El país, la ciudad donde transcurre esta historia están invadidos por los nazis. Se libra una guerra –una guerra mundial– allí, cerca, pero de ella conocemos, conocen los personajes, apenas retazos. Esto porque la historia transcurre en una estación de trenes de mediana categoría, que más que eso pareciera el escenario donde se desarrolla un sainete, y apenas nos enteramos de la guerra por los trenes que pasan cada tanto.
Esa estación –escenario de la comedia– está habitada por personajes pintorescos: el jefe de estación quiere ser noble y se las da de tal, pero es un rústico que cría palomas en el techo y por eso se le ve en varios momentos de la trama ataviado con un uniforme encostrado de caca de pájaro. Es más: lo que más desea es ascender en la cadena burocrática, pero cuando llega el director a oficializar su ascenso el jefe de estación aparece con su uniforme apestoso. Pareciera que no es capaz de conversar, apenas sabe gritar y dar sermones. Sobre todo van dirigidos a su factor –el segundo a bordo–, Habička, un rijoso para quien existen nada más dos tipos de mujeres: las culazo y las tetazo (y no creo que deba explicar estas categorías). Muy al comienzo de la historia ha metido a la telegrafista a la oficina de su jefe y le ha estampado en el culo todos los sellos que encontró, lo que provoca una investigación ridícula por lo complicada (¿Kafka? Sí, sin duda). La propia telegrafista es una tarada que no entiende muy bien qué está pasando con ella, con su reputación. O que le vale un cuerno, no sabemos nunca muy bien. Y por último el narrador, un aprendiz de factor que ha llegado del campo hace poco y que todavía carga con él esa visión cándida, básica frente a todo lo que pasa. Días antes del comienzo de la historia se ha cortado las venas al parecer por una decepción amorosa, aunque a medida que avance la historia conoceremos el verdadero motivo.
El lector se mueve, pues, entre la comedia que se desarrolla en la estación y la tragedia que aparece cada tanto en la descripción cruda de los vagones que pasan con soldados, con prisioneros, con enfermos, con animales, hacia el frente o desde allí para otros lugares. Hrabal ha logrado mantener el punto de vista de ese muchacho inocente, campesino, pragmático, lleno de preguntas a la vez simples y profundas: un personaje que maneja esa sabiduría popular tan pasmosa. En un momento lo agarran dos soldados SS y están a punto de matarlo, pero él como que no entiende muy bien la situación en que se encuentra: “Y me llamó la atención, los dos SS eran hermosos, más bien como si escribieran versos o fueran a jugar al tenis” (p. 44); “A mí siempre me habían dado miedo las personas hermosas, nunca había sido capaz de hablar correctamente con las personas hermosas, sudaba, tartamudeaba, me producían tanta extrañeza las caras hermosas, me deslumbraban tanto, nunca he podido mirar una cara hermosa” (p. 47). Esa pobreza léxica, esos conectores simples, esas repeticiones están controladas con brío por el autor para que los lectores veamos en toda su profundidad a ese personaje, y a través de sus ojos vivamos las situaciones a su manera.
A su forma de contar lo que pasa se agrega la forma en que ve eso que está pasando: su inocencia palmaria y al tiempo o por eso mismo sabia provocan sorpresa y sonrisas en el lector. Hmra, el aprendiz y narrador, tiene una promesa de amor con una muchacha, y está nervioso. Ya antes había intentado estar con ella y no había podido por los nervios, “porque nunca había estado dentro de ninguna mujer, salvo cuando estuve en la barriga de mi mamá, pero de eso no podía acordarme…” (pp. 89-90). Lo más gracioso del asunto es que quiere ensayar, y le pide a la esposa de su jefe que le ayude. Alguna vez observa al jefe de estación –a quien admira– que duerme plácidamente en su oficina: “pero eso también sabía hacerlo yo, yo también me dormía durante el servicio cuando me daba sueño” (p. 59).
La historia de sus antepasados también es divertida: muy joven su bisabuelo quedó incapacitado para trabajar, y recibió durante setenta años una pensión del Estado. Hasta ahí nada de particular; lo cómico es que le daba todos los días por comprar ron y tabaco y se iba para las minas y fábricas a burlarse de quienes se partían el lomo trabajando, “y por eso todos los años le daban al bisabuelo en algún lugar una paliza tal que el abuelo lo llevaba a casa en carretilla […] Y en el mil novecientos treinta y cinco el bisabuelo se fue a jactar delante de unos picapedreros a los que acababan de cerrarles la cantera y le dieron tal paliza que se murió” (p. 21). El abuelo, por su parte, era hipnotizador, trabajaba en circos y verbenas. Cuando los alemanes entraron a la ciudad se enfrentó sólo a la división de tanques de la vanguardia, intentando con el poder de su mente que regresaran por donde habían venido. No continúo para no dañar el divertido episodio.
Comedia, sabiduría, tragedia, inteligencia: por estos caminos se va moviendo el lector a medida que avanza en esta novela divertida y bien compuesta, básica y al tiempo compleja gracias a sus personajes, humanos a más no poder. El propio Hrabal dijo alguna vez: “Los errores que yo he cometido en la vida también los cometen mis protagonistas. Y lo que a mí me llena de orgullo, es decir las cosas pequeñas pero muy humanas, también llenan de orgullo a mis héroes”. Ahí está el poderío de esta novela, en ese conjunto de “cosas pequeñas pero muy humanas”. Y un detalle para terminar: se puede pensar que esta suntuosa edición de El Aleph es costosísima. Pero no, vale menos de 30 mil pesos: nada si se tiene en cuenta la tarde que se pasa en compañía de estos personajes luminosos.
Bohumil Hrabal, Trenes rigurosamente vigilados, Barcelona, El Aleph, 118 páginas. Traducción de Fernando de Valenzuela.
Comentarios
http://blog.latercera.com/blog/lgarcia/entry/una_soledad_demasiado_ruidosa
Danilo Kis viene también muy recomendado, habrá que buscarlo. Su obra completa la está traduciendo directamente y publicando la editorial Acantilado.
Abrazos.
Laura.
En El Cuaderno hay una entrada con una comparación herética de Hrabal con Wall-e, jejeje(casi me lincha un dogmático lector).
Laura: ¿Coincidencia o activismo de librero, amigo y lector?: Álvaro también fue quien me indujo a la lectura de Hrabal.
Me da algo de pena comentar este post después de casi tres años, pero qué le voy a hacer si el viejo Bohumil es de mis preferidos y está muy buena la reseña de su novela.