El mariscal que vivió de prisa, de Mauricio Vargas Linares


Tomé esta novela con muchas reservas. Primero porque el autor no me cae muy bien: considero que ha estado demasiado cerca del poder como para mantener su independencia como periodista y está –para mi gusto– muy adentro de la Casa Editorial El Tiempo, una empresa informativa que tampoco me cae nada bien. Además, en sus presentaciones, en sus columnas, en sus intervenciones públicas siempre lo he visto engreído y fanfarrón. Pero bueno, si es por las calidades personales de los autores serían poquísimas las obras a las que nos acercaríamos: eso lo sé perfectamente. Otra razón, esta sí muy menor, es la horripilante carátula: desde hace rato esta editorial se lleva el premio mayor a las peores carátulas de la industria. Pero bueno, la razón de más peso para tenerle reservas a esta novela fue el premio espurio que le dio a dedo el grupo Planeta. El tal Bicentenario fue un premio sin convocatoria, sin jurados, me da por pensar que sin competidores, como señalé en una nota anterior. Sé que empezar a leer una novela con prejuicios es el más grande pecado que puede cometer un comentarista, y por eso lo he confesado desde la primera línea. Y en la última de este primer párrafo digo que a medida que avancé en la lectura de El mariscal que vivió de prisa fui agradeciendo cada vez con más firmeza el no haberle hecho caso a mis prejuicios y haber emprendido la lectura de esta novela.


Porque desde su primer párrafo –sonoro, poderoso, garciamarquiano, que recuerda sin ambages la Crónica de una muerte anunciada– y hasta el último esta es una gran novela. Ignoro si falta a la verdad histórica, pero sí puedo decir que ha logrado atender con suficiencia la eficacia literaria. Para contar la vida del mariscal Antonio José de Sucre, que todos en su época consideraron el natural sucesor de Bolívar, expone una prosa trabajada, musical –si me piden que sea específico diría que wagneriana–. Y esa voz se sostiene desde el comienzo hasta el final. El primer capítulo arranca, como señalé, por el día de la muerte de Sucre mientras va camino a Ecuador: “Las angustias habían quedado apartadas dándole paso al sueño, un par de horas antes de que los alaridos del terlaque despertaran al Mariscal al amanecer del cuatro de junio de 1830. Abrió a la luz sus grandes ojos castaños y poco a poco cobró conciencia de su cuerpo por la vía de los dolores, el pecho apretado por tantos años de dormir a la intemperie, yo no soy más que una maraca vieja solía decir a propósito de sus pulmones estragados, y los huesos vidriosos del brazo derecho afectados para siempre por el atentado de Chuquisaca” (p. 27). Ese primer capítulo terminará justo con los disparos que le hacen al Mariscal a las ocho y media de la mañana de ese día.


En ocasiones quise leer con metrónomo, pero como no tengo tuve que apreciar la música de esta prosa leyendo en voz alta párrafos como el anterior o como este: “La viuda estaba empeñada en completar la educación de Sucre en todos los campos, lo mismo los complejos pasos del cuadrille de contredanses, que le enseñó con premura en dos largas sesiones pocos días antes del carnaval, que las artes amatorias más elaboradas en las que lo introdujo en la madrugada del Miércoles de Ceniza cuando ya se habían apagado los ecos de la fiesta y ellos dieron inicio a la cuaresma entre suspiros y sudores, hundidos en la cama de la viuda y separados del mundo por el enorme mosquitero que protegía en las noches a la rica hacendada de las plagas voladoras del platanal. Marie Louise lo había aprendido casi todo tras medio decenio de viudez, gracias a un navegante napolitano que tocaba Puerto España dos veces al año y le recitaba a Petrarca, el nudo en que el Amor me retuviera, veintiún años en él preso y asido. La viuda no era Laura pero hacía las veces y, una vez apartado el poeta, hacía suyas todas las enseñanzas de cama del napolitano. Aprendida como estaba, le enseñó a Sucre a jugar al avance y retroceso, a tomarse su tiempo en la marcha y contramarcha de las manos, labios y lengua…” (p. 159).


Esta prosa requiere tiempo, dedicación, concentración. (Y estoy hablando del lector: ni quiero pensar qué le supuso al autor.) Esta prosa no considera al lector un pendejo, le exige, y lo recompensa con buenas salidas, con música, con información valiosa presentada de manera inteligente. Es una novela para leer despacio, en sesiones breves, porque los lectores no estamos acostumbrados a ese barroquismo. Vargas Linares ha sabido sintonizarse en la época para crear la voz del narrador, para bruñir la forma en que cuenta su historia. Supo bien que en el siglo XIX las personas en este continente “se tomaban muy en serio la palabra y asumían la pose, la mirada y el tono de quien le habla no tanto al auditorio como a la mismísima historia” (p. 58). El autor ha tenido muy en cuenta que en la época que quiere revitalizar –no escogí este verbo al azar, por supuesto– “no había esquina, taberna, salida de misa ni charla de sobremesa donde no brotara, incontenible, el debate” (p. 64). Por eso creo que hizo bien en optar por ese estilo espeso, farragoso, que cambia de voz, de tiempo y de foco en un mismo párrafo, pero que con maestría sabe llevar, para en últimas dejarle claro siempre al lector atento de qué está hablando, de quién, en qué momento está de la historia.


Porque no es sólo la historia de un personaje la que se cuenta aquí: en no pocas ocasiones el narrador mira por encima del hombro de Sucre y relata los vaivenes políticos y militares de Caracas, de Bogotá y Cartagena, de Ayacucho, Quito y Lima. Se detiene –a veces más de la cuenta, debo decir– en las estrategias, en las batallas, en los actos heroicos no solamente del mariscal sino de Bolívar, Córdova, Miranda y tantos otros. Y digo que en ocasiones se detiene en las estrategias de batalla más de la cuenta porque a ratos como lector quise menos planos generales y más primeros planos. A ver me explico: me queda claro que la investigación fue rigurosa, pero hubiera querido que la imaginación también tomara su papel. En una novela histórica la investigación debe ser concienzuda, meticulosa, pero la imaginación debe aparecer sin complejos. Y este autor, en varias ocasiones, sacrificó la imaginación para atender a la fidelidad histórica. En últimas: quise menos planos de batallas, menos estrategia, menos campo abierto, y más salones, más conversaciones de sobremesa, más cartas y diarios íntimos así fueran inventados. Porque se trata de una novela, no de un tratado histórico.


Sin embargo, está tan bien construida la voz, tan bien orquestados los giros y referencias, que ese exceso de planos generales termina siendo un detalle menor. Porque al través de esa voz sólida, de esas historias menores y mayores, vamos desmitificando los grandes eventos de nuestra historia: sabemos que la independencia última, luego de la derrota de Morillo, fue más bien un acuerdo entre masones. La llamada “reconquista” finaliza cuando Morillo y Bolívar se dan el triple abrazo fraternal masónico, que significa salud, fuerza y unión. En esta novela los altisonantes versos de los himnos de estas republiquetas cobran toda su dimensión humana, casual, pedestre, como la historia de Ricaurte en San Mateo que leemos en la página 122: “Sólo encontró en el espacio sepultura suficiente para su talla, dirían los poetas. No hubo entierro ni procesiones, no había cadáver, no podía haberlo si había volado en átomos, o quizá sí lo hubo. Catorce años después, mientras conversaba con su amigo francés Luis Perú de la Croix en la estancia del galo en Bucaramanga, el Libertador terminó por confesarlo. Ricaurte murió mientras bajaba de la casa alta con sus hombres, cayó por una bala y algún infernal lo remató de un lanzazo, yo mismo reconocí su cuerpo atravesado por la vara y tendido boca arriba, el sol le había tostado la piel en las horas que siguieron al desalojo del polvorín que ya era muy escaso tras un mes de combates. Yo soy el autor del cuento, amigo Luis, lo hice para animar a mis hombres”.


Para no hacer muy extenso este comentario termino diciendo que he leído una novela grande, con una voz bien escogida y forjada con maestría. Una novela con altura y pretensiones, que deja ver detrás a un escritor comprometido con su oficio. Un autor que tiene todo mi respeto y a quien le seguiré la pista de aquí en adelante. Me gusta mucho cuando me tumban los prejuicios, cuando me convencen con argumentos.


Mauricio Vargas Linares, El Mariscal que vivió de prisa, Bogotá, Planeta, 2009, 379 páginas.

Comentarios

Sebastián ha dicho que…
Me alegra, Camilo, que haya superado sus prejuicios extra-literarios. El confesarlos, con todo, brindó una mejor explicación de la novela de Vargas. Para retratar al poder (a Sucre, a Bolívar) hay que estar, de algún modo, codeado con el poder. Es a ratos inevitable. Sólo me queda una manto de duda, y es que la prosa espesa y delirante que usted celebra puede ser, en el fondo, la misma retórica espesa y delirante del poder. Poder y retórica son uña y mugre. Una pregunta: ¿qué diferencia encuentra entre esta con las novelas histórica de Paz Otero? Por lo demás, desearía ver algún día contado los fastos de la Independencia menos delirante y más clásic. Saludos, Sebastián
JuanDavidVelez ha dicho que…
Esta muy antojadora la reseña, espero leerme este libro.

Eso de que los escritores escriben un solo libro si que es cierto con este man, puedo estar inventando, pero me da la impresion que en todos los libros del señor Vargas un señor importante aprende a comerse a las muchachas en unas clases magistrales que a el le parece importante narrar, es como si al construir sus personajes la aprendida a pichar le pareciera un elemento clave en el caracter del personaje.

Parafraseando al señor mexicano que vino a estudiar las novelas de Fernando Gaitan: otra cosa es que el señor Vargas vive obsesionado con los almuerzos, en sus libros de periodismo la gente vive almorzando, y el cuenta que fue lo que se comieron, nunca punta de anca ni chicharron ni pescado, sino otras cosas con nombre de ser muy caras. Me da la impresion que el señor Mauricio Vargas vive en una telenovela mexicana. Es como si nada le pareciera mas sofisticado que oir chismes de estado mientras esta comiendo. Por tal motivo yo creo que la comida no le debe aprovechar muy bien.

Pero el señor escribe muy bueno, eso si.
maggie mae ha dicho que…
La haces sonar tan bien que dan ganas, pero a mi la verdad esas novelas escritas así de barrocas me cansan muchísimo. Denotan, eso sí, en la mayoría de los casos una buena invetigación y un uso del lenguaje adecuado que se agradece, pero dan un poquito de cansancio.
Me encantó el disclaimer del principio.
Susana ha dicho que…
Me la imagino como La guerra y la paz, pero sin el brillo que le da Tolstoi a los personajes, que es lo que más me gusta y lo engancha a uno con las escenas de guerra.
Camilo Jiménez ha dicho que…
Sebastián: creo que Vargas escogió la voz para rememorar el talante lingüístico (si es que esa cosa rara existe) de la época que quiso revivir. Y está muy en sintonía con los documentos oficiales que revisó. un detalle que no comenté en la reseña es que varios capítulos están titulados con refranes populares, y éstos se intercalan también con alguna frecuencia en el discurso de la voz narrativa. Esto refresca un poco la pomposidad que he mencionado y es un (otro) acierto de Vargas Linares: imagina uno a los granadinos hablando así, engolados pero también acudiendo cada tanto a la sabiduría popular. Ahora bien, intenté leer hace unos meses "Las penumbras del general", de V. Paz Otero sobre Santander, y no pude pasar del comienzo. No recuerdo ahora por qué, voy a entrarle para comparar. Sí le puedo decir que El Mariscal que vivió de prisa me antojó mucho a leer la única novela de García Márquez que no he leído, "El general en su laberinto". Un repaso a nuestro nobel empezando por ahí puede ser una interesante aventura de lectura.

JUANDAVID: yo agradezco que me cuenten qué comen los personajes, tanto en la ficción como en la no ficción. Pero es que yo soy muy goloso. Cuestión, literalmente, de gustos. Y sí, el señor escribe bueno. Hágale, éntrele a la novela y nos cuenta cómo le va.

MAGGIE: la novela cansa, por eso sugiero leer de a poquitos, en jornadas de no más de una hora a la vez, para que no desestimule la lectura. En últimas, así se leían las novelas en el siglo XIX: por pedacitos (capítulos) que iban saliendo al mercado. Así deben leerse las novelas siempre. más estas de estilo alambicado. Con esta me demoré mis buenos tres meses y alguito más.

LALU: no he leído La guerra y la paz, así que ni modo. Saludos.
Simón Posada ha dicho que…
No estoy de acuerdo con lo del primer párrafo. Usar ese recurso garciamaquiano tan manido me pareció una conducta colegial y falta de creatividad. Me exasperó y no me la pude terminar.
Susana ha dicho que…
Si yo tuviera que escoger un libro pa llevarme a una isla desierta, me llevaría La guerra y la paz. Te lo recomiendo.
Camilo Jiménez ha dicho que…
SIMÓN: alguna vez discutí con mi ex jefe la publicación en El Malpensante de un artículo que comenzaba parodiando el comienzo de cien años de soledad. Opiné lo mismo que usted: recurso manido y flojo. No sé por qué en esta novela ese primer párrafo que recuerda la Crónica me pareció natural y bien construido, y me hizo seguir al segundo, y el segundo al tercero, y así. Cuestión musical, de oportunidad, de logro en la parodia o paráfrasis... no sé. Esta vez me funcionó la remembranza a GGM, otras veces no.

LALU: de pronto es una razón tonta, pero es que no he querido leer la traducción de José Laín Entralgo y Francisco José Alcántara, que es la que más se consigue y a la que le faltan fragmentos enteros e incluye muy olímpicas contradicciones. La más fiel es la de Lydia Kúper que publicó hace unos seis o siete años Mario Muchnik, pero vale aquí en Colombia 190 pesos, y tampoco. Ya le llegará su hora a La Guerra y la Paz. Gracias por la recomendación.
Sebastian ha dicho que…
Camilo. Hágale con "El general en su laberinto". Verá que García Márquez, antes delirante y "espeso" en "El patriarca" (esa novela sin zonas muertas que tanto celebraba nuestro amigo A. Rossi), en "El general" suena sosegado, clásico.
Apelaez ha dicho que…
una voz "wagneriana" jajaja, eso parece una opiniòn del comentarista argentino que tienen contratado para el mundial
Anónimo ha dicho que…
Le cuento, Camilo, que comparto los prejuicios sobre Vargas. Además de los esgrimidos- su sospechosa cercanía al poder y la militancia en El Tiempo, esa caja de grillos escrita a las patadas-, agrego la prosa desangelada de Memorias del Revolcón. Sin embargo, los prejuicios son para eso, para tumbarlos. La primera novela- creo que se llamó Las Vidas del Gato- tampoco me convenció mucho. El texto sobre París incluido en Fricciones Urbanas, un poquito. Leeré la novela sobre Sucre. Ahora, la novela histórica colombiana- y que perdonen los críticos académicos, enemigos declarados de la generalización-, es barroca. La tejedora de coronas, El General en su laberinto y Las Cenizas del Libertador. En fin. Ahora, el sistema planetario de Gabo atrapó en su fuerza gravitacional, sin quererlo, las generaciones siguientes de escritores costeños. Unos en pueril rebeldía- Medina y cohorte-, otros en abierta admiración- Gossaín, Vargas y demás-.
Angel Castaño G
Carlos ha dicho que…
Pues la primera novela de Vargas "La pesca del delfín" es muy mala; de allí recuerdo un almuerzo en el Donosti, que no se si será el mismo que recuerda Juan David, desde esa lectura quedé con la impresión de que Vargas quiere posar de gourmet, sensación que aumentó al leer en un malpensante reciente, un texto sobre la greca y el tinto, cosas como por ejemplo que el café que más le gusta, es de marca tales, lo muele él mismo y lo deja un poquín grueso y que lo hace en la maquinita de émbolo que es francesa, como un Vásquez Montalbán sin bacalao al pilpil. La del gato que dice Angel es la segunda. Las memorias del revolcón y los tres tristes tigres, son bien malos. El que si es buenísimo es "El presidente que se iba a caer" aunque ese lo escribió en junta con Téllez y Lesmes.
Camilo Jiménez ha dicho que…
Veo que al menos Ángel y Carlos han seguido la obra de Vargas Linares. Yo apenas intenté con la novela del delfín y pude avanzar si mucho 10, 15 páginas. De vez en vez leo alguna columna de él en El Tiempo o en DonJuan. Y eso sí, lo he visto en los tres o cuatro festivales Malpensante donde ha estado, siempre acaparando la palabra, siempre intentando hacer el chiste más brillante, siempre a medio camino... En fin. Me gustará mucho conocer las opiniones de ambos --juiciosos lectores como son-- sobre esta novela. Un saludo a los dos.
JuanDavidVelez ha dicho que…
Carlos no, lo de la comida lo leí en tres tristes tigres, en ese libro almuerzan muy seguido, pero seguro, es como una novela mexicana, Andres Pastrana es Victor Alfonso. Yo no me leí completo el del delfin, lo leí un poquito nada más.

La primera vez que leí tres tristes tigres me pareció malo, pero con estas elecciones ese libro "cobra mucha actualidad" y me parecio bueno, porque dice cosas importantes de la politica colombiana que se pasan por alto y que los protagonistas parecen no recordar. Hay que tener en cuenta que don Mauricio que es quien cuenta esos chismes es un señor que almuerza muy seguido con presidentes y ministros, lo que le da mucha credibilidad, dicen que uribito comiendo chicharron empieza a contarlo todo.
JuanDavidVelez ha dicho que…
Acerca del nepotismo apelaez dice que es algo con lo que hay que vivir, el decía que finalmente, hasta que atomasato no quede presidente no podemos capar a los poderosos (no podemos unicamente porque no nos aprobarian el tlc, porque en estados unidos no le gustan los paises donde capan presidentes), ademas se reproducen antes de detectarlos, lo cual sin duda sería un problema logistico para ese plan (¿como detectarlos antes de que fecunden?).

Lo digo porque yo admiraba a este señor don Mauricio por empezar a ser periodista a los 18 años, pero despues, mucho despues, vi que el señor es "yo soy hijo de mi papá que bebía con "gabo"", confieso que eso me desilusiono y le resto meritos a su precocidad periodistica.
JuanDavidVelez ha dicho que…
Que pena mi comentario fuera de lugar, le pido disculpas a Camilo, finalmente lo importante es la novela del man y que Camilo dice que vale la pena.

Yo también creo que el señor escribe muy bien.

Pero eso del nepotismo hermano, cuando cerraron la revista cambio dijeron el linaje de los dos echados, la señora y el señor, y que desilusión, esos señores tambien son hijos y hermanos de don y doña hijueputas que fueron muy importantes.

Pero bien dijo apelaez, no hay solucion, si queremos tlc no podemos capar gente, y queremos tlc.
JuanDavidVelez ha dicho que…
Me arrepentí de mis comentarios extra-literarios, acá son juiciosos y hablan es de libros y yo hablando de algo que no tiene nada que ver.
Camilo Jiménez ha dicho que…
No los vaya a borra, hombre JuanDavid, que están divertidos y conviene a veces hablar de otras cosas, abrir el campo, como está tan de moda decir. un saludo y bienvenido siempre por acá, hombre.
Carlos ha dicho que…
Amén de consentido de Gabo, Mauro es hijo de Germán y hermano de Darío y María Elvira nieta de Luis Eduardo Nieto Caballero, que a su vez creo que es hermano de Agustín y ambos entonces, parientes de los Caballero Calderón y de la niña Ceci, viuda de López Michelsen. LENC es el autor de las "Cartas clandestinas" que le escribió no recuerdo si a Laureano o a Rojas. María Elvira además fue la primera esposa de José Gabriel Ortiz. Pero claro, nadie tiene la culpa de ser ahijado, hijo, hermano, nieto o costilla de quien lo sea. No sé si querrá agregar algo Juan David.
JuanDavidVelez ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Luis H. ha dicho que…
Por los comentarios de tus lectores veo que a mí más bien me cae bien la sabandija esta. No puedo creer que su investigación sea buena, porque al menos como periodista es un Sherlock Holmes de pacotilla que le ha hecho daño a personas que quiero y que respeto, como Juan Camilo Restrepo, por poner un ejemplo contundente. Eso basta para tener este libro en espera para agosto del 2080, después del Mundial.
Leí La última vida del Gato, que es una pretensiosa novela negra fallida, cruzada por el narcopoliticoparamilitarismo que hace aguas en las castas de la dirigencia colombiana.Simplemente el mancito se detiene mucho en las proezas de la bragueta de el periodista-investigador-narrador, y no alcanza a entregar una novela verdaderamente negra, pues a mi parecer, la realidad nuestra- que es muy negra- supera cualquier ficción que no alcanza a darle a los tobillos de la imperiosa realidad colombiana tan crudamente negra.
Por otra parte, él siempre se valdrá de decir que sus principios los sometió al arbitrio o la sugerencia de Gabito, su padrino y mentor periodístico y literario. Además, es de la más conspicua derecha colombiana, representada en el tiempo, su casa editorial.
De pronto me aventuro y leo la novela sobre el Mariscal, a ver qué me suscita, guardados mis compartidos prejuicios extraliterarios del periodista metido a escritor, ahora de novela histórica.
Juan Urbano ha dicho que…
la leí y me pareció la mejor novela que hasta ahora han visto mis ojos, sobre todo porque me gusta la historia y poeque en ella hace alusión a personajes y lugares que conozco y donde he nacido, la recomiendo ampliamente, es mas me inspiró a escribir un libro sobre una batalla que ocurrió en mi ciudad natal.