Con el título "Soy un ícono gay", esta crónica apareció en el número 81 de la revista
Arcadia, junio de 2012.
—Y por supuesto no tienen que
pagar nada. Esto hace parte de las atenciones del imperio Gardeazábal —dice
Gardeazábal con una sonrisa.
Nos ha acomodado en el carro de
un conductor amigo suyo, que nos llevará al fotógrafo Juan Carlos Sierra y a mí
hasta el aeropuerto de Cali. Cae la tarde en el bochorno sin brisa de Tuluá, un
municipio de 200 mil habitantes a 120 kilómetros de la capital del Valle del
Cauca, y donde el escritor nació y ha vivido siempre. Las atenciones empezaron por
la mañana, cuando llegamos hasta su finca El Porce, a veinte minutos en carro del
municipio.
Lo primero que llama la atención
del “imperio Gardeazábal” es la austeridad. No parece corresponder con lo que
leí en revistas y diarios antes de llegar, donde se mencionan almuerzos todos
los días con ministros, senadores y empresarios de todo el país, en los que él
ejerce como anfitrión y oráculo. Esta es una casa pequeña, algo oscura,
rústica. De puertas pintadas color naranja y techo de Eternit, como cualquier
casa modesta de pueblo. Eso sí, un aire acondicionado al máximo refresca el
calor espeso que se va levantando afuera a medida que avanza la mañana. Un
empleado de la finca nos pide que esperemos al doctor Gustavo en una salita
donde hay una tabla de jamones y quesos bien surtida, y en un rincón una mesa
con licores y refrescos de todo tipo.
Gardeazábal no es de las
personas que entran a un lugar, sino de las que hacen una entrada. Camina
majestuoso, recio, mientras sonríe y saluda de mano con apretón. Desde su
altura, no más de 1,65 m, parece querer llenar el lugar. Y dispara:
—¿Y cómo es un especial gay?
¿Sacan a Sánchez Baute? Él vive de ser loca, y lo administra bien.
Son legendarias su lengua afilada
y sus ocurrencias. En una reseña de la novela Las cicatrices de don Antonio, Luis H. Aristizábal cuenta que en un
congreso de escritores, después de la intervención de Gardeazábal, alguien del
público se despachó contra el escritor, “a quien tildó lo menos de inepto,
renglón seguido rechazó su presencia ante tan digna asamblea como algo
insultante para el prestigio de las letras, y pidió casi a gritos que el
escritor tuviera la decencia de no volver a escribir en su vida”. Álvarez recibió
la andanada sin despeinarse, y cuando el energúmeno al fin se calló contestó
con voz tranquila: “Ya te dije que te pago el lunes”.
Está acostumbrado a esos ataques
desde los años setenta, cuando era un exitoso profesor de literatura en la
Universidad del Valle y un escritor honrado por los lectores con muy buenas
ventas. En la Facultad de Letras fue polémico por sus posturas radicales contra
los marxistas y la derecha, al mismo tiempo y por todos los medios. Entre el 70
y el 73 publicó una novela por año, que provocaron entusiasmo entre lectores y críticos
colombianos y extranjeros: La tara del papa,
Cóndores no entierran todos los días,
La boba y el buda, Dabeiba. Fueron publicadas en España por
la editorial Destino. De esto Gardeazábal se ha ufanado antes, destacando que
ni entonces ni ahora ha tenido agente literario ni ha hecho parte de ningún grupo.
Cuando le pregunto por esta circunstancia, me contesta sin titubear:
—Lo único que hay que hacer es
escribir bien. Si uno escribe bien, lo leen. Y en la época juvenil, que es
cuando uno escribe con más fuerza, si se escribe bien se pasan los retenes.
Ahora la literatura colombiana se llenó de mediocridades, porque los escritores
tienen que publicar una novela cada dos años para cumplir compromisos
comerciales.
Me dice que desde su finca sigue
con interés los vaivenes de la política y la literatura en Colombia. Le
pregunto entonces por algunos escritores:
—Leí con mucho interés la última
novela de Rosero, La carroza de Bolívar,
y fue tan grande la decepción que le di durísimo. Una lástima. Las otras
novelas que no me han parecido son las de Juan Gabriel Vásquez. Es un tipo con
solvencia narrativa pero que le falta consistencia casi en cada párrafo. En El ruido de las cosas al caer las cosas
se le cayeron antes de empezar a contar la historia.
Se le nota cómodo con el tema,
así que sigo preguntando.
—Vallejo es el que mejor escribe.
La manera en que construye las frases, como realiza las metáforas, como
estructura las ideas dentro del texto… Pero se volvió cantaletudo. El último libro
es absolutamente mamón. Un tipo que fue capaz de escribir semejante obra
maestra como es la biografía de Barba Jacob venir a salir con esto… El cuervo blanco es simplemente un
espacio para seguir echando cantaleta.
* * *
Uno de los más entusiastas promotores
de su obra en los primeros años fue el profesor Raymond L. Williams, que
organizó congresos en Estados Unidos sobre el escritor y editó un volumen que
compila artículos críticos: Aproximaciones
a Gustavo Álvarez Gardeazábal (Plaza y Janés, 1977). Allí, profesores casi
todos extranjeros lo ponen en el mismo escalón donde se estaban ubicando García
Márquez, Vargas Llosa y Rulfo. Incluso lo comparan con Faulkner, por su manejo atildado
del ambiente regional.
—Yo soy absolutamente provinciano, total
—me dice ahora Gardeazábal en la sala de su finca.
Siempre se ha jactado de ello, y quizá allí
deba buscarse el origen de ese sentimiento como de promesa incumplida que rodea
el trabajo literario del autor. Porque después de estar al lado de los más
vistosos escritores del boom, de ser celebrado y estudiado, las novelas de Álvarez
Gardeazábal fueron perdiendo calidad literaria y, con ello, impacto. Se
repetían todas dentro de los mismos esquemas, y el escritor no encontró la
manera de salir de allí. Sus libros cada vez se vendieron y se comentaron
menos. Pero para todas esas desilusiones Gardeazábal tiene una explicación:
—Las
cicatrices de don Antonio pasó desapercibido porque salió el mismo año en
que me eligieron gobernador, entonces me chupó el remolino de la política. Las mujeres de la muerte lo sacó
inicialmente Grijalbo, pero lo mató la edición pirata y la torpeza de los
editores.
Como ha dirigido varios latigazos a los
editores durante toda la mañana, le pregunto qué hace un buen editor.
—Hacía, porque eso ya no existe. Un buen
editor cuidaba a su escritor como un campesino cuida a la vaca para que le dé
leche: la sobaba, le daba heno, la sacaba a pasear. Ahora un libro es una
simple proyección económica sobre la base de un éxito, que se funda no en la
calidad sino en una publicidad escandalosa.
—¿Y qué pasó con Comandante Paraíso, su novela sobre el narcotráfico?
—Salió en un momento en que la gente
estaba cansada de novelas sobre ese tema.
Gardeazábal no es un tipo que reconozca
en público sus errores. O digamos que reconoce nada más algunos, pues es astuto
y sabe que nadie cree del todo en los santos inocentes. En una biografía
extensa titulada El verbo y el mando.
Vida y milagros de Álvarez Gardeazábal, el profesor americano Jonathan
Tittler señala: “Si se puede hablar de una opinión mayoritaria […] esa opinión
sería que G. Álvarez se dejó distraer por la política y nunca realizó el
potencial literario que pareció prometer en varios momentos de su juventud”. “Lo
ha ahogado su provincianismo”, señala Luis H. Aristizábal en la reseña citada
arriba, y termina: “Pudo haber sido un buen literato, pero su vocación lo
arrastró por los vericuetos que castran la imaginación”.
Me llama la atención una palabra
de la última cita: vocación. En los
ochenta, siguiendo su fascinación por el poder, Álvarez Gardeazábal comenzó su
camino en la política regional: fue diputado a la Asamblea del Valle; concejal y
dos veces alcalde de Tulúa, y en 1998 llegó a la Gobernación del Valle con la
mayor votación registrada hasta el momento en el país, 780 mil votos.
—Nadie ha manejado en Colombia
las distintas manifestaciones del poder como Gardeazábal —dice
Gardeazábal—. Primero escribí novelas sobre el poder; después me metí a
administrar el poder y por eso me fue tan bien consiguiéndolo. Y me fue tan mal
manteniéndolo porque no alcancé a medir la calidad de enemigos que tiene el
ejercicio del poder.
Su gobernación terminó mal: en 1999, en
los coletazos del Proceso 8.000, fue juzgado y condenado por enriquecimiento
ilícito. Un golpe duro para alguien que se veía presidente de la república en
2002. Poco después de salir de la cárcel ingresó al programa radial La
Luciérnaga, y ahí lo oímos todas las tardes acertar y equivocarse. Casi como
cualquier comentarista radial de todos los días.
—Llevo siete años en La Luciérnaga
manejando un extraño poder. Lo uso para ayudar. Ya no puedo aspirar a nada, ya no
soy un enemigo para nadie. Así que hago mi trabajo.
Todos los días se levanta temprano,
camina un rato y muy pronto está escribiendo los libretos para el programa, o
leyendo informes, escribiendo correos, haciendo llamadas para confirmar algún
dato.
—Tengo que estar absolutamente
informado, porque en eso radica el éxito de Gardeazábal —dice—. Me paso casi
todo el día comprobando y confrontando información que me llega. Y entre las 12
y las 3 recibo gente. El sábado estuvo el ministro de Minas, hace un mes
vinieron Álvaro y Lina…
Conversamos entonces un rato sobre gente
y temas nacionales.
—Alguien se atrevió a decir que lo que
pasa en el Valle es la “maldición de Gardeazábal”, imagínese usted. El Valle es
un rosario de ciudades sembrado de un solo producto. Y la caña adormeció por
completo a la generación posterior a la de los pioneros del departamento. Vivir
del alquiler adormece. Los hijos y nietos de los oligarcas de antes se van a
estudiar al extranjero y no vuelven, y esto ha influido bastante para que la
clase dirigente no tenga representantes en la política actual. La oligarquía
valluna decidió entregarle la política a los supervivientes mediocres que se
atreven a manejar la estructura corrupta que se ha montado.
No puedo dejar de preguntarle por
“Álvaro y Lina”.
—Tengo una relación de mucho tiempo con
el expresidente Uribe. A él hay que entenderlo en su contexto. Mejor dicho, a
todo ser humano hay que entenderlo desde ahí. Él es un tipo que no sabe perder.
Y como no sabe perder cree que no ha perdido el poder. Casi lo mata el
referendo cuando no lo pudo ganar…
—¿Y el presidente Santos?
—A Colombia le hacía falta un presidente
como Santos, que no le guste trabajar, que sepa ir a un restaurante, que se
sepa comportar con otros presidentes, que no le ponga el carriel al papa.
—Pero, ¿y su gobierno? ¿Cómo lo ve?
—Santos se está dejando picar de la
guerrilla como el que se deja picar de una avispa para poder pasar al otro lado.
Él quiere hacer la paz, pero al estilo de los ricos. Si hay que entregar, se
entrega, porque lo que importa es obtener la paz para pasar al otro lado. Pero
se le ha olvidado que dentro de la guerrilla existe un grupo que no quiere la
paz, y que se encarga de tirarse cada evento que se acerca a la paz.
Le pregunto entonces a qué se refiere
con “pasar al otro lado”, y explica:
—Santos gobierna para afuera. La
Presidencia para él es secundaria. Por eso no va a arreglar problemas como el
de la salud, que sólo importa adentro, a los colombianos. Puede estar pensando
en la Secretaría de la ONU o en el premio Nobel…
* * *
Nos llaman a almorzar y Gardeazábal nos
hace pasar a una mesa igual de modesta al resto de la casa, de ocho puestos. La
comida es típica y está deliciosa: lengua y lomo de res a la criolla, arroz
blanco, plátano maduro frito y ensalada de aguacate, tomate y cebolla. Pero Gardeazábal
apenas come un puré blanco y otro naranja, y nos recuerda su cardiopatía, que
lo obliga a permanecer cerca del nivel del mar y a no excederse con nada.
En la mesa retomamos el tema
gay.
—El gay más famoso de Colombia soy yo,
porque lo he sido toda la vida sin irrespetar a nadie y guardando siempre una
distancia para que me respeten a mí —me interrumpe con énfasis—. Soy un ícono
gay, pero nunca voy a marchar en un desfile, ni defiendo la adopción de parejas
homosexuales ni el matrimonio gay. Como cada quien asuma su vida está bien; eso
sí, exijo respeto, que no se trate diferente a las personas.
Gardeazábal no toma café ni come postre.
Pronto debe irse para Tuluá a transmitir La Luciérnaga, así que Juan Carlos, el
fotógrafo, le hace unos cuantos retratos. Se le ve contento, a Gardeazábal.
Posa, mira para donde le digan, se cambia de camisa… Es un buen anfitrión, sabe
cómo jugar de local.
En el carro de su amigo que nos lleva al
aeropuerto voy pensando en una frase que repitió Gardeazábal varias veces en el
día: entender a las personas en su contexto. Hago el ejercicio con él. Es un
tipo astuto y muy calculador, con un verbo poderoso y un poder de convocatoria
enorme. Un lector disciplinado y de gusto caprichoso. Que pudo haber sido un
escritor de primera línea, pero su fascinación por el poder lo alejó de ese
camino. (Al respecto, creo que ya no tiene que demostrar nada, porque en
cualquier historia de la literatura colombiana que se precie de completa tiene
que entrar Cóndores no entierran todos
los días.) Que se tiene en demasiada estima a sí mismo. Que hasta ahora ha
sabido sortear no pocas dificultades, y ha conocido el éxito y el fracaso.
Para resumir, me quedo con el balance
que hizo Luis H. Aristizábal en su reseña de Las cicatrices de don Antonio, escrita hace quince años: “Se trata
del Álvarez Gardeazábal de siempre, ni tan bueno como se autoproclama él mismo
ni tan malo como sus detractores —que se me antoja son más enemigos personales
que otra cosa— lo insinúan”.
Comentarios
Muy buena la charla y la puesta en escena del encuentro, con detalles que demuestran el asombro de no encontrar columnas ¨dórico-jónicas¨ ni grifería de oro en los baños, pero es bastante mediocre que las frases contundentes sean apartes de otros autores , que la cita final después de un viaje hasta Tuluá la sacara de Luis H. Aristizábal.
Le queda muy bien demostrar que leyó sobre el personaje y que rebuscó entre las bibliotecas, pero no fue posible decir algo más contundente?
Muchas veces he dormido llegando al tercer párrafo de sus escritos, esta vez quise llegar hasta el final pero la decepción en la meta igualó el arranque.
Creo que la respuesta para Anónimo 1 pudo ser menos pataletuda y más racional, si es cierto lo que se dice de la investigación.
Yo leí el perfil y no me disgusta. Me disgusta más la posición de diva. Las personas deben escribir y estar atentos a todas las críticas pues de estas se nutren para mejorar.
Gracias
Mauricio Cortés
http://www.casasenventacali.com/