Para nada es de extrañar el éxito que ha tenido esta novela, traducido en múltiples reediciones de lujo y de bolsillo, en su distribución en España y otros países, en su adaptación para televisión en ese formato que tanto extrañamos, la miniserie. No es de extrañar porque es una novela tremendamente bien hecha, con personajes sólidos, historias finamente hiladas y mejor solucionadas, con aventura trepidante y estilo impecable e implacable.
Se trenzan aquí tres narraciones, tres historias: la de una pelada que secuestran para que lea un libro, la del libro que lee –titulado Engome– y, dentro de ésta, un monólogo, a manera de carta o confesión, de uno de los personajes de ese libro. Intercalados, aparecen tres pequeños capítulos que recogen diálogos de personas que hablan sobre un aspecto de la trama de esa novela que lee la chica. Por separado las piezas están muy bien construidas, pero encima de eso están ensambladas con precisión de relojero: cada historia se interrumpe en un punto alto, de máximo suspenso, y llega la otra a agarrar al lector con igual efectividad. Todas tienen momentos de acción trepidante y de reposo, todas ellas están bien investigadas y contadas con gracia.
Engome está basada en hechos reales. Sus personajes principales son Cachorro y Karen, él un taxista de noche, medio varado y perdedor, enamorado de una puta que se va a casar con un mafioso menor –o lavaperros, que llaman–; ella una puta enamorada del taxista y con ganas de organizarse por fuera de El Oasis, su centro de operaciones eróticas. Ella lo acompaña a trabajar una noche y recogen a unos ejecutivos que son emboscados por unos matones. Cachorro y Karen se salvan de milagro y en la confusión encuentran una maleta con dos millones de dólares, que deben esconder en una construcción para escapar con vida de la emboscada y de las autoridades.
Como en las más entretenidas novelas de Elmore Leonard, tras esta maleta irán la policía, unos mafiosos y los propios Karen y Cachorro. Todo ambientado en una Bogotá real, construida, como la totalidad de la novela, con gran efectividad: “Autos González era una compraventa de carros armada de improviso sobre una esquina del centro de Bogotá. El pedazo de ciudad había salido del abandono vestido con paredes de espejo, tapizado con mármol de cementerio, camuflado con vidrios cobrizos, retocado con avisos de neón y protegido de la lluvia con unas tejas de acrílico verde” (p. 138). Digo que este párrafo es efectivo –como la gran mayoría de los de La lectora– porque es económico y gráfico; con cuatro frases el autor se asegura de poner al lector en el punto que quiere, en este caso en un negocio de mafiosos. Y esta efectividad acompaña toda la narración.
Como Engome está basada en hechos reales, la maleta se convierte en uno de los tantos mitos urbanos que circulan por Bogotá, por cualquier ciudad. Esto permite que se forme un bonito y bien sustentado juego entre realidad y ficción, que encuentran su punto de contacto en un personaje de la novela que está secuestrado con la lectora: Gordobriel, “un hombre blanco y tapizado de pecas, de cara redonda, cachetes flácidos y cabello grueso y emparejado con tijeras de jardinería”, a quien le cuesta asimilar la noticia de la muerte de su madre “porque le pareció imposible que las madres se murieran y le dejaran a uno la carga de trabajar para mantenerse” (p. 116).
Y no voy a adelantar más de la trama para no ir a dañar el suspenso que siempre acompaña la lectura de esta entretenida novela. Para terminar sí voy a decir que recordé en muchos momentos Perder es cuestión de método, buena novela, rápida y también efectiva, bogotanísima también, y que junto a Los impostores y a unas pocas docenas de páginas ha salvado a Santiago Gamboa de convertirse de una buena vez en un insípido diplomático. Pero esta es otra cuestión que voy a dejar de ese tamaño.
Sergio Álvarez, La lectora, Barcelona, RBA Libros para Diana Colombiana, 2001, 250 páginas.
Comentarios
Saludos.
Carla.
¿Qué opina?
Ja ja ja...
Perdón, a veces tengo ocurrencias muy tontas.
Un saludo del Humanoide
Y siguen esos bonitos versos.
Respecto al fusilado de tu post lamentablemente no lo he leído, tomo nota, pues sólo conozco un Sergio Alvarez y nada que ver con el autor.
Besos borrascosos
Más besitos borrascosos para ti
http://codigodebarra-revista.blogspot.com
GRacias
Para empezar me confieso admiradora de este Blog, me parece buenísimo, y estoy casi siempre muy de acuerdo con las opiniones de su autor.
Hasta me da envidia y me inspira a agarrar todas mis reseñitas que publico en Goodreads, mejorarles el nivel y hacer mi propio Blog de opinión literaria, porque mi Blog actual todavía no tiene definido de qué va más o menos... y la verdad creo que esa es su definición, o al menos su esencia.
Perdonen la pajamental.
A lo que vine.
Le pedí a alguien que me regalara La Lectora, que acá en Venezuela no se consigue - y al parecer la cosa va a peor- y me se equivocó y me trajo La Ladrona de Libros.
Quería saber si el autor de El ojo en la paja, ha leído o tiene una opinión sobre este libro (La Ladrona de Libros)porque la verdad a duras penas he logrado llegar a la página 20 sin vomitarle encima, el texto en cuestión me inspira una opinión violentamente desagradable... y quería saber si sólo soy yo o se puede definir por qué es un texto empastado detestable, o por el contrario si el libro tiene algún mérito además de ser un bestseller (cuarta edición en menos de dos años.
Nuevamente me disculpo por intervenir aquí con otros temas, pero me encantaría poder leer La Lectora.
Gracias.
Acabo de leer La Lectora (bueno, lo escuché como audiolibro) y me gustó bastante. Pero hay una cosa que que no logro comprender. Ese sub-trama del monólogo, ¿quién fue? me di cuenta que estaba hablando con Karen, asi que inicialmente pensé que era Cachorro, pero puesto que Cachorro se muere al final, no logro adivinar quien es. Me ayudas?
Si no quieres publicar este comentario por lo que revelo del fin del libro, está bien; puedes borrarlo y ¿tal vez me mandes un email? tukopamoja AT gmail ...
de todos modos te agradezco muchísimo.
Le estaría eternamente agradecido por permitirme realizar nuevamente la lectura.