Seguro alguien ya lo ha dicho o
lo ha escrito antes, no sé, pero es que es muy difícil no pensarlo: Joan Didion
es a California lo que Gay Talese es a Nueva York. Y viceversa: California es a
Didion lo que Nueva York es a Talese. Ambos escriben desde unos principios que
por momentos parecen antagónicos, y que pueden resumirse en dos palabras: Costa
Oeste y Costa Este (de Estados Unidos). Son dos estados de ánimo, dos
atmósferas, dos maneras de ser y de ver y de pensar.
Paréntesis: (Mírennos, tan
confiados y seguros conversando con propiedad sobre Joan Didion y sobre Gay
Talese. Hace diez años esto era casi imposible en el ámbito hispanoamericano.
Los libros de ambos autores eran inconseguibles en español, y en inglés ya
daban alguna dificultad si uno no vivía en Estados Unidos, o viajaba allá. Los
de Talese circularon en los ochenta y comienzos de los noventa en ediciones
austeras pero decentes de Grijalbo. Los de Didion, cero. Valga pues el
reconocimiento a Alfaguara, que ha venido publicando la obra de Gay Talese, y a
Mondadori, que está haciendo lo propio con la de Didion. Si para algo ha
servido el “auge de la crónica” —los signos de la frase anterior parecen
comillas, pero son pinzas— es para recuperar la obra de autores de primera como
Didion y Talese, además de la de otros
pocos. Cierro paréntesis:)
Joan Didion es puesta siempre en
las listas de cronistas, y se estudia cuando mucho en las facultades de
periodismo. Y eso es como estudiar a Gabriel García Márquez sólo en las
facultades de periodismo. Joan Didion es una escritora. Los que sueñan el sueño dorado recoge textos de finales de los sesenta
hasta mediados de los ochenta —hay un escrito de comienzos de los noventa—. No
son propiamente crónicas o reportajes; yo los leo como ensayos, como prosas
inteligentes, muy informadas, elegantes y chispeantes. Están llenas de datos,
de hechos, de anécdotas personales y no, de cifras, de frases estimulantes. Leerlas
produce la misma sensación que produce leer a esos prosistas ingleses de los
que uno piensa, mientras avanza, que no se puede ser tan inteligente, tan
informado, tan gracioso. Pienso en Chesterton, en William Hazlitt, en Charles
Lamb, en E. M. Forster, en Virginia Woolf, en Orwell, en Amis, en Hitchens…
Nada menos.
Las primeras líneas del texto que
abre esta colección —editada por Claudio López Lamadrid y muy bien traducida
por Javier Calvo Perales— es toda una declaración de principios, traza la línea,
el tono por los cuales va a caminar el lector a lo largo de las páginas que
vienen:
Hablamos de esa California donde es posible vivir y morir sin haber
comido nunca una alcachofa y sin haber conocido nunca a un católico ni a un
judío. De esa California donde no cuesta nada llamar a números de asistencia
espiritual como Dial-A-Devotion y en cambio cuesta horrores comprar un libro.
La misma tierra donde la fe en la interpretación literal del Génesis ha dado
paso de manera imperceptible a la fe en la interpretación literal de Perdición de Billy Wilder, la tierra del pelo cardado
y los Ford Capri y las chicas para quienes la vida entera no promete nada más
que un vestido de boda blanco hasta media pantorrilla y parir a una Kimberly o
una Sherry o una Debbie y luego divorciarse en Tijuana y volver a la academia
de peluquería.
Ahí lo tienen. Ese primer texto,
que es de los que más se parece a una crónica y le da título al libro, debería
ser materia obligatoria en cursos de escritura de cuentos, de guión y libretos
para cine o televisión. Quien quiera aprender a administrar la información para
crear suspenso debe desbaratar frase por frase, párrafo a párrafo, esta pieza.
Pero estoy mencionando más de la
cuenta frases y palabras peligrosas en una recomendación de lectura, como
“facultades de periodismo” o “estudiar”… Nada más lejos. Estos textos son pura
diversión e inteligencia. Para quien esté pensando que, bueno, muy brillantes y
lo que se quiera, pero se escribieron hace treinta o cuarenta años y seguro
están un poco desactualizados, cito este párrafo de “Hollywood”: “Mucha gente
por fuera del ramo tiene la idea errónea de que los ‘estudios’ ya no tienen
nada que ver con cómo se hacen las películas en los tiempos modernos. Han oído
la expresión ‘producción independiente’ y se han imaginado que la expresión
significa lo que significan sus palabras. Han oído hablar de ‘desbandadas’ y de
‘platós vacíos’, y de sondeos que tocan a difuntos sin parar por la industria
del cine”. Pareciera escrito en una columna de la sección “Espectáculos” de la
prensa de ayer.
Eso tienen los Escritores con
mayúsculas: que ven tan bien, que piensan tan bien, que sus escritos son
eternos. O, como se dice en las —perdón— facultades de periodismo o literatura,
son clásicos. Por eso no temí hace un rato comparar a Joan Didion con García Márquez,
o ponerla al lado de Hazlitt y Chesterton y los demás ingleses. Porque Joan
Didion hace literatura. Y al menos para mí, es un clásico de las letras.
Joan Didion, Los que sueñan el sueño dorado,
Barcelona, Mondadori, 2012. Traducción de Javier Calvo Perales.
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