Con esta novela me toca regresar a un tema que ya he tocado en estos comentarios, el de la distribución. Y en este caso no se trata de la circulación por los países vecinos de la literatura que se escribe aquí y allí, en Perú, Venezuela, Chile, y aun en Argentina o México —los supuestos centros de la cultura latinoamericana—, sino de obras que se escriben en sitios de Colombia distintos a su capital. Lo que no circula por el centro no se conoce, así de simple. Ya lo dijeron Fuguet y Gómez y la introducción a su antología McOndo: lo que no pasa por España no se lee en el resto de América (“Si uno es un escritor latinoamericano y desea estar tanto en las librerías de Quito, La Paz y San Juan hay que publicar (y ojalá vivir) en Madrid. Cruzar la frontera implica atravesar el Atlántico”). Lo mismo puede decirse de cada uno de nuestros países: si los autores no publican o viven en la capital, no se conocen sino en su provincia. Hay excepciones, pero son las que confirman la regla.
Octavio Escobar (Manizales, 1962) tiene una obra sólida y constante, incluso avalada por dos premios de prestigio, el Nacional de Cuento de la Universidad de Antioquia (por Hotel en Shangri-Lá) y el Nacional de Cuento del Ministerio de Cultura (por De música ligera). Y aun así, poco se conoce en el país su producción. Una pena.
En esta novela ágil, rápida, recompone el diario de un escritor de éxito entrado en la decadencia vital y creativa. Son evidentes los paralelos que pueden trazarse con los últimos años de la vida de Capote, e incluso en la supuesta introducción que escribe el traductor de los diarios se menciona al autor nacido en Nueva Orleáns: amigo de un montón de celebridades, promete a sus editores una obra genial pero nada que deja ver un avance en su escritura. Parte a Europa y regresa a Nueva York en 1980, justo el año que comprende este diario.
Y es el diario de su vida que se desbarata, y con ella su entorno: entra en quiebra a pesar de sus anteriores éxitos de ventas, se enreda con una artista del Village medio bruja que lo enloquece, las amistades le van retirando el saludo, su edificio en Manhattan es atacado por un extraño polvo gris que se está comiendo los cimientos, no puede avanzar en un artículo que le encargan de la revista Playboy ni en su supuesta obra maestra definitiva. Estados Unidos cae en garras de Reagan, asesinan a Lennon… Y Flowers en medio de este remolino que se lleva hacia el fondo lo que caiga en él.
Podría decir que la construcción del personaje no está muy afinada, que le falta quizá algo más de profundidad, de trabajo, de diseño de personaje para uno poderlo ver y sentir como persona de carne y hueso. Pero la agilidad del relato no permite que uno se detenga mucho en ese detalle. Además, el diario está salpimentado con la trascripción de fragmentos del artículo y la novela que intenta componer el personaje, por lo que la textura de la narración es muy variada y amena. Su novela en proceso se inspira en la narrativa de H. P. Lovecraft, y el excéntrico de Providence está en casi cada línea de este diario. En fin, uno se quiere leer de un tirón esta novela y seguir con otros títulos de la obra de Escobar. Me espera en mi mesa de noche Hotel en Shangri-Lá, y lo voy a empezar ya mismo.
Octavio Escobar Giraldo, El último diario de Tony Flowers, Bogotá, Cooperativa Editorial Magisterio, 1998, 104 páginas.
Comentarios
¿Además de este blog tienes un restaurante o algo así? Pues mira que cada vez que leo una reseña tuya, se me agua la boca.
Gracias de nuevo.
El canaya.
me gusta mucho el tema algunos escritores colombianos ninguneados por el reconocimiento masivo porque por varios de ellos, de la misma generación de Octavio, profeso un cariño y una deuda especiales. Ojalá más gente lea algún día a Tomás González y a Marco Schwartz (que ya salieron del ostracismo), a Ramón Illán Bacca, a Juan Diego Mejía, a Iván Hernández, a Julio César Londoño y a ese monstruo con ficción escasa y mucha otra obra (que seguramente pronto saldrá en este blog): Elkin Obregón.
Un abrazo,
Burgos.
upale! y cocinás? qué bueno! hay que cuadrar comida entonces cuando vaya por allá, un parchecito bien bueno y, por lo que veo, que sea fin de semana para poder agonizar televisión tranquilamente al otro o al siguiente día, no?
-debí haberte enviado esto mejor al correo y no ponerlo acá?
beso
mj
Eso sí, no muy discreta resultó la admiradora.
Un besito,
Emma Bovary
quiero agradecerle la frase genial, "de la tribuna literaria al paredón del coqueteo". Paso a ponerla ya mismo en mi nick de messenger.
Suyo,
el autor
P.S. Si sería tan amable de poner su verdadero nombre yo me serviría pasarla al paredón también. ¡Hay espacio para todas!
Te quiero,
Flaubert.
¿Cómo vas a llamar el restaurante? Te tengo uno: el resto que lo haga don sesto.... jejeje
El canaya.