Foto: Revista SoHo. |
Con el título "La farándula escribe literatura", este artículo apareció en el número 105 de la revista SoHo, enero de 2009.
En algún momento de la noche debemos apagar nuestros
televisores. Pero no lo hacemos porque queremos cerrar los ojos a las muestras
de talento histriónico que los actores y actrices nos regalan en las
telenovelas de nuestros dos canales privados: lo hacemos porque nosotros, el
público, somos mortales, y mañana tenemos que trabajar. Pero esas estrellas son
altruistas, y adivinan que aun con los televisores apagados nosotros querríamos
seguir a su lado, así que algunos aprovechan los dones con que fueron ungidos y
nos obsequian otras aristas de su talento. A unos les da por grabar un disco, y
ahí está como prueba, por poner un único ejemplo, esa obra inmortal de Amparo
Grisales, injustamente olvidada y sorpresivamente titulada Seducción. Otros han emprendido el camino de la literatura, y de
ese empeño me voy a ocupar en este artículo. Pero iré más allá y revisaré dos
casos que no pueden pasarse por alto, dos obras no de actores pero sí de
personajes mediáticos que han querido compartir con nosotros, en un acto
impagable de munificencia, sus escarceos con las musas.
Aura
Cristina se confiesa
En buena hora editorial Planeta convenció a la gran
diva Aura Cristina Geithner para que despojara su alma de los afeites propios
de su profesión y nos la mostrara como apareció en las páginas de SoHo hace algún tiempo: desnuda. Imagino que detrás del título tan original, Confesiones, hubo un arduo proceso de
toma de decisiones en el que participaron la editorial, la poeta, su hermano
John, Harry Jr., Catherine, el “pájaro pinto” que le enseñó a la poeta “que la
poesía es de color naranja”, así como otras personas que no aparecen en la
prolija lista de agradecimientos que encabeza el libro.
Leer la solapa donde ella expone con humildad su
periplo vital nos prepara para entrar a una obra que bebe de una variopinta
tradición literaria: la poeta reconoce la influencia de “Hermann Hesse,
Hemingway, Henry Miller, Anaïs Nin y otros que se encontraban escondidos dentro
de mis cajones y almohadones”. Y no tenemos más que darle la razón sobre la
influencia de Hesse cuando leemos: “Fue un otoño adormecido de invierno/ cuando
tu umbroso halo/ cayó en mí”. La voz de Henry Miller, espíritu libre como el de
la autora, se oye en múltiples versos de erotismo contenido, como ese que dice
con elegancia: “Mojada por tu sudor de noche/ saboreo de tu cáliz/ y peino
lentamente, suavemente/ ese bucle tuyo/ enfermo de amor”. Y es aún más recia la
voz de Miller en el que es quizá el poema más impactante de Confesiones: “Morbosa tu voz/ cuando el
reloj se atreve a mirarme/ desnuda/ con encajes/ sin ellos…/ Morboso tú, yo/
morboso arriba, abajo/ mi inspiración”.
En una muestra de versatilidad con escasos precedentes
en la tradición poética castellana, la que es tigresa entre las sábanas se
transforma en una colegiala de falda a cuadros que va salticando por la acera
del barrio con sus cuadernos pegados a su pecho, cuadernos donde pudo haber
escrito versos tan tiernos y profundos como éstos: “Hoy vi la luz/ Hoy te vi/
hoy”. Muchas mujeres habitan en esta poeta de variados matices y múltiples
voces. Sea esta muestra apenas una invitación para que los lectores de Soho corran a la librería más cercana y
adquieran este libro imperdible.
El
poeta escondido
Apidama es una silenciosa editorial que desde el 2002
viene publicando lo más selecto de la poesía colombiana y peruana. Según su
página web, quiere hacer énfasis en poetas mujeres, pero eso no limitó a sus
directivos para engalanar el catálogo de la editorial con el primer poemario de
otro artista integral, el siempre vigente Danilo Santos. Quizá haya lectores
desatentos que no advirtieron la apabullante cantidad de reseñas y comentarios
que tuvo este libro en el 2007, año de su publicación. A ellos quiero llamarles
la atención con esta breve reseña de De
cara al fuego.
Aquello de “artista integral” adquiere toda la
dimensión en este vate colombiano. Ya desde el primer párrafo de la solapa se
nos dice que es un “Apasionado desde niño, por la poesía, la escultura y el dibujo.
Segundo puesto en el Concurso Intercolegial, Prismacolor, 1968. Escribe poemas desde la adolescencia”. No he
movido una sílaba, una coma, de este recuento: ahí, en absolutamente todas las
librerías del país, está el libro para quien quiera confirmarlo.
El bardo Santos ensaya en sus versos la rima asonante
al tiempo que busca en las profundidades de su alma: “No sé si es la luz/ de mi
entendimiento/ o mi carne que se consume/ a fuego lento”. Por otra parte, echa
mano de lo más selecto del lenguaje popular, de la calle, para alcanzar una
nueva manera de ver el amor apasionado: “fundiéndonos, quemándonos/ izando
bandera y penetrando mi ser/ en tus entrañas”. Ahí no terminan sus
acercamientos al más fino erotismo; en otro poema podemos admirarnos con estos
versos: “Mojé mis ganas en tus senos/ acaricié tus montañas con mi cuerpo/ y
dejé resbalar mi carne en tu recuerdo/ y en tu pasión quedé muerto”.
Pero su registro no se agota en el erotismo, pues el
rapsoda también se pasea con soltura por la poesía social, comprometida, en
piezas como “Silencio de fusiles” o “El otro día me robaron”, que dedica “A los
personajes públicos”. También se deja acosar por las preguntas más profundas
que puede hacerse un ser humano sensible como él: “¿Por qué estamos tan mal
diseñados?/ ¡Porque lo pienso en la carne!/ ¿Por qué somos tan vanos?”, se
pregunta en “El cristal de mi ataúd”, bello título. Este pequeño gran libro –62
poemas– amerita un estudio en profundidad que rebasaría el alcance de este
artículo. Como en el caso del anterior, valga este comentario apenas como
abrebocas para que los lectores interesados en la alta poesía lo busquen y lo
paladeen al calor de la chimenea, con una copa de vino caliente al lado como
silenciosa cómplice.
Un
libro que “reduce la poesía a sus injustas proporciones”
La frase del subtítulo no es mía, es de Óscar
Domínguez cuando comentó el libro del que me voy a ocupar: Sentimientos y ternuras, de Amparo Canal de Turbay, y hace
referencia a la frase del esposo de la poeta y uno de nuestros más eximios
presidentes, el doctor Julio César Turbay Ayala: “Hay que reducir la corrupción
a sus justas proporciones”.
Sí, ya sé, la señora Canal no es actriz, pero es un
personaje público que compartió su sentir poético con los colombianos, y por eso
se justifica su inclusión aquí. Es más, entregó su inspiración no sólo una,
sino cuatro veces: Sentimientos y
ternuras ha tenido secuelas hasta el año pasado, cuando doña Amparo alumbró
el panorama poético nacional con Sentimientos
y ternuras IV. Larga vida a esta dama desprendida.
Doña Amparo recoge el deseo de toda una nación cuando
le dice a su amado que él es “el Patriarca/ que todos queremos ser”, él es “la
lección que todos debemos aprender”. Ella, como todos los colombianos, advierte
en el objeto de su afecto lo que todos vemos: “Te veo hermoso/ Grande,
inteligente./ Te veo luchador/ Por tu patria/ Por tu gente”. Como los grandes
poetas, para doña Amparo la idea es esclava de la forma, y por eso logra versos
arrebatadoramente bellos sin sacrificar el contenido: “Llévame amor, no me
dejes sola/ A los mares para disfrutar las olas/ A las montañas para gozar a
solas”. No queda más que agradecerle a la poeta estos libros y el haber sabido
traducir el sentimiento de toda una nación hacia ese prohombre que fue el
doctor Turbay Ayala. Que vengan muchos más Sentimientos
y ternuras: en unos años quiero solazarme con la entrega número XIX.
El
resultado del esfuerzo
Patricia Castañeda es humilde: sabía que no podía
alcanzar las cimas poéticas de sus colegas y por eso ensayó un libro de cuentos
titulado La noche del demonio. Muy
original por cierto, Patricia antecede al título de cada cuento el número de un
apartamento: “Apartamento 502. Nokia”, “Apartamento 101. Agujas y porcelanas”,
“Apartamento 501. Cuarto oscuro”, y así. Nos entrega pues un decantado ejemplo
de literatura urbana. Enhorabuena, nos hacía falta.
La autora asistió a cursos de escritura creativa en HB
Studio en Nueva York y en la Universidad de los Andes. Tal empeño se nota en
frases cinceladas que denotan esfuerzo y trabajo: “Fue una jornada que no le
dejó esquirlas de cansancio”, o “La angustia de la noche anterior desapareció
con la misma libertad con la que llegó”. También se nota en la recreación de
situaciones que eluden el lugar común, como esa en la que un joven con una
ginebra en la mano cruza su mirada con una chica sexy toda vestida de negro que
lee a Jim Thompson en un “solemne café”: “Él quedó hechizado. Hechizado con
aquellos ojos de almendra… su mano izquierda delineó el contorno del cuello con
una feminidad enfermiza”. Apenas hay un paso de ahí a encontrar a la chica al
día siguiente preparando café únicamente vestida con la camisa de él. Lo nunca visto.
No quiero dañar la originalidad y el suspenso de
muchos de estos cuentos comentándolos detenidamente. La atrapante y moderna
prosa de Castañeda está al alcance de cualquiera.
Inteligencia
militar
Termino este comentario recomendando otro libro que no
debe faltar en las bibliotecas de todos los colombianos: La muerte de Madame Taconcitos, novela escrita por el ex director
de la policía, Luis Ernesto Gilibert. Pero advierto: si lo buscan por este
nombre quizá no den con el título, pues el general ha adoptado el enigmático
seudónimo de L. E. Gilibert para su debut literario. Una historia ambientada en
la Bogotá de principios de siglo cuyo protagonista es el fundador de la
policía, Juan Marcelino… Gilibert, abuelo del autor. Este sagaz investigador
ocupa un papel central en la investigación de la muerte de una famosa
confeccionista de muebles de la Bogotá de comienzos del siglo XX: presta su
casa para que se esconda el investigador principal, y oye con paciencia los
pormenores del caso durante algunos días. De esta manera, Sherlock Holmes,
Poirot, Sam Spade, Marlow y todos los investigadores clásicos del género negro
quedan opacados por este sabueso cachaco.
Pero no deberíamos considerar del todo esta novela
como dentro del género negro; se trata más bien de una novela de costumbres que
retrata con precisión la idiosincrasia bogotana y por extensión, colombiana de
la época: las comisiones en busca de favores, los viajes constantes a París, el
permanente interés por la comida, la segunda intención siempre escondida, el
francés cada tres frases: “un nouveau
riche detestable, aunque viéndolo bien, hijito, los ricos nunca son
detestables aunque sean nuevos”, señala un personaje. Ahí estamos pintados, con
diminutivo y todo.
Para algunos la expresión “inteligencia militar”
plantea una contradicción en los términos, pero esta novela de L. E. Gilibert
viene a contradecirlos a ellos.
Acá termina este repaso somero por la literatura
creada por algunos personajes de nuestra farándula local. Su valor no radica en
que están firmados por luminarias: todos acusan valores literarios intrínsecos
que los convierten en piezas literarias comparables con los clásicos de la
literatura colombiana y aun universal. Groucho Marx dijo una vez: “La
televisión ha hecho maravillas por mi cultura. En cuanto alguien enciende la
televisión, voy a la biblioteca y me leo un buen libro”. ¿Qué mayor
satisfacción puede encontrar un televidente con inquietudes literarias, que ver
en su biblioteca los libros de quienes lo acompañan cada noche en las
telenovelas, en los noticieros? Quizá ambientar la lectura con las melodías
inmortales del disco de Amparo Grisales o con uno de Juan Harvey Caicedo.
Comentarios
Stanislaus: tiene toda la razón, en su momento, cuando salió en la revista Soho, muchos lectores no captaron la ironía. Pobres.
John Fredy: si Marbelle saca libro, quedará para la segunda parte de esta reseña.
Isabella Santodomingo ha publicado un libro bastante ajeno a la trivialización de la mujer titulado "Los hombres las prefieren brutas", que, como se puede apreciar, está lejos de ser un recuento de chistes sexistas de mal gusto y personajes vacíos. Ademas de eso, ésta gran crítica de la cultura contemporánea escribió una pieza literaria de gran factura: "AM/FM: Felizmente mantenida o asalariada de mierda", nombre irreverente y provocador, como cualquier poema de Baudelaire.
Por último, no podemos olvidar el libro sutil y sincero de Yamile Humar: "Mierda, llegué a los cincuenta", donde, al estilo de España en los diarios de mi vejez -el libro de Sábato-, esta lúcida escritora nos narra los avatares de su senectud.
¡Ahhhh!, se me olvidaba la reciente maravilla del sofista de las mañanas, alias J. Mario(una J muy kafkiana, por cierto): "Insúltame si puedes", que para nada plagia el título de la película "Catch me if you can" de Spielberg.
Saludos cordiales, Camilo.