Fusilado: Tom Maschler

Las memorias de editores son deliciosas para los editores porque casi todas ellas están llenas de chismes, de escenas pintorescas, de anécdotas –sobre todo con escritores, agentes y demás subgrupos del medio–, de salidas inteligentes y, también, de nostalgia a ratos bonita a ratos desencantada hacia una profesión que ha ido perdiendo el brillo que alguna vez tuvo. Esas memorias de editores incluyen en cada página nombres claves para el lector: los de autores leídos, queridos, seguidos u olvidados, así como nombres hasta el momento desconocidos, que al vincularlos con historias íntimas se vuelven objetivos para la próxima visita a las librerías. También nos atraen porque dan una que otra puntada inteligente sobre el oficio. Pero que no se olvide: lo esencial son los chismes.


Editor, de Tom Maschler, sigue la tradición. Tal cual como las de Mario Muchnik –Lo peor no son losautores y Banco de pruebas–, Michael Korda –Editar la vida–, GiulioEinaudi –Fragmentos de memoria– y tantas otras que he leído y que ahora se me escapan, las del editor por cuarenta años de la más elegante editorial de Inglaterra, Jonathan Cape, están llenas de picante, de anécdotas, de chismes y de cobros de cuentas. De ego y de vanidad también, porque es imposible escribir unas memorias sin ser vanidoso. En el caso de Maschler, la vanidad le viene al reconocerse como el que ha llevado hasta los lectores a autores tan notables como Martin Amis, Bruce Chatwin, William Styron, Julian Barnes, Doris Lessing, Rohal Dahl o Ian McEwan, entre muchísimos otros.


Maschler nació en Berlín en 1933, y

cuando tenía cinco años su familia, creyendo huir de los nazis, se fue a Viena: grave error, porque el ejército de Hitler invadió Austria poco después. Hay una historia bonita en los primeros años del autor: cuando los nazis llegaron a expropiarles la casa por los tres delitos de su padre –ser judío, ser editor y ser socialista–, el soldado le permitió al niño Tom coger cualquier cosa del estudio de su padre antes de echarlo con su familia de su propia casa. Esta habitación estaba llena de primeras ediciones autografiadas de Thomas Mann, de Hesse y de otros autores germanos y universales; además, como aficionado a la pintura, el padre tenía unos cuantos cuadros de Van Gogh, de Cezanne y de otras figuras. El niño tomó un lápiz que tenía una punta negra y otra roja: era el objeto que más apreciaba de esa habitación.


Buenas estas memorias de Tom Maschler, publicadas en 2005: fue difícil escoger un capítulo para compartir y antojar a los visitantes de esta página a leerlas. Al fin me decidí por el aparte donde cuenta su historia con los tres grandes del British Dream Team, como lo llama Jorge Herralde. Fusilo también la carátula porque es preciosa, como todo en la edición.


El triunvirato


He querido titular así este capítulo porque trata de tres escritores, todos ellos ingleses, de talento excepcional, que se cruzaron en mi vida por la misma época. Me refiero a Ian McEwan, Martin Amis y Julian Barnes. Cuando llegaron a la editorial eran más o menos de la misma edad. En los tres casos publicamos sus obras desde el principio de sus respectivas carreras, y aunque han pasado muchos años continúan siendo autores de Cape. Una lealtad poco común en el mundo editorial de hoy. Fueron también excelentes amigos, salvando cierto contratiempo importante sobre el que volveré más adelante.

Les encantaba competir, más al tenis y al snooker que por el Booker Price aunque naturalmente no les quedaba otro remedio. A parte de ser las estrellas del fondo de Cape, desde el principio se les incluyó entre los “mejores escritores jóvenes de Inglaterra”. Publiqué también a un cuarto escritor comparable en talento y en edad, del que no hablo aquí porque no pertenecía a la “pandilla”, pero le dedico el capítulo siguiente. Me refiero a Bruce Chatwin, que murió en 1989.


Martin Amis


Conocí a Martin Amis en Barnet, Lemmons, la casa de campo de su padre, Kingsley, un autor de Cape anterior a mi época, y de la esposa de éste, Elizabeth Jane Howard. Martin estudiaba en Oxford gracias a que Jane (contra la opinión de Kingsley) le había animado a frecuentar la universidad. Era un chaval precoz de dieciocho años que no manifestaba el menor interés en escribir una novela, pero yo tuve ese pálpito y le animé a que me enviara la primera en caso de que llegara a escribirla. Años después me sorprendió recibir El libro de Rachel, y digo que me sorprendió porque en su caso yo me habría buscado un editor que no fuera el de mi padre. Martin fue el primer miembro del Triunvirato que publicamos.


Los fines de semana nos encontrábamos con frecuencia en Lemmons. Él acudía solo; yo, con un variado número de novias. Siempre nos saludábamos con dos besos en las mejillas, una costumbre normal para mi educación francesa que Martin adoptó con una rapidez pasmosa. Recuerdo que años más tarde me confesó cuánto le impresionaba mi selección de novias, y eso que no tardó mucho en imitarme. La primera vez que le saqué a cenar me pidió permiso para venir con una amiga, que resultó ser Tina Brown, también estudiante de Oxford. Además de guapa, ya había cosechado cierto éxito como dramaturga. Luego se convertiría en una estrella del periodismo, editora de Vanity Fair en Inglaterra y en Estados Unidos, y posteriormente del Sunday Times; en Inglaterra se casó con Harold Evans, el mítico editor del Sunday Times. Más tarde, por la vida de Martin pasaron, entre otras, Gully Wells, hijastra de A. J. Ayer, y Claire Tomalin, viuda de Nick y ahora pareja de Michael Frayn. Casi todas mujeres bien conocidas en el mundillo literario.


La carrera de Martin como novelista progresó con rapidez, y aunque su primera novela, El libro de Rachel, es hasta cierto punto convencional, desarrolló un estilo vigoroso y distinto al de otros escritores. No comprendo por qué fue el menos afortunado del Triunvirato con el Booker, puesto que en absoluto era peor. Conquistó él solo un público numeroso y fiel. Como compañero (aunque no le traté mucho tiempo) resultaba estimulante e ingenioso; tuvo, sin embargo, una debilidad al gestionar su deseo de verse representado en Estados Unidos por Andrew Wylie, un agente literario al que apodaban “El Chacal”. En sí mismo el cambio era irreprochable, pero a Martin se le olvidó comunicárselo a su agente del momento, Pat Kavanagh, que, para colmo, era la mujer de Julian Barnes, su mejor amigo. Julian le escribió una carta incendiaria diciendo que no se lo perdonaría nunca y que olvidara la posibilidad de cualquier contacto futuro entre ellos.


Martin se toma su trabajo con tal seriedad que no suele aceptar invitaciones a comer, porque, dice, la comida le “parte” la jornada. Tengo la impresión de que en su vida no hay nada improvisado, cosa que explicaría la siguiente anécdota. Cuando ya habíamos preparado (con su aprobación, desde luego) y publicitado la firma de su última novela en la Covent Garden Bookshop, llamó el día antes (literalmente) para decirnos que no podía asistir. “¿Qué dices?”, preguntó nuestro director de promoción. “Es que me caso mañana”, respondió Martin.


Ian McEwan


Ian McEwan fue el segundo de mis adoptados del Triunvirato. Yo tenía entonces tantas ganas de descubrir escritores nuevos que sacaba tiempo para leer un montón de revistas literarias. En dos de ellas, The American Literary Review (dirigida por Ted Solotaroff) y New English Review (dirigida por Ian Hamilton), di con varios relatos de un joven llamado McEwan que me impresionaron. Eran extravagantes, macabros y a veces muy divertidos. Me dirigí a él por escrito para decirle que si podía llenar un libro estaba muy interesado en editárselo. Me contestó por la misma vía que lo sentía, pero que ya se había comprometido con otro editor (Tom Rosenthal & Secker & Warburg). Sin embargo, continuando con mis revistas, todos los meses encontraba relatos de McEwan, que se superaba a sí mismo. Pasado un año volví a escribirle preguntando por la publicación, puesto que no se oía anuncio alguno. Respondió que Rosenthal esperaba una novela suya antes de publicarle los relatos, cosa a la que él había accedido, pero que no se sentía capaz de escribir un texto de esa envergadura. Me ofrecí a publicar los relatos sin dilación y sin condiciones, y así fue como edité Primer amor, últimos ritos.


Al firmar el contrato le propuse publicar un segundo volumen de relatos, si era lo que él prefería. Primer amor, como nosotros lo llamábamos, no despegó enseguida, pero acabamos vendiendo cientos de miles de ejemplares, una cifra fenomenal para cualquier libro y casi desconocida tratándose de relatos. Al acontecimiento de Primer amor siguió Entre las sábanas. Desde entonces, Ian ha escrito nueve novelas. La más admirada y de mayor éxito fue Expiación (2001), aunque ganó el premio Booker por Amsterdam (1998). Fue el único del Triunvirato que lo recibió.


Hay escritores que se toman con filosofía el hecho de estar entre los finalistas del Booker, independientemente del resultado. Ian, pese a su aspecto de hombre tranquilo y considerado, no se encuentra entre ellos. Cuando quedó finalista por Los perros negros sus esperanzas eran muchas. Siempre recordaré el momento en que anunciaron el nombre del ganador. Ian se volvió a mí y dijo: “Vámonos de aquí”, así que las doce personas sentadas a la mesa de Cape nos levantamos y nos fuimos a celebrar una fiesta en mi casa sin oír los discursos. A la noche siguiente vi todo el acto en video. En el Guildhall, abarrotado por el mundo de las letras en etiqueta, se advertía una única mesa vacía.


Con los años, Regina y yo hemos tratado mucho a Ian y hemos llegado a admirarle como persona y como padre. Adora a sus dos hijos, ya adolescentes, con los que suele embarcarse en aventuras independientes. Su esposa Penny, de la que ahora está divorciado, se quejaba (con razón) de sentirse desplazada porque mi interés era casi exclusivamente por Ian. Regina y yo tomamos la determinación de hacer un esfuerzo e invitarlos a los dos a cenar en nuestro piso de Eaton Place. Entonces ellos vivían en Oxford. Aquel día la invitación se había fijado a las ocho. A las nueve y diez se presentó en la puerta un Ian despeinado. “¿Dónde está Penny?”, pregunté. “Hemos tenido una bronca y se ha bajado en un semáforo”, fue la respuesta; lo paradójico es que ocurrió justo en el momento en que nos esforzábamos por incluirla entre nosotros. Ian se encuentra ahora felizmente casado con Annalena McAfee.


Julian Barnes


Mis tres autores tienen personalidades muy distintas. Si Martin es el más guapo y el que habla más alto, Julian Barnes (al que publicamos en tercer lugar) sería el hombre fuerte y silencioso, y en el término medio quedaría Ian McEwan. A propósito del silencio, recuerdo una vez que fui a comer con Julian a un restaurante agradable y no muy ruidoso. Estuvimos unos minutos mirándonos sin intercambiar palabra hasta que Julian dijo: “Tom, te he hecho una pregunta. ¿Es que no me oyes?”. Ahora llevo un aparato para no verme en esas situaciones.


Julian vino a nosotros con Metrolandia, su primera novela. Me gustó, y poco más. Sin embargo, luego llegó El loro de Flaubert (1984), una novela que despierta en mí auténtica pasión, porque es original y enormemente entretenida. Ha hecho felices a millares de lectores, hayan leído o no a Gustave Flaubert. En Inglaterra recibió algunas críticas soberbias, fue finalista del Booker Prize y se vendió bien, pero en Francia causó sensación gracias a Bernard Pivot, el crítico literario más importante de la televisión francesa, que tiene una audiencia enorme. Mientras entrevistaba a Julian en la época de El loro de Flaubert, Pivot miró a la cámara y dijo: “Salgan enseguida a comprar este libro”. Y sus espectadores salieron.


Cuando Julian y su mujer, Pat Kavanagh, nos hicieron una visita en el sur de Francia, los llevamos a Apt, el pueblo donde hacíamos las compras. El dueño de la librería que hay en la plaza mayor salió enseguida a saludarle con un “Bienvenido, monsieur Barnes”. Hacía uno o dos años de la entrevista de la televisión. Julian habla un francés extraordinario y adora todos los productos franceses, tanto la literatura como la comida o los vinos. Además tiene estilo. Llevaba una hora en nuestra casa cuando dijo: “¿Puedo consultar vuestra Gault Millau? Es que quiero llevaros a Regina y a ti al mejor restaurante de la zona”. Y nos llevó.


En mi sexagésimo cumpleaños Julian dio una cena en mi honor en su casa. Preparó una comida memorable, sobre todo porque entre el primer plato y el postre descubrimos de repente que el anfitrión había desaparecido. Pat, que fue a buscarle, volvió diciendo que lo había encontrado dormido en la cama. La cena, tan elaborada como maravillosa, le había pasado factura.


Después de El loro, como decíamos nosotros, vino Una historia del mundo en diez capítulos y medio, tan imaginativa como su título. Aunque no guarda la menor relación con El loro, me gusta muchísimo. Son dos obras maestras. El día en que Liz Calder dejó Cape para convertirse en cofundadora de Bloomsbury, tuve ocasión de asistir a un ejemplo de la agudeza verbal de Julian. A la pregunta de si pensaba irse con ella, respondió: “¿Cómo me voy a ir con Liz si es ella la que me deja?”.


Lo fusilamos de: Tom Maschler, Editor, Madrid, Trama, 2009, pp. 77-82. Traducción de Pepa Linares de la Puerta.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Algun escritor ha hecho unas memorias contando los deliciosos chismes de sus "geniales" editores?
Ademas, si fueran los autores los que decidieran lo que se publica, estos libros no existirían. deben ser costosos y no creo que mucha gente los compre, luego no son negocio. luego se publican entre ellos mismos, por darse aires de importantes.
Anónimo ha dicho que…
Dice Maschler que le sorprendió que Martin Amis lo escogiera a él, el mismo editor de su padre. La explicación de Amis en Experiencia, libro ya reseñado en este blog, es que lo escogió por "tácito nepotismo": la editorial le publicaría la novela aunque fuese por curiosidad, aunque no tuviera mérito alguno.

Es cierto que escribir unas memorias requiere grandes dosis de vanidad. Creo, sin embargo, que hay mayor vanidad en publicarlas que en escribirlas. Hay que ver, por ejemplo, lo irónico que es Amis consigo mismo en Experiencia, como lo confirma la anécdota anterior. Y hay que ver la dureza de los juicios que, sobre sí mismo, emite Coetzee en su trilogía de memorias, sobre todo en Verano. Devastador.

En todo caso, excelente fusilado.

Juan Morris
JuanDavidVelez ha dicho que…
Que el señor dijo que compren el libro y lo compraron. ¿Con qué libros ha pasado eso acá en Colombia? Yo creo que con Rosario Tijeras que el señor del tiempo dijo que lo compraran, también con el de Hector Abad.

Siguiendo con el triunvirato colombiano (me creo el cirrosis), yo conocí sin tetas no hay paraiso cuando era una novela indi. La primera vez que vi ese libro fue en una parte que venden celulares, una señora muy tetona y muy bonita que estaba muy buena lo estaba leyendo.
JuanDavidVelez ha dicho que…
Yo leía un blog de computadores que se llama joelonsoftware. A ese señor lo contrataron de una revista de la USA para escribir una "columna" en cada edición, el señor dijo esto de su experiencia.

"...Writing for Inc. was an enormous honor, but it was very different than writing on my own website. Every article I submitted was extensively rewritten in the house style by a very talented editor, Mike Hofman. When Mike got done with it, it was almost always better, but it never felt like my own words. I look back on those Inc. columns and they literally don’t feel like mine. It’s as if somebody kidnapped me and replaced me with an indistinguishable imposter who went to Columbia Journalism School. Or I slipped into an alternate universe where Joel Spolsky is left-handed and everything he does is subtlely different."

(Yo nunca pensé que los articulos eran editados, yo los leía y para mi era el mismo estilo del blog, nunca me di cuenta del truco del editor. Ese señor es un escritor muy teso en mi opinion, aca les dejo un enlace por si quieren leer por curiosidad reunido con bill gates).

(esa revista donde el escribió es como la revista dinero, pero allá esas revistas las imprimen en el papel de SOHO, allá son muy ociosos)
JuanDavidVelez ha dicho que…
Este libro reseñado por Camilo debe ser más caro que un hijueputa, eso desde que a Camilo la caratula le parezca preciosa es un mal augurio pal lector de reseñas chichipato, además esa foto parece propaganda de la revista soho, esas propagandas me gritan "ni siquiera pregunte por el precio que eso es pa gente que paga 30 mil por motilarse". Mejor dicho, me da la impresion que este libro es para gente de mucho gusto.
Carlos ha dicho que…
1. Muy bueno saber del libro pero ese tono entre cotilla y telegráfico del fragmento fusilado no me gustó.
2. Lecturas: de Amis, muy bien las crónicas de "Visitando a la señora Nabokov y otras excursiones" y las novelas "Éxito" y "Niños muertos"; bien "La guerra contra el cliché" y "Experiencia"; ahí, "La flecha del tiempo"; malo, "Tren nocturno". De Barnes, muy bien las novelas "El loro de Flaubert" y "La historia del mundo en diez capítulos y medio"; malo, "Hablando del asunto". A McEwan nunca lo he leído.
3. Juan debe tener más fresca su lectura de "Experiencia", por ejemplo, yo no recuerdo el fragmento de nepotismo que él menciona. Como que a Kingsley no le gustaba nada de lo que escribía el hijo, y dificilmente hubiese intercedido ante el editor por junior; obvio que el apellido es vendedor y que ni el más descerebrado de los editores desaprovecharía el parentesco.
4. Otras memorias de editores, de Andre Schiffrin "La edición sin editores" y de Carlos Barral "Cuando las horas veloces". Ya no memorias pero si sobre editores: la biografía de Carlo Feltrinelli sobre su padre Giangiacomo en Tusquets y unas conversaciones de Giulio Einaudi con un periodista en Anaya & Mario Muchnick; "Los libros de los otros", selección de cartas de Calvino cuando era editor en Einaudi a algunos aspirantes a escritor, y por último "Noticias de Libros" de Gabriel Ferrater, compilación de informes de lectura.
Luis H. ha dicho que…
Más o menos de acuerdo con los anónimos. No obstante, como fanático del mundo literario me encanta leer cualquier cosa sobre el tema, incluso los Diarios de Thomas Mann, donde cuenta hasta cuánto le costó la lavandería. Por otra parte, daría cualquier cosa por leer unas memorias de Juan David Vélez.
Anónimo ha dicho que…
Las sospechas de Juan David son ciertas: el libro vale $110.000. Con esa plata alcanza para dos de Ian McEwan que, en mi opinión, es de lejos el más brillante e interesante del triunvirato. "Amsterdam" no tiene desperdicio, muy por encima del famoso "Expiación". "Chesil Beach" es muy bueno también, aunque recibió bastante palo de la crítica inglesa. "En las nubes" es un libro inolvidable.

En Estados Unidos se publicaron recientemente las memorias de Christopher Hitchens, amigo personal tanto de Amis como de McEwan. Ojalá lleguen pronto. JM
Luis Alberto ha dicho que…
Ahora entiendo por que le dieron a McEwan el Booker por ese bodrio tan forzado y artificioso (y con final traido de los cabellos)como es Amsterdam ¿o estaré hilando muy delgadito?. Lo que me hizo reir mucho fue la sutil y corrosiva mofa de Pivot y sus millones de acólitos.

Buen aperitivo Camilo...pero muy caro. Saludos.
JuanDavidVelez ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Juan David Torres Duarte ha dicho que…
Buen "fusilado". El trabajo de la edición es bello; el puro hecho de leer, corregir, desarmar y descubrir los secretos de los textos, es la más gratificante actividad. ¿Dónde consigo este libro? Un saludo y dejo la dirección de mi blog: http://lectonauta.wordpress.com/