El narrador y protagonista de Mi romance es un editor que padece psoriasis y durante un tiempo de
su vida bebió más de la cuenta: suficientes coincidencias con mi propia
biografía como para no saltar encima de esta novela apenas la vi en la
estupenda librería Prólogo, de Bogotá.
El protagonista se llama igual que el autor, Gordon Lish.
Trabajó como editor de ficción en la revista Esquire y como director editorial en Alfred A. Knopf, igual que el
autor. Es maníaco y enfático, una personalidad contundente que en esta ocasión
está frente a un público en un festival literario improvisando un discurso. Por
eso devanea, balbucea, peripatea alrededor del alcohol, de la psoriasis que ha determinado
su vida, de su padre y su madre, de sus tíos Lish, tacaños y extraños.
No lo dudéis, este metoxaleno que me hacen tomar para que mi piel pueda
extraer de la luz todos los beneficios posibles, incluso cuando no hablamos de
la clase de luz que uno consideraría apropiada, este metoxaleno es la bomba, no
lo dudéis. Por otro lado, no hay nada que me pueda poner particularmente
nervioso si he tomado las debidas precauciones. Esto es, primordialmente,
untarme el aceite mineral, untarme una buena capa de aceite mineral en todo el
cuerpo. Oh, aunque llevar gafas de sol no es que sea menos importante, ni mucho
menos. Lo entendéis, ¿verdad? Quiero decir, ¿acaso no os dais cuenta de hasta
qué punto mi vida está atada a todas estas preocupaciones? Aunque es posible
que todavía no hayáis captado lo que quiero deciros. Quiero decir, esta
psoriasis que he tenido desde siempre. O que he tenido al menos desde los siete
años, más bien. Esa es la razón de que mi vida haya transcurrido de tal modo
que el sol, la luz solar, los rayos solares… en eso ha consistido buena parte
de mi vida, siempre: en andar persiguiendo la luz (pp. 52-53).
Una prosa envolvente que a veces cuesta un poco seguir
porque quiere reproducir ese discurso que este hombre va desgranando de manera
improvisada frente al público del festival literario. Gordon Lish, el personaje
de la novela, está en un punto culminante de su vida y ha decidido confesarse
frente a sus colegas: “No quiero sencillamente estar aquí y ponerme a leer unos
cuentos. No me basta con subirme aquí y dar lo mejor de mí sólo para leeros
unos cuentos. Lo que siento es que debo hablar desde aquí (p. 23).
Confiesa entonces una infidelidad y un delito. Pero no de manera
directa: los va soltando como sin darse cuenta, se entretiene en nimiedades, le
da una importancia inoportuna a detalles que retardan las partes más carnosas
de su discurso, de su confesión. Pero ahí seguimos para conocer su carácter, su
pasmosa sinceridad, su cinismo. Ahí seguimos para verlo acompañar al baño una madrugada
a su madre de 93 años, desnuda y tambaleante, “Frágil en extremo o en
el extremo de la fragilidad, o sí, sí, en realidad parecía como si fuera a
quebrarse, ya me entendéis: una mujer tan pequeña, con tantos años encima, una
hoja, como una hoja seca” (p. 39).
Señala en algún punto que algunos asistentes salen dando un
portazo, y no dudo de que algunos lectores también hayan cerrado esta novela
breve e implacable sin terminarla. La leyenda dice que cuando salió publicada,
en 1991, Mi romance no vendió más de
500 ejemplares, a pesar de que su autor era ya conocido como un influyente
editor literario que trabajó —descubrió, apoyó, apadrinó, editó— a autores tan
reconocidos como Raymond Carver, Don DeLillo o David Leavitt. (Faltaban todavía
siete años para que se le acusara incluso de intervenir abusivamente los
relatos de Raymond Carver, hasta el punto de haber creado el estilo por el que
fue conocido el escritor americano muerto en 1988.)
Pero otros lectores seguimos hasta el final, pegados del
discurso balbuciente de este personaje enfermo, complejo, por momentos pragmático
hasta el cinismo y por momentos vacilante, casi siempre decadente. Es decir:
humano, demasiado humano.
Gordon Lish, Mi
romance, Cáceres, Periférica, 2014. Traducción de Juan Sebastián Cárdenas.
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Carlos O.