Con este primer comentario del 2009 voy a quebrar una norma autoimpuesta de este blog: no comento acá libros de personas cercanas, a quienes les pueda decir lo que me gustó o lo que no me gustó de su libro por meil o en una charla de café o copas. Pero es que creo que este libro va a pasar desapercibido, y no lo merece. Al menos que lo busquen, lo compren y lo lean quienes frecuentan esta página.
Las monografías de municipios han sido tradicionalmente oficio de empleados públicos de nivel medio medio o alto, de investigadores varados que le venden la idea a las autoridades del lugar y con ello pueden vivir unos cuantos meses del erario, de enamorados de la localidad, de antiguos habitantes. O de personas que por diversos motivos se asientan allí y se van enamorando del sitio. Es el caso de la autora de este libro: Claudia Arroyave vivió en Santo Domingo durante dos años y medio, y el resultado, además de otro montón de cosas, es este volumen. Semejante tiempo de reportería (a veces voluntaria, muchas involuntaria), semejante inmersión en sus gentes y en su geografía, en las costumbres, en el día a día, aunados a un ojo curioso y fino, da como resultado un libro como éste, modelo de cómo se escribe la monografía de un municipio; es más, de cómo se escribe la historia contemporánea. En El pueblo de las tres efes hablan fuentes de todo tipo: la viejita más viejita del pueblo, el alcalde, el principal –ese que tiene “casa con balcón” –, el campesino raso, la tendera, el niño, la señora, el policía. Pero también la autora ha revisado –y ha invitado a la conversación– cuanto papel se ha escrito sobre Santo Domingo: las actas notariales, los informes de visitantes y trabajadores, los registros civiles y cualquier crónica, carta o relato que lo mencione.
Se sabe: la profusión de fuentes no es suficiente para escribir un buen libro. Lo que hace grande este librito también es el tono: más que cordial, más que amable, es amoroso. Con estas palabras comienza el capítulo titulado “El pueblo que teníamos antes”:
“Las últimas tardes de los últimos años, Estercita Carmona ha permanecido sentada en una silla en la entrada de su almacén, contemplando desde esa esquina un parque generalmente desolado y un guayacán a veces florecido. Sabe que ya no tiene mercancías de encanto ni ganas de vender nada.
”En los estantes contra la pared reposan algunas cajas de zapatos (sin que ella misma sepa si contienen algo o están vacías), juegos de vasos, ruanas de campesino dobladas en seis, telas curtidas, ceniceros de lata en forma de corazón, cremas de manos en potes plásticos con horma de muñeca, álbumes, porcelanas, esquelas, papeles de regalo sin color y cuadernos amarillos llenos de cuentas anacrónicas, recortes de periódicos, acertijos, chistes y oraciones.
”Son los saldos de un tiempo venturoso, de sus años de costurera fina y de almacenista, de cuando era feliz y vivían todavía sus dos hermanos. Ahora está sola, ‘así me dejó mi Dios’, y día por día más ciega y más coja...” (p. 39).
Vi la plaza, el almacén, a la viejita; acá uno viaja a ese pueblo, tan fino es el ojo de la autora para agarrar los detalles, tan bello es el estilo con el que traza sus historias, y eso se agradece. El libro reúne siete crónicas, una introducción y un epílogo. La introducción es igual a las que acostumbra hacer Juan José Hoyos: aguada y aburrida, no debería uno empezar por ahí. Lástima, Juan José es el caso del antiguo cronista vigoroso que se volvió maestro apático ahora siempre superado por sus alumnos. En fin, esta nota es sobre El pueblo de las tres efes, no sobre el mentor de la autora y de un grupo pequeño y talentoso de periodistas jóvenes que andan desplegando su talento en, por ejemplo, El Espectador y algunas revistas. Hay que pararles bolas.
“Las torres de la iglesia”, “Al fin la carretera”, “Hijos de la tertulia”, “Una gitana convertida en pueblo”, “El hombre del corazón más grande”, “El día de las vacas gordas” y “El pueblo que teníamos antes” dan un panorama completo, divertido, nostálgico y esperanzador a la vez, vívido, de lo que es y ha sido un pueblo que conoció cierto esplendor y ahora está abandonado, como tantos en Colombia. Muchos pueblos se han ganado el epíteto de “las tres efes” –feo, frío y faldudo–, pero este es el original: el inmenso Tomás Carrasquilla lo denominó así hace más de cien años, y así se quedó. Pero Santo Domingo, como tantos otros pueblos, es mucho más que feo y frío y faldudo, y acá están estas crónicas para mostrarnos esos detalles que no aparecen en las guías oficiales ni en las visitas de fin de semana. Para mí, es un libro imperdible.
Claudia Arroyave, El pueblo de las tres efes, Medellín, Hombre Nuevo Editores-Cerlalc-Unesco-Ministerio de Cultura, 2008, 198 páginas.
Comentarios
Tratare de conseguir el libro para leerlo.
Gracias
Se ve sabroso.
Burgos.
Salú maestro.
A ver si se ponen pilas los que lo editaron.
Meil: hombrenuevodonadio@gmail.com
hombrenuevo@une.net.co
Teléfono: (4) 284 4202 (Medellín)
Dirección: Carrera 50 D # 61-63
Ya que no lo ponen en las librerías, al menos tendrán el detalle de enviarlo a los compradores interesados sin mayor cargo.