La trama de este libro es compleja, así que intentemos reconstruirla paso a paso. El narrador, que es el propio
Jaime Correas, recibe una noche en su casa en Mendoza, Argentina, una extraña
llamada telefónica desde Berlín. Es un escritor colombiano de quien el narrador
poco conoce, Héctor Abad Faciolince. En un relato desordenado y frenético Abad
le cuenta a Correas las angustias que lo aquejan a raíz de un poema de Borges
que el autor colombiano no encuentra. Unos meses antes publicó un libro sobre su padre, el médico y trabajador de derechos humanos Héctor
Abad Gómez, asesinado en Medellín por paramilitares en 1987. El libro le dio
celebridad y al tiempo angustias, pues el título escogido, El olvido que seremos, lo tomó de un poema manuscrito que su padre tenía en el bolsillo de
su camisa la noche del crimen. Decía al final JLB, y Abad asumió
automáticamente que el soneto era de Jorge Luis Borges. Pero después de
publicado el libro y de hacer tallar en la lápida de su padre el soneto, no
había podido encontrarlo en las Obras
completas del autor argentino, ni en otras pesquisas posteriores en poemas
sueltos. Encima, en medio de su búsqueda había aparecido un poeta
colombiano, Harold Alvarado Tenorio, diciendo que los poemas eran de su
autoría, y que los había hecho pasar como del escritor argentino para
homenajearlo, en un juego de referencias que le habría gustado a Borges. Tenía
credenciales para hacerlo: ya antes Alvarado Tenorio había escrito un prólogo a
un libro suyo y lo había firmado como escrito por Borges. En una visita a la
Biblioteca Nacional en Buenos Aires le leyó el prólogo a su célebre director, y
él mismo se avaló como el autor sin estar muy seguro de haberlo escrito.
El asunto que complica todo es
que Alvarado dice que escribió los poemas en 1993. Es decir, DESPUÉS del
asesinato del padre de Héctor. La trama de la historia es perfecta para un
cuento de Borges. Ante las conminaciones de Abad, Alvarado termina por decir
que los versos los “fabricó” un periodista y escritor argentino, quien los
había publicado en una editorial artesanal que tenía con unos amigos a mediados
de la década del ochenta. La editorial, Editores Anónimos; el periodista y
escritor, Jaime Correas.
El nombre de la editorial no era
un azar: Correas y sus amigos no publicaban atribuciones de autoría a las
antologías que hacían en su editorial. Correas no recuerda muy bien el origen
de los poemas, y se dedica a buscarlo. Abad y una colaboradora, Bea Pina, hacen
búsquedas en Internet y en archivos europeos; Correas lo hace en Argentina con
borgeanos y viejos amigos. El relato de estas aventuras eruditas forma el
cuerpo de Los falsificadores de Borges.
Cruces de mails, expurgación de
archivos, entrevistas con cómplices de antaño, extrañezas y hallazgos conforman
el hilo de la trama. Varios países, tardes pasadas en estudios y apartamentos
de Estados Unidos, Europa y varios países de América, más cruces de correos
electrónicos. Se relatan las intimidades de la vida de Correas y algunos
amigos; se incluye un perfil vaporoso de Harold Alvarado Tenorio y otro no menos opaco de
Jorge Luis Borges, con detalle en sus métodos de composición. También se perfila a Bea Pina, una
científica colombiana afincada en Finlandia que ayuda a Héctor Abad —y después a
Correas— por momentos a armar y por otros a confundir las piezas del
rompecabezas.
Al final, la versión más certera
parece ser que Borges entregó los poemas terminados a Francisca Beer, quien a
su vez los entregó a Correas y sus amigos para Editores Anónimos. Que a la
muerte de Borges la revista Semana de
Colombia publicó dos de esos sonetos. Que el médico Abad Gómez quedó
impresionado con ellos, particularmente con uno, y los leyó en un programa de
radio semanal que tenía en una emisora universitaria de Medellín. Que tenía ese soneto
(“Ya somos el olvido que seremos…”) en su bolsillo, copiado de su puño y letra,
en el momento en que le dispararon. También llevaba la amenaza de muerte que
habían hecho circular los paramilitares en Medellín, y donde aparecía su nombre
al lado de otros más.
Detallo la trama para hacerla inteligible al lector de esta reseña, y no temo adelantar muchos detalles sencillamente porque esta historia ya se contó. La contó —de manera magistral— el protagonista, Héctor Abad Faciolince, en su libro Traiciones de la
memoria, muy bien editado por la misma empresa que publica Los falsificadores de Borges. Ya la contó también Jaime Correas en artículos de prensa y en el
Festival Malpensante de 2009. Quizá el autor y la editorial vean este libro como una suerte de lado B de Traiciones de la memoria. Pero no: es casi la misma historia, contada con menor brillo.
Porque aquí esa trama maravillosa se reconstruye de manera apresurada, desordenada, podría decir incluso que descuidada. El
autor no se preocupa al comienzo por ordenar para el lector los
acontecimientos, ni de perfilar con suficiencia a los personajes. Nunca queda muy claro por qué
Correas se adentra en la investigación con tanto empeño. Los personajes son
difusos, como si el autor diera por sentado que el lector conoce detalles de la
historia y de esos personajes. Pero por momentos decide recuperar otros
aspectos, dando por sentado lo contrario.
El libro se torna interesante
cuando relata con minucia las pesquisas en archivos, en revistas viejas, en
fotocopias. En esos momentos se convierte en una especie de policial erudito al mejor estilo de Chesterton o del propio Jorge Luis Borges. Pero es soso e incluso facilista en la ambientación de la historia general, en las
motivaciones de los personajes, en la reconstrucción de su perfil.
Para
terminar, estimo que genera muchas suspicacias el hecho de que el autor no
mencione nunca el libro en que Abad Faciolince contó estos mismos hechos, Traiciones de la memoria. Aunque el
autor se afane en decir que escribe en 2009 (“Estoy tecleando lo que me pasa
ahora. Hoy, 21 de mayo de 2009 a media mañana…” dice en la página 290), el
libro de Abad Faciolince se publicó en 2010, y este en la Argentina en 2011.
Es, pues, agua pasada. Y pasó más limpia antes.
Jaime Correas, Los falsificadores de Borges, Bogotá, Alfaguara, 2014.
Comentarios
1. Abad Faciolince falló en la verificación de datos titulando su mejor libro con el verso apócrifo, sin antes revisar la poesía completa de Borges.
2. Yo sigo dudando, con María Kodama entre otros, que esos sonetos fueran en efecto escritos por Borges; cualquiera puede decir cualquier cosa de un autor que lleva muerto 30 años.
3. En general procuro no leer novedades, pero ese libro de Correas no lo leeré nunca, menos después de saber que Abad ya escribió su propia versión de los hechos antes y mejor.
4. En fin, lo mejor que queda de todo es que gracias a la polémica desatada, el gran libro que es "El olvido que seremos" recibió mucha publicidad y seguramente conquistó muchos más lectores.
CARLOS: 1. Ese fallo le regaló (nos regaló) un título insuperable, y le regaló también (nos regaló) un libro bello, Traiciones de la memoria.
2. Lo último que supe de todo este asunto es que Kodama había sugerido que quizá los sonetos sí fueran de su marido. Pero como bien dices, a un muerto se le puede imputar cualquier cosa, hasta unos sonetos casi perfectos.
3. De acuerdo. Por mi parte, leí este libro por mero interés profesional. Pero no vale la pena la inversión de tiempo y dinero. Saludos.
A propósito, me gustaría enviarle algunas cosas a ver que le parecen, unas reseñas cortas.
Saludos desde Pereira.
Camilo.