El agente secreto, de Joseph Conrad




La prosa de Conrad agarra fuerte, pero también patea en las canillas. A veces como que intenta expulsar al lector con un empujón contundente, pero cuando está a punto de caer lo coge por la pretina del pantalón y lo deja pegado a la página otro buen rato, seducido.

En un comentario sobre Conrad y El agente secreto publicado en Página 12, Juan Gelman recupera una observación de E. M. Forster, amigo del escritor polaco: a Forster lo desconcertaba “que en el centro de los estupendos relatos de su amigo no encontrara claves, soluciones, sino una suerte de ‘neblina’ disipadora de toda perspectiva”. Conrad se detiene los párrafos que él quiera para describir o comentar la manera en que un personaje fuma, la decoración de una oficina o una conversación que no parece tener mucha trascendencia en la historia, y un asesinato lo despacha en una frase suelta ahí, rápidamente. Conrad se pasea por el paisaje, se regodea en él, y de pronto se interna en la más profunda interioridad de uno de sus personajes. Conrad se queda parado frente al relato de una anécdota banal, contada de manera plana, y de pronto saca de debajo de su manga el adjetivo que ilumina, la comparación que descresta, la observación que aclara de manera determinante.

Esta novela cuenta la historia de un agente encubierto al servicio de una embajada extranjera —presumiblemente la rusa— que se relaciona con anarquistas en la Inglaterra de 1886. Se ve obligado a planear un ataque terrorista y los resultados no son los que ha calculado. A los lados de esa anécdota aparentemente trivial se despliega toda una maquinaria de ironía para relatar el entorno político de entonces. Y leída ahora, cien años después de publicada, es descrestadora en su actualidad.

Pero quizá la mayor recompensa que encontrará el lector que permanezca en sus páginas, que pueda vencer esa extrañeza que provoca el relato a cada paso, es el finísimo humor en la descripción de los personajes y de algunas situaciones: “Y desde el desayuno el Inspector Jefe Heat no había conseguido comer nada. Había comenzado de inmediato sus investigaciones en el terreno y había tenido que contentarse con tragar una buena cantidad de niebla malsana y cruda en el parque” (p. 96). “Por primera vez desde que había asumido su cargo, el Subcomisario tuvo la sensación de que haría algo de trabajo real para justificar su sueldo” (p. 124).

Bueno, y la descripción de los personajes también enseña lo que es un buen ojo de escritor, por algo dirán los comentaristas que Conrad es un escritor para escritores, sea lo que sea que eso signifique. Apenas copio un ejemplo, pero esta novela está llena de ellos: “Voluminoso por el grosor y por la estatura, con una larga cara blanca, ampliada en su base por una gran papada y que en el margen de unas delgadas patillas grisáceas tomaba forma de huevo, el gran personaje parecía un hombre en aumento. Esta sensación se acentuaba, con efectos lamentables desde el punto de vista de la moda, debido a las arrugas en la mitad de la chaqueta negra abotonada, como si los cierres de su vestimenta estuvieran sometidos al límite de su resistencia. Desde la cabeza, erigida sobre un grueso cuello, los ojos, con abultados párpados inferiores, miraban con una languidez altiva desde ambos lados de una nariz agresiva, ganchuda, noblemente protuberante en la vasta y pálida circunferencia del rostro. Un sobrero de seda lustroso y un par de guantes gastados, disponibles al extremo de una larga mesa, parecían, también, aumentados, enormes” (p. 137).

Se me ocurre comparar la lectura de El agente secreto con subir una vía sin pavimentar sobre una bicicleta: cuesta su trabajo, se suda, pero reconforta pensar que se están generando endorfinas y bajando la panza.

Para terminar, dos comentarios: Hitchcock adaptó esta novela para el cine, pero no es El agente secreto, que está basada en una historia de W. Somerset Maugham, sino la titulada Sabotaje. Y segundo, cuidado con arrimarse a la abominable traducción que hizo Elisa Dapia de esta obra. Recomiendo la de Jorge Edwards reeditada recientemente por El Aleph, que además incluye el prólogo que Thomas Mann escribió para la traducción alemana.


Joseph Conrad, El agente secreto, Barcelona, Muchnik Editores, traducción de Jorge Edwards, 1980, 282 páginas.

Comentarios

Yeral ha dicho que…
Me han entrado ganas de leer a Conrad... Tengo pendiente su Corazón de las tinieblas y ahora, este Agente Secreto. Gracias por tus posts.
Camilo Jiménez ha dicho que…
Es el objeto de este blog: compartir lecturas pero sobre todo recomendar cuando haya lugar. O intentar poner las cosas en su sitio frente a obras que no merecen la pena. El corazón de las tinieblas comparte esa misma sensación de extrañeza con el agente, pero igual es toda una lección de profundidad, de escritura fina.
Agradezco tu comentario.
Anónimo ha dicho que…
Oye, gracias por la entrada: creí que ya había leído lo mejor (Lord Jim, Nostromo, El corazón...) Pero ahora veo esta recomendación.

saludos,
Belladonna Wild ha dicho que…
Conrad es un monstruo!!!
a mí me da como un desesperito, como una cosa, como que, bueno, éste man qué... y uno cierra el libro y dice: no es posible! este man es un putas!!!
es impresionante.
El agente secreto no me lo he leído, que conste.
mua
TuxedoBlaze ha dicho que…
Despues de esta recomendacion voy a leer el libro que apunta a ser uno bueno Gracias por la recomendacion
Ysaías Núñez ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ysaías Núñez ha dicho que…
universidad. Para leer a Conrad, hay que tener todos los sentidos puestos en él, sino te pierdes, y fue así, que hace poco comencé desde cero, y la terminé de leer en menos de una semana. Un maestro, ¿qué más quieren que diga?

Leo Lord Jim, y voy por la mitad.

Está muy bueno tu post.
Saludos.