David Lurie, profesor inapetente, mete mano a una alumna cualquiera. Bonita, sí, pero no la más. Se le enjuicia y usa ese extraño derecho que recuerdan los policías cuando tienen a su presa con las manos atrás, el derecho a guardar silencio. Lo echan, pasa una temporada en la lejanía africana con su hija, son víctimas de un ataque, se acuesta con una señora de esa tierra más por no decir que no que por ganas, termina allí cuidando perros e intentando escribir una ópera sobre Byron en Italia.
El rasgo más notorio de esta novela y donde radica su virtud más pronunciada está en el tono: seco, parco, no ya económico sino hasta avaro. Lo que me pregunté apenas la cerraba después de una sesión de lectura —no más de tres o cuatro, es de esas novelas que uno tiene que terminar pronto— es ¿cómo carajo lo logra? Enfocando todas sus frases en el personaje principal, el profesor David Lurie. Y por supuesto en el diseño de este personaje: un cincuentón cínico, prejuiciado y amoral, o con una moral confeccionada apenas con retazos de sus prejuicios, que los tiene para todo. Todas las frases de esta novela están construidas desde la perspectiva de Lurie, para quien shit happens y punto. Él no se detiene a pensar ni antes ni después, y el relato tampoco.
De profesor instalado a padre recuperado, de padre a anciano vejado, de ahí a abuelo solitario canturreando en un patio, Lurie va cayendo, va cayendo pero no hay nada que pueda hacer más que actuar como testigo, y con él el lector.
El rasgo más notorio de esta novela y donde radica su virtud más pronunciada está en el tono: seco, parco, no ya económico sino hasta avaro. Lo que me pregunté apenas la cerraba después de una sesión de lectura —no más de tres o cuatro, es de esas novelas que uno tiene que terminar pronto— es ¿cómo carajo lo logra? Enfocando todas sus frases en el personaje principal, el profesor David Lurie. Y por supuesto en el diseño de este personaje: un cincuentón cínico, prejuiciado y amoral, o con una moral confeccionada apenas con retazos de sus prejuicios, que los tiene para todo. Todas las frases de esta novela están construidas desde la perspectiva de Lurie, para quien shit happens y punto. Él no se detiene a pensar ni antes ni después, y el relato tampoco.
De profesor instalado a padre recuperado, de padre a anciano vejado, de ahí a abuelo solitario canturreando en un patio, Lurie va cayendo, va cayendo pero no hay nada que pueda hacer más que actuar como testigo, y con él el lector.
Los comentaristas quieren ver aquí como en toda la obra de Coetzee una crítica al apartheid, al poder colonial y todo ese rollo. Yo vi una novela poderosa, condensada, infaltable, con uno de esos finales que golpean y permanecen. Lurie glosa un comentario de su segunda esposa, con quien se encuentra en una cafetería, y con eso se define: “No será un mal hombre, pero tampoco es un hombre bueno. No es frío ni caliente (p. 242).
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maq