El subrayador, de Pedro Mairal


Este libro te invita a un viaje de aventura por el mapa de tus emociones. En una página estás muerto de la risa recordando al compañero de colegio que se distinguía por sus amplias y variadas capacidades escatológicas y a la siguiente estás enternecido casi hasta las lágrimas por la insalvable distancia que separa tu infancia de la de tu hijo. En un momento te das cuenta de las injusticias que extiendes cada día por el mundo, y al siguiente te consuelas con tu minúscula humanidad. Es, si me perdonan el cliché, una montaña rusa emocional. Por momentos hasta me provocó subir los brazos mientras estaba bajando a las profundidades del alma humana. Del alma mía.

Porque una de las más visibles fortalezas de estas instantáneas es la empatía. El autor sabe llegar hasta el alma de los lectores, sabe crear un espacio común, y encima encuentra la palabra exacta para ambientarlo. Sabe escoger eso que Gay Talese llama el momento significativo: ese instante cuando ves algo distinto en lo que está ocurriendo, esa sombra que pasa por el rabillo del ojo. La epifanía. Ya sabemos que más que una manera de escribir, la poesía es una forma de mirar. Pues bien, Pedro Mairal tiene esa forma de mirar; ha entrenado el ojo y la pluma en el cuadrilátero cordial de la poesía.

Estas piezas breves siempre van más allá de la aparentemente trivial peripecia que narran, o de los espacios y personajes cotidianos que describen. Y ahí está su encanto. Tres, cuatro, cinco parrafitos perfectos cada pieza, a veces uno nada más. Párrafos perfectos porque están armados con precisión y cosidos con imágenes poderosas: “Me rompí la espalda cargando mis libros, que pesan como árboles tumbados” (“La mudanza analógica”, p. 146); “las medusas como latidos de gelatina” (“El mudo de Berlín”, p. 135); “El otro día el chico de la verdulería partió una sandía en dos y empezó el verano” (“Los mirones”, p. 64).

Lo mejor de todo es que Libros del Laurel, la preciosa editorial chilena que lo publica, se distribuye en Colombia —o al menos en Bogotá— a través de Babel Libros. Para terminar y dejarlos ir por el libro de una vez, transcribo una de las tantas bellezas de El subrayador. Buen provecho.


Excursión libresca

Los colegios suelen llevar a los chicos de excursión. Los padres firman un permiso y el alumno puede entonces ir de paseo con todos sus compañeritos al Zoológico, al Planetario, al Museo de Ciencias Naturales, a la Rural o a la Feria del Libro, bajo la custodia de dos o tres maestras al borde del colapso. 

De esas salidas grupales, los niños suelen preferir la de la Rural. Ahí se pueden juntar calcomanías, hay promotoras atractivas, se pueden ver animales —como los chanchos— que presentan dimensiones genitales sorprendentes, las vacas largan sin pudor unas bostas humeantes y sonoras. Todas cosas que a los niños les encantan. La Feria del Libro, en cambio, no presenta tantas diversiones. De hecho, esa excursión fue un momento traumático de mi infancia. 

Me acuerdo de que “la Serrano”, una de las profesoras que nos llevaban, fumaba como una chimenea (en esa época todavía las profesoras fumaban al lado de los alumnos). Ese año la feria estaba dedicada a La Divina Comedia. No nos entusiasmaba mucho el programa. En la entrada había una inscripción en italiano que decía: Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate. ¿Qué dice ahí, profesora? Abandonen toda la esperanza los que entran acá, dijo la Serrano. 

Nos pasearon entre puestos de libros, con esa idea extraña de que la cultura se transmite por ósmosis. Era como ver tapas de videos. ¿Para qué venimos acá, profesora? La Serrano no contestaba. Seguimos por los pabellones; no había animales, ni muestras gratis, sólo unos folletos, y vasitos de Fernet pero no era para niños. La quinta vez que le preguntamos a la Serrano para qué estábamos ahí, la tipa se hartó, se dio vuelta y con el pucho en la boca, dijo: “Para que vean todos los libros que van a tener que leer en su vida”. Nos quedamos callados, mirando ese océano de libros que nos rodeaba. Me acuerdo de haber pensado: ya no llego.



Pedro Mairal, El subrayador, Santiago de Chile, Libros del Laurel, 2014. 

Comentarios

Jose Hoyos ha dicho que…
Amigo, su reseña antoja. Parece ser un libro de los que lo ponen a uno como blandito. Hace pensar en la Enormes minucias de Chesterton.
Camilo Jiménez ha dicho que…
José: No conozco el libro de Chesterton. Voy a buscarlo ya mismo. Pienso también en "Enseres para sobrevivir en la ciudad", de Vicente Quirarte, que también reseñé por acá: http://elojoenlapaja.blogspot.com.co/2012/06/fusilado-vicente-quirarte.html Gracias por pasar y comentar. Saludos.