemos cómo se produce el embaucamiento del público, la inflación en activo. Una palabra como “genio” se usa tantas veces que finalmente la frase: “Jenkins tiene genio. ¡Cauliflower Ear es inmenso!” re­sulta cierta, pues el hombre es tan genial e inmenso como los demás escritores alabados en esas páginas. Las palabras se resienten, puesto que la inflación les ha hecho perder su signi­ficado. Al principio el público también se resiente, pero aca­ba por no hacer caso, y así es preciso extraer nuevas obras de su retiro y obligarlas a sugerir mérito. Con frecuencia el pú­blico se interesa por un libro porque, aunque malo, es tópico, su actualidad pasa por originalidad, sus ideas parecen impor­tantes porque están “en el aire”. The Bridge of San Luis Rey, Dusty Answer, Decline and Fall, Brave New World, The Postman Always Rings Twice, The Fountain, Good-bye, Mr. Chips son ejemplos de libros que han tenido un éxito desproporcionado a su mérito indudable, y ahora se produce una reacción desfavorable contra sus autores, porque el público excitable en demasía que ha leído esos libros ha sido engañado. Ningu­no de los autores esperaba que sus obras se convirtieran en best sellers, pero, sin que ellos lo supieran, dieron con la combinación química contemporánea de ilusión y desilusión que hace vender los libros.

Pero también puede darse el caso de que escriba un buen libro, que éste sea imitado y esas imitaciones tengan más éxito que el original, de manera que cuando pase la boga excesiva que han creado arrastren al buen libro con ellas. Esto es lo que le ha ocurrido a Hemingway, quien hizo ciertos descubrimientos de estilo puntillista que casi le han abocado al fracaso. Ese factor, sobre el que somos cada vez más suspicaces, depende tanto del estilo que, si bien la crítica tiende a explicar a un autor ya sea desde el ángulo de su experiencia sexual, ya desde el de su medio económico, sigo creyendo que esa técnica constituye el fundamento más firme para un diagnóstico; que es posible saber tanto sobre los ingresos de un autor y su vida sexual a partir de un párrafo suyo como de las matrices de su libro de cheques y sus cartas de amor, y que ese mismo párrafo también puede permitirnos saber lo bien que escribe y cuáles son sus influencias. Los críticos que ignoran el estilo están expuestos a englobar a buenos y malos escritores en apoyo de unas teorías preconcebidas.

Un experto debería ser capaz de decir cómo es una alfombra examinando una sola de las madejas usadas para tejerla, o una cosecha enjuagándose la boca con una copa de vino. Si lo aplicamos a la prosa, este método tiene una ventaja: un pasaje separado de su contexto queda aislado del resto del libro y no puede depender de la buena voluntad que el autor ha establecido diestramente con el lector. Este aspecto es importan­te, pues en todos los libros que han sido best sellers y luego han fracasado existe esa pericia comercial. El autor ha embau­cado al lector conquistando su voluntad al comienzo y estable­ciendo así una atmósfera favorable para hacerle aceptar su producto inferior: falsos sentimientos, mala escritura o situa­ciones irreales. Escribir un best seller es plantearse un proble­ma de seducción. Esa clase de libro es un timo. Dan al lector un cigarro, una copa de coñac y le piden que ponga los pies en alto y escuche. Entonces el autor le cuenta el relato. La atmósfera más favorable es una butaca en la platea de un teatro, y, en consecuencia, de todas las cosas que gozan del éxito contem­poráneo, la que lo obtiene con menos mérito es la obra teatral ordinaria.

Un gran escritor crea un mundo propio y sus lectores se enorgullecen de vivir en él. Un escritor inferior podrá atraer­los durante un momento determinado, pero muy pronto los verá marcharse en fila.

Oscurece ya, las ranas croan, los vencejos se ladean y silban sobre el terraplén y la noche va cargando de amenaza las ho­ras sesgadas durante las que se me puede confiar una pluma.


Lo fusilamos de: Cyril Connolly, “Enemigos de la promesa (1938)”, en Obra selecta, Barcelona, Lumen, 2005, pp. 39-46. Traducción de Jordi Fibla.

Comentarios

lenin pérez pérez ha dicho que…
Potente, hermano.
JuanDavidVelez ha dicho que…
La industria editorial debe revisar que paso en 1973, ¿porque ni un solo escritor de algun valor nacido en ese año?, sobretodo en Medellin.

Y estoy acuerdo, pero creo que fue muy amarrado con las excepciones, en mi opinion hay mas excepciones. Que buen escritor es Constain (1975 creo), los martires es tremendo libro y las columnas que el escribe en el espectador tambien. El proximo que compro es el de Juan Carlos Rodriguez.

Muy curioso que el señor Connely se quejara de los lectores con la misma queja de hoy y culpara a las bibliotecas como hoy culpamos al interné.

Finalmente y creo que esta relacionado, ya estoy hasta cacorro del estilo "soho", hijueputa, no mas diatribas, ya fue suficiente.
Camilo Jiménez ha dicho que…
LENIN: Connolly no tiene una palabra fuera de lugar.

JUANDAVID: sí, fui un poco avaro con las excepciones, pero fueron los nombres que se me vinieron a la cabeza. Tampoco es que haya leído TODO lo que han escrito TODOS los menores de 40. Bueno, ahora que lo pienso... no se me ocurre ningún otro nombre. Me reí con el calificativo que le da a ese tipo de literatura. El "estilo SoHo". Buena.
Mauricio ha dicho que…
es curioso, hace poco un aleman que lee en espanhol me decia que queria leer nueva literatura colombiana, que el poco conocia de los nuevos escritores jovenes, incluso me pidio una recomendacion y yo al unico que he escuchado por estos lados es precisamente Juan Gabriel Vazques. Aveces me da la impresion, y lo digo como lector aficionado no como alguien que realmente pertenece al medio, que los escritores colombianos deben vivir un buen tiempo fuera para despertar esas ambiciones de las que usted habla. Estuvo en el evento de Pitol???
JuanDavidVelez ha dicho que…
Mauricio, normalmente ellos han vivido por fuera, ¿vos creias que ese aire cosmopolita de Andrés Burgos lo adquirio en Medellín?, nada, eso fue de cuando en su juventud recorrio el mundo acrecentando su acervo espiritual, igual los demas, todos ellos han vivido en otros paises, despues vienen al país y se encargan de contarnos en pequeñas cuotas acerca de su muy interesante aprendizaje, son gente de mundo.
Magda Díaz Morales ha dicho que…
Un excelente ensayo.
JuanDavidVelez ha dicho que…
Hablando de ambición, ¿como sera la vida de Walter Rizo?, yo creo que ese man cuando su cava de vino llega a cierto nivel inmediatamente se sienta a escribir otro libro, ¿habrá algún libro donde el no haya contado que es napolitano y que por eso el abraza a su hermano y ademas el vino y la comida son rituales muy importantes para el?, ya lo sabemos Walter, ya lo sabemos, tranquilo.
Andrés ha dicho que…
Me da pudor opinar en este tema porque soy uno de los directamente implicados. Por eso entro aceptando que pertenezco, sin defensa posible –soy casi un paradigma-, a esos que han producido libros sin mayor trascendencia. Me cae el guante y me lo chanto. Acepto de entrada cualquier cargo, señores del jurado.

Sin embargo, me parece que el enfoque de la introducción cojea. Caerles a los nuevos como manada es ya tan cliché como alabarlos por publicar a edad temprana. Estoy de acuerdo con los argumentos de Connolly y entiendo a qué apuntaba Camilo, pero la interpretación generacional es simplista. La misma plantilla se les podría aplicar a los mayores de cuarenta. O a los que tuvieron menos o más de cuarenta hace veinte, cincuenta o cien años. No creo que las variables que llevan a que un título perdure por su calidad tengan un tinte especial en estos días, aparte del crecimiento de las proporciones en difusión, y menos que la falta de ambición hermane a los rezagados (a propósito, resulta arbitrario limitar calidad a ambición e ingenuo equiparar ambición y calidad a ventas). A quienes pasaron al olvido hace tres décadas ambición era lo que les sobraba. ¿De cuántos de los de la colección de color café de literatura colombiana de Oveja Negra nos acordamos hoy? No creo que los que se inician en la escritura en este momento tengan comportamientos más erráticos que los novatos de antes. Sucede que los años borraron a los precursores que no iban para ninguna parte. Estamos hablando de un proceso de selección natural complejo que se repite inexorablemente y que se niega a entregar la clave del éxito, por eso me parece que el tono de “aquí lo que hace falta es…” desdice de la perspicacia que caracteriza este blog.

Perdón por la parrafada.

Saludos,
Elcosmopolita según juandaví.
Camilo Jiménez ha dicho que…
Mencioné a los menores de 40 porque sólo fui a actos donde aparecían ellos, pero tiene toda la razón Andrés: el mismo rasero puede aplicársele a cualquier "grupo" por arbitrario que sea. Con el comentario anterior de Juan David (no el de Riso, el otro más anterior) quise hacer algunas salvedades, mencionar por ejemplo que algunas novelas de los que vi y oí y de otros que no tenían novela esta vez pero que tienen alrededor de 40 años (entre ellos el propio Andrés) creo que podrán pasar mejor la prueba del tiempo. Pero el que se mete a futorólogo termina como charlatán, y entonces mejor me callé y dejé los tres nombres porque lo que han escrito en conjunto estimo (sí, caprichosamente) puede durar más de los dos, tres, seis meses siguientes a su publicación.
JuanDavidVelez ha dicho que…
Estuvo bacana la parrafada.

De esa colección de literatura colombiana yo la leía a los 16 años salteadita buscando las pichadas, los ojeaba y sacaba de la biblioteca los que encajaban en la categoría "la ví en una buseta". Muy desagradecido yo, no me acuerdo de los nombres de los autores de esos libros, en esa colección también estaban sin remedio y destinitos fatales.

Por si algun joven de 16 años lee esto le advierto que en sin remedio la mejor pichada esta al final.
Johan Bush Walls ha dicho que…
El problema de la no trascendencia de la obra radica en que muchos son autores de la inmediatez. Ellos mismos acceden a la moda y se deslumbran fácilmente con autores que tienen etiquetas como: Realismo sucio, por ejemplo.

Los escritores, los de verdad, no persiguen trascender, eso es artificial; los buenos, los que de verdad valen la pena, son los que escribieron por necesidad de expresión, sin pensar en cuántos libros iban a vender, sin pensar en cuántas veces los iban a entrevistar; por eso Rulfo sólo escribió dos libros, por ejemplo.

El tema es que la "industria editorial" es un negocio, entonces tienen que buscar la forma de vender, por eso crean escritores, forman redes en los medios y hacen que se alaben unos a otros, no importa que los libros vendan tres meses, igual no le han pagado mucho al escritor.

Los que pasan al olvido es porque su obra no valía.

Salú pue.
Johan Bush Walls ha dicho que…
Por cierto, pienso que la clave del éxito es sencilla.

Oficio, autenticidad, muchísimas lecturas y un poco de talento.

Salú pue.
Carlos ha dicho que…
Camilo, una vez más gracias por sus reflexiones y fusilados. Del texto de Connolly rescato la lectura de Forster, la crítica a la "inflación literaria" y condeno por anacrónicos y puristas los comentarios sobre los bestsellers.
Respecto del foro tengo algunas observaciones. Una cosa es conocer en persona a los autores y otra conocerlos por escrito. Si son o no ambiciosos es irrelevante, lo importante es si tienen o no talento. Escritores y lectores trabajan en soledad. El vedetismo y la farrándula son ajenas a los oficios de escritor y lector. Las ventas son otra cosa. Muy de acuerdo con el comentario del escritor Andrés.
Sobre los autores que anotas entre paréntesis: Vásquez sin discusión, pese a que Alina suplicante es una mala novela e Hist. Sec. de Costaguana no la he leído; sobre Constaín Croce (para JuanDavid, es de 1979) no digo nada por no haberlo leído; a Rodríguez, lo comparto, haciendo la salvedad que solo lo estamos juzgando por un libro publicado. Creo que podría incluirse (y siguiéndote, solo menores de 40 años) a Ungar, por su primer libro de cuentos Trece circos comunes (pese a que en el segundo baja calidad, en el tercero baja aun más... del cuarto no puedo dacir nada; a Barros Pavajeau por Ciudad baabel; a Luis Noriega por Iménez y a Juan Alvarez por Falsas alarmas.
JuanDavidVelez ha dicho que…
De verdad que me da pena opinar porque yo que voy a saber (yo se que no se me nota la pena, pero si me da, de verdad).

Estuve de acuerdo con Camilo, aunque despues de la pudorosa parrafada de Burgos estoy dudando un poco.

Pero, Mr Connolly por ambicion se refiere a querer que perdure, lo que yo entiendo por ambicion es querer que sea de "nivel mundial", para explicarme con un ejemplo es la falta de ambicion que hace que los deportistas colombianos van a un campeonato suramericano a perder con Brasil y que eso no les importa ni un poquito, ahi un paradigma de ambición es Víctor Gaviria, el hace su película para que la seleccionen en Canes.

Y pues yo creo que es falta de ambicion mas que falta de talento, pero no soy capaz de sustentarme, es asi como dijo el señor del radar ayer en la novela el capo "es una corazonada". Aunque aclaro que en general yo solo leo literatura colombiana, asi que no tengo puntos de comparación, menos en el rango de edad porque de los escritores extranjeros a ninguno me le se la edad, es decir, yo estoy hablando pura mierda de algo que no se.
Anónimo ha dicho que…
Juan David, que divertido eres!
Camilo, muy bueno el fusilado. Siempre me gustan.
Anónima.
Anónimo ha dicho que…
Quisiera preguntar, Señor Jiménez, por poetas de la misma generación a la que se refiere. A veces todo se destina a la narrativa -así sea mediocre- y se olvida o ignora lo poético. ¿Lucía Estrada? ¿Felipe García Quintero? Y un poco más añejos: ¿Jorge Cadavid? ¿Víctor Raúl Jaramillo? ¿Carlos patiño Millán? -De quién hizo una reseña de Hotel Amén...-
La Manigua ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
La Manigua ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
La Manigua ha dicho que…
Me siento igual que Andrés al opinar en esta entrada y estoy de acuerdo con él. También con Carlos.

Sospecho que todos los que escribimos, así sea mal, tenemos la ambición de ser buenos (y el terror de ser malos). Escribir un libro cuesta tanto tiempo y trabajo que no me parece posible que alguien se diga "voy a hacer una novelita ahí, para leer y botar". Creo más bien que los escritores invertimos todo lo que tenemos en nuestras novelas.

Lo que pasa es que no basta con eso, a veces el talento no alcanza. Nuestras novelas no son más que intentos y un escritor grande, de esos cuyas obras perduran, no se da en todas las generaciones. Hay que esperar mucho tiempo por él.
JuanDavidVelez ha dicho que…
Pero me imagino que Pilar Quintana estará de acuerdo en que hay veces que uno al leer un libro piensa que fue terminado a las patadas, por terminarlo y publicarlo ya, esa impresion he tenido yo en varios libros de esa seleccion sub-40, que como dice Burgos no es un problema exclusivo de ese seleccionado ni mucho menos, pero es que estamos hablando es de ustedes.

Yo pediría que en otra oportunidad se hable de un subconjunto de los sub-40, un subconjunto que creo que se podria llamar "esas catalinas son como chuscas", no me he leido ni un libro de esos, de pronto si me pueden recomendar un libro de ese genero.
JuanDavidVelez ha dicho que…
Me refiero es a los que son terminados a las patadas desde la pagina 50. Pues eso con todo respeto si se llama falta de ambición, y no estoy criticando, me imagino que asi tiene que ser dentro del negocio editorial, ni mas faltaba, pero eso se llama falta de ambición, no se llama falta de talento. Para ser mas especifico y aunque este hablando de alguien del equipo de mayores, el ultimo libro de Juan Diego Mejia, ese me sirve de ejemplo, ese man es un teso y muy buen escritor, y publico un libro sobre una gran idea solamente por publicarlo, es mi opinión y seguro estoy equivocado.
Carlos ha dicho que…
Los comentarios de los escritores, en este caso de Andrés y Pilar, son muy útiles; ellos están del lado de allá, del lado de quienes por vocación militan en el ejército de la creación. Acá estamos hablando de menores de 40 años, pero hablar de los autores por edades quizá no sirva de mucho, la creación literaria carece de categorias. Lo que si puede pensarse de algunos de los escritores colombianos sub 40 es que se han precipitado en publicar en vez de concentrarse en escribir. Buenos escritores como Bufalino o McCourt empezarón a publicar después de los 60 años. Saramago escribió un par de novelas y unos poemarios durante sus primeros 60 años, su obra más reconocida solo la escribe después. En todas las generaciones hay un escritor que es mejor o más universal que sus contemporáneos, pero lo normal es que ello solo se noté con el tiempo. Por último, lo mejor de las entradas de Camilo es que en vez de dar respuestas ayudan a que uno se planteé mejores preguntas.
Luis H. ha dicho que…
Cada día oigo más aquel código del mediocre que reza que no es necesario escribir obras maestras y que lo importante es expresarse (suena a lo del barón Pierre de Coubertin: lo importante no es ganar sino competir). Lo siento, pero en literatura eso no funciona: los que quieren expresarse son millones y las tribunas son muy pocas. El propio Cyril Connolly dijo a los escritores que si no aspiran a escribir una obra maestra, es mejor que se dediquen a otra cosa.
De los escritores jóvenes no descarto a ninguno. Que ganen los que al final lancen la jabalina más lejos. Son escritores y no políticos: su suerte está en lo bien que escriban y no en la bulla que armen.
Mauricio ha dicho que…
Juan David, pero entonces que sucede con esos escritores cuando regresan?? me queda la duda si es el medio nacional el que los absorbe de nuevo...
JuanDavidVelez ha dicho que…
Muy curiosa tu pregunta Mauricio, la verdad es que yo no se, no soy un especialista en el tema, lo poco que se es porque en los libros y cuando escriben en revistas ellos listan sus viajes.

Mauricio entre a tu blog y ya entiendo tus comentarios y tu pregunta. En tu campo si que debe ser palpable que la ambición esta es en otros países.
JuanDavidVelez ha dicho que…
David Murcia se volvio ambicioso fue en Panama, eso se sabe.

Y Tom y Jerry en Australia cuando conocieron a Dani.

Pablo Escobar si era pura ambicion desde Envigado Antioquia para el mundo.
Mauricio ha dicho que…
Juan David, yo no lo se, hace un tiempo Juan Gabriel Vasquez comentaba en una de sus habituales columnas de El espectador, sobre algunos aspectos de la forma en que se hace la escritura en Latinoamerica y en paises de habla inglesa como USA o Inglaterra

http://elespectador.com/columna149864-inspiracion-transpiracion

Un visitante asiduo de este blog (j.) comento en algun post de su blog algo similar al respecto hace ya mucho tiempo (antes de que vasquez escribiera esta nota claro esta)
mi impresion en lo que yo hago (fisica) coincide en muchos aspectos con la de Vazques, aca hay mucha mas transpiracion que inspiracion. Al menos es mi impresion, la cual por supuesto no es absoluta. Aca tambien se cocen habas ;)
Anónimo ha dicho que…
En algo sí coincidimos la mayoría. Y es que muchos de nuestros escritores corren desde (muy) temprana edad a publicar. No sé si irresponsablemente o por verdadera vocación de narradores; tampoco sé qué tanto los editores deberían trabajar de la mano con ellos antes del primer y único tiraje. Pero ocurre, que la mayoría de las veces, sus libros no son más que ideas garrapateadas dentro de una estructura con tornillos flojos, sin personajes verosímiles y con un tono que cambia con cada capítulo. Es curioso, en todo caso, ver en la Feria estupendas novelas como El crimen del siglo y Vulgata Caribe bajo arrumes de libros que pasado mañana pasarán al olvido. Saludos.
Andrea Carolina ha dicho que…
Yo creo, aunque suene terrible, que los pocos buenos escritores colombianos son un milagro. Para ser un buen escritor o para hacer una gran obra de literatura se requieren muchas cosas reunidas y de tal calidad que yo lo veo casi que imposible al menos por estos lados. Lo más paradójico es que por estos lados (a diferencia de otros países y su literatura) hay mucho de que escribir, hay tanto de que escribir, casi nada está dicho o escrito pero los escritores no lo ven o no lo entienden o no lo escriben o no les interesa o lo escriben mal. Lo paradójico también es que a veces uno ve gente por ahí que escribe muy bien pero escribe sobre cosas tan intrascendentes.

Ese ensayo de verdad que esta interesante, mira pasa como con la gente unos seducen con su mundo ficticio y otros tienen su propio mundo real, la gente encantadora o adorable para mi , la que me podría tener ahí toda la vida es esa, la que no intenta seducir, la que tiene su mundo real (y no digo que tenga que ser maravilloso). Un escritor debería tener su propio mundo real para después crear el mundo donde entren sus lectores, pero de mundo propios reales, los colombianos en general saben poco y ahí meto a les escritores.
Camilo Jiménez ha dicho que…
ANÓNIMO: leo pocos poetas colombianos jóvenes. No podría lanzar juicios arbitrarios y arrebatados con la misma seguridad con la que los lanzo cuando hablo de narrativa.

CARLOS, PILAR, ANDRÉS: para mí una cosa es talento y otra ambición. Cuando ambas se combinan producen un libro perdurable. ¿Será que sigo mencionando nombres? No, más bien intento definir qué creo que es la ambición. Difícil, pero creo que tiene que ver con la búsqueda de frescura en la arquitectura narrativa (digamos que encontrar la mejor estructura para esa historia), de profundidad en los personajes, es decir, que sean tridimensionales. Ambientación, ritmos, soltura, algo de humor o ver los asuntos de otra manera. Buscar una voz firme y propia, pero con matices según la historia, como hace la propia Pilar en Coleccionistas de polvos raros. O Andrés en Nunca en cines con la estructura. Está bien querer contar una historia simple, pero simplicidad no quiere decir lo mismo que superficialidad. Si el nivel más epidérmico de esa historia simple sostiene hilos que apuntan a exponer la complejidad del ser humano, esa narración es ambiciosa.

Me parece que más que escribir, muchos de los autores jóvenes quieren es ser escritores, y ahí hay una sutil diferencia. Justo la que hay entre una obra apresurada, impostada y por eso mismo débil y desechable, y una obra firme, que busque ir más allá de la a veces triste historia que cuenta.

Por otro lado, CARLOS y ANÓNIMO tocan otro punto clave: muchos escritores corren a publicar. Por presiones de la editorial, del medio o inventados por ellos mismos. Y eso siempre resulta en obras pobres y palagadas de impostura.
danieljq ha dicho que…
Gracias por el fusilado, que cae muy bien por estos indigestos días posferiales.

Ya muchos tragos han pasado por este club, así que trataré de evitar un baile de pasos repetidos. Igual digo:

Por ejemplo, ¿cómo calificar aquello de la "autenticidad" de la que habla Johan? Esa palabra siempre me ha resultado un tanto complicada, peluda, hasta pesada.

Por otra parte, siempre he sospechado de estilos rebuscados, de maniobras inútiles o piruetas mortales. Tanto circo me abruma. Connolly dice: "El escritor que no está tan seguro de lo que quiere decir o de lo que siente es el que tiende a escribir con un estilo recargado para ocultar su ignorancia o encontrarse inesperadamente con una respuesta."

En ese sentido le echo un ojo a los autores comentados en este blog. Creo, por los libros que les he leído, que Rodríguez, Constaín y Vásquez comparten una claridad y soltura de la que no gozan otros escritores colombianos. Basta con recordar cosas como "narices picassianas" o las moscas salidas de apretados y luminosos pantalones de cuero.

En fin.
Luis H. ha dicho que…
Estoy de acuerdo con el anónimo que menciona El crimen del siglo y Vulgata caribe. Y aquí es donde surgen las culpas de la crítica o de la publicidad trocadora de valores. Vulgata Caribe es quizá la novela colombiana que más me ha impresionado en los últimos diez años. ¡Tremenda novela! Y muy pocos la conocen.
Luis H. ha dicho que…
Perdón, hago una salvedad... Ambos autores tienen mucho más de cuarenta años. También esa puede ser una moraleja.
Apelaez ha dicho que…
Si la genereción Soho no vende más de seiscientos ejemplares por libro. ¿Por qué las editoriales les siguen publicando libros? Uno entiende que caigan una vez, pero dos, tres. mmmmm, raro.

¿O será que publican a la generación Soho por "responsabilidad social empresarial"?
JuanDavidVelez ha dicho que…
Que buena pregunta apelaez, a mi también me da curiosidad, yo supongo que la editorial gana plata con esos escritores.
JuanDavidVelez ha dicho que…
Mejor dicho, estoy seguro que la editorial no hace cuentas alegres con esos libros, ellos deben saber exactamente cuantos van a vender, y aun así debe ser negocio para ellos, me imagino que por las economías de escala. Sobra decir que me parece bien que la editorial se gane mucha plata, a mi me gusta el capitalismo.
JuanDavidVelez ha dicho que…
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Toño García ha dicho que…
A mí siempre me han intrigado los fenómenos editoriales que opacan otras obras más reposadas y mejores. En una entrevista a Carlos Fuentes que salió en la BBC, él recordaba que el año en que salió "Absalón, Absalón", de Faulkner, el gran trancazo de crítica y ventas era "Anthony Adverse", novela de un tal Hervey Allen. El tocho tenía 1224 páginas.
Y de acuerdo con Pilar, uno se sienta con ganas de hacer lo mejor, o por lo menos en mi caso, sigo el consejo de García Márquez, cito de (muy mala) memoria: "hay que aspirar a ser el mejor del universo, para poder llegar a ser el mejor de la cuadra, el mejor del barrio". Lo triste es que yo apenas he logrado ser Antonio García. Saludos.
JuanDavidVelez ha dicho que…
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JuanDavidVelez ha dicho que…
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Andrea Carolina ha dicho que…
Pero como Daniel JQ?. Si un artista, sea el que sea de lo que sea no tiene autenticidad su obra está en nada. Por ejemplo, según lo que cito de Connolly autenticidad seria estar seguro de lo que se siente, “siente” y lo que se quiere decir a la hora de escribir. Y siguiendo con el señor del ensayo uno podría decir que autenticidad no es seducir a un lector para engañarlo, sino más bien crear un mundo propio, vuelvo y digo. La verdad es que yo sí creo que una gran obra depende mucho del nivel de autenticidad y espontaneidad que tenga el artista consigo mismo, con el mundo y por supuesto con su obra. Y si en Colombia hay pocos buenos escritores es tal vez porque esta sociedad no se caracteriza por ser autentica ni espontanea, aquí todos tenemos un terrible miedo a decir a los cuatro vientos lo que sentimos y lo que pensamos tal cual es.
Martín Franco Vélez ha dicho que…
Yo estoy de acuerdo con Burgos. Y al final, se lean o no veinte años después, ¿hay que dejar de escribir por eso? ¿O esperar a tener más de cuarenta años para que -ahí sí- la crítica haga buena cara? ¡Qué escriban! Cada quién decide lo que lee y el tiempo se encargará de lo que quede, que seguro será poquísimo. A mí me gusta mucho la frase de Cela, así muchos no estén de acuerdo: "En ocasiones pienso que el premio de quienes escribimos duerme, tímido y virginal, en el confuso corazón del lector más lejano". Por cierto, Toño: yo he disfrutado mucho con sus dos novelas, sobre todo con "Recursos humanos".
Carlos ha dicho que…
Martín: de acuerdo, pero la idea no es que las nuevas generaciones dejen de escribir, pero sí quizá que no se afanen tanto en publicar. La crítica no hace buena cara según la edad del escritor. Hay escritores que empiezan a publicar novela jóvenes y lo hacen muy bien, v.g. García Márquez (La hojarasca a los 27) o Vargas Llosa (La ciudad y los perros a los 26) y para acercar la cosa digamos Vásquez (Persona a los 24), pero en general estos casos son la excepción. Quizá muchas veces a los autores les falta uno que otro amigo y a la vez buen lector que les aporte sobre los textos, que les sugiera ser cómo dejó dicho Camilo más ambiciosos, o que les recuerde cómo dejó dicho Luis H. las palabras con las que Connolly principia La sepultura sin sosiego: "Cuantos más libros leemos, mejor advertimos que la función genuina de un escritor es producir una obra maestra y que ninguna otra finalidad tiene la menor importancia". Es candoroso pensar que la crítica ha hecho mejor cara a Schwartz, Baena o Bonnet por haber publicado primera novela a los 44, 51 y 46, respectivamente.

Camilo: Para ir (re)leyendo ¿Cúal será el próximo esencial colombiano?
Apelaez ha dicho que…
Pero por qué no se pueden afanar en publicar? Mas chèvere ser famoso en la juventud que cuando se tiene ochenta años. Por otro lado, son las editoriales, o los editores, quienes tienen el filtro para trancarle las ganas de publicar a los jovencitos y no lo hacen, los dejan publicar cuanta cosa.
Carlos ha dicho que…
Pelaez: Si se quiere la fama hay caminos más expeditos: la televisión, el periodismo, la política, y queman menos tuste y pestaña. Por otro lado, como dije más arriba, las ventas son otra cosa. Los filtros de los editores con vocación literaria fallan a menudo; por los catálogos se puede notar que dan palos de ciego. Por ser negocios, las editoriales tienen la obligación de publicar y vender. A veces atinan y publican libros decentes, aceptables o magníficos. Algotras veces la embarran. Es más, muchas veces publican a los que ya eran "famosos" por su presencia mediática, esto es, a periodistas. Tras leer a estos escribidores, y pienso especificamente en Garay o Quiroz, puede notarse que poco han leído literaura y que fundamentalmente todo su entrenamiento en el oficio consiste en la prosa de diario.
Por último una pregunta al mar: Salvo en realitys y talkshows ¿será la vocación por la fama patrimonio exclusivo de la juventud?