Desgracia, de J. M. Coetzee




David Lurie, profesor inapetente, mete mano a una alumna cualquiera. Bonita, sí, pero no la más. Se le enjuicia y usa ese extraño derecho que recuerdan los policías cuando tienen a su presa con las manos atrás, el derecho a guardar silencio. Lo echan, pasa una temporada en la lejanía africana con su hija, son víctimas de un ataque, se acuesta con una señora de esa tierra más por no decir que no que por ganas, termina allí cuidando perros e intentando escribir una ópera sobre Byron en Italia.

El rasgo más notorio de esta novela y donde radica su virtud más pronunciada está en el tono: seco, parco, no ya económico sino hasta avaro. Lo que me pregunté apenas la cerraba después de una sesión de lectura —no más de tres o cuatro, es de esas novelas que uno tiene que terminar pronto— es ¿cómo carajo lo logra? Enfocando todas sus frases en el personaje principal, el profesor David Lurie. Y por supuesto en el diseño de este personaje: un cincuentón cínico, prejuiciado y amoral, o con una moral confeccionada apenas con retazos de sus prejuicios, que los tiene para todo. Todas las frases de esta novela están construidas desde la perspectiva de Lurie, para quien shit happens y punto. Él no se detiene a pensar ni antes ni después, y el relato tampoco.

De profesor instalado a padre recuperado, de padre a anciano vejado, de ahí a abuelo solitario canturreando en un patio, Lurie va cayendo, va cayendo pero no hay nada que pueda hacer más que actuar como testigo, y con él el lector.
Los comentaristas quieren ver aquí como en toda la obra de Coetzee una crítica al apartheid, al poder colonial y todo ese rollo. Yo vi una novela poderosa, condensada, infaltable, con uno de esos finales que golpean y permanecen. Lurie glosa un comentario de su segunda esposa, con quien se encuentra en una cafetería, y con eso se define: “No será un mal hombre, pero tampoco es un hombre bueno. No es frío ni caliente (p. 242).

J. M. Coetzee, Desgracia, Barcelona, Random House Mondadori (Debolsillo), 2003, 271 pp, $24.000.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Sin duda algua un novelon, descarnado, implacable y , como bien dices, seco . Es tanta la economia de su escritura que la novela a veces parece , por su forma, un pulido esqueleto tirado en medio de una carretera.

maq
Camilo Jiménez ha dicho que…
Vaya, buena figura esa del esqueleto en la carretera. Podría ser el de un perro con tres patas, por ejemplo.
Lucaz ha dicho que…
El mundo de hoy tel quel, miseria, violencia, resentimiento y corrección pacatas globalizado...lo que le pasa al profe en Sud Africa le puede pasar a cualquiera. Lo leí en el 2005 y me alegra que este blog haya arrancado con esta obrita que es Houellebecq hiper mejorado.
chaly2 ha dicho que…
Acabode termianr esta novela. Muy buena, eso si, le hubiera quitado todo el rollo de la opera de Byron, a mi humilde parecer, poco o nada aporta al relato. Recomendada la novela es todo caso.