Cuestión de familia, de Tim Keppel



La memoria toma caminos caprichosos. Va y viene y a veces un olor no nos recuerda un platillo ni un lugar nos hace pensar en un momento que pasamos ahí hace años. No. Para la memoria a veces un color se relaciona con un tío desvarando un carro en una carretera mientras se hace de noche, una canción nos trae otra vez la correa del padre que siempre queríamos ponernos, ese plato que hace rato no comemos hace que lleguemos hasta una tarde en una casa vecina mientras jugábamos a los piratas. Difícil descifrar los caminos de la memoria. Tim Keppel en Cuestión de familia pareciera que se ha dejado llevar por el capricho de la suya. El resultado es una historia que se forma a partir de varios relatos, aparentemente sin concierto. Luis Fernando Afanador dijo en su reseña de Semana que éste era un libro de cuentos, pero que la editorial no se atrevía a presentarlo así (estoy citando de memoria).


A mí no me lo parece tanto. Yo creo que es una novela que se va contando al vaivén de la memoria. Episodios aparentemente sin un orden muy claro, que van y vienen, van dibujando el fresco de una madre, de su hijo (el narrador), de la familia, pero también de una época, de una clase: van armando la pintura de algunas costumbres gringas desde hace treinta años, de toda esta época. El capítulo 2, por ejemplo, “Negocio de familia”, traza un perfil en primer plano de un tío llamado Waylon, pero es sobre todo un fresco de los destemplados y microscópicos juegos de poder que se viven dentro de las familias que tienen un negocio o un proyecto conjunto. Es decir, de todas las familias. Es la OEA y la OPEP en pequeño, todo contado con una gracia a toda prueba. Voy a citar el primer párrafo y el último de este capítulo para iluminar el último punto, sin riesgo de arruinar el efecto de la novela, del capítulo, porque acá la carne está en todas partes: “Mis vecinos acá en Colombia, donde llevo viviendo doce años, tienen un loro que repite siempre la misma palabra, todo el santo día. Dice algo como ¡Waylon! ¡Waylon!, en distintos tonos: Esperanzado: ¡Waylon! Interrogativo: ¡¿Waylon?! Juguetón: ¡Waylon! Urgente: ¡Waylon! Quejumbroso: ¡Waylon! Desesperado: ¡Waylon!” (p. 29). Luego viene todo un asunto de una empresa familiar donde el tío Waylon es protagonista, pero también el abuelo y, cómo no, la madre del narrador. El odio de Mamá por el tío Waylon va encarnándose hasta ser otro personaje de la casa de infancia del narrador. Las peleas, las pequeñas victorias que cree ir logrando esa madre provocan indignación pero también risa, para al final rematar todo el episodio así: “Waylon, dice el loro. Afuera en la calle, un hombre con sombrero de paja está barriendo las hojas amarillas y anaranjadas del almendro, que se caen dos veces al año.
”Disculpe –le digo–. ¿Oye ese loro que está allá? ¿Qué está diciendo?
”El hombre levanta la cabeza y escucha con atención.
”Pedro –dice.” (p. 51).

La novela está plagada de situaciones graciosas, como cuando el narrador relata tantas vacaciones en una casa en la playa que su familia inmediata comparte con unos parientes. En una de esas vacaciones, por ejemplo:

Después de una semana en la playa, durante la cual anduve con la elegante peluca plateada de Mamá refundida en el asiento trasero de su Buick Century, cocinándose en medio del aire húmedo y salado del mar y cubierta de arena, y, posiblemente, también de loción bronceadora y restos de cerveza y carnada para peces, la peluca apareció cuando estaba empacando para llevar a Mamá hasta Raleigh, donde Marci y yo pasaríamos uno o dos días con ella antes de regresar a Colombia.
–Vaya, aquí está mi peluca –dijo Mamá–. Llevaba días buscándola.
Y, por supuesto, yo me sentí como un miserable por no habérsela devuelto desde hacía seis días, lo cual la obligó a tener que posar para la foto definitiva y multigeneracional de la familia (que ahora está pegada a mi nevera con un imán en forma de banana) y a pasar al a posteridad con su otra peluca, esa ordinaria de pelo oscuro, que parece la piel de un animal y que en una mujer de setenta y tres años se veía (y todavía se ve) ridícula y patética (p. 53).

Pero, ¿vieron? La gracia se la da principalmente la falta de piedad del narrador para con su madre. Me da por pensar que ningún autor de cultura latina podría pensar en presentar así a la madre de ningún narrador, aunque sea en ficción. Es descarnado este narrador con la suya. Y ahí nace buena parte de su humor. Las analogías son despiadadas: “Al principio yo había insinuado la posibilidad de tomar un año sabático para reducir la desesperación de Mamá ante el carácter permanente de mi partida. Pero fue la peor estrategia que pude usar, como debí habérmelo imaginado. Mamá se aferró a esa idea como una perra que levanta a su cachorro con sus dientes” (p. 59).

Lo más bonito de todo es que en los últimos tres capítulos, con el autor instalado ya en Colombia durante doce, trece años, la imagen de la madre va surgiendo igual de patética, sí, pero la distancia y el tiempo han puesto algo de amor en las descripciones, en las situaciones que el narrador evoca. El episodio de la muerte, en el último capítulo, es poderoso, con la familia allí tomada de las manos mientras la señora se apaga. Además, la arrebatadoramente hermosa escena del narrador con su hermana mientras van en carro a visitar el barrio de la infancia, y evocan mientras se fuman un porro...

Definitivamente no, no es un libro de cuentos. Es una novela de arquitectura vaporosa como la memoria, que camina al ritmo evanescente de los recuerdos. Una novela hermosa, divertida, conmovedora, con una madre que nos arranca sonrisas y rabias por igual (como todas), con un narrador inteligente, vivaz. Con un montón de anécdotas bien distribuidas, que nos mantienen pegados a las páginas. Una novela para volver a leer algún día, y que me hace esperar con muchas ganas lo próximo que me quiera traer Tim Keppel.


Tim Keppel, Cuestión de familia, Bogotá, Alfaguara, 2009, 238 páginas.

Comentarios

Carlos ha dicho que…
Camilo, dos preguntas:
1. ¿El tratamiento irónico del narrador con su madre podría compararse con el de Ignacio Escobar con la suya?
2. Los libros de Keppel ¿se han piblicado en inglés?
Van Houten ha dicho que…
Sin duda Keppel es un hombre divertido. Un gringo que cogió a Colombia por los cachos, y que va mereciendo su puesto en la repisa de literatura colombiana. Su cuento sobre un viaje a Gorgona en El malpensante, y aquel otro sobre un sofá en Odradek ya anunciaban que no leer sus libros era perderse buena parte de la fiesta. Buena reseña, monsieur Kalimán.
Camilo Jiménez ha dicho que…
Carlos, bienvenido por acá de nuevo.
1. No sé, no recuerdo detalles de Sin Remedio. Estoy desde hace meses que la vuelvo a leer, y nada que empiezo. Su comentario es otro cariñoso empujón para emprender de una buena vez la tarea. Ya veremos.

2. Algunos de los cuentos de "Alerta de terremoto" se publicaron primero en inglés. Esta es la primera edición de la novela, y salió en español en una buena traducción de Patricia Torres Londoño (se me pasó el dato en la referencia, gracias por refrescarme). Keppel escribe originalmente en inglés, aunque habla muy bien español.

Millhouse: los cuentos no tienen pierde y la novela es una maravilla. Lo más bello es que en los cuentos el narrador era un gringo recién llegado que miraba con ojos abiertos y sorprendidos la vida, las costumbres colombianas. Ahora, en esta novela, es un gringo ya instalado en la más bananera de las repúblicas, y la distancia con su patria le permite mirar de manera irónica y desprejuiciada la vida allá. Ese cambio sutil de perspectiva es bonito. Esperemos que Keppel siga escribiendo acá. Es de los buenos.
Carlos ha dicho que…
Camilo: ¿Qué pasó con los comentaristas? Arrancó el año y no se ve el mismo tránsito del pasado. En fin, quedo con ganas de seguir leyéndolo (y mejor si se puede más seguido). Cordial saludo.
Camilo Jiménez ha dicho que…
Voy a intentar, Carlos. Hace unos días soñé que llegaba el final del año y veía en el counter del blog 12 post, uno por mes. Y me dio un poco de taquicardia. La idea es actualizar una vez a la semana, pero este año he estado ocupado. Voy a corregir eso: menos ocupaciones y más lectura. Gracias a usted por la fidelidad, hombre. Seguimos.
Anónimo ha dicho que…
Sin tener conocimiento de la nueva entrada, ayer visité una librería y lo compré. Desde navidad le tenía ganas y ya que por fin he terminado el plomazo de Angela Becerra pues ....... Ahora, habiendo leido los comentarios de Camilo, las ganas de devorarmen este libraco se han apoderado de mi. Quiera Dios que las buenas reseñas y comentarios aparecidos en diferentes medios no hayan sido otra técnica para vender y engañar a incautos como yo. Saludos
Carlos ha dicho que…
Camilo, leyendo El Espectador de hoy caigo en cuenta que otro autor que le da palo parejo y sin contemplaciones a la madre en nuestro medio es Fernando Vallejo; quizá menos irónico que resentido pero igual sin piedad.
Sandra ha dicho que…
Tim Keppel fué mi profesor de un nivel de inglés en la Universidad. Hay que verlo reírse de las composiciones de sus estudiantes. Daba gusto ver cómo disfrutaba de nuestros textos y de la información personal que compartíamos con el resto de la clase. Su clase de escritura en inglés fué una de mis favoritas. Sin embargo hasta ahora no he leído ninguno de sus libros, tus entradas me despiertan la curiosidad por hacerlo ;)
buy viagra ha dicho que…
Leyendo el post me puedo dar cuenta que el Señor Keppel es un escritor de alta categoría que se logro acoplar muy bien con la forma de escribir de los colombianos,espero conseguir este libro se ve muy interesante.
Elliott Broidy ha dicho que…
Me encanta el libro