Aunque se formó como historiador, Sergio Vila-Sanjuán ha estado vinculado desde pequeño al mundo de los libros y la edición: su padre era escritor y acostumbraba recibir en su casa a editores importantes de la época. Pronto se dedicó al periodismo cultural, y en los setenta, luego de un curso sobre edición en Estados Unidos, regresó a Barcelona con el proyecto de ir contando en una columna semanal la actualidad del mercado editorial español, centrado sobre todo en el ámbito de Barcelona. Pero todo eso lo cuenta Vila-Sanjuán en una excelente entrevista que le hizo el colega Martín Gómez en su blog [el ojo fisgón], y que invito a leer aquí.
El tema de los premios ha estado rondando este blog desde hace rato, así que quise tomar del libro fundamental de Sergio Vila-Sanjuán, Pasando página, una parte del capítulo dedicado a este asunto, para alumbrar un poco y, claro, animar la discusión. Adelante.
Cómo se gana un Planeta
Los premios Planeta constituyen sin lugar a dudas el mayor fenómeno comercial de la edición española. Los libros que lo han obtenido desde su primera convocatoria en 1952 han vendido más de 27 millones de ejemplares, un promedio superior al medio millón por volumen, cifra altísima en el contexto de este país. En los años de la democracia hay dos premios Planeta que han superado el millón de ejemplares, lo que las convierte, con datos del año 2002, en la segunda y tercera novela de autor español más vendidas en este período: se trata de No digas que fue un sueño, de Terenci Moix, con 1.490.685 ejemplares, y Yo, el rey, de Juan Antonio Vallejo-Nágera, con 1.189.897 (sólo superadas en ventas por Tuareg, de Alberto Vásquez Figeroa, publicada por Plaza&Janés con casi 1.800.000 ejemplares).
Los libros premiados con este galardón han conseguido franquear las puertas de los domicilios más reacios a la letra impresa y han hecho que el nombre Planeta fuera el más identificable, y para mucha gente el único reconocible, de la edición española, con los consabidos efectos positivos para esta firma.
Los premios Planeta cuentan en su haber con bastantes de los mejores escritores españoles del último medio siglo, con no pocos autores comerciales de digno nivel medio y también unas cuantas medianías sobre las que ha caído un piadoso olvido. Arrastran consigo también una colorista leyenda de escándalos, adjudicaciones presuntamente amañadas y otros problemas que forman parte de la aureola del galardón. Han sido muy criticados: según el prestigioso crítico Rafael Conte se trata de un concurso “oportunista”, y su editor es un “Rey Midas al revés”, “pues incluso cuando recuperaba autores más o menos ilustres, lo hacía con obras de menor envergadura”. Otros analistas lo han calificado de evento que no tiene nada que ver con la literatura, de “artefacto promocional” y de “premio que se premia a sí mismo”. En medios culturales resulta habitual considerarlo un concurso pactado y “pasteleado” por la editorial, donde se sabe con mucha antelación quién será el ganador y los autores que concursan de buena fe no tienen nada que hacer.
José Manuel Lara Hernández, el formidable editor andaluz que creó el Planeta y fijó su fecha de concesión el 15 de octubre de cada año para celebrar la onomástica de su esposa Teresa, lo había tenido siempre muy claro: “Sin premio, un autor español no vende, por lo común, más de dos o tres mil ejemplares. Con los premios se llega a decenas de miles. Así que no puede dudarse ante la alternativa”, declaraba en 1966.
Su hijo y actual presidente del grupo, José Manuel Lara Bosch, muy implicado en la línea de mando desde los años 70 y jefe absoluto del imperio desde la muerte de su hermano Fernando, es también un personaje físicamente imponente (más alto y más grande que su padre) pero afable, menos extrovertido que su progenitor, con la ventaja de que suele dar explicaciones que suenan bastante ajustadas a la realidad. Durante la elaboración de este libro me concedió dos largas entrevistas; la segunda tuvo lugar el 7 de febrero de 2002.
Estábamos sentados a la mesa alargada de su amplio despacho en la séptima planta del edificio de la editorial Planeta en la calle Córcega de Barcelona, con buena vista sobre un patio de manzanas del Ensanche barcelonés y cuadros de Arranz Bravo, Bartolozzi y Tharrats en las paredes. Lara Bosch bebía una Cola-Cola light y yo le dije:
–Me gustaría que me diera una explicación plausible de cómo funciona en realidad el premio Planeta.
Lara Bosch la tiene. Me contestó:
–Nosotros somos fanáticos de los premios porque creemos que ayudan enormemente a la imagen y la difusión de la marca Planeta y porque representan la mejor manera de promocionar un libro. La inversión publicitaria se multiplica por cien cuando hay un premio de por medio. Y además, nos permiten crear noticias permanentemente y conseguir que los medios de difusión les dediquen un espacio que están dispuestos a conceder si ofreces una noticia, pero que no lo ganas si te estás quieto. El ejemplo más claro es la noche del 15 de octubre, que beneficia a todos: a los medios, porque pueden contar con una velada como ésa que hasta permite a las televisiones retransmitir en directo una gala literaria. Para la editorial es buenísimo y también para el libro y para el hábito de la lectura en general.
–El problema –repliqué, abordando un lugar común– es que se trata de un sistema en el que compiten autores superconsagrados con gente desconocida que concurre con toda inocencia. Suelen ganar los primeros, y además habitualmente corre la voz de que la editorial les ha ofrecido el premio en firme, lo que da una pobre idea de la independencia del jurado y acaba transmitiendo la sensación de que cunde la inmoralidad en el mundo literario.
Lara Bosch no se inmutó.
–Éste es un debate que tenemos a menudo, y que nos provoca las siguientes consideraciones: si un premio como el Planeta quedara desierto más de un año, se moriría, les ha ocurrido con los suyos a varias editoriales. Así que para que no quede desierto, la posición del editor no puede ser totalmente pasiva. Tienes que pelear para que salga el mejor libro y puedes fomentar, promocionar, impulsar que se presente la gente, tanto cuantitativa como cualitativamente. Si se presentan cuatrocientos originales es más posible que salga un libro bueno que si se presentan diez. Y por la misma razón animamos para que concursen a los autores que tienen un nivel medio-alto, no tengo ninguna vergüenza en decirlo. Se han producido grandes confusiones con este tema, por ejemplo con Miguel Delibes, por la vehemencia de mi padre... Él no estaba prometiendo nada en firme, mientras que Delibes entendió que era una promesa definitiva. Y por eso dijo públicamente que se le había ofrecido el premio Planeta, pero no era así.
–Sin embargo –contraataqué– un histórico director literario de Planeta me ha explicado que él personalmente fue a fichar autores para el premio a distintas ciudades de España y Europa: Soledad Puértolas en Madrid, Muñoz Molina en Granada, Semprún en París...
Ahora sí. Lara Bosch se puso serio.
–Lo que más ha llegado a hacer Planeta desde los años 70 hasta el presente es la siguiente oferta. A algunos autores les hemos dicho: “Mira, nos interesa tu libro y te lo contratamos. Te pagamos un determinado dinero y, como cláusula del contrato, tú te comprometes a presentarte al premio Planeta. Si ganas el premio, estupendo, porque el importe del premio es tanto o más que lo que tienes de anticipo. Y si no lo ganas te garantizamos la discreción y entonces se aplica el contrato como ocurriría con un libro normal”.
”Eso se ha he hecho –continuó Lara Bosch– y no me parece nada negativo. Mucha gente se quedaría sorprendida de la cantidad de libros importantes editados por nosotros en los que se llegó con el autor a un acuerdo de este tipo, y luego el jurado premió otra novela. Hay casos de obras que se presentaron con estas condiciones y al no ganar, el autor, indignado, nos pidió rescindir el contrato y luego se publicó en otra editorial. También se dio un caso de un autor que nos dijo que estaba de acuerdo con las reglas de juego... ¡pero pidió que le garantizáramos que no quedaría finalista!”.
El sistema español
El sistema español de premios literarios resulta totalmente atípico en el contexto internacional. En los principales países occidentales el premio más comentado del año es aquel que falla un jurado independiente a partir de una selección de obras publicadas en esa misma temporada o la temporada anterior, según los casos. Ésta es la forma en que funcionan el Goncourt en Francia, el Campiello en Italia o el Booker en Inglaterra. Las obras premiadas con este sistema reciben un gran eco mediático que se traduce en un espectacular repunte de las ventas además de un superávit de prestigio para su autor. Por ello son galardones por los que los escritores pierden el sueño y las editoriales presionan cuanto pueden, que los críticos ponderan o denostan y en suma, que despiertan el habitual abanico de pasiones sin las que el mundo de las letras sería muchísimo más aburrido.
En España también existen los galardones sobre obra publicada; los más asentados son los premios nacionales de literatura que concede cada año el Ministerio de Cultura en diversas modalidades literarias. De hecho existe actualmente una tendencia a crear y a prestigiar más premios de este tipo. Pero mientras esta línea se consolida, los galardones que mueven el mercado español son sobre todo los que tradicionalmente han hecho del país una excepción: el Planeta y el Nadal. Y en éstos el sistema es el siguiente: los concursantes presentan originales inéditos. El jurado premia uno de ellos, y la editorial que respalda el premio lo publica.
El Nadal llegó antes. Concedido por primera vez la noche del 6 de enero de 1944 a la novela Nada de Carmen Laforet, estaba impulsado por la editorial Destino y su funcionamiento se inspiraba en el del premio Creixells de la Barcelona de preguerra para estimular la producción literaria en lengua catalana. La intención del Nadal, en palabras de uno de sus jurados históricos, Antonio Vilanova, era “estimular la aparición de jóvenes narradores en el campo de las letras españolas”, en una época en que el panorama no daba para excesivas alegrías. En sus brillantes primeros años, el premio dio a conocer a autores cuya trayectoria se ha mantenido hasta el presente, como Miguel Delibes, Ana María Matute o Rafael Sánchez Ferlosio, y también lanzó o consolidó a figuras importantes de posguerra como Sebastián Juan Arbó, José María Gironella o Luis Romero.
El premio Planeta nació en 1952 y estaba directamente inspirado en el Nadal. Su promotor, José Manuel Lara, había empezado a hacer fortuna con best-sellers extranjeros como las novelas de Frank Yerby o Frank S. Slaughter. Pero este editor, en palabras de Rafael Abella, “tenía en mente crear algo más que un galardón: con una enorme intuición comercial, su propósito era crear unos mecanismos de promoción que dilataran la venta de libros, y nada mejor que un premio para que sirviera de mecanismo publicitario. Y que fuera medio de difusión para la mayor popularidad de los autores españoles”.
En alguna otra ocasión Lara se ha referido al hecho de que, cuando el premio empezó, “la situación económica de España era la de un país convaleciente de una posguerra. La penuria que padecíamos todos incidía particularmente sobre el gremio de escritores. Yo me propuse hacer que ganaran un dinero que pudieran convertir en tiempo para dedicarse a lo suyo: escribir”. Las diferencias entre Nadal y Planeta, por tanto, quedan bien marcadas desde el principio. El dinero con mayúsculas tiene un papel mucho más central en el segundo. Y José Manuel Lara se ocupó de marcarlas al aumentar el importe de su premio a un ritmo mucho más fuerte que el Nadal.
Sin embargo, aunque uno tiene una intención a priori cultural y el otro claramente comercial –y así son acogidos por la crítica de la época–, hay solapamientos en el palmarés desde los primeros años. Ana María Matute, finalista del Nadal en 1947 con Los Abel, su primer libro, escrito a los diecinueve años, obtiene el Planeta en 1954 con Pequeño teatro y gana finalmente el Nadal en 1959 con Primera memoria.
Igualmente Luis Romero, premio Nadal en 1951 con La noria y premio Planeta 1963 con El cacique. Y lo mismo José María Gironella, Nadal 1946 con Un hombre que obtiene el Planeta en 1971 con Condenados a vivir.
En cualquier caso el Planeta fue desde sus inicios un premio de literatura para el gran público, con fuerte resonancia informativa y con escándalos que arrancan de la segunda convocatoria, el año 1953, en que se retira un concursante y un jurado, y siguen en 1958 (gana un autor de compromiso porque el jurado se ha dividido en dos bandos irreconciliables) o en 1962 (el fallo tuvo que modificarse porque la autora ganadora tenía el libro contratado con otra editorial). “Lara acertó antes que nadie en una fórmula increíble basada en la publicidad escandalosa masiva. Descubrió antes que nadie el hecho mediático y creaba noticias cuando se pensaba que eso era rebajarse”, ha dicho Baltasar Porcel.
El premio también se reveló pronto como una eficaz máquina de generar dinero, mientras el Nadal mantenía un aura más literaria y de descubrimiento de escritores, al menos hasta que en 1959 Carlos Barral lanza el premio Biblioteca Breve, que hasta su desaparición en 1979 hereda esa aureola y pone en órbita a una nueva generación de autores de una sensibilidad literariemente más experimental y políticamente más izquierdista, entre los que figuran Luis Goytisolo, Juan Marsé y algunos grandes nombres del boom de literatura sudamericana como Mario Vargas Llosa y Guillermo Cabrera Infante.
Cambio de régimen
Ante la competencia de este nuevo premio literario que sumar a su ya viejo rival de la editorial Destino, y en el contexto de unos años 60 en rápido cambio, “el Planeta fue considerado como un galardón más conservador, reaccionario o al menos el más ‘burgués’, por lo que se vio obligado a buscarse otras coartadas premiando al realista Rodrigo Rubio (1965), al republicano Ángel María de Lera (1967) o al exiliado Ramón J. Sénder (1969), lo que ya parecía el colmo”, ha escrito Rafael Conte.
Hay bastante unanimidad en el seno de Planeta a la hora de explicar que el premio es el acontecimiento anual más importante del grupo, y que siempre ha estado tutelado muy directamente por la familia propietaria. El propio José Manuel Lara Hernández formó parte del jurado hasta que en 1999 tuvo que dejarlo por motivos de salud. Habitualmente el jurado ha estado integrado por gente muy vinculada a la editorial. En 1976 lo formaban, además de Lara, Carlos Pujol, Antonio Prieto y Martí de Riquer (tres escritores que han dirigido colecciones y proyectos para Planeta; y uno de los cuales, Pujol, estaba en nómina de la empresa), Ricardo Fernández de la Reguera (autor de novelas históricas y amigo personal de Lara) y Manuel Lombardero (mano derecha del editor andaluz, que le organizó la importante división de venta a crédito de la editorial).
En 1986 Riquer fue sustituido por José María Valverde, pensador y poeta que en sus años de ostracismo universitario, al haber dimitido de su cátedra en protesta por las arbitrariedades franquistas, subsistió una temporada realizando trabajos editoriales para Planeta. En 1996 volvía Riquer y se incorporaron el filólogo Alberto Blecua y el escritor Antonio Gala.
“El jurado lo monta la editorial y lo que le interesa es tener dentro la mayoría –explica Rafael Borrás, que desde 1973 a 1995 desempeñó la dirección literaria de Planeta–. Una vez cuenta con la mayoría puede permitirse el lujo de exponer disidencias. En el caso de Planeta el disidente solía ser José María Valverde, que siempre apostaba por unas novelas nicaragüenses extrañísimas, lo que le permitía decir a Lara que había votado por un candidato diferente al de Valverde”.
En sentido parecido se ha expresado el escritor mallorquín Baltasar Porcel, que fue jurado a finales de los 60 y principios de los 70: “Lara se decidía por una novela según lo que le decían los lectores y al jurado nunca le vi imponer su criterio. Algún año tenía sus preferencias e invitaba a presentarse a algún escritor, pero nunca prometía nada. Un año se veía muy claro que deseaba que ganase Gironella y ganó. A mí me otorgaba una especie de papel de jurado contestatario y me dejaba hacer. Supongo que pensaba que quedaría en minoría”.
En cualquier caso, tanto por dotación como por difusión, el Planeta ya entra en el período democrático como el premio más visible del panorama editorial español, el que de forma más contundente marca un fenómeno, y también como uno de los mejores dotados del mundo. En 1976 eleva de golpe su dotación de dos a cuatro millones de pesetas, inicio de una carrera imparable que en los años siguientes fulminará récord tras récord de dotación económica, mientras su principal competidor, el Nadal, se mantiene en unas cantidades discretas.
Lo fusilamos de: Sergio Vila-Sanjuán, Pasando página. Autores y editores en la España democrática, Barcelona, Destino, 2003, pp. 401-407.
Comentarios
Como autor, es inevitable la suspicacia sobre la transparencia y la oportunidad real de ser galardonado. Como lo muestras en la entrada, es claro que el Premio Planeta es poco transparente y la oportunidad para un autor inédito es nula, así su obra sea de mayor calidad que la de autores más reconocidos. Desde el punto de vista comercial no tiene duda, preferible publicar a alguien de renombre que a N.N. Obviamente, esto no tiene nada que ver con la calidad literaria. Lo que necesita es una obra que venda. Que mejor prueba que la obra de Quiroz, reseñada en este blog, un tema polémico, un autor local medianamente conocido y una novela mala, pero con gran potencial comercial.
El problema con los premios locales (Ministerio de Cultura, Secretaría de Cultura de Bogotá, Universidad de Antioquia, Universidad Central, Cámara de Comercio de Medellín, etc.), más allá de la calidad literaria, que en ocasiones puede ser muy buena, es que no tienen una amplia difusión. Un par de casos: si Al diablo la maldita primavera y El eskimal y la mariposa no los hubiera editado Alfaguara, seguramente, habrían corrido la misma suerte que Pensamientos de guerra o El cine era mejor que la vida, obras muy buenas, galardonadas por el Ministerio de Cultura pero con muy, pero muy baja divulgación. ¿Qué hacer?
Por ahora se me ocurre que alguna buena revista y editorial independiente, tan prestigiosa que organiza festivales culturales, y que tenga muy buen criterio literario… ¿se les ocurre alguna?, debería crear un premio de novela (que es lo que vende) para autores que no tengan libros publicados. Podría ser una muy buena oportunidad para la editorial y, por supuesto, para los escritores noveles del país.
Ah, ni hablar de los premios caseros: estudiantiles, de barrio o de pueblo. Hasta yo me gané el tercer puesto (ni siquiera el primero) de uno que llevaba el flamante mote de un compañero de la facultad de derecho: I Concurso de cuento “El Mono Paéz”.
¿Cuál es la alternativa que queda? Enviarle a Camilo una carta como la del “Manuscritero desconocido” para probar suerte con alguna editorial, ¡je, je, je!
Luego les doy mi opinión como lector sobre el tema.
Martín Franco ya había dicho alguna vez algo muy cierto. Con la cantidad de novelas que llegan a la convocatoria de Planeta. ¿será realmente posible que los jurados lean todas y cada de una de ellas en detalle? Lo dudo mucho.
Aún así, y ahora hablo como lector, ver en la estantería de una librería que una novela es Premio Planeta, inmediatamente me obliga a agarrarlo.
Y ocurre otra cosa. Por lo menos a mí me pasó con Millás en El mundo, Premio Planeta 2007. El libro es apasionante y me gustó de principio a fin. Sin embargo, no puede ser justo que gane un escritor de esa trayectoria ya que, en la novela habla de su obra y es evidente que es Millás, se supone que el envío se hace con seudónimo.
Con los premios pasa lo mismo en todos los campos. Pero no cabe duda de que hasta que lo ganamos, dejamos de criticarlos.
Sparring habemus.
Lo bueno es que, como en los concursos de televisión, el premio se acumula y en 2009 será de cuarenta mil nada despreciables euretes.
Ese Juan Marsé es un tipo jodido. Es bueno que lo tengan encabezando ese jurado.
ESTEBAN: Carlos Castillo, un buen editor, aclaró el asunto también acá: los jurados leen unas cuantas novelas preseleccionadas por lectores. Y en mi caso, por principio desconfío de un premio, después de una que otra decepción con el Planeta, con el Biblioteca Breve y con tantos regionales y universitarios. Ni siquiera quise leer la novela de un autor que me ha gustado bastante cuando se ganó el Planeta, Álvaro Pombo. Según la opinión de un lector tan espabilado como Bob Pop, ese premio fue "un buen Planeta y un mal Pombo".
GEMELO: le tocará esperar a que alguien de la editorial lo invite al ring, según lo que dice Vila-Sanjuán.
JAVIER: eso fue puro olfato editorial... Je je: si al saber le llaman suerte, a mi olfato le pueden llamar coincidencia, o mejor, chepazo.
Más de alguna vez me he propuesto participar en un concurso, pero siempre llega la fecha límite y nunca termino el trabajo, al final es como la lotería, es necesario comprar billete para tener la probabilidad de ganar.
Dicen que en el premio de novela La otra orilla, el que organiza Editorial Norma, no hacen chanchuy, pero quien sabe. Lo dijo un argentino llamado Ariel Magnus, él lo ganó el año pasado, meses despues ganó otro premio de novela breve, Juan de Castellanos se llama. Entre los dos ganó US$45,000, si no estoy mal.
Si se tiene el trabajo para participar, o si se logra terminar alguno a tiempo, hay que participar, es como en el fútbol, se hacen tiritos al marco, más de alguno entra.
Salú pue.
Va mi opinión como lector: Pueda que me esté perdiendo de valiosas joyas, pero por convicción no leo premios planeta ni biblioteca breve; los demás... depende. De los Alfaguara me han gustado varios: Diablo guardían, Delirio, Chiquita; Los Herralde son buenos, tal vez sea porque don Jorge Herralde es un gran editor con un gran olfato literario, es más el monto del premio comparado con otros del mundo editorial no es muy alto. De La otra orilla he leído El salmo de Kaplan y me gustó, pero a veces la impresión que me da es que a Norma no le interesara vender: poca divulgación de su catálogo, incluso de su premio. Nada como el despliegue mediático que hace Planeta o Alfaguara. En resúmen los más bacanos para leer son los Herralde: Los detectives salvajes, La enfermedad, El pasado, El testigo, etc. (ojalá don Jorge leyera este blog y, gracias a mi lambonería, publicara en Anagrama mi Homero).
Dice Lara en una conversación con Terenci Moix:
‘El premio nunca ha pretendido descubrir autores, ni promocionar autores; un premio puede acelerar el proceso del autor, acelerar el tiempo para que el autor consiga a sus lectores, como cualquier campaña de promoción (…) Para lo que sirve un premio, evidentemente, es para acelerar un proceso, para ganar tiempo y para nada más. Yo creo que la gran función de un premio no es descubrir autores, es descubrir lectores’.
Esto está en un libro de Siruela que se llama Conversaciones con editores y que hace dos meses estaba en la librería del Fondo de cultura económica. Y luego está todo el rollo que aparece en la cita que pone Camilo de proponerles a ciertas figuras que se presenten al premio, que además es una forma de sonsacarles autores prestigiosos y/o rentables a otras editoriales.
La mayoría de los premios importantes en lengua española no son confiables porque premian obras inéditas. Por eso estoy de acuerdo con la propuesta de Camilo de 'comenzar a implementar en nuestro medio la sana tradición de premiar obras ya publicadas'.
¿Qué credibilidad puede tener un concurso en el que se premia una novela como Satanás?
Y atención que el premio Herralde también tiene su maña. El jurado está conformado por un círculo de amiguetes y en Opiniones mohicanas Herralde cuenta que alguna vez estaba en un cocktail con Villoro y Pitol y que en medio de la conversación todos los presentes coincidieron en que alguno de los dos mexicanos u otro escritor que estaba en el parche debería presentarse a la siguiente convocatoria del premio Herralde.
No tengo el libro a la mano pero apenas lo tenga verifico los datos de la anécdota.
Por otro lado, me parece sospechoso que Iván Thays haya quedado segundo este año dados los guiños que llevan haciéndose mutuamente Notas moleskine y Anagrama desde hace un año. Thays habla maravillas de todos los libros que lee de Anagrama y éstos ponen los comentarios de Thays en los dossiers de prensa y en las fajitas de los libros.
Parece ser que a Herralde le gusta que todo quede entre amigos.
Que pena esto tan serio y yo hablando bobadas, pero, ¿ustedes calculan mas o menos el costo por hoja al comprar un libro?, yo si tengo esa despreciable practica, me imagino que si no existieran librerias de segunda nunca me hubiera leido el viejo y el mar (que es el hijueputa libro mas teso de este mundo).
Muchos premios seleccionan "lo que hay" para no dejar desierto el concurso. ¿Es justo? No, pero es mejorable. Son pocas las coronas vacantes y no hay sistema perfecto de selección.
Quizás las editoriales debieran asumir --para seguir con las odiosas comparaciones livianas-- el sistema de ojeadores del fútbol, que tiene eficiencia comprobada (de corruptelas y otras variedades hablamos luego). Pero me temo que les cuesta la renovación. Los lectores son más multimedia; la industria editorial viene unos pasos atrás. (Natural cuando se discute de voluntades individuales vs. institucionales.)
Al final, hay algo de asumir riesgo de mercado. La decisión editorial parece signada por optar por marcas reconocidas (desgastadas o no) o productos en proceso de maduración. Dejarán que las editoriales (empresas) menores hagan el esfuerzo de selección de las vanguardias y luego procederán a consolidar (take over, M&A, etc). Pero también está lo otro: en lo seleccionado por las editoriales, tras separar paja y trigo, el trigo es el que hay. Y si ese año cinco autores presentan novelas mediocres, es lo que habrá.
Estoy abriendo demasiadas puntas. La seguimos en otro momento.
Es increíble el trabajo que representa enviar tres copias (¿a veces más?)de un manuscrito a un concurso así: hojas impresas por una sola cara, con interlineado doble... ni hablar de lo que pesa si la novela es larga; bien pueden ser tres cajas llenas de papel.
Yo una vez pensé en enviar un libro a uno de esos premios y, dos días después, decidí hacer una fogata. Jamás me he arrepentido.
Está regio el artículo, Camilo.
Primero, Un chino en bicicleta (ganadora de La Otra Orilla de Norma) me parece, no obstante algunos defectos, la mejor de las novelas premiadas que he leído recientemente. Combina humor, erudición, elementos bizarros bien manejados, una trama interesante. Me gustó, y mucho más que otras que han salido al mercado con cintas de laurel en el último par de años.
Lo segundo que el caso de Ariel Magnus ilustra es lo que SAA describió como el problema de difusión de los concursos de menos renombre. La novela con la que se ganó el premio Juan de Castellanos se llama Muñecas. Intenten conseguirla. En el Hay este año, Magnus contó entre risas que, con suerte, Muñecas se iba a conseguir en Buenos Aires, y sólo en Buenos Aires, en algún momento de 2008. Los premios ciertamente deben contar con alguna editorial que tenga capacidad de distribución y difusión. Una manera de combinar libertad de juicio del jurado con difusión sería, como dice CJ, fomentar la cultura de premiar obras ya publicadas.
«El general Pinochet me pareció un hombre muy grato. Es un hombre admirable que ha salvado a su patria [...]. Estoy orgulloso de haberle estrechado la mano a ese prócer de América».
Según sé de oídas, alguien de su círculo le advirtió a Borges que si recibía la condecoración de Pinochet jamás conseguiría el premio Nobel. Borges, naturalmente, se negó a ser chantajeado de esa forma y quién sabe si la animosidad de sus palabras no se debió en parte a la indignación por semejante intento de soborno (al margen de nuestra opinión sobre el general).
Como sea, este episodio sirve también para ilustrar que, cuando se trata de premios, la calidad literaria puede ser apenas un criterio entre otros. A mí el argumento de que “a la prensa hay que darle noticias y los premios son noticia”, me parece algo de lo más zafio.
El verdadero acontecimiento sería que en medio de todo lo que se publica anualmente apareciera una obra compleja y vital, cosa que afortunadamente sucede cada tanto.
Ni que decir de Satanás ganándose el premio Biblioteca Breve, semejante novela tan mala.
Me gusta más lo que dice el dueño del chuzo, sobre premiar las obras publicadas (asi funcionan el booker y el pulitzer, cierto?) y compadezco su labor de jurado de juegos florales... en serio, ¿eso lo pagan, al menos? ¿o sirve pal curriculum, o que se yo? Porque debe ser muy aburridor... cuéntenos.
Y "eso" lo pagan, Andrés. Normalmente lo pagan bien. También hay algo de fetiche o de enfermedad, porque a veces, cuando no lo pagan bien, yo igual lo hago: me encanta leer manuscritos. Y aunque 8 de cada 10 den ganas de llorar, paso muy bueno. Es como cuando uno va al cine a ver un dramononón de esos que aflojan la lágrima.