No tendrían mucho sentido blogs como éste, revistas literarias, lanzamientos, firmas de libros y en general los departamentos de promoción y mercadeo de las editoriales si todos los libros fueran como éste. Porque este libro es perfecto, en su forma y en su contenido.
Empecemos por afuera: es un gusto leer, acariciar, oler los libros de Acantilado. No importa que tengan 102 páginas, como éste, o 476, como los Cuentos contados dos veces de Hawthorne: las páginas vienen siempre cosidas al lomo. Es un gusto el papel cremoso, las páginas de cortesía en cartón negro y el diseño interior, perfectamente proporcionados el tamaño de la fuente, el interlineado y las márgenes. Para no hablar de la sofisticada selección de los títulos, el esmero en la escogencia de los traductores… ¿sigo? Larga vida a esta editorial.
Y en cuanto a la historia, es también un gusto esa prosa elegante de Zweig para contar una historia en las voces de dos narradores, el principal y una anciana señora inglesa que le cuenta al atardecer un día en su vida, el día en que su vida cambió para siempre. Hacia la mitad de su relato anuncia: “En aquellas dieciséis horas había aprendido más de la realidad que en cuarenta años de vida burguesa” (p. 70). El lugar, un balneario europeo de esos que aparecen tanto en las espléndidas páginas de Henry James o Thomas Mann. Llega allí un joven francés arrobador —“a primera vista y observado de lejos, recordaba a esos maniquíes de cera, de color rosado, petulantemente echados hacia atrás, que vemos en los escaparates de los grandes establecimientos de modas, y que, con un bastón de fantasía en la mano, representan el ideal de belleza masculina” (p. 7)— y en dos días convence a una señora de su casa para que se fugue con él, dejando atrás a su marido y a sus dos hijas. La anciana inglesa pasó por una aventura más o menos similar veinticinco años atrás y se la cuenta al narrador con todo detalle. La anciana dama le ha dado vueltas a esa historia durante todo ese tiempo, por lo cual su relato nos mantiene pegados al papel, como mantiene sentado en la punta de la silla al narrador que escucha el relato.
Una verdadera delicia esta novelita, un placer leerla en esta edición de Acantilado.
Stefan Zweig, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Barcelona, Acantilado (traducción de María Daniela Landa), 2001, 102 páginas.
Empecemos por afuera: es un gusto leer, acariciar, oler los libros de Acantilado. No importa que tengan 102 páginas, como éste, o 476, como los Cuentos contados dos veces de Hawthorne: las páginas vienen siempre cosidas al lomo. Es un gusto el papel cremoso, las páginas de cortesía en cartón negro y el diseño interior, perfectamente proporcionados el tamaño de la fuente, el interlineado y las márgenes. Para no hablar de la sofisticada selección de los títulos, el esmero en la escogencia de los traductores… ¿sigo? Larga vida a esta editorial.
Y en cuanto a la historia, es también un gusto esa prosa elegante de Zweig para contar una historia en las voces de dos narradores, el principal y una anciana señora inglesa que le cuenta al atardecer un día en su vida, el día en que su vida cambió para siempre. Hacia la mitad de su relato anuncia: “En aquellas dieciséis horas había aprendido más de la realidad que en cuarenta años de vida burguesa” (p. 70). El lugar, un balneario europeo de esos que aparecen tanto en las espléndidas páginas de Henry James o Thomas Mann. Llega allí un joven francés arrobador —“a primera vista y observado de lejos, recordaba a esos maniquíes de cera, de color rosado, petulantemente echados hacia atrás, que vemos en los escaparates de los grandes establecimientos de modas, y que, con un bastón de fantasía en la mano, representan el ideal de belleza masculina” (p. 7)— y en dos días convence a una señora de su casa para que se fugue con él, dejando atrás a su marido y a sus dos hijas. La anciana inglesa pasó por una aventura más o menos similar veinticinco años atrás y se la cuenta al narrador con todo detalle. La anciana dama le ha dado vueltas a esa historia durante todo ese tiempo, por lo cual su relato nos mantiene pegados al papel, como mantiene sentado en la punta de la silla al narrador que escucha el relato.
Una verdadera delicia esta novelita, un placer leerla en esta edición de Acantilado.
Stefan Zweig, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Barcelona, Acantilado (traducción de María Daniela Landa), 2001, 102 páginas.
Comentarios
Saludos, abrelatas.
Burg.
Saludos
Un abrazo!
Lo de Aacnatilado es cierto; son precioso: adelante, compa
Un pregunta: ¿Qué opina de Efraín Medina, otro polémico y criticado autor?
un beso
Y la solemnidad y la pomposidad se combaten con humor, ironía, inteligencia, no con ramplonería y procacidad.
En últimas, que cada quien escoja con qué juguetes quiere pasar el tiempo libre.
Saludos, y bienvenido por acá.
El canaya.
Camilo, ayer me iba a portar mal y me arrepentí jajajajaja y amanecí con la plata que me iba a gastar. Voy ahorita con esa plata por apuntes sobre Corea (creo que se llama así), de ese man Solano. Un saludo Camilo y feliz año.