Escribir a mano como
psicoterapia. Escribir a mano como terapia ocupacional. Escribir a mano como
terapia a secas. Desde hace 35 años escribo a mano todos los días. Lo hago para
apaciguar mi espíritu ansioso. Lo hago para pensar mejor. Lo hago para dudar,
para tartamudear sobre el papel sin que los lectores se den cuenta. Para darle
vueltas a cada idea, a cada frase, a cada palabra. Para pensar otra vez todo
mientras lo estoy pasando en limpio. Para demorarme. (Que lo diga la editora de
esta revista, que espera desde hace días por esta sola página.)
La persistencia en ese método me
ha regalado dos objetos que me acompañan desde siempre: el lapicero y el
cuaderno. Probé durante todos estos años incontables cuadernos y libretas –Norma,
Kimberly, Ricardo Corazón de Papel, etcétera– hasta que comenzaron a
comercializar en Colombia los de marca Moleskine, y me quedé con ellos. Pero
desde que tenía 8 o 9 años siempre he usado el mismo instrumento de escritura: un
bolígrafo. Particularmente, el humilde Kilométrico. “El bolígrafo simpático, a
precio milimétrico”.
* * *
Será que no quiero alejarme del
todo de la infancia. En su “Anatomía del cuaderno”, el escritor mexicano
Vicente Quirarte dice que “Sólo el escritor continúa haciendo tareas –a veces
no pedidas– con los mismos instrumentos que en la niñez”. Doy fe. ¿Acaso no se
acuerdan ya? Abrir un cuaderno sin uso, sus hojas blancas o amarillas
nuevecitas, su olor a madera lejana, a goma. Y el esfero sin un mordisco –sin
huella de dudas–, con la tapa firme, con la tinta que se niega a salir al
comienzo como si le costara arrancar sin calistenia, pero que una vez empieza
ya nunca para hasta morir cumpliendo con su deber. O hasta perderse: el esfero
que se deja olvidado en un banco, en una notaría, en la casa del amigo, es un héroe desaparecido en combate. El de uno con su Kilométrico es un matrimonio
a la vieja usanza: hasta que la muerte los separe.
* * *
El de tapa redonda y clip triangular, el de siempre,
se llama Kilométrico Plus. El retráctil delgado se llama Kilométrico RT. El
gordito también retráctil con refuerzo de goma –el que prefiero– se llama
Extreme. Hay que saber que el borrable no es bueno, que no borra sino que
mancha y rasguña el papel dándole una apariencia desagradable. El primo hermano
del Kilométrico es el Alegro, delgado y triangular, que no dura tanto y viene
en tintas de colores absurdos. “Hay entre otras, tres clases de mal gusto: el
de quien escribe con tinta verde, con tinta morada y con roja”, dijo Juan Ramón
Jiménez.
* * *
El del esfero o lapicero es el
mismo sistema de los desodorantes roll on, una bolita que distribuye un
material líquido sobre una superficie seca. Lo patentó en Hungría y Francia
Laszlo Biro en la década del treinta del siglo pasado. Por invitación del
presidente argentino del momento, Biro terminó fabricándolo allí al lado de su
socio, Juan Meyne. Con las primeras letras de sus apellidos se comercializó al
comienzo, y así sigue llamándosele en Argentina y Uruguay: birome. Sinónimos,
muchos: esfero, esferográfica, lapicero, lapicera, estilógrafo, puntabola.
Muchos nombres, pero un solo Kilométrico verdadero.
* * *
Me gusta como suena la descripción del Kilométrico
Plus en la página de Sanford Brands, la propietaria de la compañía productora,
Paper Mate: “Punta plateada de máxima calidad. Fácil de portar en cualquier
bolsillo, gracias al clip incluído [sic] en su tapa. Tintas importadas
tropicalizadas de alta calidad que no manchan. Más de 1.200 metros de escritura”.
Punto. Así es el Kilométrico, fácil y útil. Alemán como su tinta y
tropicalizado como sus usuarios de este lado del charco. El Kilométrico es
recio, firme, fiel. Vinimos fue a trabajar, compañero, nada de maricaditas como
pedir repuestos, recargas o papel secante. Nada de sentimentalismos que obliguen
a andar siempre acompañado por un tajalápiz.
* * *
Lo había pensado antes de leerlo
en un libro de Abelardo Castillo: en Word todo se ve tan organizado y bonito
que parece bien escrito. A mí me gusta que quede constancia del esfuerzo. Ver
el lado de atrás de la cortina. Me recuerda que cada palabra que escribo no
sale del aire y no es la primera que vino, sino que fue escogida después de
repasar unas cuantas más. Que la escribí con tinta. Y esta palabra, tinta, trae aparejada otra palabra hermosa,
que se usa casi con ninguna otra y que quizá por eso mismo, vaya paradoja,
desaparezca: indeleble.
* * *
En junio pasado la primera página
del periódico alemán Bild –tres
millones de ejemplares impresos cada día– fue noticia en todo el mundo. No por
un error vistoso, o porque incluyera fotos de escándalo o una noticia
particularmente funesta. Varios medios de Europa y América destacaron esa
primera página porque toda ella estaba escrita a mano alzada. El titular de la noticia
principal, en rojo y negro, alertaba sobre la decadencia de la escritura a
mano: “¡Alerta! La escritura manual se extingue”. El diario citaba un estudio
reciente según el cual uno de cada tres adultos no había escrito nada a mano
durante los últimos seis meses. Los teléfonos inteligentes y las nuevas
aplicaciones de reconocimiento de voz amenazan la escritura a mano, dice el
estudio. A los niños de los colegios más caros, aquí y allá, se les pide ahora
una tableta o un portátil, nada de cuadernos, lápices, lapiceros y colores,
borradores y tajalápices. ¿Se está acabando la
escritura manual? ¿Acaso eso importa?
* * *
El esfero y el cuaderno con los
que escribo a mano, un poco inclinado sobre el escritorio, me llevan a considerar
la escritura como una actividad manual que me apacigua. Que me permite pensar
mejor, dedicar más tiempo a lo que escribo. Que me protege del plagio, porque
me obliga a parafrasear, porque me pide tiempo para separar lo mío de lo tuyo,
lo que digo yo y lo que dicen los autores que me ayudaron a pensar.
Y ahí, desde hace 35 años ya, ha
estado siempre conmigo ese cuate firme y dispuesto para consignar mis dudas y
mis certezas. El Kilométrico.
Comentarios
Christian C. Londoño
Yo escribó con Bic negra o azul, y roja para marcar libros. Me cansé del lapiz. Me siento un asesino, pero cumple la misma función, y jamás borraré el lapiz tampoco. Y cuando partamos, los libros quedaran con ratros, que se los llevará otro con un saldo o la humedad. jA!!
Yo hasta uso máquina de escribir. Escribo boludeces. Criticas de peliculas, cosillas, cuentitos. Es como fabricar algo ahí nomás. Además no tengo impresora. I am so poor (¿pobre?.
Imposible para los que crecimos con el teclado, o el lápiz mirado. Me gusto su escrito sobre la escritura, y el comentario de Christian