Comienzo con unas respetuosas recomendaciones para los que leen y quieren escribir eso que llaman “literatura marginal”, “realismo sucio” o cualquier otra gastada etiqueta parecida. Boten ya los libros de Efraím Medina y la novela de Mauricio Loza (no sé por qué no lo han hecho). Defenestren a Jaime Espinal (sus novelas, quiero decir. Pero ya que estamos...). Archiven a Palahniuk, a Fante. Revisen por última vez los subrayados que hicieron en La senda del perdedor y en los Escritos de un viejo indecente. Y una vez puestas estas cosas donde deben estar, dedíquense a leer y releer el Viaje al fin de la noche de Céline, dios padre todocrapuloso de todos esos descastados que vinieron después. Ninguno alcanza la altura lírica, el desencanto vital, la sintaxis rugosa y hermosa de este paria histórico.
Su protagonista, Ferdinand Bardamú, peregrina por el mundo (Francia, África, Nueva York y Detroit, otra vez Francia...) y por la oscuridad de su espíritu amargo y cínico con una lucidez que aturde. Siempre su improperio más escandaloso –y los tiene por montones, para toda situación y toda persona– está dicho con un lirismo profundo a la vez que agrietado, porque “la constante adversidad me había enseñado el desparpajo”, como dice en la página 220. Y todo ese desencanto le viene desde muy joven, y el lector lo conoce desde casi el comienzo de la novela, cuando acompaña al narrador por sus días en la Primera Guerra Mundial: “A los veinte años sólo tenía pasado” (p. 115).
Para mí, a estas alturas un diletante nada más, después eso sí de trasegar por las poco amables teorías de Bajtín y Lukács, de Trubetzkoy y Todorov; después de haber apretado los dientes y haberme rascado la cabeza mientras intentaba entender a Beristáin y Kristeva, para mí, digo, en un párrafo aparentemente tan simple como éste habita la esencia del arte literario: “El mensajero, vacilante, volvió a ponerse ‘firmes’, con los meñiques en la costura del pantalón, como se debe hacer en esos casos. Oscilaba así, tieso, en el talud, con sudor cayéndole a lo largo de la yugular, y las mandíbulas le temblaban tanto que se le escapaban grititos alborotados, como un perrito soñando. Era difícil saber si quería hablarnos o si lloraba” (p. 24). Hay ahí un narrador seguro, poco compasivo por su personaje, que ha visto –ha visto– a ese personaje y nos lo está mostrando. Siga adelante, parece decirnos el narrador: yo sé lo que estoy haciendo.
Y uno sigue y sigue tras las aventuras no muy trascendentes de Ferdinand Bardamú. Es que aquí lo que trasciende de verdad es su manera de ver la vida, y sobre todo su manera de decírnoslo. Imágenes: “En el quiosco, los periódicos de la mañana cuelgan deformados y un poco amarillos ya, formidable alcachofa de noticias ya casi rancia. Un perro se mea, rápido, encima; la vendedora dormita” (p. 342). “En cuanto a los negros, enseguida te acostumbras a ellos, a su cachaza sonriente, a sus gestos demasiado lentos y a los pletóricos vientres de sus mujeres. La negritud hiede a miseria, a vanidades interminables, a resignaciones inmundas; igual que los pobres de nuestro hemisferio, en una palabra, pero con más hijos aún y menos ropa sucia y vino tinto” (p. 169). “Por la noche es cuando goza el comercio, cuando todos los inconscientes, los clientes, bobos paganos, se han marchado, cuando ha vuelto el silencio sobre la explanada y el último perro ha proyectado por fin su última gota de orina contra el billar japonés” (p. 359). “Resulta difícil mirar en conciencia a la gente y las cosas de los trópicos por los colores que de ellas emanan. Están en ebullición, los colores y las cosas. Una latita de sardinas abierta en pleno mediodía sobre la calzada proyecta tantos reflejos diversos, que adquiere ante los ojos la importancia de un accidente. Hay que tener cuidado” (p. 151).
Imágenes, pero también sentencias. El tipo siempre está tomando partido, exclamando, opinando con hermosa amargura sobre lo que ve. Y ve muchas cosas, porque el tipo se mueve, se aventura. De hecho, es esa la esencia de esta obra, el movimiento, la aventura: “a fuerza de verte echado a la calle en todas partes, seguro que acabarás descubriendo lo que da tanto miedo a todos, a todos esos cabrones; y que debe de encontrarse al fin de la noche. ¡Por eso no van ellos al fin de la noche!” (p. 256). Sentencias, decía antes: “Confiar en los hombres es ya dejarse matar un poco” (p. 208). “Que un viejo se ría, y tan fuerte, es algo que apenas ocurre, salvo en los manicomios” (p. 370). “Viejo jardín, Europa, atestado de locos anticuados, eróticos y rapaces” (p. 249). “Tal vez lo que más se necesite en la vida para salir de un apuro sea el miedo” (p. 145). “No me gustan nada los empleados que no beben ni fuman. ¿No será usted pederasta, por casualidad?” (p. 154). “Al paredón los salsifíes sin hebra! ¡Los limones sin jugo! ¡Los lectores inocentes!” (p. 86). “El puritanismo anglosajón cada mes nos consume más, ya ha reducido casi a nada el cachondeo improvisado en las trastiendas. Todo se vuelve matrimonio y corrección” (p. 88).
Puedo citar y citar y citar imágenes y sentencias del personaje hasta hacer de este comentario una reseña extensa y aburrida. Voy a cerrar con un párrafo que me parece poesía pura, y que hace que valga la pena avanzar por esta novela de sintaxis a ratos caprichosa, por este peregrinar sin mucho sentido de un héroe trágico en ocasiones hermoso y en ocasiones despreciable. La cita quizá requiera algún contexto, pero no lo voy a poner aquí, como una forma de invitar a los lectores de esta página a que lean este clásico de esa literatura tan apreciada por los veinteañeros inquietos por leer y escribir. “La era de los gozos vivos, de las grandes armonías innegables, fisiológicas, comparativas, está aún por venir... el cuerpo, divinidad sobada por mis vergonzosas manos... Manos de hombre honrado, cura desconocido... Permiso primero de la Muerte y las Palabras... ¡Cuántas cursilerías apestosas! El hombre distinguido va a echar un polvo embadurnado con una espesa mugre de símbolos y acolchado hasta la médula... Y después, ¡que pase lo que pase! ¡Buen asunto! La economía de no excitarse, al fin y al cabo, sino con reminiscencias... Se poseen las reminiscencias, se pueden comprar, hermosas y espléndidas, una vez por todas, las reminiscencias... La vida es algo más complicado, la de las formas humanas sobre todo. Atroz aventura. No hay otra más esperada. Al lado de ese vicio de las formas perfectas, la cocaína no es sino un pasatiempo para jefes de estación” (p. 537).
La prosa de esta novela imperdible es un ser vivo, y como tal es variable. Se mueve, respira, responde al ambiente: en la selva africana es exuberante, algo más tiesa se torna en Nueva York o cuando el personaje está en el invierno parisino, en la guerra es cruel, negra. Y siempre, siempre, es excitante y sugestiva.
Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche, Buenos Aires, Edhasa, 2008, 573 páginas. Traducción (notable) de Carlos Manzano.
Comentarios
lo buscaré. voy a meterle el diente a este viejo erótico y rapaz, nunca anticuado.
Cuando lei Viaje al fin de la noche, vivía en Berlín con mi hijo, que no tenía 3 años. Era invierno, siempre estaba oscuro, y a pesar de que me apasionaba tanto la ciudad, el idioma y los alemanes en general, permanentemente sentía que la oscuridad estaba también dentro de mi alma; la lluvia me seguía sobre la cabeza. Leía y releía en voz alta párrafos enteros, los marcaba con papelitos de colores y durante muchas noches regresaba a revisarlos. Era en realidad un banquete, y en vez de deprimirme, me apasaionaba y me llenaba de moral. Todavía hago eso con las historias que me gustan.
Tal vez esta época, en la que todo tiene tantos colores y yo tengo tanta tranquilidad, sea el momento de leer el libro de nuevo. Para mí esta recomendación es un tesoro, una gran idea. Gracias.
Aunque estoy de acuerdo con usted en ciertos aspectos, considerar que alguien puede un día cualquiera decidir escribir eso que llama "literatura marginal" no pasa de ser una postura más bien chocante.
No bastaría, entonces, con eliminar los libritos de autoayuda de Efraim Medina, como usted dice.
Me refiero a que estas expresiones literarias provienen, como dije, de las condiciones de una vida en particular, de un contexto definido.
Para explicarle con mayor claridad lo que intento decirle, le pondré como ejemplo a un novel argentino llamado Luís Mey, un lindo chico de buena familia y ropita impecable que, en este país, comienza a considerársele como "el argentino maldito", o "el nuevo Bukowski".
Lo curioso, es que se ha convertido en una figura pública bastante circense, ya que incluso suele aparecer en los programas de chisme y farándula.
¿Entiende lo ridículo que resulta una postura de este estilo cuando su propia vida contradice su obra?
Para escribir literatura dura y cruenta, ante todo, debe tener una fuente: una vida que también sea dura y cruenta. Que alguien pretenda venderme una obra que dibuje la brutalidad de la vida desde su linda y cómoda existencia sólo me provoca asco.
Un escritor de literatura marginal a quien yo admiro es a Ruben Velez, escribe bacano ese man, en sus poesias a los protagonistas se los culean en los cines, me pareceria mucha falta de seriedad que a don Ruben no se lo hayan culiado en ningun cine.
Tener un empleo corriente no significa que su vida escape de la marginalidad. Bukowski y Raymond Carver tuvieron empeleos mediocres. Probablemente usted entiende la marginalidad desde un punto de vista meramente escandaloso. La marginalidad también está dentro de uno, en la ruputra con la sociedad, en los vicios que, en el caso de los dos escritores citados fueron el alcohol.
marginal.
4. adj. Dicho de una persona o de un grupo: Que vive o actúa, de modo voluntario o forzoso, fuera de las normas sociales comúnmente admitidas.
¿Entonces a usted no le parece marginal traicionar a un país por sus propias convicciones y ponerse del lado del verdugo? ¿No le parece margical ser repudiado por su país, haber caído en la carcel y haber visto cómo aquel verdugo apoyado quedaba en ruinas?
Céline, más que marginal, quedó exiliado en su propia tierra.
Vuelvo a preguntarle ¿Entonces a usted no le parece que Céline haya sido un marginal, y, en consecuencia, cree que su obra es producto de un lindo y sano burgués que no tuvo una vida azarosa?
Sí a usted le parece que Céline es el mejor ejemplo para contradecir mi punto de vista, entonces creo que tiene problemas con el significado de la palabra “marginal”.
MARGINAL, SEGÚN LA RAE.
4. adj. Dicho de una persona o de un grupo: Que vive o actúa, de modo voluntario o forzoso, fuera de las normas sociales comúnmente admitidas.
¿Entonces a usted no le parece marginal traicionar a un país por sus propias convicciones y ponerse del lado del verdugo? ¿No le parece marginal ser repudiado por su país, haber caído en la cárcel como traidor y haber visto cómo aquel verdugo apoyado quedaba en ruinas?
Céline, más que marginal, quedó exiliado en su propia tierra.
Vuelvo a preguntarle ¿Entonces a usted no le parece que Céline haya sido un marginal, y, en consecuencia, cree que su obra es producto de un lindo y sano burgués que no tuvo una vida azarosa?
Por supuesto que se puede ser más auténtico si se escribe desde la vivencia.
También es más fácil caer en la pose y lo artificial si se escribe desde la posición de observador, más cuando no se tiene la sensibilidad necesaria.
Salú pue.
Y a propósito del tema de los marginales que unifican su vida con la literatura, hace poco me encontré con los escritos de Guillermo Bustamante, un man que coqueteó con el nadaísmo y es una sombra consuetudinaria de las ollas de bazuco. El libro que leí se llama El último cartucho, es de Mondadori. Contada desde adentro, la marginalidad no se ve cool: huele mal, da miedo y rezuma soledad. El nivel, como el de casi todos los libros de relatos es irregular, pero tiene momentos realmente humanos y conmovedores.
Así de sencillo. Y me adscribo a las opiniones de Orlando Echeverri, con nick espaguetisfrios. Pero frescos, calma, no quiero confundirlos al punto de hacerlos perder la fe en su gurú liteario. No lean sino lo que él les diga. jajjajjajjajajaa.
Mauricio Loza. Desde Sirio y hablando con G. Mis personajes.
Muy buena reseña, Camilo.
De lo que dice don Luis H, Sabato tiene una sentencia donde se pregunta que porque llaman marginales a los marginales, si ocupan casi toda la página, que me disculpe Sabato por citarlo de memoria. (Sabato si es el mismisimo putas ¿no?, el libro de hombres y engranajes y heterodoxia es como mi biblia, aunque no me gustan las guevonadas que le publicaron de ultimo, esas donde ya es un viejito).
Ojala que Camilo cuente de don Ruben, ¿el man si es tan cacorro o es una estrategia de mercadeo?.
"¡Los monos tienen monitos!"
Tube, You. Niño predicador, El. Seg. 36-43. World wide web.
O alguna mierda por el estilo. Creo que se le podría agregar un Íbid o un Ídem, pero esos nunca los pude aprender a manejar bien. Lo mío no es la academia, pero se le puede puede preguntar a alguno de los científicos sociales que pasan por acá.
Viaje al fin de la noche brotó como la lava de los abismos y de la corteza de las lenguas tal como habían quedado dislocadas por la Guerra Mundial (…) Pero nos preocupa una cuestión de mayor calado. La creatividad estética, aun de primer orden, ¿justifica acaso la presentación favorable de la inhumanidad, no digamos de la sistemática incitación a ella? (…) Yo no tengo respuestas (…) Su canto salvaje hace vivir al lenguaje y lo hace nuevo.”
Steiner, The New Yorker, 1992. Recogido en "Steiner en The New Yorker", F.C.E., Siruela, 2009.
De acuerdo con tu argumento, uno podría suponer entonces que William Burroughs pudo escribir “El almuerzo al desnudo” después de haberse fumando un porrito, o que Rimbaud pudo construir “Una temporada en el infierno” habiendo probado tímidamente los límites de la desesperación. Insisto en que yo prefiero creer que quien va a hablar de fetidez debe haber metido la nariz en la inmundicia, profundamente y durante bastante tiempo. Sobre todo cuando se pretende una obra que dibujaría un rasgo de las condiciones más bajas del ser humano.
Que uno convierta sus propias experiencias en ficción o que les dé un color diferente es otra cosa. Pero describir o resumir las profundidades del alma humana y llegar a conclusiones fundamentales de la vida sin haber vivido intensamente, por lo menos a mí, me suena a farsa.
PD. Le pido el favor al dueño del Blog que borre el comentario en el que accidentalmente publiqué dos veces lo mismo.
Suerte.
O.
Un tipo que lee mucho y le encanta Céline es Camilo Delgado de San Librario en Bogotá.
De hecho, si uno observa cómo se comportan los que por accidente chocaron en la adolescencia con alguna cosa de Ginsberg,y como consecuencia inevitable del choque de una mente precaria con algo tan novedoso entraron a hacer parte de alguna subcultura (hipsters- ¡babosos!) uno no puede menos que pensar que tantos tipos andando juntos por ahí, comportándose como iguales, siguiendo un cierto canon, podrán ser cualquier cosa, menos marginales.
Más marginal el que viva con la mamá a los 40. Eso sí es ser marginal.
O al que le guste que se le caguen encima después de salir de su trabajo de ejecutivo.
Al fin y al cabo, todas las vidas son marginales. Lo desleal es hacerla ver marginal para generar esa compasión que buscan los lectores snobistas.
Tampoco yo considero que la marginalidad se limite a una vida de mierda en medio de una ciudad grisácea y hostil.
Basta con recordar a ese extraordinario personaje de John Kennedy Toole en "La Conjura de los Necios", llamado Ignatius J. Reilly. Un gordinflón incapaz de acomodarse en la sociedad, que a los treinta años vive con su madre, que sufre de incontrolables flatulencias, que vive una extraña pasión por la Edad Media. Un marginal, sin duda, el jodido freak más encantador que ha dado los Estados Unidos.
Pero recuerde que aquí estamos hablando de "realismo sucio", lo cual implica características diferentes.
Porque si hablamos de marginales (personajes, no escritores), fácilmente podríamos irnos a Don Quijote y Oliver Hardy o los personajes de Manuel Puig en la Mujer Araña y acaso también los siniestros y oscuros protagonistas de Roberto Arlt. La lista es larga, hermano.
Y ahora sí, no opino más. Suerte al dueño del blog. Saludos.
No hace falta tanta parafernalia...
Si lo que se debe ser es sucio y no marginal para escribir buen realismo sucio, habría que ser un loco para escribir El Quijote o un gordo pedorro para escribir La conjura de los necios.
Es por eso que no veo nada de extraño en que un tipo pulcro, rico y bien vestido escriba como Bukowski... Lo único vital es la observación.
Me atrevo a decir que incluso tiene más mérito quien sin ser un perdido, escribe como uno.
Sigue mirando la vida desde tu ventana y escribiendo sobre ella. Yo seguiré prefiriendo la gente que habla de lo que sabe.
Un abrazo,
O.
Entiendo lo que dices. Creo entonces que hay dos aproximaciones a esa literatura; la que se hace desde la perspectiva del arte, que no necesariamente requiere que quien la conciba esté de cabeza en el atolladero, y la que surge como testimonio de quien lo padece y que logra trascender si ese alguien tiene el talento para plasmarlo tal cual lo vive en el papel.
http://www.letralia.com/136/articulo04.htm
Saludos
un pisco del medio.
Una consulta: yo tengo la edición de Seix Barral y la traducción de Marina Kuntz (si no recuerdo mal el nombre) no me gusta nada, está plagada de términos coloquiales españoles (de España.. jaja) que a los latinos nos suenan tan extraños. Vos decís que esta traducción es fantástica, ¿debería conseguir esta edición?
Saludos.
Recién acabo de leer el libro. Busqué reseñas o comentarios sobre él y vine a dar aquí, cosa que me alegró, aun cuando haya pasado tanto tiempo desde que esto fue escrito.
Esperaba algún comentario sobre la traducción de Manzano, que fue lo único que me hizo tropezar en la lectura, pero veo que a usted le pareció "notable". ¿Es en serio? Las expresiones coloquiales españoletas me aburrieron a más no poder.
Muchas gracias y un saludo,
Un saludo