“En cuanto aparcó la furgoneta, puso el freno de mano con tanta determinación que, como Excalibur, nunca pudo en adelante liberar, y se oxidó tan férreamente que diez años después, cuando vinieron a llevarse la furgoneta, la grúa municipal tuvo que izarla por encima del muro” (p. 27). El lugar donde queda plantada esta furgoneta es nada menos que en el jardín del dramaturgo británico Alan Bennett. Y quien lo hace es una anciana indigente que ha rondado por esa calle durante años, entre bolsas de basura, sobras, carteles que hace de cualquier manera, vestimentas estrafalarias, respuestas nada amistosas a los acercamientos de los vecinos y, claro, la furgoneta, que movió de un lado a otro –siempre empujada, siempre con ayuda de alguien, a quien después no agradecía– durante un tiempo antes de establecerse allí.
A partir de lo cual se va conformando un matrimonio con todas las de la ley entre el autor y la anciana dama descocada: cariñitos, madrazos, silencios, miradas tiernas y que matan, atenciones y furia contenida o desatada. Y sin sexo, por supuesto: recuerden que dije “un matrimonio con todas las de la ley”. Una cuestión importante para toda la crónica que viene es que la furgoneta queda estorbando la entrada a la casa de Bennett, y sus visitas tienen que pasar de lado por un espacio chico entre el cacharro y el muro de la entrada. El recibimiento o la despedida depende siempre del humor de la excéntrica señora: “En una ocasión, Coral Browne salía de mi casa con su marido, Vincent Price, y hablaban en voz baja. ‘Cierren el pico’, soltó la voz de la furgoneta. ‘Estoy intentando dormir’. Para un actor que había causado terror en millones de personas, era una dosis inesperada de su propia medicina” (p. 29).
El libro recoge extractos del diario de Bennett referidos a Miss Shepherd, que tal es el nombre de la anciana, durante casi veinte años. La foto del autor en la solapa del libro anuncia su prosa: amable, compasiva, gustosa, nos deja conocer paulatinamente a este personaje a ratos adorable y a ratos detestable. Siempre estuvo sola, o bueno, la acompañaba la furgoneta y un olor apabullante que salía por igual de ella y de su carcacha. El cartero alguna vez le dice a Bennett que “A veces el olor te echa un poco para atrás” (p. 54). Aunque ese testimonio no lo necesita el autor: él mismo siente el hedor que sale permanentemente de la furgoneta. Pero ella se considera una dama extremadamente limpia, “sobre todo en las partes que no se ven” (p. 32).
Católica fiel, seguidora incondicional de programas de radio, Miss Shepherd siempre muestra una férrea conciencia política. Hasta funda un partido, el Fidelis Party, y se quiere presentar a las elecciones para el Parlamento. “Cuando me elijan, ¿usted cree que tendré que vivir en Downing Street o podré gobernar desde la furgoneta?” (p. 48). En octubre del 80 le dice a Bennett: “Estaba pensando en ofrecer mi ayuda a Mrs. Thatcher en economía. No le pediría dinero, porque soy pensionista, y le saldría barato. [...] Sé lo que hace falta. Es sencillísimo: justicia” (p. 41).
Esto de las cartas es una constante en la anciana. Por ahí transcribe el autor una carta que escribe la señora a la Embajada Argentina por la época de la guerra de las Malvinas, que encabeza: “A la persona responsable de Argentina”, y cierra con la recomendación: “Tradúzcalo al argentino si quiere” (p. 52).
Hacia el final, Bennett se entera de un montón de cosas que nunca quiso soltar la señorita Shepherd. Entre otras, que éste no era su verdadero nombre: lo había cambiado por un incidente... que voy a dejar de este tamaño para antojar a los lectores de buscar y leer este libro breve y hermoso, que evoca, cómo no, ese otro perfil inmortal de un indigente excéntrico, El secreto de Joe Gould.
Alan Bennett, La dama de la furgoneta, Barcelona, Anagrama, 2009, 92 páginas.
Comentarios
PDT: me hiciste reir con eso de: "Y sin sexo, por supuesto: recuerden que dije “un matrimonio con todas las de la ley”"... jajajajaja buen tirito ese.
Carlos.
maggie tiene razón: acá el libro queda muy bien vendido. habilidad del reseñista. pasa como cuando le hablan maravillas a uno de cierta amiga de una amiga, y cuando por fin nos la presentan... uf: nada que ver.
salud por los dos años.