Esta novela está llena de palabras que lo llevan a uno a la infancia. Claro, si uno ha gozado la dicha de haber tenido una infancia lectora. Palo de mesana. Esquife. Ensenada. Descerrajar. Mampara. Timonel. Amotinados. Cofre. Hurra. Y las imágenes, todas como para alimentar los más hermosos sueños: el “caballero de fortuna” avanzando con el pelo revuelto, la camisa ensangrentada y un cuchillo entre los dientes. “Jorges y luises, doblones y dobles guineas y moidores y cequíes, con los retratos de todos los reyes de Europa de los últimos cien años”, todos en oro, dentro de una cueva escondida en una isla abandonada. La rústica taberna del Almirante Benbow repleta de marineros borrachos escupiendo y cantando “Quince hombres van en el cofre del muerto, ¡ja ja ja, y una botella de ron!”. El viaje al pueblo vecino a media noche a pedir ayuda. Las ruedas de los coches por el empedrado camino a la Posada del Ancla Vieja. Si me detengo en el nombre de los lugares, como este último, no voy a terminar este párrafo ni a pasar al siguiente, donde también tengo algo que decir.
Y lo que tengo para continuar es que en casi todos los párrafos de esta novela sucede algo significativo para la peripecia. Un hecho notable, una acción, un muerto, un secreto que se plantea o se desvela, la descripción de un lugar. O bien aparece un personaje o se le describe. Así, el lector está siempre pegado a la narración del joven Jim Hawkins, de sus aventuras con hombres mayores en medio del mar en pos de un tesoro magnífico, de las traiciones de los “caballeros de fortuna” que se hacen pasar por honorables para llegar hasta el tesoro y, como contrapeso, con hombres valerosos y honorables como el doctor Livesey, como Benn Gun (el marino que han dejado abandonado en la Isla del Tesoro y ha vivido allí durante tres años), del capitán... Ya desde el principio este personaje, el capitán Smollet, muestra su talante y nos pone a los lectores a esperar lo inevitable: “No me gusta este viaje; no me gusta la tripulación y no me gusta mi segundo oficial. Las cosas claras [...] Además, me entero de que vamos a buscar un tesoro... y fíjese que me lo dicen mis propios subordinados. Ahora bien, esto de los tesoros es cosa delicada; no me gustan los viajes con tesoros para nada, y cuando sobre todo, con perdón de usted, Sr. Trelawney, el secreto lo sabe hasta el loro (pp. 58-59). Un poco antes el narrador, el joven Jim, nos ha advertido que sueña todas las noches con la aventura que están a punto de emprender, “pero en todos mis sueños nunca me ocurrió nada tan extraño ni tan trágico como lo que fueron después nuestras aventuras reales” (p. 48).
Con estos adelantos de información, con las descripciones que cambian de adjetivos según el lugar y la atmósfera que quiere dibujar el autor, éste se asegura de que no nos vamos a despegar de la página, y que vamos a querer seguir y seguir hasta el final. ¿Qué más puede pedir un autor? ¿Qué más se le puede pedir a una novela? Qué delicia leer una obra donde suceden cosas, donde la aventura no se detiene, donde los personajes se mueven y se enfrentan a situaciones que los retan página tras página. Qué falta nos hace de vez en cuando regresar a esta Isla del Tesoro, a las aventuras de los tres mosqueteros, a la vida luminosa y trágica de Julien Sorel. Tanto a lectores como a autores: a ratos tanta introspección, tanto embelesamiento con el interior atormentado del hombre de ciudad va cargando. Y estas dos tardes que me he pasado recordando ésta, la primera novela "seria" que terminé en mi vida, la que me hizo saltar de los comics a los libros sin dibujos, la que me convirtió en lector, han sido un recreo, y han sido inolvidables. Como la primera vez que la leí. Y me empujan a empezar una serie de relecturas en este Ojo en la Paja. De tanto en tanto voy a retomar una de estas obras y la voy a comentar acá. Con el permiso de los visitantes.
R. L. Stevenson, La Isla del Tesoro, Madrid, Alianza, 1986, 216 páginas. Traducción de Fernando Santos Fontela.
Y lo que tengo para continuar es que en casi todos los párrafos de esta novela sucede algo significativo para la peripecia. Un hecho notable, una acción, un muerto, un secreto que se plantea o se desvela, la descripción de un lugar. O bien aparece un personaje o se le describe. Así, el lector está siempre pegado a la narración del joven Jim Hawkins, de sus aventuras con hombres mayores en medio del mar en pos de un tesoro magnífico, de las traiciones de los “caballeros de fortuna” que se hacen pasar por honorables para llegar hasta el tesoro y, como contrapeso, con hombres valerosos y honorables como el doctor Livesey, como Benn Gun (el marino que han dejado abandonado en la Isla del Tesoro y ha vivido allí durante tres años), del capitán... Ya desde el principio este personaje, el capitán Smollet, muestra su talante y nos pone a los lectores a esperar lo inevitable: “No me gusta este viaje; no me gusta la tripulación y no me gusta mi segundo oficial. Las cosas claras [...] Además, me entero de que vamos a buscar un tesoro... y fíjese que me lo dicen mis propios subordinados. Ahora bien, esto de los tesoros es cosa delicada; no me gustan los viajes con tesoros para nada, y cuando sobre todo, con perdón de usted, Sr. Trelawney, el secreto lo sabe hasta el loro (pp. 58-59). Un poco antes el narrador, el joven Jim, nos ha advertido que sueña todas las noches con la aventura que están a punto de emprender, “pero en todos mis sueños nunca me ocurrió nada tan extraño ni tan trágico como lo que fueron después nuestras aventuras reales” (p. 48).
Con estos adelantos de información, con las descripciones que cambian de adjetivos según el lugar y la atmósfera que quiere dibujar el autor, éste se asegura de que no nos vamos a despegar de la página, y que vamos a querer seguir y seguir hasta el final. ¿Qué más puede pedir un autor? ¿Qué más se le puede pedir a una novela? Qué delicia leer una obra donde suceden cosas, donde la aventura no se detiene, donde los personajes se mueven y se enfrentan a situaciones que los retan página tras página. Qué falta nos hace de vez en cuando regresar a esta Isla del Tesoro, a las aventuras de los tres mosqueteros, a la vida luminosa y trágica de Julien Sorel. Tanto a lectores como a autores: a ratos tanta introspección, tanto embelesamiento con el interior atormentado del hombre de ciudad va cargando. Y estas dos tardes que me he pasado recordando ésta, la primera novela "seria" que terminé en mi vida, la que me hizo saltar de los comics a los libros sin dibujos, la que me convirtió en lector, han sido un recreo, y han sido inolvidables. Como la primera vez que la leí. Y me empujan a empezar una serie de relecturas en este Ojo en la Paja. De tanto en tanto voy a retomar una de estas obras y la voy a comentar acá. Con el permiso de los visitantes.
R. L. Stevenson, La Isla del Tesoro, Madrid, Alianza, 1986, 216 páginas. Traducción de Fernando Santos Fontela.
Comentarios
Hace muy, muy poquito que empecé a leer por primera vez a Stevenson. Fue una serie de cuentos entre los que se encontraban el del diablo de la botella y la la famosísima historia de el Dr. Jekill y Mr. Hide. Más que la narración, lo que me encantó de Stevenson fueron sus ideas. Cada vez le encuentro más encanto a las ideas que a la técnica.
Esto de las relecturas me emociona. Y me apunto como seguidor número uno.
¡Gracias por esos recuerdos!
Nos queda debiendo su comentario acerca de la verdadera estrella del libro, el cocinero de a bordo John "El Largo" Silver (Long John Silver).
Cordial saludo de un lector en la sombra, y felicitaciones por este buen blog
Jaime Andrés
"Vuelve un nuevo día, y nos trae su pequeña serie de irritantes quehaceres y obligaciones. Ayúdanos a actuar como hombres; ayúdanos a cumplir nuestra tarea con rostros amables y risueños; haz que la alegría reine en el trabajo. Permite que en este día, vayamos jubilosamente a nuestros asuntos; llévanos fatigados, contentos y sin deshonor a reposar en nuestros lechos, y otórganos, al fin de la jornada, el don del sueño."
R. L. Stevenson, Oraciones de Vailima
La isla del tesoro fue uno de los primeros libros que tuve pero no lo lei, lo tuve porque me lo regalo un tio, yo estaba en la casa de el y vio que yo miraba sus libros con gran interes, el me dijo ¿vos lees?, yo le dije que si, que Condorito. El se indigno un poco con la incultura de su sobrino y me regalo la isla del tesoro en una reputeria de edicion.
A un pelaito que es familiar y va a la casa yo le regalo libros, la ultima vez que fue se llevo el libro de Eladio el secuestrado, el tambien debe creer que ahi narra cuando se comia a Ingrid, pobre pelaito la decepcionada que se va a meter, pero se lo va a tener que leer todo.
Yo le mostraba al pelaito los libros para que escogiera, y el insistia que el del secuestrado, yo le decia que no que otro, pero el insistia, y se lo llevo.
Siempre he creído que el hábito de la lectura se adquiere desde muy niños porque más tarde es complicado, por eso me sorprende un poco que Lucaz, que parece tan buen lector por sus comentarios, diga que empezó esta costumbre muchísimo más tarde.
No me había dado cuenta de que tenías nuevas etiquetas, bueno, no sé que tan nuevas porque las acabo de ver, y sí, muy buenas las relecturas
Javier: Y de Salgari a Verne.
Jaime Andrés: este libro está lleno de estrellas. Sí, Long John, pero también Benn Gun, Smollet y, sobre todo, el cándido "caballero", el señor Trelawney. Este último fue mi preferido, creo.
PELÁEZ: cuando era chiquito el día favorito de la semana para mí era el jueves: ese día salía Kalimán, y la llevaba mi papá a la casa. Empecé la aventura por el número 12 ("Los misterios de Bonapak") y me la compraron semana tras semana hasta el doscientos ochenta y pico. De ahí fui curioseando en la biblioteca de mi casa, que era grandecita, y cogí Las mil y una noches en una edición infantil, con muchas figuras; luego vino La isla del Tesoro en una edición bellísima, creo que "juvenil" porque no tenía ilustraciones en todas las páginas sino cada cinco o seis. Me hizo reír con lo del señor disfrazao de Cervantes, o del Quijote. Por ahí lo veo en la Feria del Libro, en el pabellón infantil, con un perol Imusa en la cabeza, un pedazo de acordeón en el cuello y trusa negra. Ay.
Dr. Calle: como siempre, usted convoca la cita oportuna. Qué belleza la que pone acá. Le devuelvo el abrazo en la distancia, corregido y aumentado.
Juandavid: creo que Condorito hace parte de la prehistoria lectora de todos. Y me recordó usted El último de los mohicanos: la leí también muy muy chiquito y no recuerdo pero nada. Esa puede ser una muy próxima relectura. Gracias. Lástima por lo que empezó el pelaíto ese que va a su casa. Pero si coge el vicio de la lectura ya le llegarán obras más alimenticias.
Negra: estoy de acuerdo, el hábito se coge pronto y a medida que crece la persona es más difícil. Y una manera óptima de que los niños se aficionen a la lectura, me parece a mí, es que tengan libros cerca. Es decir, que en las casas haya biblioteca.
Y sí, puse más etiquetas, por sugerencia de un amigo a quien respeto y aprecio muchísimo y a quien hace rato le hice un pequeño homenaje en este blog, aquí:
http://elojoenlapaja.blogspot.com/2007/10/fusilado-julio-ramn-ribeyro_8665.html
Estuve de acuerdo con él en que estaba siendo demasiado austero en la clasificación de la información, y esta vaina va creciendo. Así de pronto es más fácil acceder a entradas viejas. Ya veremos.
Camilo, tu reseña me hace pensar que debo releer esta maravilla...es más debería leer todo el siglo 19. Saludos
Muchos escritores son dados a inventar y a mitificar ese primer encuentro; lo mismo sucede cuando otorgan un premio Nobel o algún otro premio a alguien que casi nadie conoce; pero no vaya a ser que el premio se lo den a alguien del país en donde uno vive, porque entonces salen aquellos que dicen que lo conocieron, y no falta el que le enseñó a leer.
Le voy a contar una anécdota, que puede ser cierta, pero también puede ser pajera, ante todo debo recordar que soy un escritor pajero. Los cuentos pajeros nacieron con un cuento que habla de dos cosas: 1. El primer encuentro con la lectura y 2.De como un premio Nobel influyó en el autor del cuento.
Por pura gana de fastidiar, que no de compartir, ahora que si alguien lo lee, pues allá él, les comparto el cuento.
Premio Nobel 2007
En el viejo anaquel prohibido, lleno de libros apolillados, había un libro que resplandecía. Mi madre me sorprendió muchas veces viéndolo, como quien se lo quiere comer. Yo tenía diez años y como todo niño normal ansiaba leer aquellos volúmenes (en ese entonces pensaba que a todos les gustaba la lectura); sin embargo, la voz maternal decía: "aún no es tiempo, tienes que crecer".
Lo que ella nunca supo, y ahora lo confieso, es que mientras se quedaba dormida, por las tardes, me trepaba hacia el anaquel y robaba los libros, uno por uno. Quise dejar de último el que resplandecía, mi intuición me indicaba que contenía lo mejor.
Aquella noche de 1,976 pude tener en mis manos el libro, empece a leerlo con la emoción de la primera vez, con cada página que daba vuelta se venía un rumor acompañado de pequeños temblores de mi cuerpo, ya para el final se dio una fuerte sacudida, pensé que había sido sólo yo, pero vi correr a todo mundo.
El libro de Doris Lessing fue un verdadero terremoto, la falla del Motagua dijeron las noticias.
Hace un par de semanas desempolvé en la casa de mi papá, la edición de Oveja Negra, con el título en negro, sobre un parche de foile dorado y una ilustración de un pirata que a mi siempre se ma ha parecido a Richard Chamberlain. Está vuelto una nada, de tanto palo que le dí. Me lo trajé a mi casa y lo releí, por las razones que dice Camilo en la entrada: uno se aburre de tanta drama psícologico-urbano, y siempre es bueno poder volver a tipos como Stevenson, Dumas, Salgari, Verne o Victor Hugo. Por algo le gustaban a uno tanto cuando uno era niño.
Para mi, que usted Camilo, reseñe estos libros, va a ser una razón para visitarlo un poco más seguido.
Excelente post.
Abrazos,
Laura.
"Noches pasadas me detuvo un desconocido en la calle Maipú.
-Borges, quiero agradecerle una cosa -me dijo.
Le pregunté qué era y me contestó:
-Usted me ha hecho conocer a Stevenson.
Me sentí justificado y feliz".
Pues ahora tengo ganas de leerme, por fin, "La isla del tesoro". Es que de Stevenson sólo he leído unos cuentos y el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Perdón.
Con eso empecé de lleno en el mundo del libro, pero debo admitir que nunca habría pedido unos libros de no ser por la profesora de una clase de "biblioteca" y por Condorito, que fue el cebo por el que cai en el vicio (y no solo el de la lectura).
Esa profesora puso una tarea en la epoca pre-internet. Todo lo que se conseguia de ese tema en la biblioteca estaba en ingles. Con un diccionario me lei esa guevonada.
Abrazo,
Carlos Castillo.
Con su muerte he estado releyéndolo con mucho gusto, como siempre, y le adelanto que el próximo fusilado será algo del maestro Rossi. Claro que me es tan difícil escoger... Ya veremos, mañana me decido y actualizo.
Gran saludo, como siempre.
aprovecharé para releer algunas piezas sabrosas de ese viejo entrañable, ese medio paisano mío.
saludos a todos.