Fusilado: Marcelo Matthey Correa




Recuerde el lector el regreso de las vacaciones al colegio durante los días de la infancia. Recuerde la ansiedad, la sensación de suspenso, de hartazgo pero también de novedad en ese primer día después de varias semanas desconectado de los deberes, de los profesores y de los compañeros. Recuerde el momento en que por fin pueden compartirse las experiencias con los amiguitos, o el deber que el profesor pidió durante tantos años, esto es, la legendaria composición “Lo que hice en vacaciones”. Todas esas sensaciones son las que llegan con la lectura de Sobre cosas que me han pasado.

En 1988 Marcelo Matthey Correa publicó por su cuenta y riesgo el libro Todo esto lo escribí entre diciembre de 1987 y marzo de 1988: una suerte de diario íntimo muy breve, apenas dos docenas de entradas. Unos cuantos días en la vida de un tipo corriente que se mueve entre su casa en Santiago, su finca en El Tabo, sus clases de canto, sus salidas a trotar, sus tardes de lectura en alguna biblioteca (sí, eso), lo que ve por ahí y poco más. En 1990 apareció un segundo libro de Matthey Correa, Sobre cosas que me han pasado, y era un poco lo mismo. Prosas del día a día, observaciones, descripciones aparentemente cándidas, muy limpias, de cosas y gentes. Pequeños eventos sin importancia. Pero al lado o al fondo de esa aparente banalidad siempre está palpitando lo inesperado. O al menos así parece. Son como relatos que están parados al borde del abismo, y se asoman.

La editorial Los Libros Que Leo recogió ambos libros del olvido y los juntó en este volumen editado con primor. La fuente Courier, el cartón sin acabado de la cubierta y el formato refuerzan esa experiencia de estar ante un cuaderno íntimo de antaño, de los tiempos del colegio. Un libro de prosas sereno, que toca un punto muy profundo en el lector, un punto que no sé bien dónde queda. 


Sobre cosas que me han pasado [fragmento]

Diciembre o enero
No le puse fecha

Cuando me siento al lado de la jaula de las gallinas, en el jardín del fondo, es para descansar y estar más tranquilo. Hay muchas cosas aquí que me gusta ver, como por ejemplo la ropa secándose, el lavadero, el baño chico, la mesa de pimpón y el taca-taca; además, con solo escuchar el sonido de las hojas de los árboles me dan ganas de quedarme. Yo sé que puedo estar aquí sin que nadie venga a hablarme, así que algunas veces cierro los ojos y me quedo dormido. Sin embargo, de todo lo que puedo hacer aquí, casi siempre lo que más me descansa es ver y escuchar a las gallinas; estar cerca de ellas es extraordinario para mí.


7 de febrero

Ahora estoy en El Tabo y quisiera escribir sobre algo que atrajo mi atención hace unos momentos en la playa.
Estaba yo tendido en la arena y vi, entre toda la gente, no lejos de mí, a tres adolescentes, dos niñas y un joven; noté que eran muy unidos y que lo pasaban muy bien entre ellos, por lo cual me interesé en seguirlos viendo. La niña más flaca tenía un traje de baño de una sola pieza, con líneas azules y blancas, la otra llevaba un bikini y el gallo tenía un traje de baño amarillo. Cuando partieron a bañarse y desaparecieron entre la gente, yo pensé en ir a verlos, así que fui a buscarlos a la orilla; pero no los encontré. Los miré un poco más cuando volvieron y luego me vine a la casa, porque ya era hora de almorzar.

9 de octubre

Yendo por avenida España pasé a leer los titulares de los diarios en la esquina de Sazié; estaba allí el diarero que usa sombrero y anteojos conversando con una niña. Escuché algo de lo que él hablaba. Primero dijo que para vivir había que trabajar y después le aconsejó a la niña que cuando atendiera las llamadas lo hiciera en forma respetuosa. Parece que ella iba a comenzar a trabajar en un lugar donde tenía que atender llamadas telefónicas.

1 de noviembre

Estoy en Osorno, en el primer día de la gira con el coro por el sur. Acabo de tomar un desayuno bien rico, con manjar y mantequilla.
A mí y a siete más nos asignaron una de las cabañas del Instituto Profesional de Osorno, que queda cerca de la Industria Soprole, justo al lado del estero. Por aquí hay una casa de madera de tres pisos, parecida a esa que había en El Tabo, cerca del San Pedro, que siempre veíamos cuando íbamos a la quebrada de Córdoba.
Ayer, después de llegar, salí con otros tres en dirección al centro y aproveché de llevar mi maletín con unos veinte ejemplares del libro que escribí, para repartirlos en algunas librerías. Al poco de caminar empezó a llover, así que nos pusimos bajo techo, pero yo, sabiendo que teníamos que estar de vuelta luego, seguí solo hacia el centro. Como llovió un ratito no más, casi no me mojé, y alcancé a dejar ocho libros en dos librerías.

7 de noviembre

Al ver un lugar hermoso, muchas veces me gusta mirar hacia alguna zona lejana de ese lugar y distinguir pequeñas partes de ella. O también, cuando veo una casa, a veces me fijo en lo que hacen las personas que viven ahí. Por ejemplo, miro a una señora que está lavando ropa o a un hombre que corta leña. Me acuerdo de esa lancha que había en Angelmó, en la que vi a una persona lavando una olla.

11 de mayo

1
Me he imaginado que estoy en la casa con una persona totalmente desconocida para mí, un extranjero, por ejemplo, de un país muy distinto a Chile, y hago algunas de las cosas que haría estando yo solo, como si él no estuviera; algo así como dormir o estudiar canto.

2
He estado pensando en el barrio en que vivo. En el último tiempo he caminado harto por aquí, pero todavía hay muchas cosas que no conozco.
El domingo pasado fui a trotar por algunas calles. Primero por avenida España, Blanco y Conferencia hasta el final, donde está el estadio que antes era de Ferroviarios. Después doblé hacia el poniente y pasé por el túnel sobre el que atraviesa la línea del tren. A la vuelta troté por Bernal del Mercado, la calle Antofagasta, que es donde están los gasómetros, luego doblé por Conferencia, atravesé Blanco y seguí por Unión Latinoamericana hasta Gorbea, y de ahí a Avenida España.
Esta semana también pasé por la pequeña calle que hay un poco más allá de Carrera, al llegar a Blanco. ¡Es tan bonita! Y pensar que he pasado tan poco por esa parte.
Algunas veces, cuando voy al almacén de la esquina, me doy cuenta de que hay muchas cosas ahí que no he mirado antes.

3
Yo, hasta hace poco, no había pensado mucho en mi cuerpo. Pero en el último tiempo sí. Ayer pensé en el diafragma, que es ese músculo que está debajo de los pulmones, tan importante para la respiración. Después me fijé en mis manos.

4
La última vez que estuve en El Tabo, cuando me levanté en la mañana no supe la hora que era, porque el reloj se había parado. Como el cielo se mantuvo nublado durante el día, para saber más o menos la ubicación del sol tenía que mirar las nubes y fijarme en la luminosidad que había.

5
Ese mismo día en El Tabo, en la mañana, después de volver del trote me tomé un café con pan con queso y palta, además de dos huevos fritos y una manzana. Luego estudié canto en la pieza donde había dormido, la segunda desde la entrada a la casa, la que está al lado del baño. Después me acosté y no tuve idea de cuánto dormí.
Cuando me levanté, me tomé lo que quedaba del jugo de naranja y fui a caminar por la playa. Estuve sentado en una roca un buen rato y después, por los colores de las nubes en las cercanías del mar, supe que estaba atardeciendo, así que me volví a casa. Ordené mis cosas, dejé todo cerrado y partí a Santiago.


Lo fusilamos de: Marcelo Matthey Correa, Sobre cosas que me han pasado, Santiago, Los Libros Que Leo, 2011.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…

mi hija de 8 años escribe cosas parecidas, saludos
Anónimo ha dicho que…
Y el sobrino de un amigo pinta como Pollock y al piano su hermanito lo hace mejor que Schoenberg.....si por supuesto...
Unknown ha dicho que…
Los dibujos y escritos de niños me parecen transparentemente lúcidos. Voy a enmarcar los dibujos de mis sobrinos. Dále Matthey.