Fusilado: Vicente Quirarte





Editado con primor, Enseres para sobrevivir en la ciudad recoge artículos viejos, recientes y especialmente compuestos para este libro por Vicente Quirarte. Ensayos breves, columnas de prensa, crónicas –en el sentido que antes se le daba a esa palabra, para indicar un ensayo sugestivo y corto que se vestía de columna para su aparición en la prensa diaria–, que nos ayudan a recuperar el asombro de las cosas cotidianas, nos invitan a mirar con otros ojos esos trebejos que nos acompañan siempre: el lápiz, el esfero, el cuaderno, el cesto de basura, el paraguas, los recuerdos de la infancia… “lugares tan comunes que a fuerza de repetirlos olvidamos su incuestionable peso” (p. 33). También se incluyen paseos por las páginas favoritas del autor, devaneos con amigos o por obras de poetas, homenajes a las minucias en prosa que es pura poesía.

Difícil creer que tanta felicidad se puede comprar por 36 mil pesos. Y poco más tengo para decir: la biografía del autor y otros textos suyos se pueden encontrar en Internet con solo teclear su nombre en Google. Transcribo de mi cuaderno de lectura unos cuantos fragmentos, para animarlos a que lo busquen y lo lean. No le sobra una sola página, ni siquiera una palabra.


Enseres para sobrevivir en la ciudad. Fragmentos

“Habrá que desconfiar del niño que conserve su lápiz sin mordeduras, con la goma a salvo del sacrificio. Será sin duda muy ordenado, escribirá con la mejor caligrafía, preferirá a Descartes sobre Pascal y será sujeto susceptible de ser engañado por su futura esposa” (“Esquemas para una oda al lápiz”, p. 16).

“Goza su simetría y su peso, huele su madera y antes de sacarle punta, recuerda que un lápiz nuevo es una forma de dicha” (Ibíd., p. 19)

“No las cuartillas terminadas sino las arrojadas al cesto, las que se acumulan misericordiosamente, creando la ilusión de que avanzamos, son las que merecen nuestra mayor gratitud” (“El camarada cesto de papeles”, p. 56).

“Vivimos en tiempos en que los cestos de papeles agonizan. Se escribe mal y rápido, y no hay tiempo para la exquisitez de borradores o primeras versiones” (Ibíd., p. 57).

“Escribir lo que verdaderamente importa es una tarea realizada en soledad, contra los fantasmas de la pereza, la inseguridad y la duda” (“Los enemigos del escritor”, p. 123).

“Así como nuestra ciudad parece tener más taxis que habitantes, las presentaciones de libros son más abundantes que las obras” (Ibíd., p. 124).

“El hombre feliz debe tener camisa para serlo. Lo demuestran los usos del lenguaje: cuando perdemos todo, perdemos hasta la camisa. Quien se dice nuestro mejor amigo, no vacilará en despojarse de ella por nosotros. Sin metáforas, la camisa es la prenda de vestir más próxima al corazón, el termómetro más fiel de nuestro pecho. La luz de un hombre vestido comienza en su camisa. Cuando se nos conceden cielos limpios y vastos, parece que Dios se pone su mejor camisa” (“La camisa del hombre feliz”, p. 63).

“Hijo de productos naturales venidos de todos los continentes, ortodoxo y exigente, el martini es la mayor aportación de Estados Unidos a la civilización occidental y uno de los placeres más refinados que un bebedor puede experimentar en su carrera” (“Alrededores del martini”, p. 115).

“El solapero debe ser consciente de que en el breve espacio del cual dispone, debe desarrollar un texto imaginativo, seductor, original y respetuoso del objeto que le sirve de pretexto. Azorín recomendaba como ejercicio para el novelista la descripción de los sucesos nimios que ocurrieran a lo largo del día. Una escuela de críticos debería exigir como examen final la redacción de una solapa” (“En defensa de la solapa”, p. 143).

“Sumérgete en un pasaje de preferencia a mediodía, cuando el Sol te humille con su imperio y te haga olvidar todos los favores que nos hace. Asómate a su entrada y acostúmbrate poco a poco a su penumbra. Advierte, desde el umbral, que todo en el pasaje es amortiguado y suave: sonidos y luces, colores y actitudes. En cuanto des el primer paso, te sorprenderás al caminar de otra manera, al ritmo de una ciudad que aún hace poco era provincia” (“Poética de los pasajes”, p. 154).

“No hay poeta sedentario. La nomadía es su condición primera, incluso para aquellos que viajan alrededor de su alcoba” (“El poeta en el aeropuerto”, p. 158).

“Florecen contra todo. Contra el aire contaminado y el torturador; contra la mentira y la promesa. Florecen para todos: para el envenenador y la monja que vende rompope de puerta en puerta; para los boy scouts que plantan su tiempo sagrado en la mañana del sábado; para el borracho cuyo cuerpo ha dicho basta; para la embarazada y el bolero; para las multitudes que en domingo salen –plenas y nimbadas– de templos, museos y estadios de fútbol. Para descifrar su mensaje, basta escucharlas con los ojos; abrir quince sentidos cardinales y llenarlas de halagos. Que sepan que nos nutren, que son tan necesarias como estar enamorado, que sin ellas marzo sería de otra manera” (“En el imperio de las jacarandas”, p. 162).

“El tranvía es el último de los románticos. Nieto de los ferrocarriles, es al mismo tiempo el dandy de su estirpe. No tizna ni se llena de grasa, no se ensucia con silbatos y bufidos como sus abuelos” (“Leer en el tranvía”, p. 196).

  
Vicente Quirarte, Enseres para sobrevivir en la ciudad, Bogotá, Luna Libros, 2012.

Comentarios

lenin pérez pérez ha dicho que…
Qué buena entrada, Camilo. Salú.
Camilo Jiménez ha dicho que…
Un gusto compartirla, Lenin. Un abrazo.
Jorge Largo ha dicho que…
Camilo, cuando todavía me quedaban esperanzas en el festival de poesía de Medellín, una tarde de ya no sé qué año cargué mi copia de los “Enseres” para la lectura que haría V. Quirarte, en el marco del festival de poesía en la sede de Bellas Artes. Me instalé en primera fila con mi librito, armado de valor para expresarle al poeta toda mi admiración y pedirle que me firmara mi preciada copia de su libro. En el escenario apareció un señor emitiendo unos sonidos raros que yo no entendía y a los que el público respondía con aplausos. La escena se repitió varias veces, pero el poeta mexicano nunca apareció. Cuando le pregunté a uno de los organizadores del evento, éste no supo de quién le hablaba y dijo que tal vez sería uno de los que había cancelado su participación. Me devolví para mi casa con una tremenda frustración y con mi libro intacto. Afortunadamente, para esa época ya había hecho mías las palabras de Gómez Jattin: “los poetas, amor mío, son para leerlos, mas no hagas caso a lo que hagan con sus vidas”.
Leo y releo las páginas de este librito, y no me canso de tanta belleza en esos poemas con apariencia de ensayos.
Cuánto me alegra que reediten esta joya. Muchas veces ―siempre en vano―, lo he buscado en las anticuarias y en las ferias del libro, para regalárselo a mis amigos. Presto el mío con el miedo de que no vuelva, pero afortunadamente nunca ha faltado más de una o dos semanas en mi biblioteca.