Estimado amigo:
La diferencia de
edades nunca ha sido obstáculo para nuestra amistad, que ya cumple ocho años de
amenos paliques y discusiones no pocas veces acaloradas. O de encuentros como
el que tuvimos la semana pasada en esa deliciosa cena que ofreció nuestro común
amigo Juan Marcelo. No puedo más que darte la razón en los reclamos que me
hiciste esa noche: hace ya cerca de cuatro meses me entregaste tu libro de
cuentos para que te diera mi opinión, y hasta ahora no has tenido una respuesta
de mi parte. Te presento excusas: leí en su momento tu manuscrito, hice
anotaciones al margen, preparé un informe detallado de lectura para cuando nos
encontráramos. Pero nunca promoví ese encuentro porque nunca estuve satisfecho
con mi trabajo. Por considerarte mi amigo sentí que te debía otro tipo de comentarios,
distintos a los que hago para los concursos literarios a los que me invitan como
jurado y para la editorial de la universidad, donde como bien sabes asesoro la colección
literaria. Sentí que tenía otras cosas para decirte, y aquí estoy.
Desde los tiempos en
que asistías puntual a mi clase de Introducción a la Literatura intenté
advertirte sobre lo tortuoso que podría ser el camino que habías escogido. En esos
días te escuchaba la frase “quiero ser escritor”, y la repetiste en la cena de la
semana pasada un par de veces. Debo decir ahora que me preocupa un poco ese
deseo, pero lo comprendo: se tiende a rodear la figura del escritor de una
suerte de glamur, de realce, y por eso tantos jóvenes y adultos quieren ser
escritores. Permíteme decirte, estimado Alejandro, que hay una diferencia trascendental
entre querer ser escritor y querer escribir. Estimo que quien va por buen
camino pone el énfasis en la acción –escribir– y no en el resultado –ser
escritor–. ¿A qué me refiero?, te preguntarás. Quien quiere escribir se obliga
a permanecer recluido, solo, enfrentado a la palabra y a la tradición, a la
duda, mientras quien quiere ser escritor se mostrará en cuanta vernissage literaria se programe. El
trabajo de quien escribe es duro, íntimo, y regala pocas satisfacciones. Lo
dijo mejor de lo que yo podría decirlo el editor norteamericano Lewis H.
Lapham: “En el gueto de la vida literaria el dinero es poco, el alojamiento
sencillo, el círculo de amistades necesariamente limitado (como el de un club
canino o de motociclistas), la conversación paranoica, la gente casi nunca
bella”. Revisa tus prioridades, Alejandro. ¿Buscas el reconocimiento que
procura poner en las tarjetas de los hoteles, frente a “Profesión”, la
categoría de “Escritor”? ¿O buscas trabajar pacientemente con las palabras
durante años, recluido en tu casa con disciplina, para llegar a algo que se
acerque al arte literario? Repasa en el fondo de tu pensamiento cuáles son tus
ambiciones. Creo que, en últimas, ninguna vale más o menos que otra, la
cuestión es tener claras las propias.
En los relatos de tu
libro noto que has leído a los autores canónicos del género: Poe, Chéjov, Maupassant,
Hemingway, Borges, Cortázar, García Márquez, Onetti, Ribeyro, Rulfo... Conoces
el género, y eso es importante. Pareciera un comentario dictado por Perogrullo,
pero no: te sorprenderías con la cantidad de personas que quieren escribir poemas
sin leer poemas, de novelistas que apenas han leído dos docenas de novelas en
su vida, de cuentistas que no reconocen la prosa de Chéjov o una trama de Poe. Y
cuando digo leer no estoy pensando en
una tumbona o una hamaca, sino en un destornillador y una llave inglesa: quien
quiere escribir instala a su lado, cuando lee, un cuaderno de notas. Quien
quiere escribir relee, repasa, pregunta, conecta, discute. Quien quiere ser
escritor –insisto en la diferencia– se puede contentar con leer solapas y novelas
de temporada. Quien quiere ser escritor estará satisfecho con las diez o doce o
quince o treinta novelas que ha leído en su vida.
Noto asimismo en tus
relatos que no eres muy afecto a leer poesía. La prosa que no está
sostenida –podría decir: animada– por la poesía se reconoce a primera vista, y
no es amor lo que despierta sino cansancio. Conoces la importancia que le
concedo a la poesía porque asististe a mi curso, y recordarás que inciábamos cada
sesión con la lectura de un poema y un par de comentarios al margen sobre el
autor y la pieza. Quería con ello invitarlos a leer poesía, a conocerla. Quería
despertar curiosidad. Veo que no atendiste esa señal. Mis actuales estudiantes
tampoco: incluso escucho a algunos –de los que quieren ser escritores, como tú
en esos tiempos– vanagloriarse diciendo con la boca llena que no leen poesía. En
justicia debo agregar que nunca oí salir de tu boca esa pamplina, nada más eras
indiferente al asunto. La lectura permanente de poesía, querido Alejandro,
regala economía, mesura, oído. Anima a la asociación inteligente, al adjetivo
inesperado. Quien lee poesía de manera frecuente termina por conocer el valor
de cada palabra, pero todavía más: conoce la música que esa palabra produce
cuando se combina con otras en armonía. La música se pega de manera inevitable,
apreciado amigo. Oye la música de la poesía.
Tener claro qué se
quiere: si escribir o ser escritor. Conocer y honrar la tradición: puedes
quebrarla, moverla, intentar tumbarla –como veo que quieres hacer en algunos de
tus relatos–, pero hay que conocerla. Hay que conocer a los maestros,
reconocerlos, releerlos. Buscar la poesía, leerla mucho, leerla siempre. Esos
tres, creo yo mi querido Alejandro, son fundamentos irrenunciables si quieres
prosperar con seriedad en ese oficio tan poco agradecido. Lo demás es
negociable: que una frase vaya así o asá, que una palabra sobre o falte, que
una coma pueda ponerse o quitarse. Que el último párrafo quedaría mejor como
primero, que un personaje se desvanece y no debería: todo eso es modificable. Para
ello te será de mucha ayuda contar con un lector quisquilloso, franco, atento,
que te diga por dónde vas bien, que te señale las rugosidades de tus escritos. Que
lo haga con franqueza y también con cortesía. Me ofrezco a servirte en esa
labor a partir del momento en que recibas esta misiva.
Tu amigo siempre,
Emiliano Ramón
Comentarios
E. Sábato.
Buen post. Buen Blog.
Javier
HOLMAN: es increíble la cantidad de personas que quieren escribir sin leer lo suficiente. Y sin vivir lo suficiente. Tantos que se creen Bukowski porque creen que es fácil escribir así... En fin, el asunto tiene muchos puntos: gracias por poner ese sobre la mesa. Saludos.
JAVIER: el gusto fue todo nuestro, y los agradecimientos también, por supuesto. No dejo de pensar en ese bonito trabajo que están haciendo. Ya conversaremos de esto y de los otros temas pendientes. Y de lo que venga. Un abrazo.